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Un soldado tailandés armado, de guardia en la sede del Gobierno de Bangkok
(Foto: EFE) |
El golpe militar en Tailandia marcó el segundo colapso de alto perfil de la
"democracia" en el mundo en desarrollo en los últimos siete años. El primero
fue el golpe en Paquistán en octubre de 1999 que llevó al poder al General
Pervez Musharraf.
Por Walden Bello (*) - La Haine
T
al como sucedió con el golpe en Tailandia,
ese golpe contó con apoyo de la clase media. Al igual que en Tailandia, se
suponía que los militares dejarían el poder enseguida después de derrocar al
Primer Ministro Nawaz Sharif, pero ya han transcurrido seis años y Musharaff
y las fuerzas armadas continúan en el poder.La democracia en la cuerda
floja
Hoy en día se plantea en algunos círculos que Thaksin Shinawatra socavó
el régimen democrático construido a partir del levantamiento popular de mayo
de 1992. Esto es verdad, pero la democracia tailandesa ya estaba en malas
condiciones antes de que Thaksin llegara al poder en enero de 2001. El
primer gobierno de Chuan Leekpai, de 1992 a 1995, se caracterizó por la
ausencia del más mínimo esfuerzo por llevar adelante una reforma social. El
gobierno del ex empresario provincial Banharn Silipa-Archa, entre 1995 y
1996, fue descrito como "una administración semi-cleptocrática, que les pagó
a los socios de la coalición para que no le retiraran su apoyo, de la misma
manera que solía comprar los contratos de obra pública."
Luego, entre 1996 y 1997, siguió el gobierno del ex general Chavalit
Yongchaiyudh, que se apoyó en una alianza entre las grandes élites
empresariales, los jefes provinciales y los padrinos locales. Se realizaron
elecciones relativamente libres, pero las mismas sirvieron para determinar a
qué coalición de la élite le tocaba el turno de utilizar al gobierno como un
mecanismo de acumulación privada de capital.
No es de sorprender entonces, que la corrupción generalizada,
especialmente bajo los mandatos de Banharn y Chavalit, haya generado rechazo
en la clase media de Bangkok, y que los pobres del medio rural y urbano no
hayan vislumbrado ningún cambio en sus vidas con el advenimiento de la
democracia.
Tailandia bajo el poder del FMI
La democracia sufrió otra afrenta entre 1997-2001 luego de la crisis
financiera en Asia. Esta vez, la responsabilidad no fue de las élites
locales, sino del Fondo Monetario Internacional (FMI), que presionó al
gobierno de Chavalit, y luego al segundo gobierno de Chuan, para que
adoptaran un programa de reformas muy severo que consistía en el recorte
radical de gastos, declarar a muchas corporaciones en bancarrota,
liberalizar las leyes de inversiones extranjeras, y privatizar las empresas
estatales.
El FMI armó un fondo de rescate de 72.000 millones de dólares, pero el
dinero no se utilizó para salvar la economía local, sino para que el
gobierno le pagara a los acreedores extranjeros. Cuando el gobierno de
Chavalit dudó si adoptar estas medidas, el FMI presionó para que hubiera un
cambio de gobierno. El segundo gobierno de Chuan cumplió cabalmente con el
Fondo, y durante tres años Tailandia tuvo un gobierno que rendía cuentas no
a su pueblo, sino a una institución extranjera. No es de sorprender que el
gobierno perdiera su credibilidad a medida que el país caía en una recesión
profunda, y que un millón de tailandeses pasaban a vivir bajo la línea de
pobreza.
Mientras tanto el Representante Comercial de EE.UU. manifestó ante el
Congreso de su país que era de esperar que "el compromiso (del gobierno de
Tailandia) de reestructurar las empresas públicas y acelerar la
privatización de ciertos sectores clave -incluyendo energía, transporte,
servicios y comunicaciones- generara nuevas oportunidades de negocios para
las empresas estadounidenses."
En breve, el FMI contribuyó en gran medida a quitar legitimidad a la
democracia en ciernes de Tailandia, y en ese sentido, esta no fue la única
instancia en la que el Fondo contribuyó a erosionar la credibilidad de un
gobierno, especialmente entre los pobres. Si hoy en día hay un proceso de
retroceso de la denominada "Tercera Ola" de democratización que se inició
como una tendencia en el mundo en desarrollo desde mediados de los setenta,
al FMI le cabe sin dudas parte de la responsabilidad, apoyado por supuesto
por el gobierno de Estados Unidos. Un programa del FMI que exigía un aumento
exponencial de los costos de transporte destruyó la última pizca de
legitimidad de la democracia venezolana en 1989, y condujo al país al
levantamiento espontáneo conocido como el "Caracazo".
