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Informe especial
Si el eje Washington-Tel
Aviv decidiera invadir militarmente por tierra a Irán posiblemente el
infierno de Irak o de Afganistán, o la ratonera del Líbano en 2006,
lucirían como paseos turísticos comparados con lo que les depararía a sus tropas
el gigante islámico de Medio Oriente.
Irán cuenta con un territorio cuatro
veces mayor, y tiene un equivalente a casi tres veces la población de Irak.
Al mismo tiempo, el terreno de Irán es mucho más montañoso que el de Irak, y
conforma el teatro ideal para la guerra de guerrillas, en la cual están
entrenados alrededor de 500.000 mujaidines voluntarios preparados para ser
movilizados en cualquier momento.
Para comparar, basta citar el ejemplo
de Líbano en 2006, donde 30.000 soldados israelíes, con tanques, baterías de
artillería, helicópteros artillados, cobertura aérea con misiles, bombas
"inteligentes" y fuego naval, no pudieron doblegar a los 5.000 combatientes de
Hezbolá entrenados por Irán y Siria.
En términos convencionales, las
Fuerzas Armadas iraníes son las más numerosas y poderosas del Medio Oriente:
cuentan con 1.000.000 de efectivos distribuidos entre el Ejército de
Tierra, la Fuerza Aérea, la Marina y el Cuerpo de los Guardianes de la
Revolución Islámica (CGRI).
La doctrina y la estrategia de
Defensa militar iraní, prevé la movilización, en caso de necesidad, de un
"Ejército islámico" de 20 millones de personas sobre un total de
más de 70 millones
de habitantes.
Tanto hombres como mujeres, de 12 a 60 años, reciben preparación militar
en las filas de las milicias populares, y en caso de guerra podrían ser incorporados a las fuerzas armadas regulares.
El Cuerpo de los Guardianes de la
Revolución, considerado como el "ejército ideológico" del régimen,
representa “un ejército dentro del ejército” ya que cuenta, además de sus
fuerzas terrestres, con Fuerza Aérea y Marina propias, además de la policía y
del resto de las fuerzas de seguridad bajo su control.
Además, los Guardianes de la
Revolución cuentan con el "Kode", un cuerpo de elite de 15.000 hombres
cuya misión es organizar operaciones especiales en la retaguardia enemiga.
La Guardia Revolucionaria tiene bajo
su mando a las milicias voluntarias (mujaidines), que cuentan con
unidades de combate y un sistema de movilización permanente en todas las
localidades.
Además de su excelente preparación
militar, los soldados y mujaidines iraníes están mentalizados en una sólida
formación "religiosa-doctrinaria" imbuida en los valores y preceptos del Islam,
que los torna inmunes a operaciones de guerra psicológica convencionales
(como ya se demostró con Hezbolá en Líbano).
Este escenario preliminar,
referenciado por el poder militar y la capacidad de defensa de Irán, fue
lo que determinó que el Pentágono, en la época de la dupla Cheney-Rumsfeld
(después de evaluar costos y beneficios) descartara una invasión terrestre al
país de los ayatolas.
Caballos de Troya
La realidad de un Irán inexpugnable
por tierra, a su vez, determinó la
necesidad de diseñar una estrategia de operación encubierta de infiltración en
Irán con la finalidad de crear una división interna entre el poder
teocrático y conservador de los ayatolas (que detenta el poder real y concentra
todas las decisiones) y los sectores "reformistas" que se nuclear principalmente
en la universidad, el Parlamento y medios de comunicación.
Después de la invasión de Irak, en el 2003, y luego de consolidar el control sobre los militares y
las corporaciones de inteligencia tras el 11-S, el lobby sionista de la Casa Blanca y el Pentágono,
cuyos jefes eran el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfel, se dedicó
a la preparación de acciones encubiertas para apuntalar eventuales planes de acción militar contra Irán.
Según señalaba por entonces el influyente columnista de New Yorker, Seymour M. Hersh, los estrategas
del lobby neocon planeaban complementar los "ataques militares preventivos" contra Irán y Siria, con
operaciones encubiertas de la CIA orientadas a fortificar a los grupos opositores internos enfrentados
al régimen autocrático de Irán, al que la inteligencia norteamericana continúa señalando como protector
principal de los grupos "terroristas" que desarrollan su accionar en Irak y Medio Oriente.
Mediante amenazas constantes y veladas de represalia militar, y acusando a los
clérigos de cobijar al "terrorismo de Al Qaeda" en territorio iraní, la Casa
Blanca y el Pentágono de Bush intentaron precipitar reacciones sociales
masivas de los reformistas del presidente Jatamí contra el régimen
teocrático del ayatolah Jamenei.
