La
verdadera estructura del poder mundial
El
Council on Foreign Relations (CFR)
es una organización poco conocida pero muy influyente en los asuntos
internacionales que ha ido creciendo en poder, prestigio y amplitud de ámbitos
de acción, hasta tal punto que ya en nuestros días podemos decir que conforma
el auténtico “cerebro del mundo”
que direcciona el rumbo complejo e incierto hacia el que se empuja y arrastra al
planeta entero.
No
existe pueblo, región o segmento económico, social, o político que pueda
extraerse a su influencia y es, precisamente, el hecho de haber logrado
permanecer “detrás del telón” lo que le otorga al CFR
su inusitada fuerza e influencia. Hoy,
el CFR conforma una organización
discreta de muy bajo perfil público y
de alta efectividad, integrada por unos 3.600 miembros del más alto
calibre, prestigio e influencia en sus respectivas disciplinas y ámbitos de
poder.
De
esta manera, reúne a altos directivos de instituciones financieras, colosos
industriales y medios de comunicación social; a investigadores y académicos; a
oficiales militares de máxima jerarquía; y a políticos, funcionarios públicos
y decanos de universidades, facultades y centros de estudios.
Sus
objetivos fundamentales consisten en identificar y evaluar amplios conjuntos de
factores políticos, económicos, financieros, sociales, culturales y militares
que abarcan a toda faceta imaginable de la vida pública y privada de los
Estados Unidos, de sus Aliados y del resto del mundo.
Hoy,
gracias al enorme poder de Estados Unidos, el ámbito de análisis del CFR
abarca al planeta entero. En rigor
de verdad, el CFR
conforma un poderoso centro de análisis y planeamiento geopolítico y estratégico.
Sus
investigaciones y evaluaciones son realizadas por distintos investigadores y
grupos de trabajo conformados dentro del seno del CFR,
que se dedican a identificar amenazas
y oportunidades del entorno mundial,
evaluar las fuerzas y debilidades
de los intereses agrupados dentro del CFR,
y realizar amplios planes estratégicos, tácticos y operativos en todos los ámbitos
a los que nos hemos referido.
Aunque
estas intensas, profundas y efectivísimas tareas se realizan dentro
del ámbito del CFR, la clave para
comprender su accionar radica en el hecho de que el CFR
jamás opera por sí misma, sino que son sus
miembros individuales los que lo hacen.
Y
ello siempre desde sus ámbitos formales de acción y poder, que son las
empresas multi y transnacionales, los bancos internacionales, las instituciones
multilaterales internacionales, los gobiernos, las universidades, las fuerzas
armadas y los medios de comunicación social.
Esos mismbros del CFR jamás
invocan o siquiera aluden a su pertenencia dentro de la institución, ni mucho
menos la invocan.
Los
ámbitos naturales de poder de cada uno de sus miembros a los que nos referimos
son, por demás, muy poderosos ya que hoy encontramos que son miembros del CFR
buena parte de los presidentes, gerentes y accionistas de las empresas Fortune
500[1]
que
en su conjunto manejan casi el 80% de la economía estadounidense, emplean a más
de 25 millones de personas, y en su conjunto tienen un valor de mercado que
equivale a dos veces y media el PBI de los Estados Unidos.
Pero
también son miembros del CFR los máximos
directivos de los grandes bancos como el Chase
Manhattan de la familia Rockefeller que acaba de fusionarse con el banco J
P Morgan, el Bank of America y el
actual número, CitiGroup, cuya
capitalización hoy excede los 250.000 millones de dólares; los directivos y
formadores de opinión de los ocho monopolios multimedia mundiales; los rectores
y decanos de las grandes universidades y facutades como Harvard,
MIT Massachussets Institute of Technology, Columbia, Johns Hopkins, Princeton,
Yale, Stanford, y Chicago; y – factor clave en esta verdadera rueda de
poder planetario -, los 150 puestos clave del gobierno estadounidense incluyendo
los cargos más relevantes en sus fuerzas armadas.
