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Noticias)
10-Febrero-2011
Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio, comenzaron apenas a
vislumbrarse los alcances de los servicios secretos de la OTAN. La estructura
secreta continúa operando hasta nuestros días; realiza misiones de las que no
necesariamente se enteran los parlamentos de los países. Los atentados
organizados por los regímenes se imputan a la oposición para desmantelarla.
“Había que actuar contra los civiles, la gente del pueblo, las mujeres, los
inocentes; la razón era muy simple: se suponía que tenían que forzar a aquella
gente a recurrir al Estado para pedir más seguridad”, reconoció uno de los
“soldados clandestinos”.
Por Daniele Ganser (*) - Red Voltaire
El
31 de mayo de 1972 un auto bomba estalló en un bosque cercano al pueblo llamado
Peteano, en Italia, dejando un herido grave y un muerto entre la policía
uniformada italiana. Los carabineros habían llegado al lugar después de recibir
una llamada telefónica anónima. Al inspeccionar un auto Fiat 500 allí
abandonado, uno de los carabineros levantó el capó, provocando así la explosión.
Dos días después, una nueva llamada telefónica anónima reclamaba la autoría del
atentado en nombre de las Brigadas Rojas, grupúsculo terrorista que trataba en
aquel entonces de romper el equilibrio del poder en Italia mediante la
realización de tomas de rehenes y de asesinatos de altos personajes del Estado.
La policía se volvió inmediatamente hacia la izquierda italiana y encarceló a
cerca de 200 comunistas. Durante más de 10 años los italianos vivieron
convencidos de que el acto terrorista de Peteano había sido obra de las Brigadas
Rojas.
Posteriormente, en 1984, Felice Casson, un juez italiano, decidió reabrir el
caso ya que le intrigaban toda una serie de irregularidades y falsificaciones
cometidas alrededor del drama de Peteano. El juez Felice Casson descubrió que la
policía no había investigado el lugar de los hechos. También notó que el informe
que había concluido en aquel entonces que los explosivos utilizados eran los
mismos que utilizaban tradicionalmente las Brigadas Rojas era en realidad una
falsificación.
Marco Morin, un experto en explosivos de la policía italiana, había
proporcionado deliberadamente conclusiones falsas. Morin era miembro de la
organización italiana de extrema derecha Ordine Nuovo y, en el contexto de la
Guerra Fría, había aportado así su contribución a lo que él consideraba una
lucha legítima contra la influencia de los comunistas italianos. El juez Casson
logró probar que, al contrario de lo que había concluido Morin, el explosivo
utilizado en Peteano era el C4, la sustancia explosiva más poderosa de aquel
entonces y que también formaba parte del arsenal de las fuerzas de la OTAN.
“Simplemente quise arrojar una nueva luz sobre años de mentiras y secretos. Eso
es todo”, declaró posteriormente el juez Casson a los periodistas que lo
interrogaban en su minúscula oficina del Palacio de Justicia, junto a la laguna
de Venecia. “Quería que, por una vez, los italianos supieran la verdad”.
El 24 de febrero de 1972, cerca de Trieste, un grupo de carabineros descubre por
casualidad un escondite lleno de municiones, armas y explosivo del tipo C4,
idéntico al utilizado en Peteano. Los policías estaban convencidos de haber
descubierto una red criminal. Años más tarde, la investigación del juez Casson
permitió determinar que se trataba en realidad de uno de los cientos de
escondites subterráneos creados por el ejército secreto del llamado stay-behind,
estructura que responde a las órdenes de la OTAN y que se conoce en Italia por
la apelación codificada de Gladio (del latín Gladius, denominación de la espada
corta en uso en la Roma de la antigüedad). Casson notó que los servicios
secretos del ejército italiano y el gobierno de aquella época se habían
esforzado considerablemente por mantener en secreto el descubrimiento de Trieste
así como su contexto estratégico.
Al proseguir su investigación sobre los extraños casos de Peteano y Trieste, el
magistrado descubrió con asombro, no la mano de la izquierda italiana, sino la
de los grupúsculos de extrema derecha y de los servicios secretos del ejército
tras el atentado de 1972. La investigación del juez reveló la existencia de una
estrecha colaboración entre la organización de extrema derecha Ordine Nuovo y el
SID (Servizio Informazioni Difusa), es decir, los servicios secretos del
ejército italiano. Ordine Nuovo y el SID habían preparado juntos el atentado de
Peteano, y luego habían acusado a los militantes de la extrema izquierda
italiana, las Brigadas Rojas.