Intentaban poner una cuña de enfrentamiento armado entre "reformistas" y
"fundamentalistas", con la finalidad de debilitar al régimen iraní y conseguir
consenso social y político para un ataque militar a las instalaciones
militares y nucleares estratégicas de Irán.
Su objetivo principal estaba dirigido a
conseguir que fueran los propios sectores "reformistas" iraníes los
que se enfrentaran a los ayatolas "protectores de terroristas", para promover un
"golpe democrático" interno, o una "revolución reformista", que sirviera
de columna vertebral para derrocar al régimen teocrático instalado con la
revolución islámica de Komeini en 1979.
La operación
respondía a un diseño general estratégico orientado a armar "caballos de
Troya" en el mundo árabe y musulmán, usando como pretexto el combate
"democrático" contra el "terrorismo" y
las "dictaduras".
No se trataba de otra cosa (y como fue plasmado en el
discurso de la segunda asunción de Bush) que de la complementación de la "guerra contra el
terrorismo" con el combate contra las "tiranías" mediante "procesos
democráticos" instaurados en todo el tablero del mundo árabe y musulmán.
La primera experiencia en 2003
La primera fase
del plan para dividir Irán, tuvo una operación inicial de alto impacto en
junio de 2003 , cuando durante seis noches consecutivas, miles de estudiantes y
militantes del reformismo se lanzaron a las calles a protestar y a pedir "la
horca" para el jefe espiritual de Irán, el ayatolah Jamenei, y fueron
duramente reprimidos por las milicias y las fuerzas de elite del régimen
teocrático que mantiene un férreo control sobre la policía y las fuerzas
armadas.
El gobierno y
los servicios de inteligencia iraníes señalaban por entonces que la CIA
infiltró estos movimientos con la intención de crear un "clima preparatorio"
de agitación social, y desde ahí avanzar con cuadros entrenados a un
enfrentamiento armado abierto en las calles en un estado de virtual guerra
civil.
Desarrollando
la misma lógica y metodología que utilizaron contra Saddam Hussein antes de la
invasión a Irak,
se intentaba crear un clima de revuelta contra el poder teocrático de los
clérigos con la finalidad de debilitarlo, y consolidar una alianza con los
reformistas que les otorgase consenso social y político para un ataque
militar ya planificado por el Pentágono, señalaban por entonces
analistas del mundo árabe.
Los halcones neocon del Pentágono creían que una fuerte presión
social sobre el régimen iraní
podría desatar una revuelta interna contra el gobierno islámico de Teherán, de
la misma manera que predecían que Saddam iba a ser eliminado por una sublevación
interna antes de la guerra.
Mientras se desarrollaba el plan
desestabilizador en Teherán, en junio de 2003,
George W. Bush decía
sugestivamente por cadena nacional que
las manifestaciones en Irán "son una señal "positiva" y "el
comienzo de la expresión popular por un Irán más libre".
Durante la primera experiencia
subversiva de laboratorio para desestabilizar Irán, y mientras crecía la
violencia en las calles de Teherán, el
ayatola Alí Jamenei advirtió a los manifestantes que si no desistían
tendrían que enfrentar las consecuencias represivas más duras, recibiendo como
respuesta un incremento de los disturbios.
Finalmente, el régimen iraní
lanzó sobre los bastiones golpistas una feroz operación represiva combinada de
milicias, policías y fuerzas especiales que culminó con un baño de sangre
y la muerte de centenares de estudiantes y militantes que -según los
"reformistas"- las estadísticas oficiales ocultaron celosamente.
La
experiencia bis
Tras los
comicios del 12 de junio de 2009 que consagraron la reelección de Ahmadineyad
por el 63% de los votos (y a 6 años de la primera experiencia desestabilizadora
con Bush), nuevamente la chispa de la subversión interna fue lanzada a través
del candidato reformista derrotado, Musavi, bajo consignas de acusaciones de
fraude.
Ya no se pedía la "horca" para el ayatola Jamenei como en 2003, sino que se
exigía la
anulación de las elecciones y la renuncia del "dictador" Ahmadineyad.
"¿La
historia se repite? Washington ha renunciado (por ahora) a atacar militarmente a Irán
y trata de disuadir a Israel de tomar esa iniciativa. Para conseguir "cambiar el
régimen", la administración Obama prefiere jugar la carta –menos peligrosa
aunque más incierta- de la acción secreta", señala desde Red Voltaire, Thierry
Meyssan.
