Por
Manuel Freytas -
manuelfreytas@iarnoticias.com
La
funcionalidad opresiva del sistema capitalista de la era informática va por caminos sinuosos y
retorcidos, y quiebra la lógica de comprensión basada en la
realidad y en la práctica estadística de lo que hasta ahora
conocimos como estrategia de dominación del hombre por el
hombre.
¿Cómo entender que el Imperio norteamericano
-potencia regente unipolar del sistema capiitalista- se
haya apoderado del discurso del enemigo para construir una
alternativa a su decadencia económica, política, social y
cultural?
Esto es, aprovechar políticamente el
discurso revolucionario de la izquierda, vaciado de contenidos, para crear
una nueva alternativa de "gobernabilidad" con el antiguo enemigo convertido en
gerente "por izquierda" del Estado burgués.
Hay un principio estratégico
proveniente del campo militar que el sistema capitalista aplica en todos los
niveles: al enemigo hay que destruirlo, controlarlo o asimilarlo.
Por lo tanto, a una izquierda solo
"revolucionaria" en el plano del discurso, sin referencias organizativas,
doctrinarias y operativas de "toma del poder para cambiar el sistema", ya
no hay que destruirla sino reciclarla, asimilarla, y convertirla en alternativa
de poder dentro de las reglas y los contenidos del sistema capitalista.
El
imperio capitalista se asimiló al discurso de la izquierda, lo
vació de contenidos transformadores y revolucionarios , y lo convirtió en marketing
electoral alternativo a su propio engendro político: el
neoliberalismo.
Despojada de todo contenido
revolucionario la "nueva izquierda" (solo preocupada por el "poder formal"
ejecutivo y parlamentarista del Estado burgués) se convirtió en útil y funcional
al sistema que antes combatió con la idea de trasformarlo y cambiarlo de raíz.
El sistema capitalista tomó el discurso "antiimperialista
y revolucionario" de la
izquierda y lo adaptó a sus propias necesidades de sustituir
a la derecha por la izquierda manteniendo la "gobernabilidad" del sistema.
La nueva estrategia de dominio
Pero
para apreciar en toda su dimensión este nuevo proceso de control social y político con
izquierda, urnas y elecciones, es preciso contar con un marco referencial de la
nueva estrategia que Washington comenzó a implementar tras la derrota de los
movimientos revolucionarios armados en América Latina.
Con la desaparición de la
guerra por áreas de influencia con la URSS, las viejas consignas
"anticomunistas"
de las dictaduras militares formadas en la Escuela de las Américas fueron sustituídas
gradualmente por las banderas de la
lucha contra el terrorismo,
las drogas y el crimen organizado
con las que hoy EEUU justifica su injerencia intervencionista militar en la región
latinoamericana.
Ya desaparecido el "peligro rojo" con la
URSS, y sin movimientos armados abocados a la toma del poder en América Latina, la "guerra contraterrorista" sustituyó en el tiempo a la "guerra antisubversiva" aplicada
por las dictaduras militares de la década del setenta.
Las nuevas
hipótesis de conflicto regional
y las coordenadas de
control militar-estratégico
se trazaron a partir de la
"guerra contra el terrorismo",
que reemplaza en la lógica doctrinaria de dominio a la
"guerra
contra el comunismo"
de la década del setenta en Latinoamérica.
Paralelamente, y en el plano político, en la década del 80 los gobiernos
"democráticos" fueron sustituyendo a los viejos y gastados gobiernos
militares mediante elecciones, procesos constitucionales, y banderas de
defensa de los derechos humanos.
Por supuesto -y como está demostrado hasta el
hartazgo- que no se trata de una democracia entendida en el sentido histórico
del término, sino de una cáscara vacía con simulacro de participación popular,
donde las minorías siguen conservando el poder real y los accesos a cargos
ejecutivos y parlamentarios por medio de la financiación de los candidatos y
sus campañas.
En otras
palabras, la estrategia del control político y social por medios militares,
fue sustituida gradualmente por administraciones civiles, poderes
ejecutivos, parlamentos y cortes de justicia totalmente maleables a los
intereses y objetivos de Washington y las trasnacionales capitalistas en la región.
En los 80, salvo en Colombia, los militares de la
"seguridad nacional" ya habían terminado con la izquierda
revolucionaria y la resistencia armada en América
Latina, había desaparecido la URSS como punto de referencia logística y
organizativa de los movimientos revolucionarios, y Washington resolvió imponer un
orden regional basado en el pacifismo, la democracia y los derechos humanos.
El nuevo sistema de control político y social
se situaba en las antípodas del anterior (basado en gobiernos y dictaduras
represivas), y explotaba el consenso masivo que despertaba la apertura de
procesos constitucionales después de largos años de dictaduras militares con
supresión de elecciones y parlamentos.