Casson logró identificar al hombre que había puesto la bomba, un tal Vincenzo
Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo. Como era el eslabón final de una larga
cadena de mando, Vinciguerra sólo fue arrestado varios años después del momento
de los hechos. Confesó y declaró que había gozado de la protección de toda una
red de simpatizantes, tanto en Italia como en el extranjero, que habían hecho
posible su huida después del atentado. “Es todo un mecanismo que se puso en
marcha”, contó Vinciguerra. “Lo cual quiere decir que desde los carabineros
hasta el ministro del Interior, pasando por la aduana y los servicios de
inteligencia civiles y militares, todos habían aceptado que el razonamiento
ideológico justificaba al atentado”.
Vinciguerra subrayaba, con toda razón, el agitado contexto histórico en que se
había producido el atentado de Peteano. A fines de la década de 1960, con el
surgimiento de la revolución pacifista y los movimientos estudiantiles de
protesta contra la violencia y contra la guerra de Vietnam en particular, el
enfrentamiento ideológico entre la derecha y la izquierda se había
intensificado, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos.
La inmensa mayoría de los ciudadanos comprometidos con los movimientos sociales
de izquierda recurría a formas de protesta no violentas, como manifestaciones,
actos de desobediencia civil y, sobre todo, debates con moderadores. En el seno
del parlamento italiano, el poderoso Partido Comunista (Partito Communisto
Italiano, PCI) y en menor medida el Partido Socialista (Partito Socialisto
Italiano, PSI) simpatizaban con ese movimiento.
Los movimientos sociales de izquierda se oponían a la política de Estados
Unidos, a la guerra de Vietnam y sobre todo a la repartición del poder en Italia
ya que, a pesar de disponer de una importante mayoría en el parlamento, el PCI
no había recibido ningún ministerio y se le mantenía así al margen del gobierno.
La derecha italiana estaba perfectamente consciente de que aquello constituía
una injusticia flagrante y una violación de los principios básicos de la
democracia.
Fue en aquel contexto de Guerra Fría y de lucha por el poder que los extremistas
recurrieron al terrorismo en Europa Occidental. Los grupos terroristas de
izquierda más notorios fueron los comunistas italianos de las Brigadas Rojas así
como la Rote Armee Fraktion alemana o RAF (Fracción Ejército Rojo). Fundadas por
varios estudiantes de la universidad de Trento que no tenían ningún conocimiento
en cuanto a técnicas de combate, las Brigadas Rojas contaban entre sus miembros
a Margherita Cagol, Alberto Franceschini y Alberto Curcio.
Al igual que los miembros de la RAF, éstos estaban convencidos de la necesidad
de recurrir a la violencia para cambiar la estructura del poder vigente, que les
parecía injusto y corrupto. Al igual que las acciones de la RAF, las de las
Brigadas Rojas no tenían como blanco a la población civil, sino a determinados
individuos que consideraban representantes del “aparato del Estado”, como
banqueros, generales y ministros, a los que secuestraban y a menudo asesinaban.
Las acciones de las Brigadas Rojas, que tuvieron lugar principalmente en la
Italia de la década de 1970, dejaron 75 muertos.
Debido a su poca capacidad estratégica y militar y a su inexperiencia, los
miembros de las Brigadas Rojas acabaron siendo arrestados mediante redadas y,
posteriormente, juzgados y encarcelados.
Al otro extremo del tablero político de la Guerra Fría, la extrema derecha
también recurrió a la violencia. En Italia, su red incluía a los soldados
clandestinos del Gladio, los servicios secretos militares y organizaciones
fascistas como Ordine Nuovo. Al contrario del que practicaba la izquierda, el
objetivo del terrorismo de derecha era sembrar el terror en todas las capas de
la sociedad mediante atentados dirigidos contra grandes multitudes y destinados
a provocar la mayor cantidad posible de muertos para acusar posteriormente a los
comunistas.
