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Noticias)
21-Diciembre-2012
Desde la década de 1990 y en
particular desde la guerra de Kosovo en 1999 los adversarios de las
intervenciones occidentales y de la OTAN han tenido que enfrentarse a lo que se
podría llamar una izquierda (y una extrema izquierda) anti-anti-guerra que reúne
a la socialdemocracia, a los verdes y la mayor parte de la izquierda radical (el
Nuevo Partido Anticapitalista francés[1], diversos grupos antifascistas
etc.)[2]. No se declara abiertamente a favor de las intervenciones occidentales
y a veces las critica (en general, únicamente en relación a las tácticas
seguidas y los intereses, petroleros o geoestratégicos, que se atribuyen a las
potencias occidentales),pero emplea todas sus energías en “advertir” de las
supuestas derivas de la izquierda que se sigue oponiendo firmemente a estas
intervenciones. Nos llama a apoyar a las “víctimas” frente a los “verdugos”, a
ser “solidarios con los pueblos frente a los tiranos”, a no ceder a un
“antiimperialismo”, un “antiamericanismo” o un “antisionismo” simplistas y,
sobre todo, a no aliarse a la extrema derecha.
Por Jean Bricmont / counterpunch.org (*)
Después
de los albano-kosovares en 1999, les tocó a las mujeres afganas, a los
kurdos iraquíes y más recientemente a los pueblos libio y sirio a los que
“nosotros” tenemos que proteger.
No se puede negar que la izquierda anti-anti-guerra ha sido
extremadamente eficaz. La guerra en Iraq, que se había presentado bajo la
forma de una amenaza pasajera, suscitó una oposición pasajera, aunque en
la izquierda solo hubo una oposición muy débil a las intervenciones
presentadas como “humanitarias”, como la de Kosovo, el bombardeo de Libia
o actualmente la injerencia en Siria. Cualquier reflexión sobre la paz o
el imperialismo simplemente se barrió ante la invocación del “derecho de
injerencia” o del “deber de asistencia a un pueblo en peligro”.
Una extrema izquierda nostálgica de las revoluciones y de las luchas de
liberación nacional tiende a analizar cualquier conflicto en el interior
de un país dado como una agresión de un dictador contra su pueblo
oprimido que aspira a la democracia. La interpretación, común a la
izquierda y a la derecha, de la victoria de Occidente en la lucha contra
el comunismo tuvo un efecto parecido.
La ambigüedad fundamental de la izquierda anti-anti-guerra radica en la
cuestión de saber quién es el “nosotros” que debe proteger, intervenir,
etc. Si se trata de la izquierda occidental, de los movimientos sociales
o de las organizaciones de derechos humanos, hay que plantearles la
pregunta que hizo Stalin a propósito del Vaticano: “¿Cuántas divisiones
tienen?”. En efecto, todos los conflictos en los que se supone que
“nosotros” tenemos que intervenir son conflictos armados. Intervenir
significa intervenir militarmente y para ello hace falta tener los medios
militares de hacerlo. Es evidente que la izquierda europea no tienen
estos medios. Podría apelar a los ejércitos europeos para que
interviniera en vez del de Estados Unidos, pero aquellos nunca lo han
hecho sin un apoyo masivo de Estados Unidos, lo que hace que el mensaje
real de la izquierda anti-anti-guerra sea: “¡Señores estadounidenses,
hagan la guerra, no el amor!”. Mejor aún, como después de la debacle en
Afganistán y en Irak, los estadounidenses ya no se van a arriesgar a
enviar tropas de tierra se pide a las Fuerzas Aéreas estadounidenses, y
solo a ellas, que vayan a bombardear a los países violadores de los
derechos humanos.
