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INTERNACIONAL  

 

Occidente y los islamistas: las razones políticas del conflicto

 
 

(IAR-Noticias) 11-Julio-07

Soldado pakistaní junto a  escombros de la pared de la  Mezquita Roja, en pleno centro de la capital paquistaní, el domingo 8 de Julio  (Foto: Reuters)

Nos hemos empecinado en vincular la falta de democracia con el carácter islámico de esas poblaciones, la desigualdad entre hombres y mujeres por imposición del islam, la debilidad del laicismo porque son musulmanes, la violencia porque son fanáticos islámicos.... No estamos entendiendo nada y además, de manera insultante, estamos suponiendo que a mil millones de musulmanes no les interesan la democracia, las libertades ni los derechos. Y de nuestra ignorancia hemos hecho una certeza absoluta.

Por Gema Martín Muñoz - Claves de Razón Práctica

En las primeras manifestaciones desarrolladas en Pakistán en contra del bombardeo norteamericano de Afganistán se pudieron leer varias pancartas en las que se decía: "!América piensa¡ ¿Por qué te odiamos?" Estas dos frases contienen dos principios claves que han faltado en la aproximación occidental al mundo musulmán: pensar y conocer. Frente al regodeo en la facilona teoría del choque de civilizaciones, creada por la intelligentsia norteamericana, deberíamos darnos cuenta de que la cuestión está mucho más centrada en la memoria histórica y en la política.

Lo que más nos separa actualmente del mundo musulmán es que no compartimos la misma memoria histórica porque hemos vivido dos experiencias políticas muy diferentes pero trágicamente interconectadas.Y es muy lamentable que haya tenido que ser un brutal atentado terrorista el que ha resaltado de manera súbita esta realidad, que se debería tener muy en cuenta si verdaderamente se quiere afrontar a largo plazo la amenaza de ese terrorismo.

Nuestra enraizada visión culturalista y monolítica del mundo musulmán nos ha llevado a seleccionar los aspectos negativos de esa parte del mundo, que sin duda existen, explicándolos por un determinismo islámico insuperable a través del cual nos afirmamos etnocéntricamente en nuestra modernidad y progreso laicos. Nos hemos empecinado en vincular la falta de democracia con el carácter islámico de esas poblaciones, la desigualdad entre hombres y mujeres por imposición del islam, la debilidad del laicismo porque son musulmanes, la violencia porque son fanáticos islámicos.... No estamos entendiendo nada y además de manera insultante estamos suponiendo que a mil millones de musulmanes no les interesan la democracia, las libertades ni los derechos. Y de nuestra ignorancia hemos hecho una certeza absoluta que nos ha llevado a una memoria histórica con respecto a este mundo fundada en la oposición cultural y religiosa (reniegan de los valores de la civilización moderna!!), en tanto que la memoria histórica de los musulmanes con respecto a Occidente (que bien poco nos ha importado conocer, y de ahí las consecuencias) tiene unas raíces profundamente políticas, y muchas de ellas directamente relacionadas con las causas por las que esta parte del mundo no ha podido aún desembocar en un modelo político y social satisfactorio para sus ciudadanías (colonización, división artificial de los Estados-nación, creación de Israel, doble estándar con respecto a la democracia y los derechos humanos, desprecio por el sufrimiento masivo de poblaciones civiles, ya sean kurdos, palestinos, iraquíes, afganos).

Algunos dicen que el mundo musulmán ha quedado rehén de esa memoria histórica sin saber superar el trauma del colonialismo y lograr modernizarse tomando los valores modernos que ese colonialismo le descubrió abriendo un debate social y político crítico; o que no ha sido capaz de resolver el problema de la legitimidad política porque nunca se han desarrollado modelos que funcionaran; o que los intelectuales no han cumplido su papel crítico ante la sociedad, y que todo eso no es culpa de los Estados Unidos y Occidente.

