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Soldado pakistaní junto a
escombros de la pared de la Mezquita Roja, en pleno centro de la
capital paquistaní, el domingo 8 de Julio (Foto: Reuters) |
Nos hemos empecinado en vincular
la falta de democracia con el carácter islámico de esas poblaciones, la
desigualdad entre hombres y mujeres por imposición del islam, la debilidad del
laicismo porque son musulmanes, la violencia porque son fanáticos islámicos....
No estamos entendiendo nada y además, de manera insultante, estamos suponiendo
que a mil millones de musulmanes no les interesan la democracia, las libertades
ni los derechos. Y de nuestra ignorancia hemos hecho una certeza absoluta.
Por Gema Martín Muñoz -
Claves de Razón Práctica
En las primeras manifestaciones
desarrolladas en Pakistán en contra del bombardeo norteamericano de Afganistán
se pudieron leer varias pancartas en las que se decía: "!América piensa¡ ¿Por
qué te odiamos?" Estas dos frases contienen dos principios claves que han
faltado en la aproximación occidental al mundo musulmán: pensar y conocer.
Frente al regodeo en la facilona teoría del choque de civilizaciones, creada por
la intelligentsia norteamericana, deberíamos darnos cuenta de que la cuestión
está mucho más centrada en la memoria histórica y en la política.
Lo que más nos separa actualmente
del mundo musulmán es que no compartimos la misma memoria histórica porque hemos
vivido dos experiencias políticas muy diferentes pero trágicamente
interconectadas.Y es muy lamentable que haya tenido que ser un brutal atentado
terrorista el que ha resaltado de manera súbita esta realidad, que se debería
tener muy en cuenta si verdaderamente se quiere afrontar a largo plazo la
amenaza de ese terrorismo.
Nuestra enraizada visión culturalista y monolítica del mundo musulmán nos ha
llevado a seleccionar los aspectos negativos de esa parte del mundo, que sin
duda existen, explicándolos por un determinismo islámico insuperable a través
del cual nos afirmamos etnocéntricamente en nuestra modernidad y progreso
laicos. Nos hemos empecinado en vincular la falta de democracia con el carácter
islámico de esas poblaciones, la desigualdad entre hombres y mujeres por
imposición del islam, la debilidad del laicismo porque son musulmanes, la
violencia porque son fanáticos islámicos.... No estamos entendiendo nada y
además de manera insultante estamos suponiendo que a mil millones de musulmanes
no les interesan la democracia, las libertades ni los derechos. Y de nuestra
ignorancia hemos hecho una certeza absoluta que nos ha llevado a una memoria
histórica con respecto a este mundo fundada en la oposición cultural y religiosa
(reniegan de los valores de la civilización moderna!!), en tanto que la memoria
histórica de los musulmanes con respecto a Occidente (que bien poco nos ha
importado conocer, y de ahí las consecuencias) tiene unas raíces profundamente
políticas, y muchas de ellas directamente relacionadas con las causas por las
que esta parte del mundo no ha podido aún desembocar en un modelo político y
social satisfactorio para sus ciudadanías (colonización, división artificial de
los Estados-nación, creación de Israel, doble estándar con respecto a la
democracia y los derechos humanos, desprecio por el sufrimiento masivo de
poblaciones civiles, ya sean kurdos, palestinos, iraquíes, afganos).
Algunos dicen que el mundo musulmán ha quedado rehén de esa memoria histórica
sin saber superar el trauma del colonialismo y lograr modernizarse tomando los
valores modernos que ese colonialismo le descubrió abriendo un debate social y
político crítico; o que no ha sido capaz de resolver el problema de la
legitimidad política porque nunca se han desarrollado modelos que funcionaran; o
que los intelectuales no han cumplido su papel crítico ante la sociedad, y que
todo eso no es culpa de los Estados Unidos y Occidente.
Pero esto es sólo una verdad a medias. El mundo musulmán no es rehén del pasado
porque la injerencia exterior no se redujo sólo al colonialismo sino que se ha
prolongado hasta la actualidad, y de manera intensiva desde la Guerra del Golfo.