El juez Casson logró determinar que el drama de Peteano formaba parte de ese
esquema y entraba en el marco de una serie de crímenes que había comenzado en
1969. Durante aquel año, cuatro bombas habían estallado poco antes de la navidad
en varios lugares públicos de Roma y Milán. El saldo había sido de 16 muertos y
80 heridos, en su mayoría campesinos que iban a depositar en el Banco Agrícola
de la Piazza Fontana de Milán lo que habían recaudado en el día a través de sus
ventas en el mercado. Conforme a una estrategia maquiavélica, la responsabilidad
de aquella masacre fue atribuida a los comunistas y a la extrema izquierda; se
escamotearon las pistas y se realizó inmediatamente una ola de arrestos.
La población en su conjunto tenía muy pocas posibilidades de descubrir la verdad
ya que los servicios secretos militares se esforzaron por enmascarar el crimen.
En Milán, una de las bombas no había llegado a estallar, debido al mal
funcionamiento del mecanismo de relojería, pero en los primeros actos de
disimulación los servicios secretos la hicieron estallar en el lugar de los
hechos y varios componentes de artefactos explosivos fueron depositados en la
casa de Giangiacomo Feltrinelli, célebre editor conocido por sus opiniones de
izquierda.
“Según las estadísticas oficiales, entre el 1 de enero de 1969 y el 31 de
diciembre de 1987 se registraron 14 mil 591 actos de violencia con motivos
políticos”, afirma el senador Giovanni Pellegrino, presidente de la Comisión
Investigadora Parlamentaria sobre Gladio y el terrorismo, al recordar la
violencia del contexto político de aquel periodo de la historia reciente de
Italia. “Quizás no resulta inútil recordar que aquellas ‘acciones’ causaron la
muerte a 491 personas, así como heridas y mutilaciones a otras 1 mil 181.
“Cifras dignas de una guerra, sin parangón en Europa”. Después de los atentados
de la Piazza Fontana, en 1969, y de Peteano, en 1972, otros actos de terrorismo
volvieron a ensangrentar el país. El 28 de mayo de 1974, en Brescia, una bomba
dejó ocho muertos y 102 heridos entre los participantes en una manifestación
antifascista. El 4 de agosto de 1974, un atentado a bordo del tren Italicus
Express, que enlaza Roma con Munich, mató a 12 personas e hirió a 48. El punto
culminante de aquella ola de violencia se produjo en una soleada tarde, el 2 de
agosto de 1980, en el día de la fiesta nacional de Italia, cuando una explosión
de gran potencia devastó el salón de espera de los pasajeros de segunda clase en
la estación de trenes de Bolonia, matando a 85 personas e hiriendo o mutilando a
otras 200. La masacre de Bolonia es uno de los mayores atentados terroristas que
haya sufrido Europa en todo el siglo XX.
Contrariamente a los miembros de las Brigadas Rojas, que acabaron todos en la
cárcel, los terroristas de extrema derecha lograron escapar después de cada
atentado, ya que, como señala Vinciguerra con toda razón, todos gozaron de la
protección del aparato de seguridad y de los servicios secretos del ejército
italiano. Años más tarde, cuando al fin se estableció el vínculo entre el
atentado de la Piazza Fontana y la derecha italiana, se le preguntó a Franco
Freda, miembro de Ordine Nuovo, si al cabo del tiempo creía haber sido
manipulado por personajes que ocupaban altos cargos, generales o ministros.
Freda, admirador declarado de Hitler, que había publicado Mein Kampf en italiano
gracias a su pequeña estructura personal de edición, respondió que, según sus
conceptos, todo el mundo es más o menos manipulado: “Todos somos manipulados por
otros más poderosos que nosotros”, declaró el terrorista. “En lo que me
concierne, admito haber sido una marioneta movida por ideas, pero en ningún caso
por los hombres de los servicios secretos, ni aquí (en Italia) ni en el
extranjero. En otros términos, yo mismo escogí mi lucha y la desarrollé según
mis ideas. Eso es todo”.
En marzo de 2001, el general Giandelio Maletti, exjefe del contraespionaje
italiano, dejó entrever que además de la red clandestina Gladio, de los
servicios secretos militares italianos y de un grupúsculo de terroristas de
extrema derecha, las matanzas que desacreditaron a los comunistas italianos
recibieron también la aprobación de la Casa Blanca y de la CIA. Al comparecer
como testigo en el juicio contra los terroristas de extrema derecha acusados de
estar implicados en los atentados de la Piazza Fontana, Maletti declaró: “La
CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería crear un nacionalismo
italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la
izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha”.