Pero esto es sólo una verdad a medias. El mundo musulmán no es rehén del pasado porque la injerencia exterior no se redujo sólo al colonialismo sino que se ha prolongado hasta la actualidad, y de manera intensiva desde la Guerra del Golfo. En el fracaso de todos los intentos por desarrollar modelos políticos en los que se avanzaba hacia la democratización, ha habido una parte de responsabilidad occidental: los primeros intentos de llevar adelante experiencias constitucionales en el siglo XIX, en las provincias árabes de Túnez, Egipto o en el propio centro del Imperio otomano con las reformas turcas, fueron saboteadas por Francia e Inglaterra; las experiencias de gobierno liberal en la primera mitad del siglo XX, en Egipto, Irak o Siria, fueron minadas en su funcionamiento democrático en buena parte por los intereses de esas dos potencias europeas de seguir tutelando sus antiguas colonias; el desastre del Líbano que le llevó a una sangrienta guerra civil durante más de quince años tuvo sus raíces en la construcción de un Estado para la hegemonía política cristiana maronita, principal clientela de Francia en el Medio Oriente, frente a la mayoría musulmana; tras el largo paréntesis de los gobiernos nacionalistas socialistas (que hicieron honor al modelo autocrático soviético que los inspiró), los gobiernos neoliberales han aplicado reformas de liberalización económica acompañadas de un creciente despotismo político que es blanqueado por sus aliados europeos y norteamericanos para desdicha de sus poblaciones diariamente sometidas a una represión bárbara. Las elecciones más competitivas y transparentes celebradas en esta parte del mundo, en la Argelia de 1991, fueron dinamitadas por un golpe de Estado militar que contó con el aval de todo occidente. Regímenes como el argelino, tunecino o egipcio (por poner los casos más significativos) sobreviven utilizando la represión como sistema de control social con el apoyo económico y político de Europa y los Estados Unidos, quienes ignoran las permanentes violaciones de los derechos humanos que denuncian todas las organizaciones internacionales, etc, etc. Quienes representan las interpretaciones modernistas desde el marco del islam han sido perseguidos, aniquilados o encarcelados, en tanto que esos regímenes, con un apoyo decisivo por parte de Occidente, se han aliado de los sectores más ultraconservadores convirtiéndoles en un islam oficial que bloquea cualquier reforma social modernizadora.

En un país como, Irán donde existe un movimiento reformista modernizador y liberal, lejos de apoyarlo para que se imponga a los sectores ultraconservadores, se siguen manteniendo las sanciones por parte de Estados Unidos, a pesar de que ese aislamiento y falta de ayuda económica sólo beneficia a la "vieja guardia" revolucionaria. Se detiene inmediatamente la guerra del Golfo contra Saddam Husein en el momento en que éste podía ser derrocado por la oposición más representativa del país porque esa oposición estaba liderada por el sector shiíta iraquí que no convenía a los intereses estratégicos de los Estados Unidos en la zona. Se prefirió dejar al tirano y someter a Irak a un embargo que sólo padece la población civil, expuesta además a la impunidad de un gobierno tribalizado sin capacidad para actuar como potencia regional, que es lo que interesa a Estados Unidos y a Israel, pero con gran capacidad para depredar a su sociedad y la renta del país. Se establece un doble rasero con respecto al cumplimiento de las resoluciones de la ONU, estrictamente exigidas a Irak y completamente ignoradas para Israel con respecto a los derechos palestinos, a la vez que se asumen los intereses estratégicos de Israel en la región y se adoptan las visiones israelíes sobre quiénes son o no terroristas en la región.

Es decir, la política interior en esta parte del mundo está permanentemente filtrada por la política exterior occidental y, si bien existen en efecto múltiples responsabilidades por parte de las elites locales y sus intelectuales orgánicos, éstos logran imponerse al librepensamiento, consiguen bloquear el diálogo entre todos los modernistas -desde el pensamiento islámico al secularizado- y se perpetúan ilegítimamente en el poder castigando a sus poblaciones, por diversas causas endógenas pero también exógenas. Y estas últimas a veces son definitivas y están enormemente presentes en el imaginario de las poblaciones civiles musulmanas, que saben que en esta parte del mundo la capacidad de influencia de los actores externos es enorme.