En el fracaso de todos los intentos por desarrollar modelos políticos en los que
se avanzaba hacia la democratización, ha habido una parte de responsabilidad
occidental: los primeros intentos de llevar adelante experiencias
constitucionales en el siglo XIX, en las provincias árabes de Túnez, Egipto o en
el propio centro del Imperio otomano con las reformas turcas, fueron saboteadas
por Francia e Inglaterra; las experiencias de gobierno liberal en la primera
mitad del siglo XX, en Egipto, Irak o Siria, fueron minadas en su funcionamiento
democrático en buena parte por los intereses de esas dos potencias europeas de
seguir tutelando sus antiguas colonias; el desastre del Líbano que le llevó a
una sangrienta guerra civil durante más de quince años tuvo sus raíces en la
construcción de un Estado para la hegemonía política cristiana maronita,
principal clientela de Francia en el Medio Oriente, frente a la mayoría
musulmana; tras el largo paréntesis de los gobiernos nacionalistas socialistas
(que hicieron honor al modelo autocrático soviético que los inspiró), los
gobiernos neoliberales han aplicado reformas de liberalización económica
acompañadas de un creciente despotismo político que es blanqueado por sus
aliados europeos y norteamericanos para desdicha de sus poblaciones diariamente
sometidas a una represión bárbara. Las elecciones más competitivas y
transparentes celebradas en esta parte del mundo, en la Argelia de 1991, fueron
dinamitadas por un golpe de Estado militar que contó con el aval de todo
occidente. Regímenes como el argelino, tunecino o egipcio (por poner los casos
más significativos) sobreviven utilizando la represión como sistema de control
social con el apoyo económico y político de Europa y los Estados Unidos, quienes
ignoran las permanentes violaciones de los derechos humanos que denuncian todas
las organizaciones internacionales, etc, etc. Quienes representan las
interpretaciones modernistas desde el marco del islam han sido perseguidos,
aniquilados o encarcelados, en tanto que esos regímenes, con un apoyo decisivo
por parte de Occidente, se han aliado de los sectores más ultraconservadores
convirtiéndoles en un islam oficial que bloquea cualquier reforma social
modernizadora.
En un país como, Irán donde existe un movimiento reformista modernizador y
liberal, lejos de apoyarlo para que se imponga a los sectores ultraconservadores,
se siguen manteniendo las sanciones por parte de Estados Unidos, a pesar de que
ese aislamiento y falta de ayuda económica sólo beneficia a la "vieja guardia"
revolucionaria. Se detiene inmediatamente la guerra del Golfo contra Saddam
Husein en el momento en que éste podía ser derrocado por la oposición más
representativa del país porque esa oposición estaba liderada por el sector
shiíta iraquí que no convenía a los intereses estratégicos de los Estados Unidos
en la zona. Se prefirió dejar al tirano y someter a Irak a un embargo que sólo
padece la población civil, expuesta además a la impunidad de un gobierno
tribalizado sin capacidad para actuar como potencia regional, que es lo que
interesa a Estados Unidos y a Israel, pero con gran capacidad para depredar a su
sociedad y la renta del país. Se establece un doble rasero con respecto al
cumplimiento de las resoluciones de la ONU, estrictamente exigidas a Irak y
completamente ignoradas para Israel con respecto a los derechos palestinos, a la
vez que se asumen los intereses estratégicos de Israel en la región y se adoptan
las visiones israelíes sobre quiénes son o no terroristas en la región.
Es decir, la política interior en esta parte del mundo está permanentemente
filtrada por la política exterior occidental y, si bien existen en efecto
múltiples responsabilidades por parte de las elites locales y sus intelectuales
orgánicos, éstos logran imponerse al librepensamiento, consiguen bloquear el
diálogo entre todos los modernistas -desde el pensamiento islámico al
secularizado- y se perpetúan ilegítimamente en el poder castigando a sus
poblaciones, por diversas causas endógenas pero también exógenas. Y estas
últimas a veces son definitivas y están enormemente presentes en el imaginario
de las poblaciones civiles musulmanas, que saben que en esta parte del mundo la
capacidad de influencia de los actores externos es enorme.