Anteriormente, en 1987, el FMI forzó al recientemente electo gobierno de
Aquino en Filipinas, a adoptar un programa económico nacional que anteponía
el pago de la deuda al desarrollo, empujando al país a un período de
recesión, incremento de la pobreza, y creciente desigualdad, que llevó entre
otras cosas a un agotamiento de gran parte de la legitimidad de la
democracia que sucedió a Marcos. De igual forma, los programas de ajuste
estructural que el FMI y el Banco Mundial lograron imponer en Paquistán a
través de los gobiernos de Benazir Bhutto y su rival Nawaz Sharif,
contribuyeron claramente al desmoronamiento de la democracia de este país.
En la medida en que la democracia parlamentaria comenzó a estar asociada al
incremento de la pobreza y la recesión económica, no es de sorprender que el
golpe de Musahrraf haya sido percibido como un alivio para la mayoría de los
paquistaníes, tanto de la clase media como de las masas trabajadoras.
Los años de Thaksin: capitalismo monopólico y populismo a la vez
Regresando a Tailandia, la democracia que llevó al poder a Thaksin en
2001 -luego de realizar su campaña y ganar las elecciones sobre la base de
una plataforma anti-FMI- ya estaba severamente comprometida. En su primer
año en el gobierno, Thaksin inauguró tres fuertes programas de gastos que
contradecían directamente al FMI: una moratoria a las deudas que tenían los
agricultores, además de facilitarles nuevos créditos; tratamiento médico
para todos por sólo 30 baht, lo que equivale a menos de un dólar, por
enfermedad; y un fondo de un millón de baht para cada uno de los distritos
para que invirtieran en lo que les pareciera más oportuno. Estas políticas
no condujeron a la crisis inflacionaria que el FMI y los economistas
conservadores locales habían pronosticado. En lugar de eso, mantuvo la
economía a flote y consolidó el apoyo masivo a Thaksin entre los pobres del
medio rural y urbano.
"Este fue el lado 'bueno' de Thaksin. El problema fue que luego de
haberse asegurado el apoyo de las mayorías con estos programas y prácticas,
que los analistas Chanida Chanyapate y Alec Bamford denominaron "padrinazgo
neofeudal", él comenzó a suprimir la libertad de prensa, a utilizar el
control del gobierno para alimentar su riqueza o disminuir las restricciones
a sus negocios y los de sus compinches, y comprar aliados y sobornar a sus
oponentes. Su guerra contra las drogas para la que utilizó a su agencia
favorita, la policía, resultó en la muerte unas 2.500 personas; si bien esto
molestó a los activistas de derechos humanos, su campaña contó con el apoyo
de la mayoría de la población. Él además asumió una política de línea dura,
puramente punitiva, contra la insurgencia musulmana en tres provincias del
sur del país, lo que empeoró la situación en esos lugares. Su defensa del
tratado de libre comercio con EE.UU. condujo a la creación de una coalición
de oposición conformada por activistas e intereses agrícolas e industriales
amenazados. Despótico, arrogante, poco dispuesto a escuchar y vengativo, él
mismo fue su peor enemigo."
Thaksin parecía haber creado la fórmula para una larga estancia en el
poder con el apoyo de una mayoría de electores, hasta que se extralimitó. En
enero, su familia vendió su paquete accionario mayoritario en el
conglomerado de las telecomunicaciones Shin Corp, a un testaferro del
gobierno de Singapur denominado Temasek Holdings, por 1.870 millones. Antes
de que se efectuara la venta, Thaksin se había asegurado de que el
Departamento Impositivo interpretaría o modificaría las normas para eximirlo
del pago de impuestos. Esto llevó a la clase media de Bangkok a las calles
para exigir su deposición, en un movimiento que tenía una semejanza
sorprendente al denominado "Levantamiento del Poder Popular" que derrocara a
Joseph Estrada en Filipinas en enero de 2001.
Para resolver el problema de la polarización, Thaksin disolvió el
parlamento e hizo un llamado a elecciones, sabiendo que él ganaría las
ganaría por amplio margen, tal como lo hiciera su coalición en 2001 y 2005.
Las elecciones del 2 de abril se realizaron, y la coalición de Thaksin
obtuvo el 57 por ciento de los votos, pero las mismas fueron boicoteadas por
la oposición, lo que llevó a que se conformara un Parlamento sin Oposición.
Luego de una sugerencia no demasiado encubierta del venerado Rey Bhumibol,
la Suprema Corte determinó que las elecciones violaban la Constitución y
ordenó que se realizaran una vez más. Thaksin renunció como Primer Ministro
y dijo que sería un Primer Ministro interino hasta que se realizaran nuevas
elecciones.