Por otro lado, desde el mundo occidental existe una impositiva cultura enraizadamente judeo-cristiana a la hora de comportarse con respecto al mundo musulmán. Por quedarnos en los acontecimientos actuales, la revancha y el "ojo por ojo" está ocupando un espacio demasiado importante en la estrategia militar decidida como primer paso en la lucha contra el terrorismo (alimentando en el mismo sentido esa memoria histórica de los musulmanes del mundo); la utilización del término "cruzada" para caracterizar la guerra contra el terrorismo global muestra ese desconocimiento profundo de la memoria histórica del mundo musulmán y se contradice con la machacona expresión de "esta no es una guerra contra el islam"; y la utilización de conceptos como "la batalla del Bien contra el Mal", "justicia infinita" o "Dios bendiga a América" remite a nuestro exclusivo mandato divino para hacer justicia. Cuando desde el mundo musulmán se invoca a Dios (al que siempre definimos como Alá, dando a entender que el Dios de los musulmanes es distinto al nuestro, lo que es teológicamente falso) lo consideramos la prueba de su lastre ante la modernidad y, sin embargo, estamos recurriendo igualmente a la religión para justificar nuestras acciones.

Las manifestaciones en contra de los Estados Unidos que se están desarrollando en muchas partes del mundo musulmán son el resultado de esa memoria histórica acumulada y no un levantamiento contra la civilización occidental, o en todo caso lo es pero contra el monopolio egoísta que los representantes de esa civilización hacen del derecho internacional, la democracia, el desarrollo económico y el estado de derecho. Y no nos engañemos pensando que esas manifestaciones representan sólo a minorías radicales defensoras de Ben Laden porque ésa es sólo la punta del iceberg -mediáticamente sobredimensionada- de lo que es una expresión extensible a prácticamente toda la sociedad civil harta del doble rasero y la injusticia. Ben Laden es parcialmente el símbolo en esas manifestaciones, pero en absoluto la causa.

Lo que es de una importancia extrema en este momento tan complejo y lleno de enormes riesgos es si se va a dejar que sean los representantes del radicalismo en el mundo musulmán los que se beneficien oportunistamente de esa memoria histórica o si, por el contrario, va a haber un cambio estratégico, y no sólo táctico, en la política internacional para construir un proceso histórico nuevo. Debe quedar muy claro que no se puede luchar contra el terrorismo sin modificar la política occidental en el mundo musulmán. Hemos llegado a un punto sin retorno en este sentido y si los líderes europeos y norteamericanos no integran en sus objetivos nuevas líneas de comportamiento político en esta parte del mundo que tengan en cuenta el factor humano, sus aspiraciones democráticas y la defensa a ultranza del estado de derecho, esto va a ser una catástrofe para los musulmanes y para los occidentales. Bombardear Afganistán no ha sido un buen comienzo.

Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico"

La coletilla de "esto no es una guerra contra el islam y los musulmanes" no tiene ningún valor por sí misma, pronunciada de manera retórica sin una reflexión sobre lo que se está diciendo, y menos aún si seguimos hablando de terrorismo "islámico". El hecho de decirlo muestra ya que el universo musulmán no está siendo juzgado con los mismos parámetros que el judaísmo y el cristianismo. Si los terroristas hubiesen sido miembros de grupos judíos o cristianos, se les habría definido de fanáticos y extremistas. Punto. Pero el estigma de lo islámico ha sido tan abusivamente extendido desde la revolución islámica de Irán que ahora nos damos cuenta de que hemos demonizado globalmente a los musulmanes al comprobar las reacciones de racismo que están teniendo lugar contra quienes viven en Europa y América nada más tener lugar los atentados. Y si no es una guerra contra el islam y los musulmanes, muy bien, pero entonces contra quién es.

Ahí nos encontramos con un crucial problema de definición. La amalgama que se ha construido en torno al "fundamentalismo islámico", primero, y entre éste y el terrorismo después, nos ha hecho caer en la trampa de no saber hoy día de quienes estamos hablando, y lo que es peor, nos puede llevar a provocar más injusticias si no se tiene claro quiénes son los objetivos de una lucha que se promete larga y mundializada.

Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico" tendría que ser el primer cambio a llevar a cabo, estableciendo bien las enormes diferencias que existen entre los actores del ámbito islámico y los diversos entornos en los que actúan. Asimismo, imponer el estado de derecho a los regímenes que lo ignoran y desprecian diariamente, sería otro paso necesario para evitar las interpretaciones interesadas de lo que es terrorismo, en una parte del mundo donde se ha dado un uso abusivo del término para aniquilar a oposiciones políticas ajenas al recurso de la violencia, o para estigmatizar a movimientos de resistencia anticolonial.

