(IAR Noticias) 30-Mayo-08
La semana pasada publicamos
"Dos visiones
de izquierda de la Cuba actual", la de Landau y la de Farber. Hoy
reproducimos el debate que se dio entre ambos analistas políticos
Debate Saul Landau - Samuel Farber
(*) - Revista SINPERMISO
Saul Landau
E stoy de acuerdo con Farber en que la izquierda debería dejar de engañarse y hacerse
ilusiones sobre la naturaleza del régimen cubano. Cuba no sirve como
modelo para otros países del Tercer Mundo. Pero tampoco lo son ni China
ni Vietnam, a menos que el capitalismo salvaje aplicado por partidos
comunistas sea de alguna manera preferible al sistema de socialismo de
estado existente en Cuba. Farber no ofrece otros modelos como
alternativa, porque estos modelos no existen.
Me siento frustrado cuando leo los ensayos que hacen uso de la
cubanología -ese deporte especulativo- como si fuera una bola de cristal
que mostrara claramente el camino correcto para el mejor futuro para
Cuba. En este deporte, a las personas como el vicepresidente Machado
Ventura se les cuelga la etiqueta de “partidarios de la línea dura”,
significando con ello que “se ha dedicado a preservar la pureza
ideológica.” Yo veo a Machado Ventura como un pragmático, que
seguramente se reiría si oyera que alguien le llama un purista
ideológico. Otros, como el vicepresidente Carlos Lage, tienen
“reputación de moderado.” Si Fidel o Raúl hubieran empleado estas
etiquetas, las aceptaría. Pero de aquellos que nunca se han reunido o
entrevistado con estos dirigentes cubanos, descripciones como éstas
parecen casi una broma, o un chisme, del tipo que el antiguo analista de
la CIA Brian Latell ofrecía a sus clientes. Latell, que durante décadas
fue el hombre de la CIA para los asuntos cubanos, nunca visitó la isla
ni se reunió con sus dirigentes.
Me he reunido con algunos de estos dirigentes desde hace décadas y
aún no tengo idea de lo que significa ser partidario de la “línea dura”
o “moderada” en términos prácticos en el 2008. Ni puedo distinguir el
significado de pureza ideológica en una isla cuya economía y estructura
social se han deteriorado desde hace 17 años. De manera similar, la
etiqueta de “talibanes”, que Farber da a algunos de los dirigentes más
jóvenes, no contribuye a entender la naturaleza del actual debate.
La historia cubana, según una carta de Celia Sánchez enviada a su
padre y fechada en 1957, necesitaba de un caudillo para liberar la isla.
“Fidel”, escribió, “es nuestro caudillo”. Los cubanos, como la mayoría
de pueblos, no pueden borrar su historia: los siglos de dominio formal
español y los sesenta años de dominación informal estadounidense, la
herencia de la burocracia, la jerarquía, el racismo y la corrupción. La
revolución ha enseñado a los cubanos el igualitarismo, la conciencia
social y lo mejor de los valores socialistas. Una vez terminada la
escuela, sin embargo, los cubanos encontraron que esos valores eran
difíciles de realizar en una economía de escasez -una descripción que
sirve de igual modo para la mayoría de países del tercer mundo.
Si uno mide su éxito comparando las metas que se planteó con los
logros conseguidos, la revolución cubana, que empezó en la década de los
sesenta del siglo pasado, salió airosa en la creación de soberanía,
independencia, y una sanidad y educación populares. Llevó a Cuba y a los
cubanos de ser una desventurada experiencia colonial a convertirse en
actores protagonistas en el teatro mundial. Incontables pobres de muchos
países deben su vista y otras mejoras de la salud a los médicos cubanos.
Qué irónico resulta que los habaneros se quejen de la escasez de médicos
porque muchos de ellos han viajado al extranjero para ayudar a otras
personas. Incluso con la “escasez” de médicos, la proporción entre
médicos y pacientes de Cuba es próxima a la de Beverly Hills.
Los pintores cubanos tienen exposiciones en París, Nueva Delhi y
Nueva York. Sus atletas ganan un número desproporcionado -para al tamaño
de su población- de medallas olímpicas. Pero no practican una democracia
de corte trotskista, y nunca lo harán.
Me pregunto: ¿qué habría hecho yo de haber sido un miembro de la
elite gubernamental cubana y haberme tenido que enfrentar a cinco
décadas de amenaza real estadounidense mientras se intenta construir un
modelo de sociedad basado en la igualdad y la justicia?