Ahora sería bueno hacer una pausa y resaltar algunas dimensiones del
conflicto tailandés:
El mismo enfrentó en términos generales a las clases urbanas y rurales
-la mayoría- contra las clases medias, lo que significa principalmente la
clase media de Bangkok.
Fue testigo, como un principio de sucesión, de un conflicto entre la
democracia representativa vía elecciones y la democracia directa en las
calles.
Involucró una división entre los dos principios que están unidos en el
sistema de la democracia liberal -el liberalismo y la democracia. Invocando
el legado del liberalismo, la gente en las calles buscó derrocar a Thaksin
por sus violaciones a los derechos humanos y civiles, y su forma de gobierno
arbitrario, al tiempo que los partidarios de Thaksin intentaron mantenerlo
en el poder apelando al principio básico de una democracia - o sea, el
gobierno de la mayoría. Las fuerzas anti-Thaksin, sin embargo, alegaron que
el gobierno de la mayoría de Thaksin, se adecuaba al fenómeno que John
Stuart Mill describiera como la "tiranía de la mayoría", que se basaba en
gran medida en sobornar a la gente.
Polarizado pero no atascado y sin salida
Resulta muy importante señalar que previo al golpe el país no estaba
atascado y sin salida. Ciertamente se encontraba muy lejos de caer en una
guerra civil. Lo más importante es que la moral colectiva se había vuelto
contra Thaksin, y su renuncia como primer ministro fue un reconocimiento de
este hecho. Él había perdido el control, las críticas hacia él se habían
difundido ampliamente en los medios que antes fueran dóciles, y existía gran
presión sobre él para que renunciara antes de las próximas elecciones
inicialmente previstas para el 15 de octubre pero luego agendadas para
noviembre. El jueves, el día después del golpe, la Alianza Popular por la
Democracia había planificado realizar una manifestación de masas para
comenzar a dar un empuje final contra Thaksin desde las calles.
Esta era una democracia en acción, con todos sus avatares y los
bulliciosos esfuerzos por resolver principios conflictivos. Por supuesto, el
resultado no estaba garantizado, ni la violencia estaba descartada, pero la
incertidumbre y la prolongada resolución de las disputas son parte de los
riesgos que van unidos a la democracia. Los tailandeses estaban luchando
para resolver la cuestión de la sucesión política mediante métodos
democráticos y civiles. El aparente caos generalizado hacía parte de los
crecientes dolores de una democracia. Y parecía que el "poder popular" o la
democracia de las calles podría, como en el levantamiento popular de mayo de
1992, definir con éxito la sucesión política, creando un importante
precedente en la práctica democrática. La democracia directa no sólo tenía
relevancia para la sucesión política, sino que era revitalizante y
renovadora de la práctica y el espíritu democrático.
Ese es el vibrante proceso democrático al que el golpe militar puso fin
rápidamente. Todo el mundo está de acuerdo en que esta movida fue
inconstitucional, ilegal y anti-democrática. Muchos dicen sin embargo, que
si bien es todo eso, al mismo tiempo cuenta con gran apoyo y que es válida
porque puso fin a una crisis.
La cura peor que la enfermedad
Sin embargo eso es cuestionable. Este golpe momentáneamente puede haber
puesto fin a la crisis, pero al costo de provocar una mucho más profunda por
varias razones:
Las masas que constituían la base de Thaksin, o sea lo pobres y los menos
privilegiados estarán profundamente marginados de los regímenes sucesores, y
percibirán a los regímenes post golpe como faltos de legitimidad
democrática.
Las fuerza armadas han reafirmado su tradicional papel autoadjudicado de
"árbitro" de la política tailandesa, y este golpe tiene tanto que ver con la
reafirmación de ese rol -que ha sido definido como ilegítimo durante los
últimos 14 años- como con la crisis política actual.
Ha emergido un peligroso eje institucional informal que podría subvertir
futuros arreglos democráticos entre los militares y el Consejo de Asesores
del Palacio, una de las pocas instituciones políticas nacionales que no fue
eliminada por el decreto militar. Esto no resulta sorprendente dado el hecho
de que el Consejo está presidido por un militar retirado con fuerte
personalidad, el General Prem Tinsulanonda. En efecto, existen fuertes
sospechas que el General Prem no jugó tan sólo un papel neutral en el
asunto, en la medida en que días antes del golpe le dijo a los militares que
ellos le debían lealtad principalmente "a la Nación y al Rey."