Miembros
encumbrados del CFR
En
otra obra hemos brindado amplia información al respecto[2];
aquí mencionamos a tan sólo unos pocos encumbrados y podersosos miembros del CFR
como David Rockefeller, Henry Kissinger,
Bill Clinton, Zbigniew Brzezinski, George H.W. Bush, la ex-secretaria de
estado Madeleine Albright, el
especulador internacional George Soros,
el juez de la corte suprema Stephen
Breyer, Laurence A. Tisch (presidente de la cadena Lowes/CBS), el secretario
de estado Gral. L. Colin Powell, Jack
Welsh (presidente de General Electric Company), W.
Thomas Johnson (presidente de CNN y hoy director de Aol/Time-Warner), Katherine
Graham (recientemente fallecida presidenta del grupo Washington Post /
Newsweek / International Herald Tribune); Richard
Cheney (vicepresidente de EE. UU., ex-secretario de defensa de George Bush
(padre), y ex-presidente de la petrolera Halliburton), Samuel
“Sandy” Berger (asesor del presidente Clinton en seguridad nacional), John
M. Deutch (ex-director de la CIA del presidente Clinton), Alan
Greenspan (gobernador del Banco de la Reserva Federal), Stanley
Fischer (ex-director gerente
del Fondo Monetario Internacional y actual director del CitiGroup), Anne
Krueger (actual vicedirectora del FMI), James
D. Wolfensohn (presidente del Banco Mundial), Paul
Volcker (presidente del CS First Boston Bank y ex-gobernador de la Reserva
Federal), John Reed (director y
ex-presidente de CitiGroup); los economistas Jeffrey
Sachs, Lester Thurow, Martin Feldman
y Richard N Cooper; el ex-secretario
del Tesoro, ex-presidente de Goldman Sachs y actual co-Chairman de CitiGroup,
Robert E. Rubin, el ex-secretario de estado del presidente Reagan y
“mediador” en el conflicto de Malvinas, Gral.
Alexander Haig, el “mediador” en el conflicto de los Balcanes, Richard
Holbrooke, el presidente de IBM, Louis
V. Gerstner, el senador demócrata por el estado de Maine, George
J. Mitchell, el diputado
republicano, Newt Gingrich, y la
asesora del presidente Bush en seguridad nacional, Condoleeza
Rice, el representante comercial de Bush Robert
Zoellick, Elliot Abrams, William Perry, Mark Falcoff, Paul Wolfowitz, Richard N.
Perle, y Richard Armitage,
entre muchos otros.
Aquí,
entonces, hallamos la clave de la alta efectividad del CFR,
por cuanto aquellas decisiones y planificaciones que se realizan y acuerdan
durante sus reuniones, conferencias, y grupos de trabajo a puertas cerradas, son
luego ejecutadas por sus diversos miembros desde sus ámbitos formales de poder.
¡Y qué ámbitos de poder que son éstos!
Resulta
lógico inferir que si dentro del CFR se
diseña un conjunto de planes respecto de, digamos, la globalización de la
economía y las finanzas, o cuales regiones del planeta tendrán paz y
prosperidad, y cuales se hundirán en sangrientos conflictos, y se las decide
llevar a cabo, entonces ¿que duda puede haber que la acción coordinada de
personalidades como el presidente de la nación, sus secretarios de estado,
defensa, comercio y tesoro, de los principales banqueros y financistas,
capitanes de industria, directivos de medios de difusión, militares y académicos,
habrá de conducir a resultados concretos, efectivos y, por cierto,
irresistibles?
En
verdad, para comprender cómo funciona realmente
el mundo actual, resulta preciso diferenciar el poder
formal del poder real.
Lo que los medios de difusión nos transmiten con altísimo perfil público a
diario en los noticieros de televisión y en los periódicos no es otra cosa que
los resultados visibles y concretos
de las acciones de las estructuras del poder
formal: especialmente los gobiernos nacionales y la reacción de los
mercados ante las decisiones sualmente unilaterales de la estructura tecnocrática
y supranacional de las finanzas y las empresas.
