con razón. Al comprar el 28,51% de
la participación de la norteamericana Verizon en CANTV, por 572,24 millones de
dólares, el gobierno bolivariano se había limitado a realizar lo que en la jerga
capitalista se llama una Oferta Pública de Adquisición –OPA.
Estaba comprando las acciones a tres
puntos por debajo de una oferta anterior realizada por el consorcio mexicano
Slim. Verizon vendió apenas un poco más barato al Estado venezolano, lo que ya
había estado dispuesto a vender a Telmex. Venezuela también le pagará a la
norteamericana AES alrededor de 740 millones de dólares por el 82% de la
participación accionaria de ésta en Eléctrica de Caracas.
En ambos casos, Chávez prometió
respetar la propiedad de los accionistas minoritarios, lo cual quiere decir que
ambas empresas seguirán cotizando en la Bolsa. Uno de los accionistas
minoritarios de CANTV es el pulpo Telefónica de España.
Esto no es siquiera una
nacionalización en el sentido histórico del término, sino una transacción
comercial corriente con la particularidad de que tiene por protagonista al
Estado. Una nacionalización es tal cuando significa, primero, una estatización
completa de la propiedad; segundo, una ampliación de la dominación social del
Estado nacional.
Convertir el dinero público en
acciones de igual valor es tanto una estatización de las acciones como una
privatización del dinero público. Es cierto que el dinero se transforma en
capital cuando es capaz de generar una plusvalía y una ganancia, pero en este
caso se requerirá más capital para financiar el desarrollo de las empresas
compradas, y no es claro que exista tanto dinero.
O sea que el nuevo capital
bolivariano dependerá del concurso o la asistencia de un nuevo capital que no
será bolivariano. Mientras continúe cotizando en la Bolsa, el funcionamiento de
la empresa comprada seguirá las reglas del mercado (o sea del lucro privado), de
ninguna manera las del interés nacional en un sentido social amplio.
Es el caso de Petrobras, que
recientemente peleó a cara de perro el precio del gas que le compra a Bolivia,
para defender precisamente el lucro de sus accionistas y el valor de las
acciones en la Bolsa.
No se puede decir de ninguna manera
que Verizon y AES fueron ‘indemnizadas’, porque pagar el valor del capital de la
empresa nacionalizada y mucho más el precio corriente de sus acciones en la
Bolsa, es bastante más que un resarcimiento o una indemnización; la escala de la
diferencia del costo entre una cosa y la otra, importa un cambio cualitativo.
La cotización de las acciones no es
el equivalente al valor de los activos de la empresa deducidas las deudas, o sea
el valor del patrimonio; sino que constituye una capitalización de las
utilidades esperadas a la tasa de interés corriente del mercado. Encierra por lo
tanto una potencia de pérdidas cuyo tamaño dependerá de la marcha del mercado.
En el caso de los pulpos mineros, por
ejemplo, su cotización supera unas diez veces el valor contable de su
patrimonio. En muchos casos, la crisis se presenta cuando el valor bursátil de
una empresa cae a su valor real o contable. O sea cuando ‘aterriza’.
El nacionalismo burgués ‘antiguo’
tenía una regla para determinar la indemnización en caso de nacionalizaciones:
el valor del capital una vez deducidas las ganancias obtenidas en el período de
explotación.
En algunos casos el resultado era
cero, es decir que no se pagaba nada. Cuando los militares peruanos
nacionalizaron en masa las haciendas azucareras de la costa del país, en
1970-72, indemnizaron a los hacendados con bonos a treinta años que rendían el
2% de interés anual.
El resarcimiento que estuvo dispuesto
a pagar el gobierno militar nacionalista de Perú no tiene nada que ver con la
OPA de Chávez. Si los países dominados tuvieran que rescatar el capital
accionario a su valor bursátil cada vez que tienen que nacionalizar, estarían
obligados a contraer una deuda pública que los llevaría de inmediato a la
bancarrota.
Torrijos no tuvo que comprar el canal
de Panamá para nacionalizarlo, simplemente hizo valer el fin de la concesión. En
algunos casos, las indemnizaciones fueron equivalentes al valor fiscal de la
propiedad, no al valor comercial.
En los círculos de la izquierda se
define a una nacionalización como ‘burguesa’ cuando va acompañada de un
resarcimiento o indemnización a los propietarios capitalistas. Las recientes
nacionalizaciones en Venezuela serían por lo tanto una suerte de nacionalización
burguesa.
De ningún modo, los pagos prometidos
por Chávez y el resultado de esa compra de acciones, no implican ni siquiera un
cambio en la forma del capital. Pero identificar a la nacionalización burguesa
con la indemnización es también un error tanto conceptual como histórico: una
nacionalización es burguesa cuando no sale de los marcos capitalistas, o sea que
no forma parte de una transformación del régimen político o social.
La cuestión de la indemnización es
secundaria, pues podría ocurrir que la indemnización fuera nula. En los
programas marxistas se contempla la posibilidad de una indemnización a los
capitalistas que sean expropiados, para que puedan reanudar su existencia como
trabajadores.
Junto a estas compras parciales de
acciones, el gobierno de Venezuela también determinó una reducción del IVA en
toda la cadena alimentaria y en algunos casos su completa eliminación. ¿Se acabó
entonces con un impuesto que confisca a los consumidores?
De ningún modo, se trata de una
subsidio a los capitalistas, que ha sido estimado en cinco mil millones de
dólares al año, esto porque debido al contexto inflacionario no redundará en una
reducción proporcional o equivalente de los precios. El gobierno autorizó
también un aumento de las remesas en dólares que los venezolanos pueden gastar
en el exterior, lo cual no parece una medida de gran alcance para la mayoría
emprobrecida del país.
Estas observaciones sobre el
escenario venezolano demuestran que Prensa Obrera tuvo razón cuando señaló que
los anuncios nacionalistas constituían una tentativa para poner un control a una
crisis económica e inflacionaria, y no una profundización de la revolución luego
de los comicios de diciembre pasado, que Chávez ganó en forma aplastante.
Para completar el panorama, también pareciera que la propuesta de Partido Único
ha sido relativamente frenada, a partir del nombramiento de Vicente Rangel, el
ex vice de Chávez, para presidir la comisión organizadora de ese partido. Rangel
ha declarado hace unas dos semanas que había que evitar que la autoridad popular
de Chávez derrapara al autoritarismo político. Pero si Chávez ha necesitado que
un Congreso propio le otorgara super-poderes por 18 meses en casi todos los
rubros de legislación, no se ve cómo un partido único podría no sucumbir a un
régimen de poder personal.
Si el “socialismo del siglo XXI” pretende abrirse paso comprando al capital en
la Bolsa y formando un aparato político único, podemos asegurar que está
condenado al fracaso, al menos como socialismo, y también como otra cosa.