Para el
analista francés, "Dichas manifestaciones reflejan una profunda división en
la sociedad iraní entre un proletariado nacionalista y una burguesía que
lamenta su marginación de la globalización económica. Actuando bajo cuerda,
Washington intenta influir en los acontecimientos para derrocar al presidente
reelegido".
Tras el derrocamiento
del Sha en 1979 ,y la posterior expulsión de EEUU por la Revolución Islámica del
ayatola Komeini, la CIA
realizó diversas operaciones de infiltración frustradas para derrocar al
régimen nacionalista islámico que controla el poder militar y económico en Irán.
Los
sucesivos intentos de la inteligencia norteamericana por desestabilizar al
gobierno de Komeini fueron neutralizados sistemáticamente y sus agentes
fueron detectados y ejecutados por las fuerzas del régimen nacionalista islámico.
Habiendo
fracasado sus operaciones encubiertas en Irán, EEUU decidió invadir
militarmente a ese país utilizando a Saddam Hussein y a su ejército por
entonces armado y
entrenado por la CIA y el Pentágono.
Tras
una larga guerra Irak-Irán que abarcó casi toda la década del 80, y produjo
un millón de muertos entre civiles y militares, Saddam y el régimen iraní
firmaron un final de las operaciones militares, con el cual fracasó el intento
de EEUU por reapoderarse del petróleo iraquí.
Posteriormente,
y tras la Primera Guerra del Golfo en la década del 90, la CIA retomó sus
contactos con el régimen iraní de los ayatolah con el objetivo de organizar la
desestabilización del líder iraquí desde territorio iraní.
Desaparecido
Saddam Hussein tras la ocupación norteamericana de Irak, se produjo una nueva
ruptura de vínculos entre EEUU y el gobierno teocrático del ayatola Jamenei, que ya preveía que el próximo objetivo militar del
Pentágono sería Irán.
El laboratorio de Obama
A
diferencia de Bush y los halcones, la estrategia de la administración de Obama
parece centrarse en una línea más sutil de "guerra por otras vías",
explotando el flanco de debilidad interna (la división entre "fundamentalistas"
y "reformistas") y disimulando el objetivo con una aparente "neutralidad" en el
conflicto.
Ya no se
trata de impulsar una revuelta abierta contra el poder de los ayatolas, como en junio de
2003, sino de una pulida operación de guerra psicológica en el frente
social que utiliza a la oposición "reformista" iraní como un caballo de troya
para desgastar el poder de los ayatolas y deslegitimar a Ahmadineyad en
su gestión de gobierno.
Para tener en claro como se desarrollan (y hacia qué blanco apuntan) los hechos del laboratorio
desestabilizador en Irán, hay que partir de un principio: No hay un solo Irán sino que existen
"dos Irán".
El primer Irán, islámico
confesional, marcadamente antisionista, anti-Israel y anti-EEUU, se representa
en el Estado y en el gobierno de los ayatolas que controlan con mano de hierro
los dos enclaves estratégicos del poder iraní: la economía y las fuerzas armadas
y de seguridad.
El segundo Irán se
representa en el sector de los "reformistas" (un segmento de la sociedad formado
en la ideología "liberal" y en las pautas de la sociedad de consumo capitalista
occidental) cuyo emergente social y su ideología "occidentalizada" son
incompatibles con el fundamentalismo religioso del régimen teocrático de los
ayatolas.
El primer Irán está en
guerra contra
Israel y EEUU, y el segundo quiere fusionarse con la "civilización occidental"
y negociar pautas de convivencia con Israel y EEUU.
Como concepto central hay que
precisar que el "Irán reformista" es tan o más enemigo del "Irán
fundamentalista" como lo
son Israel y EEUU.
Durante
siete días el círculo de la operación golpista se cerró con sus cuatro actores
principales: El
"fraude", la "protesta popular", los muertos y la
presión internacional para obligar al gobierno de Irán a suspender las
elecciones.
En este
contexto, el plato está servido para que los servicios de inteligencia
estadounidenses y europeos (principalmente británicos), infiltrados en las
usinas "reformistas" de la universidad y de los medios de comunicación iraníes,
completen el escenario para hacerle perder el control de la situación al
régimen de los ayatolas.
Esta es la razón central que
explica porqué las clases medias y altas "reformistas" iraníes son el natural
elemento de infiltración de las potencias sionistas para
derrocar a los ayatolas y a su gobierno hoy conducido por Ahmadineyad.