Pero
el poder real es aquél que de
manera menos visible, planifica y
decide qué va a ocurrir cuándo,
dónde, y quienes lo ejecutarán.
El
rol especial de los Estados Unidos de Norteamérica
Dado
que Estados Unidos es hoy la única superpotencia del planeta, resulta razonable
suponer que la estructura de poder
mundial – pues de ello se trata – que administra el gobierno mundial, lo
hace transitoriamente desde el propio territorio y estructura política y económica
de los Estados Unidos.
Ello
no implica que el pueblo estadounidense necesariamente forme parte de este
esquema, sino más bien que lo conforman sus elites y clase dirigente; el así
llamado Establishment.
Se trata, entonces, de poderes que operan dentro
de Estados Unidos (como también lo hacen dentro del Reino Unido, Francia,
Alemania, Japón, España, Argentina, Brasil y Corea), pero no necesariamente pertenecen
a los Estados Unidos (como sus
contrapartidas en otras naciones tampoco representan a esos pueblos, ni obedecen
necesariamente a sus intereses).
Para
comprender como funciona realmente Estados Unidos, conviene recordar que sus políticas
– especialmente su política exterior – se administran
desde Washington DC (ellos mismos se refieren a su gobierno como “The
Administration”) que es la sede del poder
formal.
Sin
embargo, el verdadero gobierno estadounidense impera desde Nueva York, sede del poder
real.
Ello es comprensible puesto que el poder real requiere de una sólida e
ininterrumpida continuidad y consistencia para poder llevar a cabo complejas
estrategias en el espacio y el tiempo que abarcan a todo planeta y se proyectan
a través de décadas enteras.
Estos
centros de poder rápidamente comprendieron hace ya muchas décadas que no hay
nada más ineficiente e ineficaz para la continuidad y consistencia en el diseño
y ejecución de estrategias políticas, económicas, financieras y sociales, que
el sistema democrático que con su alto perfil público y periódicos recambios
obliga a dirigentes a dar permanentes explicaciones al demos
a cada paso.
Cuánto
mejor resulta operar discretamente,
desde lo que formalmente es un mero gentlemen’s
club
como el CFR, del que hombres
poderosos e influyentes son miembros, directivos o incluso presidentes durante décadas
enteras sin tener que rendirle cuentas a absolutamente nadie,
fuera de sus pares dentro de la propia organización.
Así,
3.600 poderosas personas pueden ejercer una influencia gigantesca sobre
incontables miles de millones de seres humanos en todo el planeta.
Se trata, en rigor de verdad, del eje
central de una verdadera red de
hombres y mujeres poderosos, ya que el CFR
es complementado por otras organizaciones análogas tanto estadounidenses como
internacionales especializadas en el estudio de asuntos geopolíticos
internacionales y promover el actual modelo global:
The Hudson Institute, The RAND Corporation,
The Brookings Institution, The Trilateral Commission,
The World Economic Forum, Aspen Institute, American Enterprise Institute,
Deutsche Gesellschaft für Auswärtigen Politik, Bilderberg Group, Cato
Institute, Tavestock institute,
y el Carnegie Endowment for International
Peace, entre otros.
Todos
estos think tanks o bancos de
cerebros como se los denomina en el país del norte, reúnen a los mejores
hombres en sus respectivos campos a condición de que estén claramente
alineados con las premisas básicas de los objetivos políticos de los
globalizadores:
la creación de un gobierno mundial privado, la erosión
sistemática de las estructuras de todos los estados-nación soberanos
(aunque no de todos de la misma manera ni al mismo tiempo, se entiende), la
estandarización sociocultural, la imposición de un sistema financiero
globalizado especulativo-usurario, el alineamiento de la opinión pública
mundial a través de una poderosa acción psicológica a nivel planetaria, y
la administración de un sistema de
guerra global que mantenga la cohesión de las masas a través del permanente
azuzamiento contra algún “enemigo”, sea éste real o imaginario.[6]
Los
primeros tiempos
Corría
el mes de Mayo del año 1919, cuando un grupo compacto de influyentes banqueros,
abogados, políticos y académicos – todos ellos participantes de las
conversaciones entre los Aliados vencedores y las Potencias Centrales derrotadas
en los campos de batalla europeos -, reunidos en el Hotel Majestic de París
tomaron una decisión trascendental: formar dos “bancos de cerebros” o
logias para defender los intereses mundiales anglonorteamericanos.
