Rawi Abdelal, profesor asociado de la escuela de Negocios de Harvard,
y Adam Segal, becario de estudios chinos en el CFE, puntualizan que se han
erigido nuevas barreras económicas que ponen en tela de juicio la inevitabilidad
de la expansión del libre-comercio y pronostican que el futuro parece mixto:
"mientras el nuevo nacionalismo económico se asienta, algo de integración
probablemente continuará".
Abdelal y Segal añoran el pasado reciente, al cual definen como el
"fin del mundo que conocimos", cuando la "globalización económica el libre
flujo global de capitales, bienes y mano de obra parecía "inevitable e
inexorable: un mundo plano".
Repiten lo archisabido: las crisis financieras de la década de los
noventa del siglo pasado, el disparo del déficit de cuenta corriente de Estados
Unidos, la devaluación del dólar y la inseguridad de la clase media debido a la
deslocalización (outsourcing). Permea su obsesión
americanocentrista que relega despreciativamente el profundo malestar que
la globalización provocó en el resto del planeta nada "plano".
Refieren que los historiadores Niall Ferguson y Harold James han
señalado que la previa globalización decimonónica que, a su juicio, comprendió
de 1870 a 1914, "también parecía imparable y acabó en forma desastrosa, lo cual
puede volver a suceder".
El mejor historiador viviente sobre el siglo XIX, el británico Eric
Hobsbawm, infinitamente superior a Ferguson y James juntos, remonta el fin de la
globalización decimonónica a 1873 y no a 1914, como lucubran Ferguson y James
juntos a consecuencia de la quiebra de la Bolsa de Viena en ese año, que
presagiaba la decadencia del imperio austro-húngaro y la guerra que se
desencadenó 41 años más tarde, mientras arrastraba en su desplome al imperio
otomano. La Gran Depresión del siglo XIX había durado de 1873 a 1896: 23 años.
Todavía el detonante de la Primera Guerra Mundial después de la Gran Depresión
esperaría 20 años más en Sarajevo.
Rawi y Segal confunden la globalización económica con la revolución
tecnológica, maravilloso hallazgo científico intrínsecamente neutral que ha sido
deformado por los especuladores financieros para multiplicar sus ganancias a
expensas de la mayoría del género humano.
Aplican un vulgar sofisma y apuestan a la continuación de la
globalización mientras perviva la información tecnológica (su corolario no está
para nada asegurado y muy bien pueden estar disociados sin que sea el "fin del
mundo"), pero admiten que los "fundamentos institucionales de la globalización
reglas que obligan a los gobiernos a mantener sus mercados abiertos, así como
las políticas domésticas e internacionales que permiten a los hacedores de la
política liberalizar sus economías se han debilitado considerablemente en los
pasados años".
El punto más vulnerable de la globalización: "la energía el más
globalizado de los productos se ha vuelto una vez más objeto de un intenso
nacionalismo de los recursos, conforme los gobiernos de los países ricos en
recursos imponen mayor control y propiedad sobre tales activos".
El punto más resplandeciente del análisis dual de Abdelal y Segal
versa sobre la "medición de la salud de la globalización en los mercados
energéticos, en particular del petróleo" que "se ha convertido en la última
materia prima global con una importancia sin paralelo" y lanzan un atractivo
axioma: "como marchan los mercados petroleros, así marcha la economía global".
Bajo esta óptica, las "señales serían preocupantes para Estados
Unidos cuando Latinoamérica "ha reafirmado su autoridad en los proyectos
extractivos que previamente habían cedido a las empresas foráneas", y Rusia
utiliza la "carta petrolera-gasera" para extender su influencia estratégica. Se
trata específicamente de "Sudamérica" mejor dicho que "Latinoamérica", cuyos
mandatarios han capturado perfectamente el significado de la relevancia
geoestratégica del "oro negro", ya que a los aldeanos neoliberales mexicanos,
con el fin de salvarse de la hoguera infernal de la quiebra financiera, les urge
regalarlo a las trasnacionales texanas y españolas.
Conjeturan en forma interesante que el desmedido despliegue de China
para surtirse de petróleo y gas, "parece un preparativo para el día en que el
petróleo sea difícil de adquirir y transportar" y quizá se deba a la
"expectativa de que los mercados petroleros globales se quebranten por una
recesión mundial o un conflicto con Estados Unidos".
Aceptan que las "tendencias contradictorias" indican que el panorama
"estará embrollado" y "aunque la globalización como proceso continuará
chisporroteando, la idea de una globalización sin restricciones decaerá en forma
considerable". Lo real es que las fuerzas centrífugas de la globalización
superan a las fuerzas centrípetas.
En el contexto del declive de Doha y la OMC, abundan sobre la doble
visión mercantil entre Estados Unidos, más bilateralista (hubieran dicho mejor,
"unilateralista"), y la Unión Europea, más multilateralista. Estados Unidos
nunca quiso ceder "a expensas de su papel prominente en la economía mundial" y
"su firme lugar como centro de los mercados globales".
Admiten que el "papel del capital" se ha visto mermado con las
restricciones a los flujos de inversiones. No lo dicen, pero es la tendencia que
asentando sus reales en Sudamérica y en el este de Asia (v.g. Tailandia
y Sudcorea). Inclusive, el FMI y la OCDE "son más precavidos en estimular a los
países a liberalizar sus reglas de inversiones foráneas" y hasta las
calificadoras Moody's y Standard & Poor's "advierten seguido a los países en
vías de desarrollo sobre los riesgos de liberalizar los capitales" y "han
alabado a China e India por moverse en forma cautelosa".
Uno de los aspectos más preocupantes del "declive general de la
globalización" se centra en el "escepticismo público y la creciente
insatisfacción popular con la desigual distribución de sus beneficios tanto
adentro como afuera de los países", a tal grado que hasta las dos naciones que
más se han beneficiado Estados Unidos y China "cambiaron de parecer" y han
empezado a erigir barreras económicas. Estados Unidos impide la adquisición de
sus joyas trasnacionales mediante la defensa del "patriotismo económico" y en
China prevalece el concepto de "seguridad económica" para proteger a sus
industrias estratégicas, mientras el presidente chino Hu Jintao opera una
reversa de la política implantada desde 1978 para alcanzar una "sociedad
socialista armónica".
Comparan, en forma muy discutible, la previa globalización
decimonónica que "carecía de los fundamentos" de la actual, y concluyen en forma
muy optimista que "aunque la globalización pasó su pico, es improbable que se
desenrede completamente". Ya veremos.
******
(*) "Bajo la Lupa" -Columna del autor en La Jornada, México