Por otro lado, desde el mundo occidental existe una impositiva cultura
enraizadamente judeo-cristiana a la hora de comportarse con respecto al mundo
musulmán. Por quedarnos en los acontecimientos actuales, la revancha y el "ojo
por ojo" está ocupando un espacio demasiado importante en la estrategia militar
decidida como primer paso en la lucha contra el terrorismo (alimentando en el
mismo sentido esa memoria histórica de los musulmanes del mundo); la utilización
del término "cruzada" para caracterizar la guerra contra el terrorismo global
muestra ese desconocimiento profundo de la memoria histórica del mundo musulmán
y se contradice con la machacona expresión de "esta no es una guerra contra el
islam"; y la utilización de conceptos como "la batalla del Bien contra el Mal",
"justicia infinita" o "Dios bendiga a América" remite a nuestro exclusivo
mandato divino para hacer justicia. Cuando desde el mundo musulmán se invoca a
Dios (al que siempre definimos como Alá, dando a entender que el Dios de los
musulmanes es distinto al nuestro, lo que es teológicamente falso) lo
consideramos la prueba de su lastre ante la modernidad y, sin embargo, estamos
recurriendo igualmente a la religión para justificar nuestras acciones.
Las manifestaciones en contra de los Estados Unidos que se están desarrollando
en muchas partes del mundo musulmán son el resultado de esa memoria histórica
acumulada y no un levantamiento contra la civilización occidental, o en todo
caso lo es pero contra el monopolio egoísta que los representantes de esa
civilización hacen del derecho internacional, la democracia, el desarrollo
económico y el estado de derecho. Y no nos engañemos pensando que esas
manifestaciones representan sólo a minorías radicales defensoras de Ben Laden
porque ésa es sólo la punta del iceberg -mediáticamente sobredimensionada- de lo
que es una expresión extensible a prácticamente toda la sociedad civil harta del
doble rasero y la injusticia. Ben Laden es parcialmente el símbolo en esas
manifestaciones, pero en absoluto la causa.
Lo que es de una importancia extrema en este momento tan complejo y lleno de
enormes riesgos es si se va a dejar que sean los representantes del radicalismo
en el mundo musulmán los que se beneficien oportunistamente de esa memoria
histórica o si, por el contrario, va a haber un cambio estratégico, y no sólo
táctico, en la política internacional para construir un proceso histórico nuevo.
Debe quedar muy claro que no se puede luchar contra el terrorismo sin modificar
la política occidental en el mundo musulmán. Hemos llegado a un punto sin
retorno en este sentido y si los líderes europeos y norteamericanos no integran
en sus objetivos nuevas líneas de comportamiento político en esta parte del
mundo que tengan en cuenta el factor humano, sus aspiraciones democráticas y la
defensa a ultranza del estado de derecho, esto va a ser una catástrofe para los
musulmanes y para los occidentales. Bombardear Afganistán no ha sido un buen
comienzo.
Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico"
La coletilla de "esto no es una guerra contra el islam y los musulmanes" no
tiene ningún valor por sí misma, pronunciada de manera retórica sin una
reflexión sobre lo que se está diciendo, y menos aún si seguimos hablando de
terrorismo "islámico". El hecho de decirlo muestra ya que el universo musulmán
no está siendo juzgado con los mismos parámetros que el judaísmo y el
cristianismo. Si los terroristas hubiesen sido miembros de grupos judíos o
cristianos, se les habría definido de fanáticos y extremistas. Punto. Pero el
estigma de lo islámico ha sido tan abusivamente extendido desde la revolución
islámica de Irán que ahora nos damos cuenta de que hemos demonizado globalmente
a los musulmanes al comprobar las reacciones de racismo que están teniendo lugar
contra quienes viven en Europa y América nada más tener lugar los atentados. Y
si no es una guerra contra el islam y los musulmanes, muy bien, pero entonces
contra quién es.
Ahí nos encontramos con un crucial problema de definición. La amalgama que se ha
construido en torno al "fundamentalismo islámico", primero, y entre éste y el
terrorismo después, nos ha hecho caer en la trampa de no saber hoy día de
quienes estamos hablando, y lo que es peor, nos puede llevar a provocar más
injusticias si no se tiene claro quiénes son los objetivos de una lucha que se
promete larga y mundializada.
Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico" tendría que ser el primer
cambio a llevar a cabo, estableciendo bien las enormes diferencias que existen
entre los actores del ámbito islámico y los diversos entornos en los que actúan.
Asimismo, imponer el estado de derecho a los regímenes que lo ignoran y
desprecian diariamente, sería otro paso necesario para evitar las
interpretaciones interesadas de lo que es terrorismo, en una parte del mundo
donde se ha dado un uso abusivo del término para aniquilar a oposiciones
políticas ajenas al recurso de la violencia, o para estigmatizar a movimientos
de resistencia anticolonial.