Democracia y fuerza militar, transparencia y policía estatal no casan
bien. Los dirigentes cubanos optaron por proteger la revolución, y esa
decisión definió las líneas básicas del socialismo cubano. El socialismo
cubano se convirtió en un sistema basado en las órdenes desde arriba, la
participación desde abajo, y muy pocas opciones. Este sistema funcionaba
con el modelo soviético y con ciertos aspectos de la historia y cultura
cubanas.
El desplome del sistema soviético forzó al estado cubano a romper su
contrato social con el pueblo. Sus dirigentes optaron por el control
político, evitando modelos económicos que condujeran a tener que
enfrentarse a una “transición.”
La desigualdad social surgió más dramáticamente que nunca, a causa de
la desesperación económica de Cuba. Pero Washington no tuvo éxito
castigando al hijo pródigo. Cuba sobrevivió, pero no como un orden
social viable.
Puedo decir de mis propias conversaciones con algunos de los
dirigentes cubanos que hay un vivo debate sobre la dirección y qué
modelos, o parte de esos modelos, seguir.
China y Vietnam han convertido décadas de lucha y derramamiento de
sangre en un capitalismo floreciente adornado con lazos rojos. Todos los
dirigentes cubanos ven claramente las dificultades de tomar semejantes
vías. Y no ven la suficiente riqueza acumulada en su isla como para
empezar a forjar un modelo democrático y social al estilo europeo.
En los últimos meses los cubanos han estado debatiendo todo estos
temas formal e informalmente. Mientras los medios de comunicación
estadounidenses escribían sobre la moda pasajera del teléfono móvil y la
disponibilidad de electrodomésticos, pocos periodistas han puesto de
relieve los hechos clave. Los dirigentes cubanos continúan invirtiendo
en infraestructura, restaurando por ejemplo su gravemente dañada
capacidad para generar energía eléctrica. Han comprado miles de nuevos
autobuses. Y para contrarrestar el fracaso de la agricultura cubana, el
gobierno ha importado el 84% de la comida de la isla.
Mientras construían un nuevo modelo social, con el acoso constante de
los Estados Unidos -incluso cuando se inflaba la posibilidad de una
“amenaza de invasión”-, los dirigentes cubanos cometieron errores. Dos
millones de personas viven en La Habana, por ejemplo. La mayoría no
produce otra cosa que servicios para los turistas -lo que les permite
acceder a moneda extranjera-, pero todos consumen, aunque no, desde
luego, como quisieran. Camine por las calles de La Habana durante la
jornada laboral y verá a cientos de personas paseándose y tomando el
sol. El desempleo oficial (2%) es una broma. Los cubanos están
horriblemente subempleados, siendo ésta una de las principales fallas
del sistema económico, especialmente en las zonas urbanas. ¿Por qué
ocurrió esto después de que Fidel privara literalmente de inversiones a
La Habana durante los diez primeros años de la revolución? Cuando la
gente alcanza un nivel educativo, ya no quiere trabajar en el campo.
¿Cómo puede actuar o presionar un no-cubano hacia el cambio en una
situación en la que el socialismo en una isla -aunque sea un socialismo
de estado- está amenazado por las poderosas fuerzas estadounidenses?
Trabajar para conseguir que el embargo estadounidense sea retirado, dice
Farber. Estoy de acuerdo. Pero una solución como ésa dejaría a Cuba
desnuda. Intente calcular el impacto de un millón de “turistas”
norteamericanos con las carteras repletas de dinero, calculando para
invertir en cualquier cosa que parezca lucrativa o sexy. Todo ese dinero
circulando sin el control de las autoridades estatales transformaría
rápidamente la isla en... bueno, ya lo veríamos.
Samuel Farber
“L os obreros del mundo han esperado demasiado tiempo a algún Moisés
que los lidere en su huída de la esclavitud. Si pudiera lideraros en esa
tarea, no lo haría; pues quien os liderara en vuestra salida de la
esclavitud, también podría lideraros en el retorno a la misma, en virtud
de su liderazgo. Con ello quisiera que os dierais cuenta de que no hay
nada que no podáis hacer por vosotros mismos” (Eugene Victor Debs,
1905).
Estoy de acuerdo con Saul Landau en que el mantenimiento de los
valores y las prácticas de solidaridad e igualdad son de una importancia
fundamental para cualquier sociedad socialista merecedora de ese nombre.
Pero el mantenimiento de los valores y prácticas de democracia y
libertades civiles no son menos importantes en una sociedad socialista.
Landau parece minimizar la importancia de éstos, y los menciona como si
fueran una característica “suplementaria” en vez de una de las piedras
angulares del socialismo.