Evidentemente, se puede mantener que el futuro de los derechos humanos se
puede confiar a la atención y a la buena voluntad del gobierno
estadounidense, de sus bombarderos y de sus drones. Pero es importante
comprender que eso es lo que significan concretamente todos los
llamamientos a la “solidaridad” y al “apoyo” a los movimientos
secesionistas o rebeldes implicados en luchas armadas. En efecto, estos
movimientos no tienen necesidad alguna de las consignas gritadas en
“manifestaciones de solidaridad” en Bruselas o París, y no es eso lo que
piden. Quieren armas pesadas y que se bombardee a sus enemigos, y eso
solo se lo puede suministrar Estados Unidos.
Si la izquierda anti-anti-guerra fuera honesta, debería asumir esta
elección y pedir abiertamente a Estados Unidos que bombardeara ahí donde
se violen los derechos humanos. Pero entonces debería asumir esta
elección hasta el final. En efecto, esa misma clase política y militar
que se supone salva a las poblaciones “víctimas de sus tiranos” es la que
hizo la guerra de Vietnam, el embargo y las guerras contra Irak, la que
impone sanciones arbitraras a Cuba, Irán y a todos los países que no le
gustan, la que apoya incondicionalmente a Israel, la que se opone por
todos los medios, incluidos los golpes de Estado, a los reformadores de
América Latina, de Arbenz a Chavez pasando por Allende, Goulart y otros,
y la que explota descaradamente los recursos y a los y las trabajadoras
por todo el mundo. Hace falta mucha buena voluntad para ver en esta clase
política y militar el instrumento de salvación de las “víctimas”, pero es
lo que en la práctica preconiza la izquierda anti-anti-guerra ya que,
dadas las relaciones de fuerza en el mundo, no existe ninguna otra
instancia capaz de imponer su voluntad por medios militares.
Evidentemente, el gobierno estadounidense apenas tiene conocimiento de la
existencia de la izquierda anti-anti-guerra europea. Estados Unidos
decide hacer o no la guerra en función de sus posibilidades de éxito, de
sus intereses, de la oposición interna y externa a ella, etc. Y una vez
desencadenada quiere ganarla por todos los medios. No tienen ningún
sentido pedirle que haga solo buenas intervenciones, solo contra los
verdaderos malos y con unos medios amables que salven a los civiles y a
los inocentes.
Quienes pidieron a la OTAN que “mantuviera los progresos para las mujeres
afganas”, como hizo Amnistía Internacional (USA) durante una reunión de
la OTAN en Chicago[3], piden de hecho a Estados Unidos que intervenga
militarmente y, entre otras cosas, que bombardee a civiles afganos y
envíe drones a Pakistán. No tiene ningún sentido pedirle que proteja y no
bombardee, porque así es como funcionan los ejércitos.
Uno de los temas favoritos de la izquierda anti-anti-guerra es pedir a
quienes se oponen a las guerras que no “apoyen al tirano”, en todo caso,
no a aquel cuyo país es atacado. El problema es que toda guerra necesita
un esfuerzo generalizado de propaganda y que este se basa en la
criminalización del enemigo y, sobre todo, de su dirigente. Para oponerse
eficazmente a esta propaganda es necesario denunciar las mentiras de la
propaganda, contextualizar los crímenes del enemigo y compararlos a los
de nuestro propio campo. Es una tarea necesaria, aunque ingrata y
arriesgada: se reprochará eternamente el menor error, mientras que todas
las mentiras de la propaganda de guerra se olvidan una vez que terminan
las operaciones.
Ya durante la Primera Guerra Mundial se acusó a Bertrand Russell y a los
pacifistas británicos de “apoyar al enemigo”, pero si desmontaron la
propaganda de los aliados no fue por amor al Kaiser alemán, sino por
apego a la paz. A la izquierda anti-anti-guerra le encanta denunciar“el
doble rasero” de los pacifistas coherentes que critican los crímenes de
su propio campo pero contextualizan o refutan los que se atribuyen al
enemigo del momento (Milosevic, Gadafi, Assad etc.), pero este “doble
rasero” no es sino la consecuencia de una opción deliberada y legítima:
contrarrestar la propaganda de guerra ahí donde se encuentra (es decir,
en Occidente), propaganda que se basa ella misma tanto en una constante
criminalización del enemigo atacado como en una idealización de aquellos
que lo atacan.
