(IAR-Noticias)
09-En-06
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El presidente George W. Bush
tiene serios diferendos con su dos únicas fronteras |
Parecería una locura que alguien se atreva a pensar una invasión de Estados
Unidos a Canadá, uno de los países más civilizados y pacifistas del planeta. Sin
embargo, un día antes que finalizara el año apareció un extraño artículo de Peter Carlson, de The Washington Post, rotativo del establishment,
sobre las intenciones irredentistas del unilateralismo bushiano: "Incursión a la
caja de hielo: detrás de su frente caliente, EU hizo cálculos fríos para someter
a Canadá" (30/12/05).
Por Alfredo
Jalife Rahme -
La Jornada, México
Carlson pertenece a la sección "estilo", de corte social y menos político, y
su entrada es brutal: "invadir a Canadá no será como invadir a Irak: cuando
invadamos (sic) a Canadá, nadie será capaz de refunfuñar (sic) que no teníamos
(sic) un plan" (sic). La amenaza es obscenamente prístina. El medio seleccionado
es el apropiado y no se presta a ninguna recriminación diplomática de Canadá,
porque las amenazas se pueden interpretar como una "broma", que no es obviamente
el caso. De Defensa, muy solvente centro de pensamiento estratégico-militar, con
sede en Bruselas, toma muy en serio la amenaza de Carlson dos días más tarde
("¿Invadir Canadá?"; 1/I/06), que cataloga como un "artículo extraño" en el
"género semijacarandoso, semianecdótico" y pregunta la razón por la cual un plan
conocido de la década de los 20 del siglo pasado (el Plan Rojo) haya sido
exhumado en la actual coyuntura. El Plan Rojo fue desclasificado en 1974 y es
accesible en los archivos nacionales, pero "la ocasión es propicia para
desarrollar un tema al que los canadienses son sensibles desde el 11 de
septiembre de 2001 y al que ciertos (sic) estadunidenses no son insensibles".
Ya en 2002, The National Review, revista de los superhalcones, había
publicado un ensayo nada jacarandoso: "Bombardear Canadá: argumentos para una
guerra", del furibundo fanático juvenil de ultraderecha Jonah Goldberg (formado
en la escuela de la dupla Cheney-Rumsfeld, en el Instituto Estadounidense de
Empresa), quien sugirió desde su inmadurez cronológica y mental que Estados
Unidos "lanzara una incursión fulminante a Canadá e hiciera explotar cualquier
cosa (sic), quizá un estadio vacío (sic) de hockey sobre hielo. Ello causaría
que Canadá cese de derrochar (sic) su dinero en el seguro médico universal y en
su lugar funde un ejército digno de ese nombre, para que el neurótico (sic)
sentimiento antiestadounidense de Canadá sea resuelto a nivel de hombres" (¡super-sic!).
Son notorios los 31 años de edad del inmaduro Goldberg.
Del lado canadiense, Floyd Rudmin, profesor de sicología y autor del libro
En los límites de la agresión: evidencia de los preparativos militares de EU
contra Canadá (publicado en 1993), considera que por el momento no es
inminente una invasión a Canadá, porque Estados Unidos "se encuentra atareado en
Irak", pero después es probable que suceda.
El belicista Baby Bush tiene serios diferendos con sus dos únicas
fronteras, consideradas entre las más tranquilas y pacíficas del planeta, que
pretende amurallar, si no invadir.
Catorce días después de la aprobación expedita -en un tiempo récord de sólo
nueve días hábiles, lo que señala la complacencia y complicidad subrepticias de
la Casa Blanca- de la enmienda HR 4437 sobre "seguridad fronteriza" para, entre
otras linduras, amurallar la frontera con México, fue publicada la amenaza
jacarandosa del Washington Post. En la misma enmienda mexicanófoba, los
partidarios del vicepresidente Richard Bruce Cheney en la Cámara de
Representantes consiguieron incrustar un rubro que solicita "estudiar el uso de
barreras físicas" en la frontera de EU con Canadá. Pues tal muralla, por
necesidad geográfica, tendría que ser del triple de la extensión de la que se
pretende construir frente a México, por lo que sería más sencillo (y más barato)
realizar una "incursión fulminante" en las entrañas de Canadá, a menos que la
Casa Blanca, controlada por Cheney, busque fomentar la industria cementera
mediante la erección de murallas cuando estalle el segmento de los bienes
raíces.