Pero fuera del maquillaje democrático (del
formalismo del estado de derecho y del régimen electivo-parlamentario),
Washington y las transnacionales capitalistas siguieron ejerciendo el control sobre los recursos estratégicos y el
sistema económico-productivo de los países mediante la asociación con las
elites de poder y las clases políticas locales, quienes se reservan para sí los
controles ejecutivos, parlamentarios y judiciales del Estado.
De tal manera, que del gerenciamiento militar
del dominio se pasó al gerenciamiento civil del mismo, sin alterar para
nada el proceso de control económico por medio del cual los bancos y
empresas transnacionales continuaron transfiriendo recursos y ganancias a EEUU y
a las metrópolis capitalistas.
En ese nuevo
escenario de poder geopolítico-estratégico, legitimado por gobiernos satélites
elegidos en elecciones populares, Washington consolidó su dominio regional
en un teatro latinoamericano sin lucha armada, sin estallidos
revolucionarios, y con las organizaciones populares y de izquierda
participando como "opción de gobierno" en los países dependientes.
En ese contexto (y más allá de la voluntad de las
facciones reaccionarias y conservadoras), desde hace más de veinte años la
estrategia de dominio de Washington y del Departamento de Estado en América
Latina consiste en impulsar los regímenes y gobiernos electos en las urnas,
más allá de que asuman o ganen elecciones con discursos de "izquierda",
"progresistas" o "neoliberales".
El Imperio, Bush, el
capitalismo de Wall Street que se beneficia tanto de las invasiones
militares como de los sistemas de dominio con democracia y
elecciones, se mueren de risa con las cumbres o los "foros
social mundial"
pacifistas que no plantean acciones concretas contra los bancos,
trasnacionales y embajadas imperialistas.
El Imperio y sus
establishment de poder locales, como ya se demostró en Bolivia, no
temen a la "revolución democrática y con elecciones" de Evo
Morales, sino a las masas organizadas de la COB cortando rutas y
enfrentándose a la policía y al ejercito del régimen.
El Imperio y sus
transnacionales saqueadoras no temen a los pacifistas democráticos
con sus carteles de "Bush asesino", sino a los cuadros y
mayorías organizadas que les arruinan (con tomas de fábrica,
huelgas, cortes de ruta, y violencia callejera) el funcionamiento
ordenado de sus negocios en las colonias del patio trasero.
Los
"revolucionarios pacifistas", inventados en la década del 80 por
la nueva estrategia "democrática" del Imperio, cumplen el papel de "falsa oposición" en el
escenario de dominio con democracia y elecciones que hoy rige en el
universo latinoamericano.
Por eso la "izquierda
rosada", la "izquierda democrática", esa que estuvo en la
"Contracumbre de
los Pueblos" en Mar del Plata, o la que hace "turismo" para hablar
en las distintas versiones del "Foro Social Mundial", financiado por las multinacionales a
través de las ONG, es tan funcional como la derecha para el sistema de
dominio capitalista con urnas y elecciones.
En ese marco, la estrategia de
dominio capitalista estadounidense, cuando impuso las democracias y las urnas en
sustitución del dominio con las dictaduras militares setentistas, ya
no tuvo
necesidad de utilizar ejércitos militares represores en Latinoamérica.
El Imperio y sus usinas
mediáticas-culturales habían
desarmado con el
"pacifismo" las conciencias de la resistencia, y por lo tanto
ingresaron otros actores en el esquema del control político y social
para la dominación.
Con la sociedad pacificada y
sin armas, nivelada y colonizada
mentalmente por la ideología globalizadora, sin huelgas ni tomas de
empresas, con sindicatos asimilados y sin resistencia popular
colectiva, ingresaron al teatro de operaciones los medios de comunicación como los nuevos ejércitos
represivos y de control social.
Los gobiernos "de izquierda"
De esta manera, se ingresó en la era
de las "revoluciones políticas" (o discursivas) de los gobiernos
"progresistas", sin cambiar el sistema económico
basado en la propiedad privada capitalista, la explotación del
hombre por el hombre, y sin producir ningún vuelco estratégico
sobre el control del orden económico, político y social establecido por los
bancos y las trasnacionales, protegidos bajo la bandera del Imperio
norteamericano.
De esta manera, el destino de la
revolución de izquierda ya no está en manos de líderes y organizaciones guerrilleras que
luchan en la clandestinidad por la toma del poder armado, sino en manos de
gobernantes de estados burgueses legitimados por elecciones como Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré
Vázquez y la reciente incorporación de Evo Morales
El Departamento de Estado acuñó un
término para definir a esta nueva corriente: "izquierda políticamente
correcta".
Al no plantear el "cambio del
sistema" sino la "reforma del sistema", al no cuestionar la esencia
genocida y explotadora del hombre por el hombre del sistema capitalista, la
"nueva izquierda" se convierte en un necesario "rostro progresista" del
capitalismo cuya función es corregir lo que funciona mal, principalmente en
el campo social y económico.
