Las fábricas del hambre
Dentro del
mercado y de la sociedad de consumo capitalista, la lógica de producción no se
mide por la satisfacción de las necesidades básicas de la sociedad (comida,
vivienda salud, educación etc.) sino por los parámetros de optimización de
la rentabilidad privada.
La
producción de bienes y servicios (esenciales para la supervivencia) controlada
por el capitalismo está socializada, pero su utilización está privatizada: No
responde a fines sociales de distribución equitativa de la riqueza producida por
el trabajo social sino a objetivos de búsqueda de rentabilidad capitalista
privada.
En este
marco, y fuera de la orbita
del control estatal de los gobiernos, los recursos esenciales para la
supervivencia están supeditados a la lógica de rentabilidad capitalista de un
puñado de corporaciones trasnacionales (con capacidad informática,
financiera y tecnológica) que los controlan a nivel global, y con protección
militar-nuclear de EEUU y las superpotencias.
En ese
escenario, la producción y comercialización de alimentos no está supeditada a la
lógica del "bien social", sino a la más cruda lógica de la rentabilidad
capitalista.
Según la
FAO, diez corporaciones trasnacionales controlan actualmente el 80% del comercio
mundial de los alimentos básicos, y similar número de mega empresas controlan el
mercado internacional del petróleo, de cuyo impulso especulativo se nutre el
proceso de suba de los alimentos, causal de la hambruna que ya se extiende
por todo el planeta.
Detrás de
este fabuloso negocio con los recursos esenciales para la supervivencia humana,
se encuentran los principales bancos y grupos financieros de Wall Street,
que juegan un rol determinante en la especulación que se ejerce en los mercados energéticos y de materias primas
y que impulsan la actual escalada de los precios de los
alimentos.
Entre los
primeros pulpos trasnacionales de la alimentación, se encuentran la empresa
suiza Nestlé SA., la francesa Groupe Danone SA. y la Monsanto
Co., que lideran mundialmente la comercialización de alimentos y que, además
de controlar la comercialización y las fuentes de producción, poseen todos
los derechos a escala global sobre semillas e insumos agrícolas.
Los
niveles de producción no se realizan atendiendo a las necesidades humanas de
la población, sino atendiendo a las necesidades del mercado y de la ganancia
capitalista.
Despojados
de su condición de "bien social" de supervivencia, esos recursos se convierten
en mercancía capitalista con un valor fijado por la especulación en el
mercado, y los precios no se fijan sólo por la demanda del consumo masivo,
sino básicamente por la demanda especulativa en los mercados financieros y
agro-energéticos.
Y los
gobiernos, al no tener poder de gerenciación sobre sus recursos agroenergéticos
se convierten en títeres de las corporaciones que los controlan y que se
apoderan de la renta del producido por el trabajo social de esos países.
Y como el
capitalismo trasnacional (las corporaciones que controlan el petróleo y los
alimentos) sólo produce para quien está en capacidad de comprar esos productos,
la falta de poder adquisitivo de las mayorías empobrecidas del planeta, lleva
su vez a que las corporaciones reduzcan la producción para achicar costos y
preservar la rentabilidad vendiendo menos pero más caro.
El mundo atraviesa por una sobredemanda
de alimentos y de petróleo que, a su vez, reproduce la rentabilidad de los
grupos que hegemonizan el poder sobre la producción y comercialización, y sobre
los mercados de la especulación financiera de las materias primas.
De esta manera, a los pulpos
petroleros y alimentarios no les interesa producir más, sino ganar más
produciendo lo mismo con baja de costos de personal e infraestructura.
Y por más apelaciones que hagan las
instituciones "asistencialistas" del sistema capitalista como la ONU y la FAO
(que suceden a la caridad religiosa) las corporaciones transnacionales establecen su dinámica productiva a partir de la relación
costo-beneficio.
Esto es, y atendiendo a la lógica
esencial que guía el desarrollo histórico del capitalismo, sólo producen
atendiendo a la ley de la rentabilidad, a la ley del beneficio privado,
y no atendiendo a la lógica del beneficio social.
Por lo tanto, no hay "crisis
alimentaria" (como sostienen la FAO, la ONU, el Banco Mundial, y las
organizaciones del capitalismo como el G-8) sino un incremento de la hambruna
mundial por la especulación financiera y la búsqueda de rentabilidad capitalista
con el precio del petróleo y los alimentos.
El control de las fuentes, de la
producción, de la comercialización internacional y de la masa de recursos
financieros emergentes por las corporaciones trasnacionales, tornan
impotentes a los gobiernos dependientes (sin poder de gerenciación sobre
esos recursos) para resolver los problemas de la hambruna que aquejan a sus
pueblos.
Por otra parte, los fondos que
destinan la ONU, el Banco Mundial y demás organizaciones del capitalismo
trasnacional, son mendrugos comparados con la ganancias multimillonarias
de los pulpos petroleros y de la alimentación y el crecimiento de las fortunas
personales de sus directivos y accionistas.
El
dilema con la "población sobrante"
En este escenario, y dentro de los
parámetros funcionales del sistema capitalista (establecido como "civilización
única") la "población sobrante" (los desposeídos y famélicos de la
tierra) son las masas expulsadas del circuito del consumo como emergente
de la dinámica de concentración de riqueza en pocas manos.
