La fecha y el lugar parecen ser claves. Fue en Virginia donde Thomas Jefferson
redactó la Declaración de Independencia aprobada el 4 de julio de 1776.
Virginia, además, es la primera de las trece colonias que Inglaterra estableció
en honor a Isabel I, conocida como “la reina virgen”, en lo que hoy es la Unión
Americana. Durante su reinado (1558-1603), y esto no es un dato menor, Isabel
convirtió a un país que era mayoritariamente católico en una nación totalmente
protestante.
Y fue en Martinsburg (Virginia Occidental) donde el presidente Bush aprovechó la
conmemoración del Día de la Independencia para defender el envío de más fuerzas
militares a Irak e indicó que la victoria requerirá de “más paciencia, más
coraje y más sacrificio”, como un remedo a la célebre frase del primer ministro
británico Winston Churchill cuando durante la Segunda Guerra Mundial les exigió
a sus compatriotas “sangre, sudor y lágrimas”.
“Debemos ganar por nuestro bien”, dijo Bush frente a soldados de la Guardia
Nacional que lo vitorearon. “Debemos apoyar a nuestras tropas por la seguridad
de nuestros ciudadanos. Debemos apoyar al gobierno iraquí y debemos derrotar a
Al Qaeda en Irak”. Las palabras contrastan con los hechos: más de 3.500 soldados
estadounidenses han muerto en los cuatro años y cuatro meses que lleva la
ocupación de Irak, mientras que la cifra de civiles árabes muertos es diez veces
mayor.
Cuatro años y cuatro meses... El mismo día, mientras Bush hablaba, cuatro
menonitas murieron en una granja de Virginia al caer en un pozo de estiércol
fermentado. Un agricultor de 34 años y su esposa de 33, dos de sus hijas –de
nueve y once años– y un empleado de 24 se asfixiaron en una finca lechera del
valle de Shenandoah con las emanaciones de gas metano provenientes de desechos
vacunos almacenados. Los cuatro perdieron la vida literalmente tapados de bosta
podrida en las entrañas de la tierra.
Shenandoah, un lugar de conmovedora belleza al pie de los Montes Apalaches, está
considerado desde hace siglos como “territorio de hadas y duendes”. Muchos
menonitas de origen alemán, suizo y austriaco habitan en la región desde antes
de la Guerra Civil de 1861-1865, en la que fueron reclutados a la fuerza y
participaron sin esmerarse demasiado en hacer puntería.
Y si se trata de encontrar signos apocalípticos, hay uno más preocupante: el
reportero del Washington Post acreditado en la Casa Blanca, Peter Baker, acaba
de descubrir que aunque el presidente Bush continúa con su agenda de viajes,
discursos y reuniones cumbre, ahora “rara vez sale a comer afuera y ya no juega
al golf”. Caray, eso sí que se les había pasado por lo bajo a muchos
politólogos.
Para estos analistas quizás influye otra señal para explicar el extraño
comportamiento del hombre más poderoso del mundo: su índice de aprobación se
ubicó abajo del 50 por ciento en las encuestas del Washington Post-ABC News en
enero de 2005 y nunca superó ese nivel en los 30 meses transcurridos desde
entonces.
Pero estos sondeos seguramente no le quitan el sueño a Bush, que a los 40 años
abandonó su afición al bourbon destilado en Tennessee para ingresar a la Primera
Iglesia Metodista Unida. El teólogo Michael Novak, profesor del American
Enterprise Institute y autor del libro El espíritu del capitalismo democrático,
sostiene que el presidente sobrelleva sus dificultades porque “se ve a sí mismo
haciendo la obra de Dios”.
Novak, que considera que el neoliberalismo se basa en la ética católica, asegura
que la fe del ex alcohólico texano es muy fuerte y que las críticas no le
preocupan porque “él le responde directamente a Dios”. Y dialogar de tú a tú,
sin duda es mucho más embriagador que monologar frente a una botella de Jack
Daniels.