Desde
estas instituciones que hoy han crecido hasta formar el centro
de planeamiento geopolítico y geoeconómico más importante del planeta, se
ha venido diseñando a lo largo de ochenta años un nuevo orden mundial que se
acomoda a los intereses colonialistas anglo-norteamericanos y de sus aliados de
entonces y de hoy.
La
estrategia consistía en fundar dos entidades: uno en Londres que
habría de denominarse el Royal
Institute of International Affairs (RIIA
– Instituto Real de Relaciones Internacionales),
y otro en los Estados Unidos que tomaría el nombre de Council
on Foreign Relations (CFR), con sede en la ciudad de Nueva York.
Ambas
organizaciones portaban el claro sello ideológico del socialismo gradual como
eje de control colectivo que ya hacia fines del siglo XIX fuera propugnado por
la Sociedad
Fabiana financiada por el Round
Table Group del magnate sudafricano, Cecil Rhodes y la familia de
financistas cosmopolitas Rothschild. Al CFR
también le darían su apoyo y financiación las más pudientes y poderosas
familias estadounidenses como Rockefeller, Morgan, Mellon, Harriman, Aldrich,
Schiff, Kahn, Warburg, Lamont, Ford y Carnegie (ésta última, particularmente a
través de una organización precursora del CFR,
la Carnegie
Endowment for International Peace).
Desde
su creación, el CFR contó con un
importante vocero que, aún hoy, sigue siendo la publicación más prestigiosa e
influyente de los Estados Unidos en materia de análisis geopolítico: Foreign
Affairs, del que se dice que
“lo que hoy se publica en “Foreign Affairs” se transforma mañana en la
política exterior oficial de los Estados Unidos”.
Entre
los fundadores y primeros directivos del CFR, hallamos a hombres de la talla de Allan
Welsh Dulles, uno de los mayores exponentes de la comunidad de planeamiento,
inteligencia y espionaje estadounidense que consolidaría la estructura de la
CIA, central de inteligencia estadounidense; al periodista Walter
Lippmann director-fundador del semanario The
New Republic y agudo estratega en acción psicológica;
a los banqueros Otto H. Kahn, y Paul
Moritz Warburg,[7]
éste último nacido en Alemania y emigrado a los Estados Unidos dónde en 1913
diseñó y promovió la legislación que desembocaría en la creación del Federal
Reserve Bank, el banco central privado
estadounidense
que hasta nuestros días ejerce el control sobre toda la estructura
financiera de esa nación.
Al
finalizar la Segunda Guerra Mundial y como parte del “nuevo orden mundial”
de la posguerra, el Banco de la Reserva
Federal se vería complementado por el Fondo
Monetario Internacional y el
Banco Mundial, también
creaciones de miembros del CFR.
Estas tres instituciones en su conjunto controlan el sistema financiero
globalizado actual. Conviene aquí
señalar que la única verdadera globalización que hoy se aprecia en el mundo
es la del sistema financiero que ha escapado a todo control nacional, pues los
sistemas económico y político hoy siguen transitoriamente centrados en torno
al ámbito nacional.[8]
Entre
los fundadores del CFR, hallamos por
ejemplo al geógrafo y presidente de la American
Geographical Society, Isaiah Bowman,
quien tendría a su cargo el equipo angloestadounidense que redibujaría el
mapa de Europa tras la Primera Guerra Mundial y que – Tratado de Versalles
mediante -, tantos trastornos habría de traer en las décadas subsiguientes.
