Estas aseveraciones de George Bush fueron pronunciadas el 5 de
septiembre de 2001 en el césped ante la Casa Blanca, donde el
líder norteamericano recibió al entonces presidente mexicano
Vicente Fox.
Al cabo de cuatro días, en Nueva York se convirtieron en
escombros las torres-gemelas destruidas por los terroristas. A
partir de ahí, durante seis largos años las relaciones entre
EEUU y Latinoamérica se convirtieron en cierta zona del olvido
cubierta de telaraña. La administración Bush dedicó todas sus
energías a las guerras en Afganistán e Irak, a la caza de
líderes de Al Qaeda, a los intentos de pillar a Irak en la
fabricación secreta de la bomba, etc., pero en modo alguno a los
contactos con sus vecinos meridionales.
Ahora esta situación experimentó un milagroso cambio. Washington
anunció oficialmente el 2007 "Año de interacción con América
Latina" y el jueves 8 de marzo el presidente Bush parece inaugurarlo con
su visita a cinco países del continente: Brasil, Uruguay,
Colombia, Guatemala y México que durará hasta el 14 de marzo.
George Bush verá una Latinoamérica totalmente distinta.
Durante la mencionada época de olvido por parte de EEUU, en su
"traspatio" surgieron regímenes, cuyos matices tienden a pasar
del rosado al rojizo de mayor o menor grado de izquierdismo en
un espacio desde Venezuela y Nicaragua en el Norte hasta Bolivia
en el Sur extendiéndose a Brasil y Ecuador.
Es de suponer que los lideres de esos países se inspiren en los
legados del marxismo, aunque más probable es que las ideas
bolivarianas de lucha por la soberanía y la felicidad popular
constituyan su fundamental inspiración. Pero está fuera de duda
que los unen los ánimos de un profundo antiamericanismo que
crece a diario. Esos políticos no olvidaron el asombroso hecho
histórico y quisieran que esté grabado en la memoria de las
generaciones venideras: estimulando los intereses de sus
corporaciones transnacionales, en el siglo XX Estados Unidos
contribuyó a derrocar unos 40 gobiernos latinoamericanos o a
torpedear su estabilidad.
Hoy, los latinoamericanos dicen a su gran vecino del Norte que
en lo sucesivo ya puede despreocuparse. Como el abanderado más
descollante de esos ánimos aparece el presidente de Venezuela,
Hugo Chávez, quien no solamente anatematiza a Bush como a la
encarnación del mal, sino que utiliza hábilmente los abundantes
petrodólares para desplazar a EEUU de la economía nacional de
Argentina, Brasil y otras menos importantes.
Caracas se convierte en la locomotora llamada a sacar a los
países vecinos de la influencia norteamericana, a afianzar su
independencia y a superar el aislamiento dejado en herencia por
los conquistadores españoles.
El conflicto entre los mandatarios norteamericano y venezolano
es tan evidente que se convirtió en objeto de estadística. El
sondeo efectuado por el Centro chileno Latinobarómetro demuestra
que a nivel continental Bush se aventaja a Chávez: el 32% contra
el 28%, pero el presidente venezolano lo deja atrás en muchos
países latinoamericanos. En este contexto, hay sobradas razones
para considerar el actual viaje diplomático de George Bush más
allá de las fronteras meridionales como duelo sui generis con
Hugo Chávez en el cuadrilátero latinoamericano.
El presidente de EEUU visitará en primer lugar los países más
problemáticos para éste: Brasil y Uruguay. Hace mucho que el
coloso regional, Brasil, consiguió relativa independencia
económica y política respecto a EEUU, al cual corresponden en
total el 19% de sus exportaciones y el 17% de importaciones.
Este debilitamiento de los vínculos económicos es ahora muy
indeseable para Washington. Norteamérica está interesada en
consolidar el estatuto de Brasil como líder económico del
continente, pero no por razones de pura filantropía, sino para
neutralizar la exportación por Venezuela de la revolución
bolivariana.
Pese a las
convicciones rosadas del presidente brasileño, Lula de Silva,
Washington lo considera como reformador moderado capaz de asumir
el liderazgo regional en contraposición a las pretensiones del
radical Chávez.
En EEUU se estima que a realizar esta maniobra contribuirá una
operación milagrosa: la aplicación como carburante del "alcohol
etílico". A Brasil y Norteamérica les corresponde el 70% de la
producción mundial de ese biocombustible recuperable del futuro.
¿Por qué del futuro? Ya ahora 8 de cada 10 nuevos automóviles
brasileños usan ese combustible como carburante.
Se espera que Bush y da Silva crearán el organismo ya bautizado
de "OPEP etílico". Los presidentes firmarán un acuerdo tendente
a elaborar estándares internacionales del nuevo biocombustible y
a aumentar el número de empresas destinadas a producirlo a base
de la caña en Brasil y los países caribeños. Hasta cierto punto,
es un risco lanzado no sólo contra el tejado de vidrio de
Venezuela rica en petróleo, sino también de Teherán. Según
declaró estos días Nicholas Burns, subsecretario de Estado para
asuntos políticos, Norteamérica no quiere depender en el plano
energético de tales países como Irán y Venezuela.
La respuesta del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, quien
recientemente visitó Ecuador, Nicaragua y Venezuela, será
evidentemente una sonrisa escéptica. Es del dominio público que
el desarrollo de la cooperación etílica de EEUU y Brasil
tropieza con un muro infranqueable: la tarifa discriminatoria
impuesta sobre la importación del alcohol brasileño, es decir,
54 centavos por galón. De ser materializado el citado acuerdo,
acusará un evidente matiz de campaña publicitaria proyectado a
dilatar el liderazgo de Brasil en menoscabo de Venezuela.
Es poco probable que durante la semana de viaje por
Latinoamérica Bush pueda salir airoso en su operación Anti-Chávez.
Todo viene a indicar que Estados Unidos ha perdido ya el control
de los procesos que se desarrollan al sur de sus fronteras. Allí
ya arraigan nuevos socios: China, la Unión Europea y Rusia.
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