En el mundo árabe y musulmán entre los sectores más ultraconservadores e integristas destacan los ulemas tradicionalistas, los cuales no desempeñan un papel político de oposición sino de alianza con los gobiernos autocráticos en el mundo musulmán. No son islamistas, sino que tienen una relación de conflicto con ellos. Estos ulemas proceden de las instituciones islámicas oficiales y son nombrados por los gobiernos para componer los denominados Consejos Superiores de Ulemas. Están funcionarizados y al servicio del poder. Los gobiernos los utilizan como correas de transmisión con la sociedad a fin de que los avalen políticamente y les permitan tener el monopolio del uso político de la religión. A cambio, los gobiernos les permiten ejercer el control sobre el modelo social y convertirse en los censores de la sociedad y los guardianes de la tradición, bloqueando todo cambio y reforma social o cualquier interpretación modernista del islam. Así se da la paradoja de que son los actores islámicos menos politizados y aliados de los gobiernos despóticos, a su vez aliados de Occidente en su mayoría, los principales responsables de que no se avance en la modernización de la sociedad, en tanto que cuando se habla de "fundamentalismo islámico" el mundo occidental sobreentiende que se trata de los movimientos de oposición política que representan sobre todo los islamistas. Y lejos de lo que se piensa, estos movimientos islamistas tienen un potencial modernizador mucho mayor y son en su inmensa mayoría ajenos a la violencia.

El islamismo procede de una tendencia de pensamiento reformista musulmán que empezó a desarrollarse en el siglo XIX cuando la decadencia del Imperio Otomano motivó a las élites intelectuales árabes a buscar nuevos proyectos de renovación. Para algunos la solución estaba en imitar el modelo liberal europeo, pero para otros la respuesta estaba en modernizar el islam con una nueva interpretación. Con la creación de los Hermanos Musulmanes en Egipto a finales de los años veinte, se empezó a dar una organización política a ese pensamiento teórico, dando origen al movimiento islamista. Los islamistas van a defender un orden islámico pero sin negar una interpretación contemporaneista que se adapte a la realidad del momento.

Hoy día podemos hablar de la tercera generación de islamistas si partimos desde el momento en que Hasan al-Banna fundó en Egipto, en 1928, la Asociación de los Hermanos Musulmanes. La primera generación formó parte del movimiento nacional de liberación contra la dominación colonial: los Hermanos Musulmanes participaron activamente en la lucha nacional contra los británicos y en la primera guerra de Palestina en 1948, y su representación alcanzaba los tres millones de militantes en el momento del golpe de Estado de los Oficiales Libres en 1952. De manera similar ocurrirá en otras geografías árabes: en Irak, el liderazgo religioso shiita ha pasado a la historia del país como un actor indisociable de la conocida “revolución de 1920” contra la imposición del gobierno británico; y en Argelia, una corriente del FLN que luchó en la guerra de liberación procedía del Movimiento salafí de Ben Badis de los Ulemas de Argelia.

Tras las independencias los movimientos nacionalistas monopolizaron el Estado. En muchos países del mundo árabe las élites nacionalistas y militares de tendencia secularizadora que dominaron el aparato del Estado expulsaron del mismo a las corrientes islamistas experimentándose importantes cambios en su seno como consecuencia de la vivencia de la represión del Estado contra ellos. El naserismo, el ba‘zismo, el kemalismo o el régimen del shah en Irán surgirán como inmisericordes rivales políticos y la segunda generación islamista conocerá la experiencia del encarcelamiento, la aniquilación y el exilio de la mano de sus camaradas de antaño en la lucha anticolonial. Mientras para la primera generación el adversario principal era “externo” -las potencias coloniales-, para la segunda generación el adversario será musulmán: los gobiernos socialistas autocráticos que los ilegalizan y reprimen.

Su persecución y represión va a influir en la aparición de una corriente radical islamista en la que lo prioritario dejará de ser la reforma de la sociedad para serlo el derrocamiento del poder, y marcará el comienzo de disensiones entre la primera generación y algunos sectores más jóvenes endurecidos por las practicas represivas de los regímenes socialistas árabes.

