Como todos los actos del nepotismo dinástico de los Bush, su
"justicia" es unilateralmente cíclope cuando la justicia real (en el doble
sentido de la palabra) debe operar bajo el signo del equilibrio.
De parte del gobierno títere del presidente kurdo Talabani y del
primer ministro chiíta Nuri Maliki, polichinela de la teocracia torturadora
bushiana, se trata de una venganza barbárica que se cobra añejas facturas contra
Saddam, un personaje fuera de lo común para bien o para mal, quien muy bien pudo
haber sido condenado al encarcelamiento de por vida y evitar la humillación de
un ahorcamiento para delincuentes del orden común.
Si es que llegase a ser creíble la masiva propaganda negra de los
mendaces multimedia anglosajones sobre las presuntas atrocidades perpetradas por
Saddam, pues serían comprensibles los condenables agravios que sufrieron
segmentos importantes de las poblaciones kurda (etnia aria de religión sunita) y
chiíta (etnia árabe, a diferencia de sus correligionarios iraníes quienes son de
la etnia aria). Pero una cosa es repudiar y comprender sus agravios y otra es
avalar sus crueles venganzas.
El gobierno kurdo-chiíta de Talabani-Maliki mejor hubiese iniciado
la supuesta "nueva era de justicia" con un perdón magnánimo que hubiese sido un
acto ejemplar para los pueblos de la región, a los que la banca
israelí-anglosajona empuja al precipicio de la balcanización para adueñarse de
su codiciado petróleo.
El asesinato de Saddam, abogado de formación que no era ninguna
perita en dulce porque en Medio Oriente no existe tal distintivo, es tan ilegal
como toda la invasión anglosajona y la imposición de un régimen espurio colocado
bajo el montaje democrático de "elecciones libres" en las que participó
ignominiosamente el fétido IFE mexicano que envió al panista Alonso Lujambio y
la priísta Jacqueline Peschard a operar la pantomima electorera de Baby
Bush.
La charada del juicio de Saddam que desembocó en su asesinato huele
singularmente a petróleo, por el cual la dupla anglosajona invadió Irak (segunda
productora de la OPEP) en contravención de las leyes internacionales y con
invento de coartadas.
A Baby Bush, marioneta de las petroleras anglosajonas, le vale un
pepino la justicia y la democracia en Medio Oriente, en general, y menos en
Irak, en particular. Ni Baby Bush ni la dupla Talabani-Malaki están
capacitados para rendir una justicia que sea aprobada por la conciencia
universal, que pueda ser "juzgada" como tal por los libros de historia.
En lugar de perseguir las abominables atrocidades
estadounidenses en
la siniestra cárcel de Abu Ghraib, la dupla Talabani-Maliki optó por ahorcar a
Saddam por consigna teledirigida.
La afrenta universal de la dupla Talabani-Malaki es triple: 1.
desoye las súplicas no solamente de las excelsas Amnistía Internacional y Human
Rights Watch, sino, peor aún, las de la Unión Europea (que con justa razón
repudia la barbárica pena de muerte), el Vaticano y de India, que teme que la
conflagración chiíta-sunita se extravase a su incandescente frontera con
Pakistán; 2. ejecuta su sentencia en vísperas de la festividad más
importante del Islam, Eid-Al-Adha, lo cual le confiere un simbolismo de
sobredosis afectiva, y 3. lo entrega metafóricamente como trofeo de
guerra a la torturadora teocracia bushiana.
Los cuatro días de festividades de Eid-Al-Adha, que este año se
traslapa con el nuevo año del mundo occidental, no serán iguales para los
chiítas, quienes gozarán el asesinato de Saddam con júbilo delirante, compartido
en menor grado por los kurdos arios, a final de cuentas de religión sunita,
mientras los sunitas árabes y no árabes sufrirán su duelo con el dolor contenido
previo a la explosión.
Para Washington la cabeza de Saddam constituye un preciado trofeo de
guerra doblemente explotado para los fines mercadotécnicos de Baby Bush:
1. su sentencia a muerte fue pronunciada dos días antes a las
elecciones del 7 de noviembre con el fin de aminorar el rechazo contra su
aventura militar unilateral a Irak, y 2. la ejecución se cumple dos
días antes del anuncio en Año Nuevo del flamante plan para Irak de Baby
Bush, el cual sueña con la "victoria (sic) final" mediante el simple incremento
de 40 mil soldados a los 130 mil invasores que no han podido someter a los
sunitas del partido Baas, especialistas de la "guerra asimétrica".
La dupla Cheney-Rice ha desdeñado que tanto 85 por ciento del mundo
islámico (mil 500 millones de fieles) como del mundo árabe (330 millones)
pertenece al sunismo y, al contrario, se ha confinado a una aritmética muy
simplona del 80/20: su nuevo plan para aplicar en Irak que, a nuestro
juicio, es detonado con el asesinato de Saddam.
Las cuentas alegres de la dupla Cheney-Rice pretenden que la
sumatoria de una coalición de 60 por ciento de chiítas y 20 por ciento de kurdos
pueda derrotar al 20 por ciento de sunitas. Este esquema simplonamente lineal
abulta la demografía tanto de los chiítas como de los kurdos; estos últimos
igualados en forma increíblemente grotesca con los sunitas de Irak quienes,
según nuestra percepción (dejando de lado 5 por ciento de minorías como los
caldeos-católicos y turcomenos), comprendería entre 35 por ciento y 40 por
ciento, mientras los kurdos representarían entre 10 por ciento y 15 por ciento y
los chiítas contarían entre 50 y 55 por ciento. Como se nota, las estadísticas
demográficas adelantan las limpiezas étnicas por venir.
Más aún: la alianza artificial entre los chiítas árabes (apoyados
por sus correligionarios arios de Irán) y los kurdos sunitas arios constituye
una verdadera contra natura histórica, al menos que exista un acuerdo tras
bambalinas para la balcanización de Irak y el reparto petrolero de su féretro.
No existió grandeza ni en el fondo ni en la forma cuando Saddam
también pudo haber sido acribillado en un paredón, como mínima indulgencia a
quien es considerado "mártir" en el mundo sunita árabe y donde a partir de su
deceso ha entrado a la hagiografía de sus héroes inmortales en una tierra
transtemporal donde nació la civilización y que gestó a Gilgamesh, Nabucodonosor
II, Hammurabi y Harún Al-Rachid.
A partir de hoy todos los pecados de Saddam, muchos de ellos
"capitales" sin duda, han sido reciclados y redimidos cuando ha entrado por la
puerta grande de la leyenda que tanto fascina a los pueblos de la región que se
nutren de los mitos milenarios de sus héroes.
Tras haber logrado la hazaña de haber detenido al ejército más
poderoso del mundo que llevó la destrucción y la muerte con el fin de adueñarse
del petróleo iraquí, los sunitas del partido Baas ahora poseen a un icono
invaluable: Saddam, quien es más peligroso ahora que cuando gobernó
tiránicamente o fue encarcelado porque su imagen de "héroe" y "mártir" se ha
impregnado en el inconsciente colectivo de sus fieles seguidores listos a
ofrendar sus vidas para que el mito perviva.
La leyenda no muere: hoy sigue más viva que nunca cuando Saddam se
convirtió en su flama votiva.
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(*) "Bajo la Lupa" -Columna del autor en La Jornada, México