“Uno tenía la impresión de que los americanos estaban dispuestos a todo para
impedir que Italia se inclinara hacia la izquierda”, explicó el general, antes
de agregar: “No olviden que era Nixon quien estaba a la cabeza del gobierno y
Nixon no era un tipo cualquiera, (era) un político muy hábil pero un hombre de
métodos poco ortodoxos”. Retrospectivamente, el general de 79 años expresó
críticas y amargura: “Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me
avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial”.
Durante las décadas de 1970 y 1980, el parlamento italiano, en cuyo seno los
partidos comunista y socialista ostentaban una parte importante del poder,
manifestó creciente inquietud ante aquella ola visiblemente interminable de
crímenes que ensangrentaban el país sin que se lograra identificar a los autores
ni a quienes los ordenaban.
Aunque ya en aquel entonces circulaban entre la izquierda italiana los rumores
de que aquellos misteriosos actos de violencia eran una forma de guerra secreta
que Estados Unidos había desencadenado contra los comunistas italianos, no
existían pruebas que permitiesen probar aquella teoría que parecía traída por
los pelos. Sin embargo, en 1988 el Senado italiano creó una comisión
parlamentaria especial de investigación presidida por el senador Libero Gualteri,
cuyo nombre era más que elocuente: “Comisión parlamentaria del Senado italiano
encargada de investigar sobre el terrorismo en Italia y las razones por las
cuales los individuos responsables de las matanzas no han podido ser
identificados: El terrorismo, los atentados y el contexto político-histórico”.
El trabajo de la comisión resultó extremadamente difícil. Los testigos se
negaban a declarar. Hubo documentos destruidos. La propia comisión, que se
componía de representantes de los partidos de izquierda y de derecha, se dividió
al abordar la cuestión de la verdad histórica en Italia y en lo tocante a las
conclusiones que debían ser o no reveladas al público.
Al mismo tiempo, basándose en el testimonio de Vincenzo Vinciguerra –el
terrorista de Peteano– y en los documentos que había descubierto, el juez Casson
comienza a entrever la naturaleza de la compleja estrategia militar que se había
utilizado. Comprende poco a poco que no se trataba simplemente de terrorismo,
sino de terrorismo de Estado, financiado con el dinero de los contribuyentes.
Obedeciendo a una “estrategia de la tensión”, el objetivo de los atentados era
instaurar un clima de tensión en la población.
La extrema derecha y sus partidarios en el seno de la OTAN temían que los
comunistas italianos adquiriesen demasiado poder y es por ello que, en un
intento de “desestabilizar para estabilizar”, los soldados clandestinos de los
ejércitos del Gladio perpetraban aquellos atentados, que atribuían después a la
izquierda. “Para los servicios secretos, el atentado de Peteano era parte de lo
que se llamó la estrategia de la tensión”, explicó públicamente el juez Casson
en un reportaje de la BBC dedicado al Gladio. “Es decir, crear un clima de
tensión para estimular en el país las tendencias sociopolíticas conservadoras y
reaccionarias”.
A medida que se aplicaba esta estrategia en el terreno, se hacía necesario
proteger a los instigadores ya que comenzaban a aparecer pruebas de su
implicación. Los testigos ocultaban ciertas informaciones para proteger a los
extremistas de derecha. Vinciguerra, un terrorista que, al igual que otros que
habían estado en contacto con la rama Gladio de los servicios secretos militares
italianos fue muerto por causa de sus convicciones políticas, declaró: “Había
que actuar contra los civiles, contra la gente del pueblo, contra las mujeres,
los inocentes, los anónimos desvinculados de todo juego político. La razón era
muy simple. Se suponía que tenían que forzar a aquella gente, al pueblo
italiano, a recurrir al Estado para pedir más seguridad. A esa lógica política
obedecían todos esos asesinatos y todos esos atentados que siguen sin castigo
porque el Estado no puede inculparse a sí mismo ni confesar su responsabilidad
en lo sucedido”.
El horror de ese diabólico plan sólo va apareciendo, sin embargo, de forma
progresiva y quedan aún muchos secretos por revelar hoy en día. Además, el
paradero de todos los documentos originales sigue siendo desconocido. “Después
del atentado de Peteano y de todos los demás que siguieron”, declaró Vinciguerra
en el juicio que se hizo en su contra, en 1984, “nadie debiera dudar ya de la
existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la
sombra ese tipo de estrategia de matanzas”. Una estructura que, según el propio
Vinciguerra, “está imbricada en los propios órganos del poder”.