En el mundo árabe y musulmán entre los sectores más ultraconservadores e
integristas destacan los ulemas tradicionalistas, los cuales no desempeñan un
papel político de oposición sino de alianza con los gobiernos autocráticos en el
mundo musulmán. No son islamistas, sino que tienen una relación de conflicto con
ellos. Estos ulemas proceden de las instituciones islámicas oficiales y son
nombrados por los gobiernos para componer los denominados Consejos Superiores de
Ulemas. Están funcionarizados y al servicio del poder. Los gobiernos los
utilizan como correas de transmisión con la sociedad a fin de que los avalen
políticamente y les permitan tener el monopolio del uso político de la religión.
A cambio, los gobiernos les permiten ejercer el control sobre el modelo social y
convertirse en los censores de la sociedad y los guardianes de la tradición,
bloqueando todo cambio y reforma social o cualquier interpretación modernista
del islam. Así se da la paradoja de que son los actores islámicos menos
politizados y aliados de los gobiernos despóticos, a su vez aliados de Occidente
en su mayoría, los principales responsables de que no se avance en la
modernización de la sociedad, en tanto que cuando se habla de "fundamentalismo
islámico" el mundo occidental sobreentiende que se trata de los movimientos de
oposición política que representan sobre todo los islamistas. Y lejos de lo que
se piensa, estos movimientos islamistas tienen un potencial modernizador mucho
mayor y son en su inmensa mayoría ajenos a la violencia.
El islamismo procede de una tendencia de pensamiento reformista musulmán que
empezó a desarrollarse en el siglo XIX cuando la decadencia del Imperio Otomano
motivó a las élites intelectuales árabes a buscar nuevos proyectos de
renovación. Para algunos la solución estaba en imitar el modelo liberal europeo,
pero para otros la respuesta estaba en modernizar el islam con una nueva
interpretación. Con la creación de los Hermanos Musulmanes en Egipto a finales
de los años veinte, se empezó a dar una organización política a ese pensamiento
teórico, dando origen al movimiento islamista. Los islamistas van a defender un
orden islámico pero sin negar una interpretación contemporaneista que se adapte
a la realidad del momento.
Hoy día podemos hablar de la tercera generación de islamistas si partimos desde
el momento en que Hasan al-Banna fundó en Egipto, en 1928, la Asociación de los
Hermanos Musulmanes. La primera generación formó parte del movimiento nacional
de liberación contra la dominación colonial: los Hermanos Musulmanes
participaron activamente en la lucha nacional contra los británicos y en la
primera guerra de Palestina en 1948, y su representación alcanzaba los tres
millones de militantes en el momento del golpe de Estado de los Oficiales Libres
en 1952. De manera similar ocurrirá en otras geografías árabes: en Irak, el
liderazgo religioso shiita ha pasado a la historia del país como un actor
indisociable de la conocida “revolución de 1920” contra la imposición del
gobierno británico; y en Argelia, una corriente del FLN que luchó en la guerra
de liberación procedía del Movimiento salafí de Ben Badis de los Ulemas de
Argelia.
Tras las independencias los movimientos nacionalistas monopolizaron el Estado.
En muchos países del mundo árabe las élites nacionalistas y militares de
tendencia secularizadora que dominaron el aparato del Estado expulsaron del
mismo a las corrientes islamistas experimentándose importantes cambios en su
seno como consecuencia de la vivencia de la represión del Estado contra ellos.
El naserismo, el ba‘zismo, el kemalismo o el régimen del shah en Irán surgirán
como inmisericordes rivales políticos y la segunda generación islamista conocerá
la experiencia del encarcelamiento, la aniquilación y el exilio de la mano de
sus camaradas de antaño en la lucha anticolonial. Mientras para la primera
generación el adversario principal era “externo” -las potencias coloniales-,
para la segunda generación el adversario será musulmán: los gobiernos
socialistas autocráticos que los ilegalizan y reprimen.
Su persecución y represión va a influir en la aparición de una corriente radical
islamista en la que lo prioritario dejará de ser la reforma de la sociedad para
serlo el derrocamiento del poder, y marcará el comienzo de disensiones entre la
primera generación y algunos sectores más jóvenes endurecidos por las practicas
represivas de los regímenes socialistas árabes.