Fueron dos economistas del CFR,
Owen D. Young
y Charles
Dawes, quienes durante los años
veinte diseñarían e impulsarían los planes de “refinanciación” de la
deuda de guerra impuesta a Alemania por ese mismo Tratado.
Fueron
miembros del CFR quienes como altos
directivos del Banco de la Reserva
Federal generarían las distorsiones y astringencias monetarias que ayudaron
a desatar la crisis financiera de 1929.
Fueron miembros del CFR
quienes presionarían sobre la opinión pública – a través de los poderosos
medios de difusión bajo su control como las cadenas radiales NBC
y CBS y los periódicos Washington
Post y New York Times, para
quebrar la neutralidad estadounidense ante la nueva guerra desatada en Europa a
partir de 1939.
la
segunda guerra mundial
Durante
esta contienda en la que Estados Unidos recién participaría formalmente hacia
fines de 1941, miembros de alto rango dentro del CFR
conformaron el War
& Peace Studies Project que
se integró lisa y llanamente al Departamento de Estado norteamericano[9]
diseñando sus políticas hacia el Japón y Alemania, y luego preparó otro
“nuevo orden mundial” para después de la previsible victoria Aliada.
De
esta manera, el CFR diseñó y
promovió la creación a partir de 1945 de la Organización de las Naciones
Unidas como instancia de administración política mundial y algunas de sus
agencias económicas clave como el FMI
y el Banco
Mundial, a través de sus miembros Alger
Hiss[10],
John J. McCloy[11],
W. Averell Harriman, Harry Dexter White[12],
James Lovett[13],
Dean Acheson[14],
George Kennan[15],
Charles Bohlen[16]
y
otros, como así también a través de las conferencias de Dumbarton
Oaks (para crear la ONU), Bretton
Woods (para crear el FMI, Banco Mundial y el GATT/OMC), Teherán
y Yalta (conferencias en las que se
acordó la división del mundo en esferas de dominio entre Estados Unidos y la
URSS).
Terminada
aquella contienda, el Presidente Harry
S. Truman instauraría la conocida “Doctrina Truman” de seguridad
nacional que toma como punto de partida la doctrina del containment
– contención del expansionismo soviético - propuesta por otro miembro
del CFR a la sazón embajador en Moscú:
George Kennan, en un conocido artículo
aparecido en las páginas de Foreign
Affairs y firmado “X”, como así también la directiva NSC68 del National
Security Council redactado por Paul
Nitze, del CFR.
Otro tanto fue el caso del así-llamado “Plan Marshall” diseñado por
un grupo de trabajo del CFR y
ejecutado por W. Averell Harriman
entre otros.
De
manera que para comprender al mundo contemporáneo, bien vale la pena evaluar y
analizar lo que hace, dice y propaga el CFR, pues muchas de sus actividades no
son secretas sino meramente discretas.
Cualquier
persona que visite su sede en la residencial Park Avenue esquina calle 68 de la
ciudad de Nueva York, como lo ha hecho el autor de la presente nota, podrá
obtener un ejemplar de su Memoria y Balance en el que figuran descripciones
oficiales de sus actividades y la nómina de sus más de 3.600 miembros.
De
manera que la información está disponible para quien quiera tomarse el trabajo
de pedirla y luego procesarla, analizarla y tomarse el trabajo de
correlacionarla con otros datos relacionadas con esas mismas personas.
Preciso
es investigar la manera en que a lo largo de este siglo el CFR - sólo o en
coordinación con otras organizaciones hermanadas - ha ejercido determinante
influencia sobre la más amplia gama de corrientes ideológicas, eventos políticos,
guerras, fenómenos de acción psicológica, crisis económicas y financieras,
encumbramientos y defenestraciones de personalidades de
alto relieve y otros hechos impactantes – muchos claramente
inconfesables – que han marcado el rumbo de la humanidad a lo largo del
tumultuoso siglo que acaba de terminar.