El estado de partido único que existe en Cuba es, por su propia
naturaleza, antitético a una democracia socialista. Su Constitución
consagra el monopolio político del Partido Comunista Cubano y
criminaliza al resto de partidos competidores. La Constitución también
consagra el monopolio del partido dominante sobre las organizaciones de
masas en Cuba, así como sobre los sindicatos y las organizaciones
femeninas, las cuales pasan a funcionar como correas de transmisión
ideológicas. Decreta como ilegales a toda organización independiente ya
se trate de sindicatos, de grupos de mujeres, de organizaciones
homosexuales, de negros y de otros grupos.
Landau puede citar el eslogan de Fidel Castro “Todo dentro de la
revolución; nada fuera de la revolución”, pero en el contexto del
sistema político cubano, este eslogan resulta falso y engañoso, pues
depende de la cúpula dirigente decidir qué y quién merece estar “dentro
de la revolución.” Conviene señalar que cuando se acuñó originalmente
esta consigna en 1961 fue acompañada de medidas represivas no únicamente
contra los contrarrevolucionarios, sino contra otros izquierdistas. Fue
entonces cuando se empleó esta nueva política cultural para cerrar Lunes
de Revolución, el suplemento político y literario del periódico
gubernamental Revolución, que publicaba a una amplia variedad de autores
independientes de la izquierda no comunista de todo el mundo. El
documental PM, que mostraba el placer apolítico de la vida nocturna de
los pobres de La Habana, dirigido por Saba Cabrera Infante, el hermano
de Guillero, el editor de Lunes, también fue censurado.
El verdadero daño económico inflingido por el bloqueo imperialista
estadounidense ha oscurecido las demás fuentes de problemas económicos
en Cuba: la ineficacia y el derroche inherentes a una administración
burocrática de la economía. La vieja máxima atribuida a los trabajadores
soviéticos y de Europa del Este de que “hacen ver que nos pagan y
nosotros hacemos ver que trabajamos” puede aplicarse enteramente a Cuba.
Existe una visible falta de atención, cuidado y mantenimiento en todos y
cada uno de los sectores de la propiedad pública. Aunque las
dificultades económicas y el bloqueo estadounidense puedan explicar la
falta de materiales de construcción para llevar a cabo ciertos trabajos
de mantenimiento, no explica la ausencia de sencillas actividades de
trabajo intensivo para los cuales no se requieren componentes o
capitales significativos, como limpiar, barrer y, en definitiva,
mantener una higiene básica en las instalaciones. El problema
fundamental en Cuba es la falta de iniciativa, motivación y disciplina
gerencial y laboral. Desde hace siglos el capitalismo ha desarrollado
sus propios métodos para hacer trabajar a los obreros con una cierta
competencia empleando alternativamente el palo (produce o te despedimos)
y la zanahoria (la promesa, si no el hecho, de salarios más altos y
promociones).
Ni el sistema cubano ni otros sistemas basados en el modelo soviético
han sido capaces de desarrollar un sistema de motivación paralelo a
éstos que al menos pudiera igualar la efectividad de los métodos
capitalistas. En este sistema igual de (si no más) burocrático y
jerárquico que el capitalismo, los trabajadores no comprenden -desde
luego no mejor que bajo el capitalismo- cuál es el sentido de la
producción. Uno de los “palos” de los que disponía la agencia de trabajo
gubernamental fue eliminado por la política de seguridad total en el
trabajo (excepto para aquellos que tengan problemas políticos con las
autoridades). La falta constante de bienes de consumo inherente al
sistema, característica de lo que el economista húngaro Janos Kornai
denominó “economías de escasez”, se ha encargado de eliminar una buena
parte de las “zanahorias”.
Desde los primeros años de la revolución, el régimen cubano ha
oscilado entre los así llamados incentivos “morales” y los “materiales”,
tratando de solucionar la falta de motivación entre los trabajadores y
campesinos cubanos. Pero nunca consideraron los “incentivos políticos”
de una apertura económica y política que permitiera a la sociedad un
control democrático, incluyendo el control del lugar de trabajo y de los
trabajadores. Nunca consideró la posibilidad de que participando y
controlando sus propias vidas productivas la gente empezaría a
interesarse y responsabilizarse de lo que hacen en el día a día; que
sólo entonces la gente empezaría a tomarse en serio lo que hace. La
democracia de los trabajadores no es sólo un bien en sí misma -la gente
controla sus propias vidas- sino que también puede ser una verdadera
fuerza productiva económica.