Estas
masas desposeídas, que se multiplican por las periferias de Asia, África y
América Latina, no reúnen los estándares del consumo básico (supervivencia
mínima) que requiere la estructura funcional del sistema para generar
rentabilidad y nuevos ciclos de concentración de activos empresariales y
fortunas personales.
Pero de esta cuestión estratégica,
vital para la comprensión de la crisis global y de su impacto social masivo
en el planeta, la prensa internacional no se ocupa. Los medios locales e
internacionales están ocupados en dilucidar como la crisis produce la
disminución de las fortunas de los ricos y la pérdida de rentabilidad de las
empresas.
Tanto el "milagro asiático" como el
"milagro latinoamericano" (del crecimiento económico sin reparto social) se
construyeron con mano de obra esclava y con salarios en negro. Esto lleva a
que, al caerse el "modelo" por efecto de la crisis recesiva global, el grueso de
la crisis social emergente con despidos laborales en masa se vuelque en esas
regiones.
Además,
esa masas expulsadas del circuito del consumo, requieren (para darle una
pantalla "compasiva" al sistema) de una estructura "asistencialista" compuesta
por la ONU y las organizaciones internacionales que representan una carga y un
"pasivo indeseable" en los balances de gobiernos y empresas trasnacionales a
escala global.
Durante
las crisis (como la que hoy vive el sistema capitalista) las empresas y bancos
preservan sus rentabilidad "achicando costos".
Y las
primeras víctimas, las variables de ajuste, son las masas
asalariadas y los sectores más vulnerables de la sociedad que pagan la crisis de
los ricos con despidos y reducción de sus salarios, mientras que los sectores
más desprotegidos sufren el impacto directo de los recortes de los planes
sociales y de ayuda a la pobreza de los gobiernos.
Quien trate de quitarles el control
de los recursos esenciales a las empresas y bancos trasnacionales, antes deberá derrotar al poder militar nuclear de EEUU y de las potencias aliadas de la Unión Europea, gendarmes y reaseguros
políticos de las corporaciones capitalistas que han convertido el planeta en una
economía de enclave al servicio de la rentabilidad privada.
Dentro de esta ecuación (de un sistema
de producción mundial solo orientado a la búsqueda de rentabilidad) se
desarrollan dos efectos inversamente proporcionales: Un crecimiento récord de
las fortunas personales y de los activos empresariales capitalistas, y un
crecimiento récord (como consigna la ONU) de los pobres y hambrientos
que ya alcanzan la mitad de la población mundial.
En el desenlace de este proceso (de
concentración de riqueza con "población sobrante") se incuban las bases y el
detonante de un "Apocalipsis social" que el sistema y sus analistas
todavía no registran ni prestan atención.
Es un dilema que no figura en ningún
debate ni discusión internacional, sencillamente, porque el pobre, el
hambriento, no es mercancía rentable, está fuera del circuito del consumo y no
genera dividendos.
Y el desenlace, no es profético sino
matemático: ¿Qué va a pasar cuando la mitad de la humanidad que no come avance
sobre sus verdugos?
La plaga del hambre que ya se
extiende como una epidemia por las áreas empobrecidas del planeta genera las
condiciones para un "Apocalipsis
social".
Casi la mitad de la población del
planeta -según la ONU- sobrevive en estado de pobreza o
por debajo de la escala de
supervivencia, sin satisfacer
sus necesidades básicas de alimentación.
No hace falta mucha imaginación (el
fenómeno ya se verifica en la realidad) para mensurar el factor apocalíptico
masivo que representaría para el sistema el avance de ejércitos de
hambrientos buscando comida para supervivir en las grandes urbes,
enfrentando con la violencia a la represión militar o policial.
¿Qué puede detener a un
hambriento? ¿Que puede perder un hambriento más allá de su vida que ya
casi ni la tiene? Se trata del instinto de conservación, el primer sistema de
señales que guía la conducta de un ser humano o de un animal en situaciones
extremas de lucha por la supervivencia.
¿Acaso se utilizarían tanques,
aviones y arsenales nucleares para detener a los miles de millones de
pobres atacados de "hambre celular" que se abalanzarían masivamente sobre
las ciudades para conseguir alimentos por los medios que fuesen?
¿Con qué discurso los políticos del
sistema podrían contener a los atacados de incontinencia alimentaria y
reencauzarlos por la senda de la "civilización" y de la
"gobernabilidad democrática" capitalista?
¿Cuánta propiedad privada
concentraría un "empresario" capitalista antes de que las multitudes de
hambrientos saqueen su casa y destruyan todo lo que encuentran a su paso,
incluso su vida y la de su familia?
¿Cuántas balas o misiles alcanzarían
a disparar las tropas militares antes de ser destrozadas por las multitudes
enfurecidas por el hambre y la reacción instintiva de la búsqueda de
supervivencia a cualquier costo?.
No se trata de una revolución
racional y planificada por la toma del poder político, se trata de la "barbarie"
en su escala primitiva, una regresión al hombre prehistórico, sin ningún molde
de "civilización" o de "convención social" que lo contenga en su búsqueda de
alimentos para supervivir en la inmediatez.
Se trata, en última instancia, de una
reacción inconmensurable de la masa de "población sobrante", que el estúpido,
irracional y criminal sistema capitalista todavía no registra.
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