Es
que pareciera que nos tienen a todos demasiado ocupados y fascinados como
espectadores pasivos de los vertiginosos eventos y hechos que a diario se
suceden en todo el mundo, como forma de asegurarse que a nadie – o al menos a
pocos -, se les ocurra fijar la atención en
otro lado, para identificar ya no tanto los efectos y resultados impactantes
de muchas decisiones y acciones encubiertas, sino más bien los
orígenes reales y concretos de esas mismas decisiones y acciones.
Para
el éxito de este gigantesco fenómeno de acción psicológica colectiva –
pues de ello se trata –, los medios masivos de comunicación social cumplen un
rol vital y esencial. Pues son
ellos los instrumentos cuyo objetivo consiste en propiciar la
anulación de la capacidad de pensamiento independiente y creativo entre los
pueblos.
Para
ese fin parecieran estar CNN, CBS, NBC,
The New York Times, The Daily Telegraph, Le Figaró, The Economist, The Wall
Street Journal, Le Monde, The Washington Post, Time, Newsweek, US News &
World Report, Business Week, RTVE, todos dirigidos por personeros del CFR
y/o de sus organizaciones hermanas en otras naciones.
Luego la información y opiniones que propagan son repetidas ad
nauseam por todos los medios “serios” en todos los países del mundo.
En
verdad, estos medios, la industria del entretenimiento y las estructuras
educacionales conforman una suerte de continuum
que contiene implícitamente un conjunto de ejes de acción psicológica
colectiva.
Podríamos decir que, en
términos generales, una de las estrategias más importantes de dicha acción
psicológica se centra en ocultar o al menos soslayar y disimular, tres
realidades fundamentales que para las fuerzas globalizadoras resultan muy
poco conveniente que sean debidamente conocidas y comprendidas por la opinión pública
mundial y en cada país.
Cómo
funciona realmente el mundo.
La opinión pública ha de pensar que el mundo funciona según lo que
indican los medios de difusión; ha de creer que los gobernantes realmente
gobiernan y que son elegidos por la voluntad soberana del pueblo.
La realidad es muy diferente.
Que
la situación de las distintas naciones puede que sea difícil pero que todo se
terminará resolviendo a medida que el proceso de la globalización se enraíce.
Ello conlleva implícita la idea de que la felicidad de las naciones se halla íntimamente
ligada al nivel de alineamiento a las pautas y exigencias del proceso
globalizador.
En el caso de la
Argentina, se pretende hacernos creer que las cosas están mal pero que van a
mejorar; que es sólo cuestión de renegociar (¡una vez más!) los pagos de la
deuda externa, que es sólo cuestión de flexibilizar alguna legislación,
privatizar más empresas y reformar el Estado para que todo se resuelva como por
arte de magia.
La realidad es muy
diferente.En el caso de la
Argentina, estamos ante la probable desaparición lisa y llana de la Argentina
dentro del Leviatán globalizador.
Que,
nos guste o no, no existen opciones a la globalización; que la misma es
irresistible, indetenible; que su poder es invulnerable y sus exigencias
inapelables.
Pero aquí también la realidad resulta ser muy diferente.
La globalización no es tan poderosa e invulnerable como se nos la
presenta. Tiene importantes
contradicciones internas algunas de las cuales abordaremos en el presente ensayo
y – lo más importante –, existen opciones y alternativas al modelo rígido
y único que ofrece al mundo
¿Qué
es la globalización, entonces?
Llegados
a esta instancia, se plantea una pregunta esencial que es definir qué es la
globalización a la luz de esta realidad que observamos. Aventuramos una
definición en el sentido de que el proceso de la
globalización conforma una ideología que tiene claros objetivos e intereses
políticos y económicos.
El
vocablo “globalización”, no es más que un eufemismo
que encubre una realidad más profunda que los propios mentores del sistema han
definido desde hace casi un siglo como “nuevo orden mundial”: así
denominaron el mundo tras la primer guerra mundial, lo hicieron nuevamente tras
la segunda guerra mundial y, más recientemente, tras el colapso del imperio
soviético, según lo definió el entonces presidente George Bush, padre del
actual presidente electo.
