La fragua común de este sistema hunde sus raíces 40 años atrás, cuando los
partidos socialdemócrata y democristiano se alternaron para repartirse
Venezuela, malgastando la enorme renta petrolera de la Arabia Saudita
sudamericana. Entonces, como ocurre asimismo hoy, el precio del crudo estaba
más allá de las nubes. Sin embargo, nadie sacó provecho de la bonanza para
construir un modelo de producción alternativo, que no dependiera de las migas
del petróleo. Al contrario, de aquella corrupción y de la inexcusable
displicencia por las necesidades sociales del país quedaron los escombros de
la Venezuela que estalló en el "Caracazo" de 1989, cuando el gobierno de
Carlos Andrés Pérez impuso un brutal ajuste a cuenta del FMI que cerró aún más
el estómago a la mitad de la población ya entonces abrumada por la pobreza.
Ese cuadro es la cuna de Hugo Chávez y su doctrina. Todavía hoy los opositores
siguen sin entender que él es su propio engendro y que mucho bien le harían a
Venezuela si se miraran en ése, su propio espejo. Es un dato indisputable que
el presidente fue el primero en introducir la pobreza en el discurso
político local. Basado en planes sociales, montó una red nacional de
solidaridades que se expresó en casi una decena de triunfos electorales
consecutivos. Un récord que -justo es reconocerlo- no todos pueden igualar.
Pero el proyecto chavista está, no obstante, montado sobre cimientos endebles
y eso es lo que ahora empieza a crujir.
La Venezuela de Chávez tampoco ha aprovechado la renta petrolera
extraordinaria para armar una alternancia al crudo, debe importar bienes
esenciales que le restan recursos propios, se enfrenta a niveles preocupantes
de inflación, y el "socialismo bolivariano" -cualquiera sea su significado-
está prohijando nichos de corrupción y negociados (el caso del mercado
paralelo de cambios es un ejemplo) que ya despierta antipatías incluso entre
muchos chavistas. A esto debe sumarse el hartazgo -perceptible en todo nivel
social- por la crispación continua del presidente, que necesita crearse un
enemigo para sobrevivir. Como lo escribió un comentarista español, mentando el
horror del presidente al vacío mediático: si Chávez no se oye hablar, siente
que deja de existir.
El enigma del problema político venezolano es, pues, que no se avizora una
salida si persiste el odio como instrumento de mediación. Que la oposición
cambie su torpeza habitual y encuentre un rumbo surgirá del hecho de que
acepte a Chávez como lo que es: un producto de su propia ineficacia del
pasado. Eso le permitirá dialogar sin buscar la desaparición del
adversario. Pero nada de ello será posible si el presidente insiste en ignorar
a la mitad del país. En el medio de estas dos posturas quizá se encuentre un
escape a la violencia en ciernes que ya a muchos atemoriza.
Dos universos, tan contrapuestos y hostiles
Son dos universos contrapuestos y hostiles. Ella vive en el barrio de
California Sur. Blonda, sensual, radiante. Buen apellido y mejor cuenta
bancaria. Pongamos que se llama Yesica. Sus abuelos hicieron fortunas en el
campo, hace siglos, cuando sólo valía aquí la ley de Dios. Ahora el Instituto
Nacional de Tierras le reclama los papeles. "Oye —me dice dejando sentir su
aliento a champaña francesa—, yo tengo todo anotadito. Pero quieren
quitármelo."
En el aire suena "No es lo mismo" con la voz gastada de Alejandro Sanz. Y hay
bulla, tintinear de copas, confraternidad entre españoles, venezolanos,
colombianos y este argentino. "Tú tienes mucho", le dice este cronista, con un
acento neutro que a estas horas ya suena estúpido. Yesica frunce el ceño. "Ese
señor ha sembrado el odio. Lo detesto. Venezuela no es la misma desde que
llegó él." No lo nombra. No se atreve. Cree que el silencio conjura ese
hechizo que encarna Chávez. ¿Cómo hacerle entender el significado social del
latifundio?
Todos salimos al jardín. Es noche de trópico y luciérnagas. Ahí afuera, sobre
las colinas de Caracas, el otro universo. A lo lejos, como en otro confín, se
ven las luces del barrio de Petare. Es el borde descosido de la ciudad. Está
al lado, pero tan inhóspito como la cara oscura de la luna. En un sucucho,
Winsor se desvela por su madre enferma. "¿Quién entraba antes aquí, en esta
cueva de hampones? Ni la Policía." Ahora —me había dicho poco antes— Chávez
puso una misión sanitaria. "Si hay una emergencia, alguien la atenderá en el
barrio". Aparta una cortina de hule. "¿Los ricachones? Hundieron al país",
concluye.
Son dos mundos enfrentados por el despecho. Los argentinos sabemos de qué se
trata. También tuvimos familias divididas, cuñados que no se hablaban, una
maldición sobre los tallarines del domingo. Aquí es mayor: hasta los taxistas
suelen echar a sus clientes. Odio. Rechazo. Racismo. Es un mal augurio para
esta querida Venezuela. Sorprende la crispación, el puño cerrado, el insulto
asomando tras el balcón de los dientes.