La UE y Rusia tienen una dependencia mutua y de ahí su interés en mantener
relaciones equilibradas. Pero, a diferencia de Alemania, Francia o Italia,
muchas naciones del disuelto bloque socialista se resisten a cooperar con el
estado que sucedió a la desaparecida Unión Soviética.
Los tradicionales opositores a Rusia y los más recientes no tardaron en
responsabilizar a la política exterior "imperialista" de Moscú por las
interrupciones del suministro de gas de los últimos dos años, causadas por
disputas de precios con los países por cuyos territorios pasan los gasoductos.
Cuando la megacompañía rusa Gazprom decidió en el invierno boreal de 2005 elevar
la tarifa del gas que exportaba a Ucrania al precio de mercado, la teoría de la
"energía como arma" inundó la prensa europea.
Numerosos analistas vincularon el encarecimiento del gas con un giro de la
política exterior ucraniana a Occidente y con el retórico compromiso del
gobierno de esa república ex soviética con la economía de libre mercado.
Pero cuando al año siguiente un país aliado de Rusia como Belarús sufrió un
similar aumento de precios del gas, la dimensión ideológica de la teoría ya no
se pudo sostener.
Más que a la política rusa, "Europa le teme al tamaño de Gazprom", dijo a IPS
András Deák, experto en energía del Instituto Húngaro de Relaciones
Internacionales.
Los reclamos de la UE a Moscú para que liberalice el mercado energético se
contradicen con las restricciones y exclusiones que el bloque impone a la
participación de capitales rusos en su economía.
A Gazprom le interesa, como a cualquier compañía, controlar sus operaciones
desde la extracción hasta el consumo final. Las naciones de la UE son concientes
de la tendencia al monopolio que la participación de esta gigantesca firma en
proyectos europeos introduciría en sus economías.
Los rusos comprenderían ese argumento mejor que el mito de "la energía como
arma", como lo denominó Deák.
Los europeos confundieron causa y efecto e ignoraron que en Rusia es el factor
empresarial el que influye en la política, y no al revés.
La política energética de Rusia "es un problema estructural" y "no está pensada
contra nadie", indicó Deák, quien describió a ese país como un clan y no como
economía de Estado. "Política y negocios van de la mano porque sólo se pueden
hacer negocios gracias a la política".
Pero tampoco negó que la dependencia en una única fuente de energía aumenta la
vulnerabilidad de Europa. El negocio del gas es un negocio, pero un negocio
sucio, de todos modos.
Rusia cubrirá gran parte de las necesidades europeas de gas en el futuro. Ese
país cuenta con un cuarto de las reservas mundiales, y 60 por ciento de ellas
pertenece a Gazprom.
Esa compañía es propietaria de la mayor red de gasoductos del mundo, con un
tendido de 150.000 kilómetros, y produce unos 580.000 millones de metros cúbicos
de gas natural al año, más de lo que Europa necesita.
Los esfuerzos europeos por diseñar una política energética común y ubicar
fuentes alternativas al gas no pasan desapercibidos para Gazprom, que
difícilmente se siente a ver cómo la UE trata expulsarlos de su mercado.
Por un lado, Gazprom controla a sus clientes europeos y afronta la política
europea común mediante contratos individuales con las naciones, los cuales les
prohíben a los compradores reexportar el gas.
Pero otro motivo de disputas es la puja entre Europa y Rusia por la red de
distribución de gas de los Balcanes.
Rusia busca una ruta alternativa al problemático tránsito por Ucrania, para lo
cual planea llevar el gas por Turquía hacia los Balcanes y Europa central.
En cambio, Europa pretende una fuente alternativa al gas ruso mediante un
proyecto de 30 años de antigüedad: el del gasoducto Nabucco, que estaría
terminado para 2012 y uniría a Turquía con Austria a través de Bulgaria, Hungría
y Rumania.
Pero la UE no financió el proyecto de 5.000 millones de euros (más de 6.500
millones de dólares), los mayores inversionistas se retiran y sus posibles
fuentes de gas natural, a excepción de la pequeña Azerbaiyán y los países de
Medio Oriente, ahora están en manos de Gazprom.
Europa mantiene de forma retórica su compromiso con Nabucco, pero los contratos
de largo plazo firmados entre varias compañías europeas del sector y Gazprom
parecen contradecir sus buenos propósitos.
Uno de los ejemplos es el gasoducto Nord Stream, que llevará gas natural de
Rusia a Alemania pasando por debajo del mar Báltico.
Por ahora, la respuesta rusa a Nabucco fue ampliar la propuesta del gasoducto
Blue Stream hacia los Balcanes, utilizando una ruta similar pero evitando pasar
por Ucrania.
Blue Stream es un gasoducto submarino que atraviesa el mar Negro y que desde
2002 conecta a Rusia con Turquía.
Pero Deák no cree que ninguno de esos proyectos vaya a concretarse.
La ruta prevista para Blue Stream tendría un costo excesivo y, según él, Gazprom
simplemente quiso emitir una respuesta estratégica para Nabucco, sin haberlo
considerado realmente.
La solución más realista para conectar a Turquía con los mercados europeos
pasando por los Balcanes sería "juntar ambos proyectos", propuso Deák. Eso
difícilmente suceda a menos que Gazprom obtenga una participación significativa
en el plan.
De todas formas, Europa tiene miedo de no contar suficiente de gas ruso. El
consumo interno de Rusia crece con rapidez, aunque Gazprom sabe muy bien que el
mercado exterior es más rentable.
Los europeos quieren que Rusia mejore su infraestructura, pero los
inversionistas de ese país difícilmente se comprometan sin garantías de
cooperación a largo plazo de Europa, cuya desconfianza es cada vez mayor.
La actitud europea de esperar y ver puede resultarle costosa, pues Gazprom
podría no firmar contratos con los últimos en llegar.
Si Rusia aduce falta de capacidad, su suministro podría volverse más costoso e
inestable, salvo con aquellos países que se muestren dispuestos a comprometerse
con su gas.