La
característica principal del fenómeno de la globalización es que aunque
sustenta su poder sobre lo económico y especialmente lo financiero, en el
planeamiento de sus intereses globales, conforma un proceso auténticamente político.
Como nos enseña el politólo germano Carl
Schmitt, el ámbito natural de la política distingue entre amigos y
enemigos, siendo la definición que da de enemigo la clásica: no tanto un inimicus,
el enemigo personal de cada uno de nosotros sino más bien en el sentido de hostis,
que es el enemigo de la comunidad, del grupo, de la institución, o de
la nación.
Así,
deviene en hostis todo grupo, nación,
ideología, credo, empresa, gobierno, ejército u otra organización o fuerza
que activa o pasivamente se oponga a los objetivos e intereses del proceso de
globalización.
Dentro
de este marco conceptual, el principal hostis
que los planificadores de la globalización han identificado desde hace ya
muchas décadas es el concepto de lo nacional y el Estado-nación soberano como
su instrumento ejecutor. En
pocas palabras, para defender y promover sus intereses planetarios que prevé un
modelo reingenierizado del mundo, los promotores de la globalización no tienen
otra opción que combatir las raíces de lo nacional en todo el mundo y a todos
los Estado-nación soberanos; cada uno según sus características, historia,
fuerza relativa y permeabilidad a alinearse al modelo globalizador.
En
las elocuentes palabras de Richard
Gardner, uno de los pensadores del CFR,
“....En pocas palabras, la ‘casa del
orden mundial’ tendrá que ser construida desde abajo para arriba.....impulsando
una carrera final alrededor de la soberanía nacional, erosionándola pedazo a
pedazo, con lo que se logrará mucho mas que con el anticuado método del asalto
frontal” (el resaltado es nuestro). [17]
El
modelo planetario propugnado por el CFR
podríamos describirlo como la conformación de una suerte de “fábrica”
planetaria creadora de bienes y servicios, con su contrapartida de un
“supermercado” planetario de consumo de esos bienes y servicios.
En ese modelo, la “góndola” que le toca a la Argentina es la de mera
exportadora de commodities y los
servicios de apoyo táctico asociados con ellos. Es un modelo de una Argentina
de no más de 12 a 15 millones de personas....
En
ese modelo planetario, no hay lugar para el Estado-nación soberano, por cuanto
es un modelo sustentado eminentemente sobre conceptos económicos y financieros;
es un proyecto ideado y alineado con un conjunto de poderosísimos intereses
privados.
En
rigor de verdad, hoy podríamos decir que la gran privatización que se ha dado
en el mundo y por cierto en la Argentina no se limita a tal o cual empresa de
servicios públicos o a un determinado segmento del mercado.
La gran privatización que se está
produciendo en el mundo y que se ha producido en la Argentina es la
privatización del poder.
Ello
se refleja elocuentemente en la última Memoria y Balance del CFR
correspondiente al año 1999, en la que el vicepresidente del CFR,
Maurice Greenberg
nos anuncia que en el mundo actual ya no se trata de diseñar tan solo una
geopolítica sino que el eje de poder hoy conforma una auténtica “geoeconomía”,
que no es más que el blanqueo de esta realidad que es la privatización del
poder.
Según
Greenberg, “En política exterior ha
llegado el momento de cambiar nuestro principio organizador central de la geopolítica
a la geoeconomía; de las preocupaciones tradicionales del equilibrio de poder a
los conceptos económicos y de seguridad.....En mi opinión, la mayor amenaza
para la seguridad estadounidense provendría de un colapso económico
mundial.”
©
Adrian Salbuchi, Córdoba y
Buenos Aires, 2001 y 2002
En
Córdoba:
27 de Abril 564, 8º “D” – Cordoba – (0351) 422-3102 – Juan Carlos
Tresoldi – Susana Caviglia.
En
Buenos Aires:
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