Aunque existen precedentes, la predicción de un surgimiento de conflictos por
los recursos, en boca de Reid, es significativo, debido al alto rango oficial
que respalda sus expresiones y a la vehemencia de éstas. "La cruda verdad es que
la falta de agua y de tierra de sembradío es un factor significativo que
contribuye al trágico conflicto que se desarrolla en Darfur", declaró. "Debemos
tomarlo como señal de alerta".
Es más fácil que surjan estos conflictos por recursos en países en
desarrollo, indicó Reid, pero los países avanzados y acaudalados no
necesariamente se salvarán de los efectos dañinos y desestabilizadores del
cambio climático global. En un momento en que sube el nivel del mar, cuando el
agua y la energía comienzan a ser más y más escasos, cuando las fértiles pero
escasas tierras de labor se vuelven desiertos, las guerras mortíferas por el
acceso a los recursos vitales terminarán siendo un fenómeno global.
El discurso de Reid, pronunciado en la prestigiosa Chatham House, de Londres
(equivalente británico del Consejo de Relaciones Exteriores), es la más reciente
expresión de una tendencia, creciente en círculos estratégicos, que considera a
los efectos por desajustes en el ambiente y los recursos (no la orientación
política o la ideología) como la mayor fuente de conflictos armados futuros.
El momento en que crece la población mundial, se disparan las tasas de
consumo, desaparecen rápidamente las fuentes de energía y el cambio climático
erradica valiosas tierras de cultivo, fija el escenario para luchas persistentes
por el mundo en pos de los recursos vitales. La lucha política o religiosa no
desaparecerá del escenario, pero será canalizada a la competencia por agua,
alimentos y energía.
Antes del discurso de Reid, la expresión más significativa de esta
perspectiva fue el informe preparado en octubre de 2003 por una consultora, con
sede en California, para el Departamento de Defensa estadunidense. Con el título
de Un escenario de abrupto cambio climático y sus implicaciones para la
seguridad nacional de Estados Unidos, el informe advierte que son amplias
las probabilidades de que este fenómeno genere repentinos sucesos ambientales
cataclísmicos por encima de un incremento gradual (por tanto manejable) de las
temperaturas promedio. Dichos sucesos podrían incluir un incremento sustancial
del nivel del mar, intensas tormentas y huracanes, y regiones en sequía, con
grandes ventarrones de polvo a escala continental. Esto dispararía agudas
batallas entre los supervivientes de estos efectos por el acceso a comida, agua,
tierra habitable y fuentes de energía.
"La violencia y perturbación originadas por las tensiones que crean los
abruptos cambios del clima implican un tipo diferente de amenaza a la seguridad
nacional de lo que conocemos hoy", se anota en el informe. "Pueden surgir
confrontaciones militares debido a la necesidad imperiosa de recursos naturales
tales como energía, alimento o agua, y no tanto por conflictos ideológicos,
religiosos o de honor nacional".
Hasta ahora, este tipo de análisis no ha captado la atención de quienes
diseñan las políticas estadunidenses o británicas. La mayoría insiste en que las
diferencias ideológicas y políticas -el choque entre los valores de la
tolerancia y la democracia, por un lado, y las formas extremistas del Islam, por
el otro- siguen siendo los principales motores de conflicto internacional. Sin
embargo, el discurso de Reid sugiere que se gesta un viraje importante en el
pensamiento estratégico. Los peligros ambientales pueden dominar pronto la
agenda mundial de la seguridad.
Este viraje se debe en parte al creciente peso de las evidencias que señalan
el papel humano en la alteración de los sistemas climáticos básicos del planeta.
Estudios recientes muestran una reducción rápida de las capas de hielo polar,
acelerado derretimiento de glaciares en América del Norte, mayor frecuencia de
huracanes, entre otros efectos, pero todo prevé que ya comenzaron los dramáticos
cambios del clima, potencialmente dañinos. Lo más importante, concluyen los
estudios, es que la conducta humana -sobre todo la utilización de combustibles
fósiles en fábricas, plantas de energía y automotores- es la causa más probable
de tales cambios. Esta evaluación puede no haber penetrado aún en la Casa Blanca
y otros bastiones de un pensamiento "que tiene la cabeza en la arena", pero es
claro que cobra fuerza entre los científicos y analistas del mundo.
Peligro social del cambio climático
En gran medida, la discusión pública del cambio climático tiende a describir
sus efectos como un problema ambiental -una amenaza contra el agua segura, la
tierra fértil, los bosques templados, ciertas especies-. Por supuesto, el cambio
climático es una gran amenaza para el ambiente; de hecho es la mayor amenaza
imaginable. Pero considerar el cambio climático sólo como problema ambiental no
hace justicia a la magnitud de los peligros que entraña. Como lo esclarecen el
discurso de Reid y el estudio del Pentágono, el mayor peligro no es la
degradación de los ecosistemas per se, sino la desintegración de
sociedades enteras, lo que produciría una hambruna descomunal, migraciones
masivas y recurrentes conflictos por los recursos.