En vez de eso, la burocracia de la isla, desde su formación en la
década de los sesenta, ha conducido inevitablemente a la desinformación
sistemática, como ocurre con las estadísticas infladas de producción,
porque nadie quería responsabilizarse de los fracasos por no alcanzar
los objetivos de producción. Todo ello condujo a una pobre planificación
basada en datos imaginarios. La falta de una prensa y unos medios de
comunicación de masas verdaderamente independientes ha facilitado los
encubrimientos, la corrupción y la ineficacia. Estos problemas, comunes
a todos los sistemas burocráticos de corte soviético, fueron exacerbados
en Cuba debido a las intervenciones arbitrarias del comandante en jefe
en materia económica.
Aunque Fidel Castro es indudablemente un hombre con talento y muy
inteligente, no es el experto en todo lo que existe bajo el sol. El
balance general de sus intervenciones personales en materia económica ha
sido más bien negativo, como atestiguan su desastrosa campaña económica
para una cosecha de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970; el
predecible fracaso de las vacas híbridas F1 (un nuevo tipo de ganado)
llevada a cabo en contra de la opinión de los expertos ingleses que se
hizo traer a la isla; el gigantismo económico de proyectos como éstos y
como el derroche innecesario que supone construir una carretera de ocho
carriles que atraviesa buena parte de Cuba; y, más recientemente, en las
improvisaciones y trastornos económicos que fueron parte de su “batalla
de ideas”. La fuerte tendencia de Fidel Castro a la gestión del mínimo
detalle también ha silenciado y paralizado las iniciativas de la gente
responsable y capaz, demasiado temerosas de contradecirle. En general,
Castro creó un caos económico perfectamente evitable. Este tipo de caos
no tiene que confundirse con el caos creativo que puede resultar de una
participación entusiasta de las masas, en tal caso más que compensado
por la participación de las masas y el entusiasmo en lo que hacen. Un
derroche que se podría haber evitado es en el caso cubano un crimen
contra el tiempo, el esfuerzo y el sacrificio del pueblo trabajador.
Citando a Eduardo Galeano, Landau apunta que el desarrollo de la
democracia en Cuba ha sido bloqueado por las acciones del imperialismo
estadounidense contra la isla. No cabe duda de que la agresión
estadounidense fue y está siendo decisiva en la creación de un clima de
asedio en la isla que facilita el crecimiento de prácticas e ideas
antidemocráticas. Sin embargo, esta perspectiva priva sin darse cuenta
de ello a los líderes revolucionarios cubanos, como los hermanos Castro
y el Che Guevara, de cualquier responsabilidad ideológica y política.
Como he mostrado en mi libro The Origins of the Cuban Revolution
Reconsidered [Una revisión de los orígenes de la revolución cubana] (University
of North Carolina Press, 2006), antes de la victoria de la revolución
todos estos dirigentes tenían tendencias políticas e ideológicas claras,
si no ideas ya completamente definidas, sobre lo que harían una vez
alcanzaran el poder. Estas tendencias eran de todo punto incompatibles
con una perspectiva del socialismo que situara las ideas y prácticas de
una democracia obrera y campesina y de autogestión como prioridad
absoluta.
La estructura política existente está basada en el apoyo popular,
aunque éste ha declinado enormemente desde los primeros noventa. Pero la
estructura depende tanto de la manipulación de ese apoyo como de la
censura y de la represión. Hoy hay de 200 a 300 prisioneros políticos en
Cuba, la gran mayoría de los cuales han sido encarcelados por
actividades políticas de una naturaleza enteramente pacífica.
Recientemente, el 21 de abril, diez mujeres pertenecientes a la
organización “Mujeres de blanco” fueron arrestadas con dureza cuando se
manifestaban pacíficamente en apoyo a sus familiares encarcelados. El
gobierno mantiene que esas mujeres, y el resto de disidentes, están
influenciados y financiados por el imperialismo estadounidense. Incluso
si así fuera, la naturaleza pacífica de las actividades de estos
disidentes los convierte en materia política, no policial. Debería
debatirse abiertamente con la oposición frente al pueblo cubano, quien
debería ser el juez último en estas cuestiones.