Este será el origen del nacimiento de los movimientos islamistas violentos en ruptura y confrontación con la tendencia madre reformista de los Hermanos Musulmanes, que denunciará su concepción radical y violenta hasta la actualidad. Es más, en este momento se va a producir un profundo cisma entre reformistas y extremistas, que se acrecentará a medida que tengan lugar acciones terroristas. Estos grupos radicales clandestinos, con una concepción islámica rigorista e intolerante y en gran desconexión con la sociedad, han sido siempre muy minoritarios con respecto a la corriente reformista, y han centrado el blanco de su violencia en los regímenes árabes, siendo el asesinato de Anwar al-Sadat de mano de la Jihad Islámica egipcia el más espectacular en ese sentido.

A partir de entonces dos van a ser los itinerarios islamistas, según se trate de extremistas o reformistas. Desde el sector extremista una serie de grupos nacidos en los años setenta seguirán centrando su acción en su propio marco nacional, en tanto que en los ochenta surgía una nueva generación criada en la guerra de Afganistán. Entre los primeros, grupos como el Partido de la Liberación Islámica, al que se conoce por llevar a cabo un primer atentado sin éxito contra el presidente Anuar al-Sadat en 1974 y haber sido acusado en Jordania de intento de complot contra el trono en 1993, Al-Jihad, ubicado principalmente en Egipto, Palestina y Líbano (en este país actuó principalmente durante la guerra civil libanesa realizando múltiples secuestros) y Takfir wa Hiyra, actuarán independientemente y desde los años setenta nacen, desaparecen, se reestructuran, o incluso en ocasiones no son sino una sigla que oculta a los verdaderos promotores no siempre islamistas de la violencia.

En otras ocasiones el grupo extremista es exclusivamente autóctono y antes de radicalizarse cohabitó con el sistema, como es el caso de las Gama`at islamiyya de Egipto desarrolladas inicialmente en el ámbito urbano y estudiantil hasta que el acuerdo de paz con Israel en 1979 y la acogida del shah de Persia en el país, tras ser expulsado por la revolución islámica, pusieron fin al modus vivendi que hasta entonces había prevalecido entre el régimen de Sadat y las Gama`at.

La invasión soviética de Afganistán en 1979 en plena guerra fría va a llevar a EEUU junto con sus regímenes musulmanes aliados a crear, organizar y financiar una guerrilla islamista, en ferviente oposición ideológica con el comunismo, para que luche contra los soviéticos en Afganistán. Reclutados en todo el mundo árabe y musulmán, y adoctrinados por Arabia Saudita en torno de una concepción islámica radical de la "guerra santa", los combatientes islámicos en Afganistán, entre los que se contó Osama ben Laden, van a ser los aliados de EEUU en esa guerra contra la URSS. Pero esa experiencia va a ser el germen de la radicalización de esos veteranos de la guerra de Afganistán que, adoctrinados en un islam rigorista e intransigente, vivirán la exhaltación de la victoria del islam sobre el comunismo y la experiencia del triunfo a través del combate. Cuando vuelvan a sus respectivos países de origen van a rechazar la moderación de los grandes partidos islamistas reformistas donde podrían integrarse, y van a nutrir las ramas radicales y violentas. Los "afganos", como desde entonces se los llamará, van a mantener lazos entre sí desde sus diferentes países y de ellos surgirá la trama de Osama ben Laden, quien se acabará caracterizando por trasladar su acción del ámbito árabe-musulmán hacia una potencia exterior como EEUU, consecuencia de la Guerra del Golfo.

En Arabia Saudita ya se había manifestado una oposición islamista contra el régimen desde 1979, achacándole su corrupción y desvió del auténtico islam a pesar de arrogarse la representación y vigilancia de los santos lugares, pero sobre todo comenzarán a expresarse de manera violenta en los últimos años a través de atentados contra la presencia norteamericana en el país, incrementada como en ningún otro país musulmán desde la Guerra del Golfo. El valor sagrado simbólico que tiene esta región, con La Meca y Medina en su interior, ha radicalizado la reacción contra esa presencia exterior. Osama ben Laden organizará su trama desde esa doble articulación afgana y saudita, sin que existan lazos con los otros movimientos extremistas anteriores, sino más bien la tránsfuga de individuos concretos.