Este será el origen del nacimiento de los movimientos islamistas violentos en
ruptura y confrontación con la tendencia madre reformista de los Hermanos
Musulmanes, que denunciará su concepción radical y violenta hasta la actualidad.
Es más, en este momento se va a producir un profundo cisma entre reformistas y
extremistas, que se acrecentará a medida que tengan lugar acciones terroristas.
Estos grupos radicales clandestinos, con una concepción islámica rigorista e
intolerante y en gran desconexión con la sociedad, han sido siempre muy
minoritarios con respecto a la corriente reformista, y han centrado el blanco de
su violencia en los regímenes árabes, siendo el asesinato de Anwar al-Sadat de
mano de la Jihad Islámica egipcia el más espectacular en ese sentido.
A partir de entonces dos van a ser los itinerarios islamistas, según se trate de
extremistas o reformistas. Desde el sector extremista una serie de grupos
nacidos en los años setenta seguirán centrando su acción en su propio marco
nacional, en tanto que en los ochenta surgía una nueva generación criada en la
guerra de Afganistán. Entre los primeros, grupos como el Partido de la
Liberación Islámica, al que se conoce por llevar a cabo un primer atentado sin
éxito contra el presidente Anuar al-Sadat en 1974 y haber sido acusado en
Jordania de intento de complot contra el trono en 1993, Al-Jihad, ubicado
principalmente en Egipto, Palestina y Líbano (en este país actuó principalmente
durante la guerra civil libanesa realizando múltiples secuestros) y Takfir wa
Hiyra, actuarán independientemente y desde los años setenta nacen, desaparecen,
se reestructuran, o incluso en ocasiones no son sino una sigla que oculta a los
verdaderos promotores no siempre islamistas de la violencia.
En otras ocasiones el grupo extremista es exclusivamente autóctono y antes de
radicalizarse cohabitó con el sistema, como es el caso de las Gama`at islamiyya
de Egipto desarrolladas inicialmente en el ámbito urbano y estudiantil hasta que
el acuerdo de paz con Israel en 1979 y la acogida del shah de Persia en el país,
tras ser expulsado por la revolución islámica, pusieron fin al modus vivendi que
hasta entonces había prevalecido entre el régimen de Sadat y las Gama`at.
La invasión soviética de Afganistán en 1979 en plena guerra fría va a llevar a
EEUU junto con sus regímenes musulmanes aliados a crear, organizar y financiar
una guerrilla islamista, en ferviente oposición ideológica con el comunismo,
para que luche contra los soviéticos en Afganistán. Reclutados en todo el mundo
árabe y musulmán, y adoctrinados por Arabia Saudita en torno de una concepción
islámica radical de la "guerra santa", los combatientes islámicos en Afganistán,
entre los que se contó Osama ben Laden, van a ser los aliados de EEUU en esa
guerra contra la URSS. Pero esa experiencia va a ser el germen de la
radicalización de esos veteranos de la guerra de Afganistán que, adoctrinados en
un islam rigorista e intransigente, vivirán la exhaltación de la victoria del
islam sobre el comunismo y la experiencia del triunfo a través del combate.
Cuando vuelvan a sus respectivos países de origen van a rechazar la moderación
de los grandes partidos islamistas reformistas donde podrían integrarse, y van a
nutrir las ramas radicales y violentas. Los "afganos", como desde entonces se
los llamará, van a mantener lazos entre sí desde sus diferentes países y de
ellos surgirá la trama de Osama ben Laden, quien se acabará caracterizando por
trasladar su acción del ámbito árabe-musulmán hacia una potencia exterior como
EEUU, consecuencia de la Guerra del Golfo.
En Arabia Saudita ya se había manifestado una oposición islamista contra el
régimen desde 1979, achacándole su corrupción y desvió del auténtico islam a
pesar de arrogarse la representación y vigilancia de los santos lugares, pero
sobre todo comenzarán a expresarse de manera violenta en los últimos años a
través de atentados contra la presencia norteamericana en el país, incrementada
como en ningún otro país musulmán desde la Guerra del Golfo. El valor sagrado
simbólico que tiene esta región, con La Meca y Medina en su interior, ha
radicalizado la reacción contra esa presencia exterior. Osama ben Laden
organizará su trama desde esa doble articulación afgana y saudita, sin que
existan lazos con los otros movimientos extremistas anteriores, sino más bien la
tránsfuga de individuos concretos.