La izquierda anti-anti-guerra no tiene ninguna influencia en la política
estadounidense, pero eso no quiere decir que no tenga efectos. Por una
parte, su retórica insidiosa ha permitido neutralizar todo el movimiento
pacifista o en contra de la guerra, pero también ha hecho imposible toda
postura independiente de un país europeo, como fue el caso de Francia
bajo De Gaulle e incluso, en menor medida, bajo Chirac, o de la Suecia de
Olof Palme. Hoy la izquierda anti-anti-guerra, que tienen una
considerable repercusión mediática, atacaría inmediatamente esta postura
por considerarla un “apoyo al tirano”, otro “Munich” o un “crimen de
indiferencia”.
Lo que ha conseguido la izquierda anti-anti-guerra es destruir la
soberanía de los Estados europeos frente a Estados Unidos y eliminar toda
postura de izquierda independiente ante las guerras y ante el
imperialismo. También ha llevado a la mayoría de la izquierda europea a
adoptar posturas totalmente contradictorias con las de la izquierda
latinoamericana y a erigirse en adversarios de países como China o Rusia
que tratan de defender el derecho internacional (y tienen toda la razón
al hacerlo).
Un aspecto extraño de la izquierda anti-anti-guerra es que es la primera
en denunciar las revoluciones del pasado que llevaron al totalitarismo (Stalin,
Mao, Pol Pot etc.) y que constantemente nos pone en guardia ante la
repetición de estos “errores” del apoyo a dictadores hecho por parte de
la izquierda de la época. Pero ahora que la revolución la llevan a cabo
los islamistas, se supone que tenemos que creer que todo va a ir bien y
aplaudir. ¿Y si la “lección que hay que aprender del pasado” fuera que
las revoluciones violentas, la militarización y las injerencias
extranjeras no eran la única o la mejor manera de realizar cambios
sociales?
A veces se nos responde que hay que actuar “con urgencia” (para salvar a
las víctimas). Aunque se aceptara este punto de vista, el hecho es que
después de cada crisis la izquierda no hace ninguna reflexión sobre lo
que podría ser una política que no fuera el apoyo a las intervenciones
militares. Esta política debería dar un giro de 180° respecto a la que
actualmente predica la izquierda anti-anti-guerra. En vez de pedir más
intervenciones deberíamos exigir a nuestros gobiernos un respeto estricto
del derecho internacional, la no injerencia en los asuntos internos de
otros Estados y sustituir las confrontaciones por la cooperación. La no
injerencia no es solo la no intervención en el plano militar, sino
también en los planos diplomático y económico: nada de sanciones
unilaterales, nada de amenazas durante negociaciones y trato de todos los
Estados en pie de igualdad. En vez de “denunciar” sin parar a los
dirigentes malos de países como Rusia, China, Irán y Cuba en nombre de
los derechos humanos, algo que le encanta hacer a la izquierda anti-anti-guerra,
deberíamos escucharles, dialogar con ellos y hacer comprender sus puntos
de vista a nuestros conciudadanos
Evidentemente, esta política no resolvería los problemas de derechos
humanos, en Siria o Libia o en otra parte. Pero, ¿qué los resuelve? La
política de injerencia aumenta las tensiones y la militarización en el
mundo. Los países que se siente objeto de esta política, y son muchos, se
defienden como pueden; las campañas de criminalización impiden las
relaciones pacíficas entre Estados, los intercambios culturales entre sus
ciudadanos e indirectamente el desarrollo de las ideas liberales que se
supone que promueven los partidarios de la injerencia. A partir del
momento en que la izquierda anti-anti-guerra abandonó todo programa
alternativo ante esta política, renunció de hecho a tener la menor
influencia en los asuntos del mundo. No es cierto que “ayude a las
víctimas”, como ella pretende. Aparte de destruir toda resistencia que
hubiera aquí al imperialismo y a la guerra, no hace nada y, a fin de
cuentas, los únicos que reaccionan realmente son los gobiernos
estadounidenses. Confiarles el bienestar de los pueblos es una actitud de
desesperación absoluta.