Sin embargo, los talibanes ni se pueden considerar un movimiento islamista ni surgieron vinculados al movimiento de Ben Laden. Los talibanes son un movimiento creado por el Estado paquistaní con apoyo del Estado saudita, tradicional aliado de Pakistán y con el que comparte una muy parecida interpretación islámica ultraconservadora y rigorista. Desde la independencia de Pakistán en 1947, este país ha tenido un conflicto endémico con la India por la cuestión de Cachemira y ha buscado siempre garantizarse el control y la estabilidad de su otra frontera oeste con Afganistán, perturbada por la expansión del nacionalismo unitario pashtún. Los designios coloniales británicos dividieron en dos partes, entre la India bajo colonización inglesa y Afganistán, un área étnica y culturalmente homogénea pashtún. Cuando se separó Pakistán de la India, el nacionalismo pashtún siguió denunciando esa frontera artificial y planteando a Pakistán serios problemas de estabilidad. De ahí que Pakistán haya buscado siempre garantizarse una especie de alianza tutelada con Afganistán. La invasión soviética de Afganistán puso en riesgo dicha estabilidad en un marco de guerra fría en que Pakistán pertenecía a la órbita norteamericana. Fue entonces cuando el presidente paquistaní de la época recibió de los EEUU una propuesta muy similar a la que actualmente han planteado a su sucesor, Musharraf. El también general Zia ul-Haq fue reclamado por los EEUU para que desempeñase un papel sustancial en el apoyo y financiación de la guerrilla islámica afgana contra los soviéticos.

Con el apoyo americano el régimen militar de ul-Haq logró legitimidad internacional y una enorme ayuda económica que le permitía paliar la aguda crisis económica y social de su país, a la vez que trataba de recuperar a su favor a Afganistán. Pero parte de la ayuda internacional fue también utilizada para reislamizar aún más su país creando multitud de escuelas religiosas (madrasas) ultratradicionalistas. Esos estudiantes estaban llamados a ser la base social del despótico régimen paquistaní, que reprimía sin miramientos a toda la oposición política del país, y el escudo contra la ideología comunista. Cuando en 1992 la resistencia islámica afgana venció a los soviéticos, los EEUU y sus aliados occidentales abandonaron a su suerte a los mujahidines mientras, de hecho, una guerra de facciones acababa dominando la situación interna afgana. Pakistán se implicó intensivamente en esa guerra civil apoyando y financiando al movimiento de estudiantes religiosos talibanes dirigidos por el guía carismático Mohammed Omar, para lograr imponer un gobierno estable en Afganistán bajo su tutela. Entre 1995 y 1996 los talibanes se impusieron como gobernantes en Afganistán. Para Pakistán, los EEUU y las empresas petrolíferas internacionales significaban una apuesta estratégica para garantizar el transporte de petróleo y gas del Asia Central al Golfo Pérsico. Unido a esto, Arabia Saudita, Pakistán y los EEUU marginaban a su común enemigo estratégico, Irán, quien también tiene gran capacidad de influencia en Afganistán por las largas raíces históricas que lo unen a este país. El problema ha surgido de la impredecible y progresiva independencia que los talibanes han desarrollado hasta acabar enfrentados con los EEUU por su complicidad con Osama ben Laden, pero no porque su régimen sea aberrante y dictatorial. Al fin y al cabo no es sino una versión más primaria y tribal del modelo saudita y pakistaní que nunca han dejado de apoyar.

El problema está en que ahora Pakistán, un país con un elevadísimo índice de pobreza y un sistema arbitrario completamente al margen de la ley, se enfrenta a un gran riesgo de desestabilización interna porque no es capaz de cohesionar a su favor a todos esos movimientos religiosos que ha creado, como antaño hizo en contra de un enemigo comunista exterior. Por el contrario, se oponen radicalmente a que otra fuerza exterior bombardee y aniquile a un movimiento con el que tienen identidad ideológica y al que consideran libertador.

* La  autora es profesora de Sociología del Mundo Arabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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(*) La  autora es profesora de Sociología del Mundo Arabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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