Existe en Italia una organización paralela a las fuerzas armadas, que se compone
de civiles y de militares y de vocación antisoviética, es decir, destinada a
organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por
parte del Ejército Rojo”. Sin mencionarlo por su nombre, ese testimonio confirmó
la existencia del Gladio, el ejército secreto y stay-behind creado por orden de
la OTAN. Vinciguerra lo describió como “una organización secreta, una
superorganización que dispone de su propia red de comunicaciones, de explosivos
y de hombres entrenados para utilizarlos”. El terrorista reveló que esa
“superorganización, a falta de invasión soviética, recibió de la OTAN la orden
de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en el país. Y eso
fue lo que hicieron, con el apoyo de los servicios secretos del Estado, del
poder político y del ejército”.
Más de 20 años han transcurrido desde el revelador testimonio del terrorista
arrepentido que, por vez primera en la historia italiana, estableció un vínculo
entre la red stay-behind Gladio, la OTAN y los atentados con bombas que
enlutaron el país. Y sólo ahora, al cabo de todos estos años, después de la
confirmación de la existencia del ejército secreto y del descubrimiento de los
escondites de armas y de explosivos, los investigadores e historiadores logran
interpretar por fin el sentido de las palabras de Vinciguerra.
Pero, ¿son dignas de crédito las palabras de ese hombre? Los hechos que se
produjeron después del juicio parecen indicar que sí. El ejército secreto fue
descubierto en 1990 y, como para confirmar indirectamente que Vinciguerra había
dicho la verdad, el apoyo del que había gozado hasta aquel entonces por parte de
las altas esferas le fue bruscamente retirado. Contrariamente a lo sucedido con
otros terroristas de extrema derecha, que habían sido puestos en libertad
después de haber colaborado con los servicios secretos italianos, Vinciguerra
fue condenado a cadena perpetua. Pero Vinciguerra no fue el primero en revelar
la vinculación entre el Gladio, la OTAN y los atentados.
Tampoco fue el primero en hablar de la conspiración del Gladio en Italia. En
1974, durante una investigación sobre el terrorismo de extrema derecha, el juez
de instrucción Giovanni Tamburino había sentado un precedente al inculpar al
general Vito Miceli, el jefe del SID, los servicios secretos militares
italianos, por haber “promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de otros
cómplices, una asociación secreta que agrupaba civiles y militares y cuyo
objetivo era provocar una insurrección armada para modificar ilegalmente la
Constitución y la composición del gobierno”.
El 17 de noviembre de 1974, durante su propio juicio, el general Miceli,
exresponsable del Buró de Seguridad de la OTAN, reveló, furioso, la existencia
del ejército Gladio y lo describió como una rama especial del SID: “¿Disponía yo
de un super SID a mis órdenes? ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo para
tratar de dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de
Estados Unidos y la OTAN!”
Gracias a los sólidos contactos que tenía del otro lado del Atlántico, Miceli no
salió malparado. Fue liberado bajo fianza y pasó seis meses en un hospital
militar. Hubo que esperar 16 años más hasta que, bajo la presión de los
descubrimientos del juez Casson, el primer ministro italiano Andreotti revelara
ante el parlamento italiano la existencia de la red Gladio. Al enterarse, Miceli
montó en cólera. Poco antes de su muerte, en octubre de 1990, Miceli no pudo
seguir conteniéndose: “¡Yo fui a la cárcel porque me negaba a revelar la
existencia de esta superorganización secreta y ahora Andreotti se para delante
del parlamento y lo cuenta todo!”
En la cárcel, Vinciguerra, el que había puesto la bomba de Peteano, explicó al
juez Casson que, en su misión de debilitamiento de la izquierda italiana, los
servicios secretos militares y la red Gladio habían contado con la ayuda no sólo
de Ordine Nuovo, sino también de otras organizaciones de extrema derecha muy
conocidas, como Avanguardia Nazionale: “Detrás de los terroristas había mucha
gente que actuaba en la sombra, gente que pertenecía o colaboraba con el aparato
de seguridad. Yo afirmo que todos los atentados perpetrados después de 1969 eran
parte de una misma estrategia”.
(*)Historiador
suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas; catedrático en
la universidad de Basilea
Se dedica a la enseñanza en la universidad de Basilea, Suiza
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