Saul Landau dice que cuando los artistas e intelectuales cubanos
declararon que no tolerarían más la censura, la cúpula dirigente se
mostró de acuerdo con ellos. Pero nada se ha hecho para alterar los
planes institucionales que la censura cubana mantiene, particularmente
aquellos en los órganos de los medios de comunicación de masas bajo el
control de la ICRT (Instituto Cubano para la Radio y la Televisión). La
prensa, radio y televisión oficiales cubanas, por ejemplo, han guardado
silencio sobre las importantes protestas en la Universidad de Oriente
que tuvieron lugar en septiembre del 2007, así como sobre sus
consecuencias. Esta decisión es coherente con la larga historia de
censura de los medios de comunicación de masas, incluyendo el retraso de
varios días de la emisión de las noticias más relevantes (como la
invasión soviética de Afganistán en 1979), la prohibición durante
décadas de la música de Celia Cruz en las emisoras radiofónicas cubanas
y la extraordinariamente limitada y distorsionada cobertura de la
protesta de los intelectuales a principios del 2007.
Algunas veces la censura ha sido realmente burda. Un buen ejemplo de
ello fue el error deliberado en la traducción al castellano de la
crítica que Noam Chomsky hizo de la situación de los derechos humanos en
Cuba durante una aparición en la televisión cubana, en una visita que
hizo a la isla hace unos años. Otro ejemplo es la cobertura de la
reciente visita de Javier Bardem al país que hizo el periódico Juventud
Rebelde, en la que se daba una detallada biografía del actor español
omitiendo su primera nominación al Oscar por la interpretación del
escritor disidente cubano Reinaldo Arenas en Antes que anochezca de
Julian Schnabel. La censura refleja la falta de confianza del estado en
lo que el pueblo puede pensar y hacer cuando tiene acceso a información
sin filtrar.
La misma falta de verdad descansa en el acercamiento del régimen a
los derechos democráticos. Aunque es cierto, como Landau indica, que
Cuba ha firmado recientemente los acuerdos de las Naciones Unidas de los
derechos humanos y laborales, no existe ninguna prueba que sugiera que
el gobierno cubano trata de modificar la constitución y las leyes del
país para adecuarlas a estos nuevos compromisos internacionales. Esto
sólo puede ocurrir en el caso que las protestas abiertas desde abajo que
empezaron en el 2007 crezcan en fuerza e intensidad y se conviertan en
nacionales. De acuerdo a este último análisis, sólo a través de los
esfuerzos de las organizaciones populares independientes la mayoría de
la población puede defenderse contra los privilegios y abusos que
erosionan sus libertades y derechos civiles. Y lo mismo puede decirse
respecto al mantenimiento del igualitarismo y la solidaridad
indispensables al socialismo.
Sin embargo, la cuestión estriba no en una igualdad en la pobreza,
sino una igualdad con un mejor estilo de vida para todo el mundo. Landau
parece preocupado por si los cubanos “sucumbirán al brillante atractivo
del consumo de masas” o no. Además de prematuro, este juicio carece de
cualquier sentido de proporción: es insensible a las enormes diferencias
entre los cubanos de la isla y los consumidores norteamericanos,
obviamente mucho más ricos que aquéllos. “Consumir”, para la mayoría de
los cubanos de la isla, no quiere decir comprar sofisticados
electrodomésticos, sino que equivale, más bien, a la lucha diaria para
obtener materiales de construcción precarios con los que arreglar las
goteras de sus techos a medio desplomar, comer adecuadamente sin
necesidad de perder horas y horas en las colas, y moneda fuerte en la
compra de alimentos, y adquirir el caro y en ocasiones difícil de
conseguir jabón y otros artículos de baño que son esenciales para el
respeto propio y la dignidad humana en cualquier sociedad moderna.
Un socialismo sin democracia ni libertades civiles, donde la igualdad
se limita a compartir la pobreza, no es muy diferente de un panal en el
cual gobierna la abeja reina. En una sociedad como ese panal el
individualismo será con toda seguridad eliminado para todo el mundo
menos para la abeja reina, pero también lo serán el pluralismo político
y la individualidad. Que no es la misma cosa que el individualismo.
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(*)Saul Landau es un reconocido académico, escritor y cineasta que ha
tratado cuestiones nacionales e internacionales, es miembro del
Institute for Policy Studies desde 1972. Ha escrito 13 libros y miles de
artículos y críticas para la prensa, y realizado más de 40 películas y
reportajes de televisión sobre cuestiones sociales, políticas,
económicas e históricas. Farber es profesor emérito en la Cal Poly
Pomona University y colaborador de Foreign Policy in Focus. Samuel
Farber nació y se crió en Cuba. Su libro más reciente es The Origins of
the Cuban Revolution Reconsidered [Una revisión de los orígenes de la
revolución cubana] (University of North California Press). Colabora
regularmente con Foreign Policy in Focus.
Foreign Policy Focus, mayo 2008. Traducción para sinpermiso.info:
Àngel Ferrero
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