(IAR-Noticias) 16-Marzo-07
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El
presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad y el presidente de EEUU, George
W. Bush. |
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En el Medio Oriente, rico en energía, solamente dos países
se han negado a subordinarse a las demandas básicas de
Washington: Irán y Siria. En consecuencia, ambos son enemigos y
es Irán el más importante.
Por Noam Chomsky
- La Nación, Chile
Tal como fue la norma
durante la guerra fría, el recurso a la violencia es justificado
de manera regular como una reacción a la maligna influencia del
principal enemigo, y usando con frecuencia los pretextos más
débiles. A medida que Bush envía más tropas a Irak, surgen
versiones sobre la interferencia iraní en los asuntos internos
de Irak, un país que de otro modo se encontraría libre de
cualquier interferencia extranjera, siempre que se asuma
tácitamente que Washington gobierna el mundo.
En la mentalidad típica de la guerra fría que prevalece en
Washington, Teherán es el pináculo de la llamada media luna
chiita que se extiende desde Irán al Líbano, donde está
Hezbollah, y a través del sur chiita de Irak y de Siria. El
incremento de tropas norteamericanas en Irak, así como la
escalada de amenazas contra Irán, están acompañados por una
desganada voluntad para participar en una conferencia de poderes
regionales, con la agenda limitada a Irak.
Al parecer, este mínimo gesto hacia la diplomacia está pensado
para disminuir los temores y enojos surgidos ante la creciente
agresividad de Washington. Estas preocupaciones encontraron
nueva sustancia en un detallado estudio sobre “el efecto Irak”
realizado por los expertos en terrorismo Peter Bergen y Paul
Cruickshank, revelando que la guerra de Irak “ha aumentado siete
veces el terrorismo a nivel mundial”. Un “efecto Irán” podría
ser incluso más severo.
Para Estados Unidos, el asunto principal en el Medio Oriente ha
sido y continúa siendo el control efectivo de sus incomparables
recursos energéticos. El acceso es un tema secundario. Una vez
que el petróleo está en los mares va a cualquier lado. Se
considera que el control es un instrumento de dominio global. La
influencia iraní en la media luna desafía el control de Estados
Unidos. Por un accidente de la geografía, los recursos de
petróleo más importantes del mundo están en zonas donde
predominan los chiitas: el sur de Irak y las regiones adyacentes
de Arabia Saudita e Irán, también con algunas de las mayores
reservas de gas natural.
La peor pesadilla de Washington sería una alianza de chiitas que
controlen la mayor parte del petróleo mundial al margen de
Estados Unidos. Ese bloque, si surge, podría incluso unirse a la
Red de Seguridad de Energía Asiática, con sede en China. Irán
podría ser el eje. Si los planificadores de Bush provocan eso,
habrán socavado seriamente la posición de poder de Estados
Unidos en el mundo.
Para Washington, la principal ofensa de Teherán ha sido su
desafío, comenzando con el derrocamiento del Sha en 1979 y la
crisis de los rehenes en la Embajada de Estados Unidos.
El feroz rol de Estados Unidos en Irán en los años previos es
eliminado de la historia. Como retribución al desafío iraní,
Washington rápidamente se movió para apoyar la agresión de Sadam
Hussein contra Irán, que dejó cientos de miles de muertos y al
país en ruinas. Luego, vinieron las mortíferas sanciones, y bajo
Bush, el rechazo de los esfuerzos diplomáticos iraníes a fin de
favorecer el aumento de las amenazas de un ataque directo.
A pesar del lanzamiento de amenazas, es improbable, sospecho,
que el Gobierno de George W. Bush ataque a Irán. La opinión
pública en los Estados Unidos y en todo el mundo se opone de
manera abrumadora. Parece que la comunidad militar y la de
inteligencia de Estados Unidos también rechazan un ataque.
Irán no puede defenderse contra una agresión de Estados Unidos,
pero puede responder de otras maneras, entre ellas incitando
incluso más estragos en Irak. Algunos emiten advertencias que
son mucho más graves, entre ellos el respetado historiador
militar británico Corelli Barnett, quien escribe que “un ataque
a Irán iniciaría efectivamente la tercera guerra mundial”.
Pero una vez más, un depredador se vuelve incluso más peligroso
y menos previsible cuando está herido. En su desesperación para
salvar algo, la administración podría emprender el riesgo de
desastres incluso mayores. El Gobierno de Bush ha creado una
catástrofe inimaginable en Irak. Ha sido incapaz de establecer
un Estado cliente confiable, y no puede retirarse sin enfrentar
la posible pérdida del control de los recursos energéticos del
Medio Oriente.
Mientras tanto, Washington podría intentar desestabilizar a Irán
desde el interior. La mezcla étnica en Irán es compleja; gran
parte de su población no es persa. Hay tendencias separatistas y
es probable que Washington este tratando de agitarla, por
ejemplo en Khuzestán, en el golfo Pérsico, donde está
concentrado el petróleo de Irán, una región que es de mayoría
árabe, no persa.
Otra consecuencia, tal vez intencional, es la de inducir al
liderazgo iraní a ser tan duro y represivo como resulte posible,
fomentando el desorden y tal vez la resistencia y socavando los
esfuerzos de los valientes reformistas iraníes, que protestan
amargamente contra las tácticas de Washington.
También es necesario demonizar el liderazgo. En Occidente,
cualquier declaración del Presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad,
se pone inmediatamente en circulación en titulares de primera
plana, con dudosas traducciones. Pero, como es bien sabido,
Ahmadinejad no tiene control sobre la política exterior, que
está en manos de su superior, el líder supremo, el ayatolá Alí
Jamenei.
La invasión de Irak por parte de Estados Unidos impulsó
virtualmente a Irán para desarrollar un disuasivo nuclear. El
mensaje, fuerte y claro, era que Estados Unidos atacaría a
voluntad, en la medida que el objetivo careciera de defensas.
Ahora, Irán está rodeado por fuerzas militares de Estados Unidos
en Afganistán, Irak, Turquía y el golfo Pérsico, y muy cercana a
dos países con armas atómicas, Pakistán y particularmente
Israel, la superpotencia regional, gracias al apoyo de Estados
Unidos.
En el 2003, Irán ofreció negociaciones sobre todos los temas
sobresalientes, incluyendo la política nuclear y las relaciones
Israel-Palestina. La respuesta de Washington fue censurar al
diplomático suizo que trajo la oferta. Al año siguiente, la
Unión Europea e Irán llegaron a un acuerdo de que la república
islámica suspendería el enriquecimiento de uranio (al que tiene
derecho de acuerdo al Tratado de No Proliferación Nuclear), y
como retribución la Unión Europea proveería de “garantías firmes
en asuntos de seguridad”.
Aparentemente, por obra de la presión de Estados Unidos, Europa
no estuvo a la altura del convenio. Irán, en consecuencia,
reasumió el enriquecimiento de uranio. Un genuino interés en
impedir el desarrollo de armas nucleares en Irán y la escalada
de la tensión guerrera en la región deberían llevar a Washington
a implementar el convenio de la Unión Europea, a estar de
acuerdo con negociaciones que tengan sentido y a unirse con
otros para impulsar la integración de Irán en el sistema
económico internacional.
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(The New York Times
Syndicate)
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