Por
Joseph Stiglitz (*)- Project Syndicate / Clarín
TTal vez el dato más importante para el mundo hoy sea que los
votantes en Estados Unidos le dieron un voto de no confianza al
presidente George W. Bush, que ahora estará vigilado por un
Congreso demócrata.
Nunca la opinión que tiene el mundo de Estados Unidos fue tan baja.
Ocurrió lo impensable: un presidente norteamericano defendiendo el
uso de la tortura, utilizando tecnicismos a la hora de
interpretar las Convenciones de Ginebra e ignorando la Convención sobre
Tortura, que la prohíbe bajo cualquier circunstancia. La corrupción y la
incompetencia reinaron bajo la administración de Bush, desde la respuesta
fallida al huracán Katrina hasta cómo manejó las guerras en Afganistán e
Irak.
En realidad, deberíamos tener cuidado de no analizar demasiado la elección
de 2006: a los norteamericanos no les gusta estar en el lado
perdedor de ninguna guerra. Fue este fracaso, y la ciénaga que
Estados Unidos había vuelto a pisar tan confiadamente, lo que llevó a los
votantes a rechazar a Bush.
Pero el caos de Oriente Medio que ocasionaron los años de Bush
también representa un riesgo central para la economía global.
Desde que comenzó la guerra en Irak en 2003, la producción de petróleo de
Oriente Medio no creció como se esperaba para satisfacer la creciente
demanda mundial.
Si bien la mayoría de los pronósticos sugieren que los precios del
petróleo se mantendrán en el nivel actual, o levemente por debajo,
esto se debe en gran medida a la percepción de un crecimiento moderado de
la demanda, liderado por la desaceleración de la economía
norteamericana.
Por supuesto, una desaceleración de la economía norteameri cana constituye
otro riesgo global importante. La raíz del problema
económico de Estados Unidos son las medidas adoptadas tempranamente en el
primer mandato de Bush. En particular, la administración consiguió que se
aprobara un recorte impositivo que, en gran medida, no
logró estimular a la economía, porque estaba destinado a
beneficiar principalmente a los contribuyentes más ricos.
La carga del estímulo recayó sobre la Reserva Federal, que bajó las tasas
de interés a niveles sin precedentes. Si bien los créditos a baja tasa de
interés tuvieron poco impacto en la inversión comercial, alimentaron una
burbuja inmobiliaria, que hoy estalla y pone en peligro a
los hogares que pidieron prestado frente a valores inmobiliarios en suba
para sostener el consumo.
Esta estrategia económica no era sostenible. Los ahorros
familiares estuvieron en rojo por primera vez desde la Gran Depresión,
mientras el país le pedía prestado al exterior 3.000 millones de dólares
por día.
Pero las familias pudieron seguir gastando dinero sólo mientras siguieron
subiendo los precios y las tasas de interés se mantuvieron bajas.
En consecuencia, las tasas de interés más altas y los precios de
la vivienda en baja no son un buen augurio para la economía
norteamericana. En realidad, según algunas estimaciones, aproximadamente
el 80% de la suba del empleo y casi las dos terceras partes del incremento
del PBI en los últimos años se originó directa o indirectamente en el
sector inmobiliario.
Para colmo de males, el gasto irrestricto del gobierno
estimuló aún más la economía durante los años de Bush, con déficit
fiscales que alcanzaban nuevas alturas, dificultándole al gobierno la
posibilidad de actuar ahora para sostener el crecimiento económico
mientras los hogares recortan el consumo.
Es más, muchos demócratas, después de haber hecho campañas basadas en la
promesa de un retorno a la salud fiscal, probablemente
exijan una reducción del déficit, que restringiría aún más el crecimiento.
Mientras tanto, los persistentes desequilibrios globales
seguirán generando ansiedad, especialmente para aquellos cuya vida depende
los tipos de cambio. Aunque Bush desde hace mucho tiempo intenta culpar a
los demás, es evidente que el consumo desenfrenado de Estados
Unidos y su incapacidad para vivir de acuerdo con sus recursos es
la principal causa de estos desequilibrios.
A menos que esto cambie, los desequilibrios globales seguirán siendo una
fuente de inestabilidad global, sin importar lo que hagan China o Europa..
******
(*)Premio Nobel de Economía, profesor de la Universidad de Columbia. Traducción de
Claudia Martínez.