Esta actitud es un aspecto de la manera cómo ha reaccionado la mayoría de
la izquierda ante la “caída del comunismo”, apoyando exactamente lo
contrario de las políticas seguidas por los comunistas, en particular en
los asuntos internacionales, donde toda oposición al imperialismo y toda
defensa de la soberanía era considerada por la izquierda una forma de
paleoestalinismo.
Tanto la política de injerencia como la construcción europea, otro
importante ataque a la soberanía nacional, son dos políticas de derecha.
La una se basa en los intentos estadounidenses de hegemonía mundial y la
otra en el neoliberalismo y la destrucción de los derechos sociales,
justificados en gran medida por unos discursos “de izquierda”: los
derechos humanos, el internacionalismo, el antirracismo y el
antinacionalismo. En ambos casos una izquierda desorientada por el fin
del comunismo buscó una tabla de salvamiento en el discurso “humanitario”
y “generoso” completamente carente de un análisis realista de las
relaciones de fuerza en el mundo. Con semejante izquierda, la derecha
prácticamente no necesita ideología, le basta con la de los derechos
humanos.
Con todo, estas dos políticas, la injerencia y la construcción europea,
se encuentran hoy en un punto muerto: el imperialismo estadounidense se
enfrenta a unas dificultades enormes tanto en el plano económico como
diplomático; la política de injerencia ha logrado unir a gran parte del
mundo en contra ella. Ya casi nadie cree en otra Europa, en una Europa
social, y la Europa que existe realmente, neoliberal (la única posible)
no suscita mucho entusiasmo entre los y las trabajadoras. Por supuesto,
estos fracasos benefician a la derecha y a la extrema derecha, pero ello
solo porque la mayor parte de la izquierda ha abandonado la defensa de la
paz, del derecho internacional y de la soberanía nacional como condición
previa a la democracia.
(*) Traducido
del francés por Beatriz Morales Bastos
[1] Véase sobre esta organización Ahmed Halfaoui, Colonialiste d’«extrême gauche»?
Véase: http://www.legrandsoir.info/colonialiste-d-extreme-gauche.html.
[2] Por ejemplo, en febrero de 2011, una octavilla distribuida en Toulouse
preguntaba a propósito de Libia y de las amenenazas de “genocidio” por parte de
Gadafi: “¿Dónde está Europa? ¿Dónde está Francia? ¿Dónde está Estados Unidos?
¿Dónde están las ONG?” y “¿Acaso el valor del petróleo y del uranio son más
importantes que el pueblo libio?”. es decir, que los autores de la octavilla –
firmada entre otros por Alternative Libertaire, Europe Écologie-Les Verts,
Gauche Unitaire, LDH, Lutte Ouvrière, Mouvement de la Paix (Comité 31), MRAP,
NPA31, OCML-Voie Prolétarienne Toulouse, PCF31, Parti Communiste Tunisien, Parti
de Gauche31- rerpochaban a los occidentales que no intervinieran debido a
intereses económicos. Nos preguntamos qué pensaron estos autores cuando el CNT
libio prometió vender el 35% del petróleo libio a Francia (y ello
independientemente de que se mantuviera o no esta promesa o de que el petróleo
sea o no la causa de la guerra).
[3] Véase por ejemplo: Jodie Evans, Why I Had to Challenge Amnesty International-USA’s
Claim That NATO’s Presence Benefits Afghan Women. http://www.alternet.org/story/156303/why_i_had_to_challenge_amnesty_international-usa’s_claim_that_nato’s_presence_benefits_afghan_women.
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