En ese escenario, y como
complemento del plan militar, el proyecto estratégico de EEUU, Israel y las potencias sionistas aliadas, no gira alrededor de la
destrucción de Irán, sino alrededor del fin de régimen de los ayatolas.
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El desenlace
Como
ya sucedió durante las revueltas desestabilizadoras de junio de 2003, el
máximo jefe y líder espiritual de Irán, bajo cuyo mando directo están las
fuerzas armadas, la policía y las fuerzas especiales (en suma, todo el
poder militar de Irán), el ayatolá Jamenei, advirtió, junto al presidente
Ahmadineyad, a las potencias occidentales que se abstengan de intervenir en los
"asuntos internos de Irán".
El jefe espiritual aconseja
siempre al líder Mir Musavi y a los dirigentes
opositores "agotar la vía pacifica" y evitar la violencia en los reclamos callejeros
que -según el oficialismo"- han dejado 8 muertos, y según los sublevados, las
victimas de la represión ya superan el centenar.
El
Ministerio de Inteligencia de Irán, por su parte, denunció en varias
oportunidades una trama terrorista con vínculos en el extranjero para poner
bombas en mezquitas y otros lugares muy frecuentados en Teherán.
En las antípodas, la información de
las usinas "reformistas" hablan sistemáticamente de detenciones masivas y de decenas de
muertos que ya habrían superado a los de las sublevaciones estudiantiles de
1999 y 2003, donde
muchos de los cabecillas fueron fusilados y exterminados durante los
procedimientos.
Como clara señal de que registran
las advertencias de los ayatolas, los presidentes y funcionarios de las
potencias europeas aliadas de EEUU (que habitualmente encienden el firmamento de las protestas
golpistas con sus declaraciones), desde Obama para abajo, han resuelto
mantener "perfil bajo".
No
obstante, y con las protestas que ahora (en un cambio de estrategia) han tomado
una cariz "pacifista" y se siguen extendiendo, los expertos esperan un
desenlace que las desactive militarmente y las descabece como en junio de
2003.
Hay un
punto de coincidencia entre los especialistas: El régimen iraní, ante la
persistencia consecutiva de las protestas, se va a ver obligado a cortarlas
de raíz para evitar que sigan generando y contagiando un clima de "guerra
civil" en ebullición (tal como esperan EEUU y las potencias occidentales).
Varias veces, el gobierno iraní cerró las fronteras informativas, bloqueó espacios de
la sedición "reformista" en Internet, y realizó claras advertencias a la
prensa internacional que siempre actúa como "herramienta complementaria" de
los planes de desestabilización con los "caballos de troya" reformistas.
Un proceso de advertencias se
inició con el mensaje que pronunció el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, en la mezquita de la Universidad de
Teherán durante las protestas que se sucedieron tras la reelección de
Ahmadineyad en junio de 2009 .
Jamenei ocupó la principal tribuna
del régimen para hablar en público desde que comenzaron los enfrentamientos una
semana después de las elecciones presidenciales denunciadas como
"fraudulentas" por la oposición reformista.
El jefe espiritual de Irán afirmó que
Mahmoud Ahmadinejad había ganado por 11 millones de votos, un total que
era impensable manipular.
"La República Islámica no hace trampas", aseguró, al tiempo que elogió el
nivel de participación en las elecciones del 12 de junio, diciendo que era algo
que no ocurría desde 1979.
El líder supremo, criticó las protestas callejeras y pidió que se suspendieran.
Reconoció que los debates y las polémicas estaban bien, pero que "las
diferencias se deben resolver en las urnas y no en las calles".
Añadió que cualquier duda debía ser expresada por canales legales, y advirtió:
"No aceptaré ninguna iniciativa ilegal".
Luego advirtió que si la oposición no
suspendía las manifestaciones, "ellos serán responsables de las repercusiones
negativas, la tensión y el caos".
"Si hay un baño de sangre,
los responsables serán los líderes de las protestas",
afirmó el jefe espiritual de Irán.
De este
mensaje -se estima- van a salir las líneas cifradas y los próxims pasos que va a
dar el poder iraní para terminar de descabezar la "operación caballo de
Troya" que -en una segunda versión mejorada- siguen lanzando las usinas de
inteligencia estadounidenses, europeas e israelíes contra Irán.
Y así como
hubo un experimento bis, también - si las protestas no se desactivan- va
a haber un desenlace bis.
(*) Manuel Freytas es periodista, investigador y analista, especialista en inteligencia y
comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados
en la Web.
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