Es el caso, dijeron
fuentes diplomáticas, de las nuevas advertencias de los
delegados de Washington por lo que llaman "un plan para aumentar
la presencia de terroristas" de cuño islámico en la región.
Ya hay información en Buenos Aires que asegura que Bush habló de
la delicada cuestión con Lula y otro tanto hizo Condoleezza Rice
con su colega brasileño Celso Amorim. Las fuentes se mostraron
sorprendidas por la dimensión que EE.UU. le da al problema y por
la urgencia que pusieron en sus demandas de cooperación.
El tema no es por cierto nuevo. La zona de 1.200 kilómetros
conocida como "Triple Frontera" que comparten Argentina, Brasil
y Paraguay ocupa hace tiempo la preocupada imaginación de los
funcionarios de Washington. Apenas a comienzos de diciembre
pasado el Departamento del Tesoro reavivó la cuestión
insistiendo en que esa área representaba "una amenaza
terrorista" y dio las identidades de nueve individuos y dos
entidades sospechadas de recaudar ayuda financiera para
Hezbollah, el grupo islámico que Israel intentó destruir el año
pasado.
En su momento Brasilia respondió con dureza al documento
insistiendo, al igual que lo hacen Buenos Aires y Asunción, en
que no hay evidencia concreta de las acusaciones y que el área
está bien vigilada. Sin embargo, los tiempos son tan sensibles
en esta materia que el Senado de Brasil anunció que realizará
investigaciones para conocer la realidad.
Los tres países iniciaron hace meses un operativo de vigilancia
conjunta que, sin embargo, no estaría dando resultados en la
medida de los deseos de Washington. Más aún, la prensa brasileña
anunció poco tiempo atrás que ese país construirá un muro de
tres metros de altura y un kilómetro de extensión en su frontera
con Paraguay.
Aunque el objetivo declarado es reducir el
contrabando de bienes, el proyecto evoca las construcciones
similares que EE.UU. está realizando en su frontera con México
para impedir el tránsito humano.
Tal como lo plantearon en Brasil los estadounidenses, el
problema que ellos ven es mucho mayor: la inteligencia militar
asegura haber detectado "musulmanes radicalizados" en San Pablo
y Curitiba; en la ciudad colombiana de Maicao; en Curacao, en
las Antillas Holandesas, y en el puerto chileno de Iquique.
Washington cree que salvo Panamá, El Salvador y Trinidad Tobago,
no hay en la región gobierno que tome seriamente la amenaza. Y
la luz que exhiben pasa a rojo cuando hablan el eje
Venezuela-Irán como promotor del desafío.
Hasta gestos como la acusación argentina contra primeras figuras
del régimen de Teherán por el atentado contra la AMIA, en 1994,
y que un juez validó con pedidos de captura internacional
parecen insuficientes para EE.UU. Interpol, la organización
global que coordina la acción policial no parece dispuesta
aprobar pronto esos pedidos para que se vuelvan operativos.
El tema es crítico porque, más allá de acierto y error, es
imposible deslindarlo del intento de Washington de demonizar a
Venezuela e Irán.