Todo lo cual está generando en algunos países fuertes conflictos sociales, como
ha sido el caso de Grecia, Francia, Italia, Reino Unido e Irlanda. Ahora parece
todo más en calma, pero nunca se sabe lo que puede suceder debido a que es
fácil, tal como están las cosas, que cualquier hecho encienda la llama que se
extienda rápidamente, pues el reguero de pólvora está puesto. Los líderes
políticos actuales, sean del color que sean, así como los economistas que les
asesoran e influyen con sus ideas en los poderes decisorios, parecen poco
conscientes de las condiciones económicas y sociales que están creando. Se está
profundizando todavía más en la economía neoliberal que nos ha conducido a este
desastre, y el fundamentalismo de mercado se impone sobre las ventajas del
Estado del bienestar.
Nuevos peligros acechan a la economía mundial en su conjunto, pero afectan sobre
todo a los más pobres. La subida del precio de los alimentos y materias primas
que se está dando actualmente perjudica notablemente a los pobres que viven en
los países más pobres. La amenaza de posibles hambrunas está cada vez más
próxima, y las revueltas populares que se puedan dar como consecuencia de ello
es una probabilidad que va en aumento. El presidente de Francia, Sarkozy, que
pasa a presidir el G-20, ha dado el aviso de ese posible peligro, y ha propuesto
regular el mercado de los alimentos y materias primas. Esperemos que esto no se
quede en meras palabras como tantas veces y que los líderes de la economía
mundial tomen acciones eficaces que eviten hambrunas.
Tal vez sea ya un poco tarde para ello, pero no se puede seguir perdiendo el
tiempo como hasta ahora ante lo que supone el agravamiento de las condiciones de
vida para tanta gente. En los últimos tiempos, agobiados con la crisis, por un
lado, y deslumbrados por los indicadores de crecimiento de los países
emergentes, por otro, se está dejando marginado y prácticamente en el olvido a
ese otro mundo que sigue padeciendo graves privaciones, y en donde la lucha por
la supervivencia diaria resulta ser una verdadera odisea. El hambre, la pobreza
y la falta de oportunidades sigue siendo una triste realidad que afecta a
millones de personas de nuestro planeta.
No se dan pasos que remedien estas calamidades, y se confía en lo que se
considera buena gobernanza para que los países salgan del subdesarrollo y
avancen en el camino del desarrollo, como han hecho algunos de los países
emergentes. Se propugna un orden económico internacional neoliberal en contra de
las propuestas que se hicieron en la década de los setenta, que planteaban un
Nuevo Orden Económico Internacional sustentado en una mayor regulación
económica, con mecanismo de compensación hacia los países menos desarrollados y
en el que la cooperación remediase los fallos del mercado, que entre otras cosas
lleva consigo incrementos de la desigualdad. El orden neoliberal no es capaz de
afrontar los graves problemas existentes de desigualdad, pobreza y hambre. El
paso de los años lo corrobora.
Hay que tener en cuenta, además, que los países emergentes no han practicado los
supuestos de los fundamentalistas del mercado para iniciar el despegue. Además,
estos países con crecimientos económicos significativos, están plagados de
problemas. En unos, no hay libertades democráticas, y en todos ellos se dan unos
índices de desigualdad elevados y que tienden a crecer, si bien es cierto que
han paliado graves privaciones como la disminución de la pobreza y el hambre. Un
desarrollo desigual, como el que se está dando es generador de tensiones
sociales, que se pueden materializar en disturbios y conflictos el día de
mañana.
El Magreb está que arde. A la crisis de Túnez le están siguiendo graves
conflictos en Egipto y Argelia. La inestabilidad aumenta en una zona ya de por
sí conflictiva, y tan cercana a Europa. Toda África del Norte es víctima de un
mal desarrollo y de gobiernos dictatoriales. Unos países que cuentan con una
población joven, en algunos casos formada, como en Túnez, que no tiene
oportunidades para encontrar trabajo y en los que los frutos del crecimiento se
reparten muy desigualmente. Los gobernantes de los países desarrollados, con la
hipocresía que les caracteriza, mientras denuncian insistentemente la falta de
libertades y la violación de derechos humanos en algunos países, en otros hacen
la vista gorda. En aquellos a los que se considera aliados, que no ponen en
peligro los grandes intereses económicos y financieros y suponen un cierto freno
al fundamentalismo islámico, se les disculpa. Las consecuencias, sin embargo, de
esa actitud pueden ser fatales.
La ceguera está siendo tremenda ante un mundo cada vez más inseguro e inestable.
A muchos les ha cogido por sorpresa la crisis de Túnez. Se hacían demasiados
elogios sobre este país. Pocos habían vaticinado lo que se podía venir encima.
No obstante, ha habido excepciones, como la de Juan Goytisolo, que en un
artículo que se puede encontrar en su excelente libro “Pájaro que ensucia su
propio nido” (Círculo de Lectores, 2001), ya nos pone sobre aviso acerca del
régimen dictatorial que había en Túnez, a pesar de las apariencias. Y de esto
hace ya diez años. Al final del artículo, hablando con la oposición, exigua y
acosada, se le señala que si bien a corto plazo no había salida, a medio plazo
la situación podía ser difícil, incluso explosiva. Entre otros argumentos se da
este: “Un régimen tan autocrático y policial no responde desde luego a las
exigencias de una sociedad moderna como la tunecina. La brecha abierta entre el
Túnel oficial y el real aumentará inevitablemente de día en día”.
En suma, no podemos basarnos sólo en análisis que se sustentan en índices de
crecimiento, y de ahí destacar los éxitos conseguidos. Hay que analizar también
las estructuras económicas, que nos sirven para saber qué hay detrás de los
aparentes éxitos de los crecimientos obtenidos y los fracasos en el desarrollo.
Un análisis del sistema es necesario para tratar de entender lo que sucede. Hay
que propugnar un desarrollo humano más allá de lo que nos dicen las grandes
cifras macroeconómicas. Pero estamos lejos de ello, y así los economistas
neoliberales, los grandes poderes económicos, y sus cada vez más subordinados
políticos, nos conduce a un mundo que se asienta sobre un polvorín.