En lo ideológico la
"nueva izquierda" no se se opone al
capitalismo como sistema de dominio totalizado (económico, político, militar,
social-cultural y mediático), sino al rostro "derechista" del capitalismo
expresado por los grupos políticos y/o personas identificadas con
pensamientos e ideologías "conservadoras".
Por lo tanto, y sin salirse de los
marcos del sistema burgués-capitalista, la "nueva izquierda" se plantea como
alternativa "revolucionaria" al "neoliberalismo" de la derecha conservadora
sin quebrar las estructuras de poder del sistema capitalista.
Lo que hoy se conoce como "izquierda
democrática", "izquierda civilizada", o "nueva izquierda", es solo la expresión
de un discurso formal, sin posibilidad de ser implementado en la práctica.
¿Y porqué no puede ser implementado
en la práctica?
Sencillamente por que la izquierda
(asimilada al sistema mediante las prácticas electoralistas), cuando accede al
gobierno, lo hace en el marco de un Estado burgués (Ejecutivo, Parlamentario y
Judicial) controlado en todos sus niveles por el poder económico del sistema
capitalista.
Por lo tanto, es absurdo pensar que
un gobierno de izquierda que accede por elecciones (sin destruir las estructuras
económicas y políticas del capitalismo) pueda hacer otra cosa que gerenciar
el Estado burgués para los intereses de los grupos económicos que controlan
(y se reparten) el sistema económico-productivo y los recursos naturales de los
países dominados.
Si Chávez, por ejemplo, quisiera
llevar a la práctica real su discurso revolucionario tendría que sustituir
al Estado burgués venezolano y a las estructuras del poder capitalista que
lo sostienen.
Concretamente, Chávez, para salirse
del discurso vacío y concretar la revolución socialista y transformadora en
Venezuela, tendría que expropiar (y sustituir con otro poder) al poder
capitalista que controla el Estado burgués y las estructuras económicas,
políticas y mediáticas en Venezuela.
¿Cuántos seguirían en ese objetivo a
Chávez?. Nadie.
La estructura burocrática que
acompaña a Chávez (léase funcionarios, partido, etc,) no es revolucionaria sino
capitalista, y el Estado que gerencia Chávez no es un "Estado revolucionario"
sino un "Estado burgués" de los bancos, petroleras y empresas trasnacionales
que controlan (cualquiera lo puede verificar estadísticamente) el sistema
económico productivo y el principal recurso estratégico del país: el petróleo.
Chávez, aunque quisiera, no podría
llevar a la práctica su discurso revolucionario sin expropiar la propiedad
capitalista y tomar por la fuerza al "Estado burgués", y los primeros que lo
impedirían y terminarían con Chávez serían los que lo rodean y se valen del
Estado burgués para concretar sus ambiciones políticas y económicas.
Chávez, y él lo sabe, no puede
traspasar los límites del "discurso antiimperialista" para consumo mediático:
el día que intente hacerlo el sistema se lo deglute como una mariposa.
Todo lo que sostiene a Chávez
(fuerzas armadas, policía, servicios de inteligencia, y/o estructuras
burocráticas del Estado) no es de Chávez sino del sistema capitalista que
se vale de él para controlar Venezuela dentro de los márgenes de la
"gobernabilidad democrática".
Así como el Departamento de Estado y
la CIA lo sacaron (golpe de abril del 2002) y lo restituyeron en el gobierno
ante la "impresentabilidad" de los golpistas en el plano internacional, en el
momento que Chávez intente otra cosa que no sea hablar, tiene los segundos
contados en el gobierno.
Los márgenes de Chávez para cosechar
rentabilidad, fama mediática y poder político con el discurso de
"izquierda antiimperialista" tienen un límite preciso: el día que lo trasgreda
"Chávez fue".
El lector va a tener oportunidad de
comprobarlo: todo se comprueba con el desarrollo y el salto cualitativo
de los procesos. Es una ley inexorable.
Las "gerencias de
enclave"
Cuando el sistema capitalista
trasnacional con EEUU a la cabeza (mediante la introducción del "libre mercado"
y las privatizaciones de empresas estatales en la década del 90) convirtió a los
"Estados nacionales" en "Estados trasnacionales", se
revirtió la funcionalidad y la misión de la herramienta "Estado" en los países
dependientes.
El viejo "Estado nacional" controlado
por las oligarquías locales, fue sustituido por el "Estado trasnacional"
controlado por las empresas trasnacionales que utilizan a los países como
"satélites" (o terminales de mercado) de sus políticas de expansión y de
acumulación capitalista, con las oligarquías locales asimiladas como socias en
el nuevo sistema.