La ultrajante enmienda HR4437 consolida la convergencia de padrinazgos
bélicos en la cúpula del partido republicano y la Casa Blanca: la muralla frente
a Canadá, patrocinada por el representante republicano Duncan Hunter, jefe del
poderoso Comité de las Fuerzas Armadas, y la doble muralla frente a México
(nota: tiene lógica, los mexicanos son casi cuatro veces más numerosos que los
canadienses), apadrinada por dos republicanos del más alto nivel: James
Sensenbrenner, jefe del Comité Judicial, y Peter King, jefe del Comité de
Seguridad Interior, quienes hacen realidad la mexicanofobia añeja del
republicano Thomas Gerard Tom Tancredo. Se trata, pues, de un proyecto
sincrónico de levantamiento bélico de murallas tanto en el seno del obsoleto
cuan fallido TLCAN como de su peor engendro, el ASPAN (el delirante "TLCAN Plus"),
de parte del Partido Republicano, del que es aliado el fariseo PAN "de México".
Por cierto, Hunter Duncan se encuentra inmerso en las redes corruptas del
partido republicano en California (USA Today 1/06/05). ¿No será acaso que
el Partido Republicano, con una veintena de representantes atrapados en varios
casos de corrupción multiforme (el más pestilente, el del mafioso cabildero
estadounidense-israelí Abramoff), recurra al jingoísmo mediante la erección de
murallas para intentar encubrir sus felonías?
Por lo menos a Canadá la amenazan invadir con artículos, unos sicóticos (como
el del juvenil Goldberg), otros jacarandosos (como el de Carlson), a diferencia
de México, a quien el anterior secretario del Pentágono, Caspar Willard
Weinberger, en su libro ominoso La próxima guerra, consagró un capítulo
de sus múltiples invasiones globales, con prefacio de la baronesa Maggie
Thatcher (el ídolo de los neoliberales apátridas "mexicanos").
El petróleo de Alberta, con reservas superiores a las de Irak, bien vale una
invasión bushiana. Veintisiete días antes de la amenaza jacarandosa de invasión
alentada por The Washington Post, no pasó inadvertido que la revista
británica The Economist, socia corporativa del The Financial Times
y portavoz de la desregulada globalización financiera feudal, haya incitado a la
balcanización de Canadá (ver Bajo la Lupa,11/12/05), en especial de la provincia
de Alberta, que cataloga como la segunda potencia petrolera mundial detrás de
Arabia Saudita, si se agrega su petróleo no convencional, su célebre petróleo
bituminoso (tar sand) -en realidad, Canadá sería el tercer lugar, porque
Venezuela posee las primeras reservas petroleras del mundo.
Las relaciones entre Baby Bush y Canadá se han tensado al máximo. En
la reunión celebrada en Montreal sobre el protocolo ambiental de Kyoto, el
saliente primer ministro canadiense Paul Edgard Philippe Martin fustigó con
justa razón la devastación ambiental global del gobierno bushiano, que no ocultó
su profundo disgusto.
En forma paradójica, el anterior empresario Martin asumió el poder con la
intención de mejorar las relaciones deterioradas con Estados Unidos, pero su
rechazo, el 24 de febrero pasado, a participar en el bushiano Programa
Misilístico Nacional de Defensa Estadounidense (la "mini guerra de las galaxias")
reabrió las heridas. Peor aún: Martin exigió ser consultado en caso del
lanzamiento de un misil estadounidense al espacio canadiense, lo cual tambaleaba
las estructuras militares en los cielos del añejo NORAD y su sucedáneo, el
moderno Comando Norte (Nortthcom). Para justificar su rechazo asombroso, Canadá
adujo el sabio argumento de que "carecía de enemigos", situación que le ha
creado uno nuevo: el gobierno bushiano.
Mas que nada, la incursión petrolera de China a Canadá, donde el presidente Hu Jintao, durante su visita de septiembre pasado, pactó una "alianza
estratégica", ha literalmente conmocionado a los geoestrategas de Washington.
Para la belicista mentalidad unilateralista del bushismo, la alianza petrolera
sino-canadiense no solamente representa una afrenta de lesa majestad a la
cohesión anglosajona (la anglosfera), que se empieza a resquebrajar en
varios puntos, sino, además, constituye una razón más que suficiente para una
invasión militar: la especialidad estadounidense durante todo el siglo XX e
inicios del XXI.
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