Sin embargo, los talibanes ni se pueden considerar un movimiento islamista ni
surgieron vinculados al movimiento de Ben Laden. Los talibanes son un movimiento
creado por el Estado paquistaní con apoyo del Estado saudita, tradicional aliado
de Pakistán y con el que comparte una muy parecida interpretación islámica
ultraconservadora y rigorista. Desde la independencia de Pakistán en 1947, este
país ha tenido un conflicto endémico con la India por la cuestión de Cachemira y
ha buscado siempre garantizarse el control y la estabilidad de su otra frontera
oeste con Afganistán, perturbada por la expansión del nacionalismo unitario
pashtún. Los designios coloniales británicos dividieron en dos partes, entre la
India bajo colonización inglesa y Afganistán, un área étnica y culturalmente
homogénea pashtún. Cuando se separó Pakistán de la India, el nacionalismo
pashtún siguió denunciando esa frontera artificial y planteando a Pakistán
serios problemas de estabilidad. De ahí que Pakistán haya buscado siempre
garantizarse una especie de alianza tutelada con Afganistán. La invasión
soviética de Afganistán puso en riesgo dicha estabilidad en un marco de guerra
fría en que Pakistán pertenecía a la órbita norteamericana. Fue entonces cuando
el presidente paquistaní de la época recibió de los EEUU una propuesta muy
similar a la que actualmente han planteado a su sucesor, Musharraf. El también
general Zia ul-Haq fue reclamado por los EEUU para que desempeñase un papel
sustancial en el apoyo y financiación de la guerrilla islámica afgana contra los
soviéticos.
Con el apoyo americano el régimen militar de ul-Haq logró legitimidad
internacional y una enorme ayuda económica que le permitía paliar la aguda
crisis económica y social de su país, a la vez que trataba de recuperar a su
favor a Afganistán. Pero parte de la ayuda internacional fue también utilizada
para reislamizar aún más su país creando multitud de escuelas religiosas (madrasas)
ultratradicionalistas. Esos estudiantes estaban llamados a ser la base social
del despótico régimen paquistaní, que reprimía sin miramientos a toda la
oposición política del país, y el escudo contra la ideología comunista. Cuando
en 1992 la resistencia islámica afgana venció a los soviéticos, los EEUU y sus
aliados occidentales abandonaron a su suerte a los mujahidines mientras, de
hecho, una guerra de facciones acababa dominando la situación interna afgana.
Pakistán se implicó intensivamente en esa guerra civil apoyando y financiando al
movimiento de estudiantes religiosos talibanes dirigidos por el guía carismático
Mohammed Omar, para lograr imponer un gobierno estable en Afganistán bajo su
tutela. Entre 1995 y 1996 los talibanes se impusieron como gobernantes en
Afganistán. Para Pakistán, los EEUU y las empresas petrolíferas internacionales
significaban una apuesta estratégica para garantizar el transporte de petróleo y
gas del Asia Central al Golfo Pérsico. Unido a esto, Arabia Saudita, Pakistán y
los EEUU marginaban a su común enemigo estratégico, Irán, quien también tiene
gran capacidad de influencia en Afganistán por las largas raíces históricas que
lo unen a este país. El problema ha surgido de la impredecible y progresiva
independencia que los talibanes han desarrollado hasta acabar enfrentados con
los EEUU por su complicidad con Osama ben Laden, pero no porque su régimen sea
aberrante y dictatorial. Al fin y al cabo no es sino una versión más primaria y
tribal del modelo saudita y pakistaní que nunca han dejado de apoyar.
El problema está en que ahora Pakistán, un país con un elevadísimo índice de
pobreza y un sistema arbitrario completamente al margen de la ley, se enfrenta a
un gran riesgo de desestabilización interna porque no es capaz de cohesionar a
su favor a todos esos movimientos religiosos que ha creado, como antaño hizo en
contra de un enemigo comunista exterior. Por el contrario, se oponen
radicalmente a que otra fuerza exterior bombardee y aniquile a un movimiento con
el que tienen identidad ideológica y al que consideran libertador.
* La autora es profesora de
Sociología del Mundo Arabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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(*) La autora es profesora de
Sociología del Mundo Arabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.