En este contexto, lo que antes era
"nacional" se convierte en "trasnacional": se rompen los marcos localistas, se
nivela un mismo discurso, una misma moda, una misma forma de consumir, una misma
forma de elegir gobierno para todo el planeta, incluido el mundo subdesarrollado
y dependiente.
Asimilada dentro de la nueva
estrategia de dominio "democrático" y del "Estado trasnacional" exportados por
Washington, la "izquierda civilizada", sigue los parámetros de la lucha contra
el "militarismo" y la "derecha" de la década del 70, sin los objetivos concretos
de toma del poder que guiaban a la izquierda armada revolucionaria de entonces.
Y se produjo una situación paradojal:
La izquierda, pacificada y sin
objetivos revolucionarios, alienada por la lucha contra un enemigo en
extinción (los golpes de Estado y las dictaduras militares que fueron
sustituidas por el dominio con democracia y elecciones) convirtió en nueva
bandera revolucionaria la "guerra electoral" contra la derecha política en los
marcos de la democracia parlamentaria burguesa.
Al abandonar sus postulados
setentistas de "toma del poder" y adoptar los esquemas de la democracia
burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de
gobierno, la "nueva izquierda" se convirtió en una opción válida para gerenciar
el "Estado trasnacional" del capitalismo en cualquier país de América Latina.
La asociación beneficiosa
entre la "izquierda civilizada" y el establishment del poder capitalista es
obvia: el sistema (por medio de la izquierda) crea una "alternativa de
gobernabilidad" a la "derecha neoliberal", y la izquierda (y los
izquierdistas) pueden acceder al control administrativo del Estado burgués
sin haber hecho ninguna revolución.
Y nació el distintivo axiomático que
guía a los gobiernos "progresistas" en la región: hacer discursos con la
izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.
Los presidentes "progresistas"
Los presidentes "progresistas", que
hablan por izquierda y ejecutan los programas económicos y la estrategia
regional de Washington por derecha, son el nuevo producto del marketing
imperial vendido con urnas y elecciones. De esta manera, la izquierda,
se ha convertido en la "cara alternativa" de dominio del Imperio en América
Latina.
¿Se puede pensar
que Washington fabrique candidatos y/o presidentes funcionales a
su estrategia presentándolos como "enemigos de EEUU"?
Para quien quiera verlas, las pruebas están a la vista: Chávez,
Kirchner, Lula, Evo Morales, fueron (y son) presentados como
elementos discordantes o enfrentados (caso de Chávez) a la
estrategia de Washington en la región.
Al margen de su discurso
"antiimperialista", o de "izquierda", ninguno de esos
presidentes rompió (ni va romper) con la lógica de la
dependencia al capitalismo transnacional: Brasil, Argentina,
Venezuela, por ejemplo, tienen sus sistemas
económico-productivos y recursos naturales atados y controlados
por los bancos y corporaciones multinacionales que, a su vez,
conforman el núcleo estratégico de negocios del denominado "Mercosur".
Al margen de su "soberanía formal", esos Estados burgueses
funcionan en
la práctica como "economías de enclave" con los grupos
oligárquicos
locales asociados a las redes financieras, comerciales e
industriales del capitalismo transnacional.
Y sus presidentes
-como emergente de la realidad- pasan a cumplir el papel de
"gerentes de enclave" dentro del "Estado trasnacional" compuesto
por una fachada formal de "Estado Nacional" (Poder Ejecutivo,
Legislativo, Judicial).
En este contexto de formalidad
controlado por la trasnacionales capitalistas y su poder policía
en la región (el Imperio norteamericano) da lo mismo que un
presidente hable con discurso de "izquierda" o de
"derecha", no
importando lo que diga sino lo que haga.
Esto permite, por ejemplo, que Chávez se erija (discursivamente)
en el principal enemigo de EEUU (el Imperio yanqui) mientras el
sistema económico productivo de Venezuela se encuentra en manos
de los bancos y multinacionales capitalistas que hegemonizan,
junto a las petroleras multinacionales, la explotación de los
recursos venezolanos y de su estructura de servicios.
Paradojalmente, y como lo demuestran las estadísticas y la
historia reciente, estos "presidentes de izquierda" que cumplen
funciones de "gerentes de enclave" de las trasnacionales y sus
socios locales, siempre son lanzados al mercado electoral en
carácter de "enemigos a muerte de EEUU y las trasnacionales".
¿Esquizofrenia? Nada
de eso: estrategia de doble discurso y asimilación del enemigo en un
marco de aprovechamiento político imperial.
Como dijimos, en su lógica pragmática
de dominio EEUU y el sistema capitalista trasnacional utilizan un principio
estratégico: destruir, controlar, o asimilar al enemigo.
Y como la izquierda ya no representa
al "enemigo", se ha convertido en lo que es: la nueva cara de
"gobernabilidad" del Imperio.