"Conforme las enfermedades, la hambruna y los desastres relacionados con el
clima golpeen, debido al abrupto cambio climático -anota el informe del
Pentágono-, muchas necesidades de los países excederán la capacidad de lidiar
con ellos, es decir, la capacidad de proporcionar requisitos mínimos para la
supervivencia humana. Esto "creará un sentido de desesperación, que muy
probablemente conducirá a la agresión ofensiva" contra los países que cuenten
con un abasto mayor de recursos vitales. "Imaginen a los países de Europa
oriental que luchan por alimentar a sus poblaciones ante la caída de los
suministros de comida, agua y energía: mírenlos vigilar a Rusia, cuya población
va en descenso, para tener acceso a granos, minerales y fuentes energéticas".
Escenarios semejantes se replicarán por el planeta conforme aquellos que no
cuentan con los medios para sobrevivir invadan o migren a lugares de mayor
abundancia -lo que producirá luchas interminables entre quienes "tienen" y
quienes "no tienen" recursos.
Es esta perspectiva, más que nada, lo que preocupa a John Reid. En
particular, expresó preocupación por la inadecuada capacidad de los países
pobres o inestables para lidiar con los efectos del cambio climático, y por el
riesgo resultante de colapsos estatales, guerras civiles y migración masiva.
"Más de 300 millones de personas en Africa carecen actualmente de agua segura",
observó, y "el cambio climático agravará esta situación", lo que generará
guerras como en Darfur. Aun en el caso de que estos desastres sociales ocurran
en los países en desarrollo, los países ricos también se verán atrapados, sea
por participar en operaciones de mantenimiento de la paz o de ayuda humanitaria,
por frenar a los migrantes indeseados o por luchar para acceder a fuentes
extranjeras de alimento o petróleo.
Cuando uno lee sobre estos escenarios de pesadilla es fácil convocar imágenes
de gente hambrienta, desesperada, que se mata con cuchillos, estacas o garrotes
-como ocurrió en el pasado y como podría oocurrir-. Pero estos escenarios también
avizoran el uso de armas letales. "En este mundo de estados guerreadores",
el informe del Pentágono predice: "es inevitable la proliferación de armas
nucleares". Conforme desaparezca el petróleo y el gas natural, más países
confiarán en la energía nuclear para responder a sus requerimientos -y esto
"acelerará la proliferación nuclear conforme los países desarrollen capacidades
de reprocesamiento y enriquecimiento de metales para garantizar su seguridad".
Pese a ser especulativos, los informes dejan algo claro: cuando se piense en
los efectos del cambio climático debemos enfatizar sus consecuencias sociales y
políticas tanto como sus efectos ambientales. Una sequía, una inundación o una
tormenta pueden matarnos, seguramente lo harán, pero también las guerras entre
supervivientes de las catástrofes cuando peleen por las sobras de comida, agua y
refugio. Como lo indica Reid, no importa qué tan acaudalada sea una sociedad, no
escapará a estas formas de conflicto.
Podemos responder a estas predicciones en dos formas: confiando en las
fortificaciones y la fuerza militar para contar con cierto grado de ventaja en
la lucha global por los recursos, o dando los pasos significativos para reducir
el riesgo de un cambio climático cataclísmico.
Sin duda habrá muchos políticos y expertos -especialmente en Estados Unidos-
preocupados en impulsar la superioridad de la opción militar, enfatizando la
preponderancia de la fuerza con que cuenta ese país. Argumentarán que
fortificando las fronteras y costas para frenar la entrada de migrantes
indeseables y luchando por las fuentes de crudo necesarias, podremos mantener
nuestro privilegiado nivel de vida durante más tiempo que otros países menos
dotados de instrumentos de poder. Tal vez así sea. Pero la penosa guerra en
Irak, que no parece concluir, y la fallida respuesta ante el huracán Katrina
muestran qué tan ineficientes son estos instrumentos cuando se confrontan
con la dura realidad de un mundo que no perdona. Y como nos recuerda el informe
del Pentágono, "las batallas constantes por recursos que disminuyen, reducirán
los recursos todavía más de lo que se reduzcan por los efectos climáticos".
La superioridad militar puede darnos una ilusión de ventaja en las luchas
venideras, pero no puede protegernos de los estragos del cambio climático.
Aunque estemos mejor que Haití o México, también sufriremos las tormentas, las
sequías y las inundaciones. Conforme los socios comerciales se sumerjan en el
caos, nuestras importaciones de alimentos, materia prima y energía desaparecerán
también. Es cierto, podemos establecer puestos militares en algunos sitios para
garantizar el flujo de materiales críticos, pero el precio siempre irá en
aumento en sangre y recursos necesarios para pagar esta empresa y eventualmente
nos rebasará y destruirá. En última instancia, nuestra única esperanza para un
futuro seguro y garantizado yace en una sustancial reducción de las emisiones de
gases de efecto invernadero y en trabajar con el mundo para frenar el ritmo del
cambio climático global.
(*)Michael T. Klare es profesor de estudios sobre la paz y la seguridad
mundiales en el Hampshire College, y es autor de los libros Resource wars
y Blood and oil.
Publicado en TomPaine.com
Traducción: Ramón Vera Herrera