La constitución de carácter realmente popular, la Constitución de 1997,
ha sido abolida por autorización militar. Esta constitución, aprobada luego
de una consulta con la sociedad civil, instauró muchos controles al
ejercicio del poder parlamentario y ejecutivo, y al comportamiento de
políticos y burócratas. Irónicamente, los líderes golpistas anti-Thaksin,
con toda su retórica acerca de la "restauración de la democracia",
simplemente le dieron su golpe de gracia a un documento muy democrático que
Thaksin había violado sistemáticamente.
Alguna gente dice que el líder del golpe, el General en Jefe del Ejército
Sondhi Boonyaratkalin, es optimista respecto a hacerse a un lado. Pero las
predilecciones personales no se corresponden con los intereses
institucionales. Más que cualquier otra fuerza militar en el Sudeste
Asiático, las fuerzas armadas de Tailandia tienen una propensión a
intervenir en los procesos políticos, habiendo llevado a cabo 18 golpes
militares desde 1932. Los hombres militares de Tailandia tienen un desprecio
profundamente arraigado hacia los políticos civiles, y los consideran tontos
torpes. A menudo, después de un golpe los generarles han prometido retornar
al gobierno civil, pero continuaron gobernando directa o indirectamente a
través de civiles nombrados por los militares. Las palabras del General
Sondhi deben ser tomadas con la misma seriedad con que aseguró días antes
del golpe, que los golpes militares "eran cosa del pasado".
Los generales ya han redactado una constitución interina que los
convierte en "asesores" de un gobierno civil interino. En efecto, a su
círculo se han sumado figuras autoritarias clave que detentan poder
independientemente de ellos. Se dice que son los dos principales candidatos
para el puesto de primer ministro, y uno de ellos, Surayud Chulanont, es un
ex Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. El otro es un civil. Eso no es
necesariamente una virtud, ya que la mayoría de los primer ministros civiles
nombrados por los militares han sido políticos débiles, cuyos mandatos se
caracterizaron por responder a sus supervisores militares o autoritarios.
Anand Panyarachun, quien fuera nombrado primer ministro después del golpe
militar de 1991, fue una excepción notable en ese sentido. El civil que está
en la mira de los generales seguramente se ajustará más al modelo de una
herramienta dócil, que al de un líder independiente como Anand. Supachai
Panitchpakdi fue percibido como un débil Director General de la Organización
Mundial de Comercio, y uno demasiado leal a la agenda de los países
desarrollados en lugar de responder a los intereses de los países en
desarrollo. Más directamente relevante es el hecho que fue vice-Primer
Ministro durante el segundo gobierno de Chuan, entre 1997-98, que cumplió
con lujo de detalle el programa del FMI que probó ser sumamente devastador
para el país. En esa época, él admitió en una entrevista que "Nosotros hemos
perdido nuestra autonomía, nuestra habilidad de definir nuestra política
macroeconómica. Esto es desafortunado." Un historial de ese tipo no inspira
mucha confianza en que se trate de una persona que pueda plantarse frente a
los militares y otros centros de poder del país.
¿Hacia dónde ir?
Hoy en día hay en Tailandia un vacío institucional que está siendo
llenado por la vieja derecha conservadora (en oposición a la populista).
Pero el resultado final no está definido aún. En gran medida depende de la
sociedad civil crecientemente movilizada de Tailandia. Para el movimiento
popular de masas al que se le privó de la oportunidad de reemplazar a
Thaksin por métodos propios de la democracia directa, resulta esencial,
antes que nada, defender los principios y condenar el golpe como una vuelta
a un pasado Jurásico que no puede ser admitida. No puede haber peros en esta
cuestión. Algunos activistas dicen que más allá de eso, el movimiento debe
insistir en que la Constitución de 1997 continúa vigente. Ellos proponen
además establecer un Consejo Popular Interino, cuyos miembros provengan de
la Alianza Popular por la Democracia, que entre otras cosas debería
organizar nuevas elecciones muy rápidamente, en otras palabras, un sistema
de "poder paralelo".
Si bien son importantes, estas serían medidas de corto o mediano plazo.
Lo más importante ahora es si los líderes populares serán capaces de
formular un programa político verdaderamente transformador que cierre la
brecha entre el movimiento de poder popular con base en la clase media, y
las clases más bajas alienadas que constituían la base electoral del régimen
depuesto. Una alianza de ese tipo asentaría la democracia tailandesa sobre
bases verdaderamente firmes. La pregunta es: ¿la sociedad civil tailandesa
asumirá este desafío histórico?
27 de noviembre de 2006
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(*) Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global South y
Profesor de Sociología en la Universidad de Filipinas (Diliman). Él es el
autor de "Una Tragedia Siamesa: Desarrollo y Desintegración en Tailandia
Moderna" ("A Siamese Tragedy: Development and Disintegration in Modern
Thailand") (London: Zed, 1998).
Focus on the Global South / La Haine