(IAR
Noticias)
30-Abril-2011
En un libro que por fin se publica en francés, el profesor
Peter Dale Scott (*)recorre la historia del «Estado profundo» en Estados Unidos, o
sea la estructura secreta que dirige la política exterior y la política de
defensa de ese país más allá de las apariencias democráticas. Este estudio
ofrece la ocasión de poner bajo los reflectores al grupo que organizó los
atentados del 11 de septiembre y que se financia a través del tráfico mundial de
droga. Se trata de un libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las
academias militares y diplomáticas.
Red Voltaire
Red
Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la
notoriedad que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar
proporcionándonos una definición de qué es la «la Política profunda» (Deep
Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que usted llama el «Estado
profundo» y el «Estado público»?
Peter Dale Scott: La expresión «Estado profundo» viene de Turquía.
Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que
rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una
reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el principal
traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una organización
paramilitar –los Lobos Grises– que asesinaba gente. Se hizo entonces evidente
que existía en Turquía una relación secreta entre la policía –que oficialmente
estaba buscando al hombre que finalmente se encontraba en aquel auto con un jefe
de la policía– y aquellos individuos, que cometían crímenes en nombre del
Estado.
El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar su
propia mano al público. Es un Estado escondido, una estructura secreta.
En Turquía lo llamaron el «Estado profundo» [1], y yo mismo venía hablando desde
hace tiempo de «Política profunda», así que utilicé esa expresión en mi libro
«La Route vers le Nouveau Désordre Mondial» [En español, El Camino hacia el
Nuevo Desorden Mundial. NdT.].
Yo definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de disposiciones
políticas, intencionales o no, habitualmente criticadas o no mencionadas en el
discurso público, además de no reconocidas. O sea que la expresión «Estado
profundo» –concebida en Turquía– no es cosa mía. Se refiere a un gobierno
paralelo secreto organizado por los aparatos militares y de inteligencia,
financiado por la droga, que se implica en acciones de violencia de carácter
ilícito para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas
que representan los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno
constitucional.
En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, yo adapto un poco esa
expresión para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados Unidos,
entre el Estado público constitucionalmente establecido, por un lado, y las
fuerzas profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas de
la riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del gobierno.
Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público, [puerta]
que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.
La analogía con Turquía no es perfecta ya que lo que actualmente hemos podido
observar en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela si no más bien
una amplia zona o ambiente de contactos entre el Estado público y fuerzas
oscuras invisibles. Pero esa conexión es considerable, y se necesita una
apelación como «Estado profundo» para describirla.
Red Voltaire: Usted escribió su libro, La Route vers le Nouveau
Désordre Mondial, en momentos en que el régimen de Bush se hallaba en el poder y
después lo reactualizó con vistas a la traducción al francés. ¿Piensa usted que
el Estado profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado público, como
resultado de la elección de Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha reforzado
con la crisis y con la actual administración?
Peter Dale Scott: Después de 2 años de presidencia de Obama, tengo que
llegar tristemente a la conclusión que la influencia del Estado profundo, o más
exactamente de lo que yo llamo en mi último libro «La Máquina de Guerra
estadounidense» (American War Machine), ha seguido extendiéndose, como lo ha
hecho bajo cada presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.
Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su retórica
de campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del secreto dentro del
gobierno de Estados Unidos y como ha seguido castigando a quienes lanzan
llamados de alerta: su campaña contra Wikileaks y contra Julian Assange, quien
ni siquiera ha sido inculpado aún por el menor crimen, no tiene precedentes en
la historia de Estados Unidos. Yo sospecho que el miedo a la publicidad que se
percibe en Washington viene de que existe la conciencia de que las políticas de
guerra de Estados Unidos están cada vez más desvinculadas de la realidad.
En Afganistán, Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del general
Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las tropas
estadounidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de combates en 2011, como
había adelantado Obama cuando autorizó un aumento del número de soldados en
2009. El último libro de Bob Woodward, que se titula Obama’s Wars (Las guerras
de Obama), reporta que durante aquel largo combate que se produjo dentro de la
administración para determinar si había que decidir una escalada militar en
Afganistán, Leon Panetta, el director de la CIA, le aconsejó a Obama que «ningún
presidente democrático puede ir en contra de los consejos del ejército… Así que
hágalo. Haga lo que ellos le dicen.» Obama dijo recientemente a soldados
estadounidenses en Afganistán: «Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán
éxito en su misión». Este eco de testimonios anteriores –tontamente optimistas–
de Petraeus muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista
del desarrollo de la guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido
inicialmente.
Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora en
un cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán
así como a Yemen, si no más lejos aún. Yo sospecho que las fuerzas profundas que
dominan los dos partidos políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes, y
por sobre todo están tan interesadas en las ganancias que la guerra genera, que
un presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni siquiera
ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de dominación mundial de
Estados Unidos, al igual que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña, está a
punto de terminar.
En ese contexto, Obama –sin debate ni revisión– ha prolongado el estado de
urgencia interna proclamado después del 11 de septiembre, con las drásticas
limitaciones de los derechos civiles que ello implica. Por ejemplo, en
septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos defensores
de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago basándose en una decisión
reciente de la Corte Suprema según la cual la libertad de expresión y el
activismo no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en
crímenes si están «coordinados con» o «bajo la dirección» de un grupo extranjero
designado como «terrorista». Es importante señalar que en 9 años el Congreso no
se ha reunido ni una sola vez para discutir el estado de urgencia decretado por
George W. Bush después del 11 de septiembre, estado de urgencia que por lo tanto
permanece en vigor hoy en día.
En 2009, el ex congresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública al
presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al
Congreso a que realizara las audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el
10 de septiembre de 2009, Obama, sin la menor discusión, prolongó nuevamente el
estado de urgencia del 11 de septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente.
Mientras tanto, el Congreso ha seguido ignorando las obligaciones que le impone
su propio estatuto.
Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la National
Emergencies Act se ha hecho inoperante por causa de la COG (Continuity of
Government) [En español, Continuidad del Gobierno. NdT.], un programa
ultrasecreto destinado a organizar la dirección del Estado en caso de situación
de urgencia nacional. El programa de la COG fue parcialmente aplicado el 11 de
septiembre por Dick Cheney, uno de los principales arquitectos de ese programa
desarrollado dentro de un comité que opera fuera del gobierno regular desde 1981
[Ver a continuación más detalles sobre la COG. NdT de inglés]. De ser cierto que
las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho inoperantes por
causa de la COG, ello indicaría que el sistema constitucional de contrapoderes
ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos predominan ahora
sobre la legislación pública.
Red Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos
no desempeña su papel en la limitación de los poderes secretos que se instauró
después del Watergate? ¿Qué consecuencias tuvieron entonces la expulsión de
Nixon y el fortalecimiento de la supervisión del Congreso sobre las operaciones
secretas de los servicios de inteligencia estadounidenses?
Peter Dale Scott: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en tratar
de obtener el apoyo del bando opuesto llegando a acuerdos estratégicos tanto con
la Unión Soviética como con China. Esto encontró una violenta oposición tanto de
parte de los «halcones» como de parte de las «palomas» en el seno de una nación
profundamente dividida, y yo creo que los «halcones» provenientes tanto de la
CIA como del Pentágono fueron partícipes de la crisis fabricada del Watergate,
que dio lugar a la dimisión forzosa de Nixon.
Después del Watergate, las «palomas» del Congreso –al que se aplicó por entonces
el sobrenombre de «McGovernite»– de 1974 implantaron cierto número de reformas
en nombre de políticas más abiertas y públicas, aboliendo un estado de urgencia
que se había mantenido desde la época de la guerra de Corea y estableciendo las
restricciones jurídicas y legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del
gobierno secreto. Esas reformas tuvieron como respuesta una movilización
concertada tendiente a revertirlas y a restablecer el statu quo ante.
Aquel debate político implicaba la existencia, en el seno de la dirección del
país, de un desacuerdo entre los llamados «negociantes» y los «prusianos» y la
cuestión era saber si, después del fiasco de Vietnam, Estados Unidos debía
esforzarse por volver a su anterior papel de nación prominentemente comerciante
o si debía responder a la derrota de Vietnam con un aumento suplementario de sus
fuerzas armadas.
Aquella lucha burocrática e ideológica fue a la vez una lucha por el control del
Partido Republicano. Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el gradual
redireccionamiento –durante la presidencia de Ford– de la política exterior de
Estados Unidos de coexistencia pacífica con la Unión Soviética hacia planes
tendientes a debilitar y posteriormente a destruir –bajo la administración
Reagan– lo que este último llamó «el Imperio del Mal». Fue así como, en octubre
de 1975, la implicación muy probable de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld en la
revolución palaciega que los historiadores designan con el nombre de «Masacre de
Halloween» significó la derrota del republicanismo moderado de Nelson
Rockefeller. Aquello significó esencialmente la reorganización del equipo de
Ford, preparando así el fin de la distensión.
Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de la Casa
Blanca del presidente Gerald Ford, y controlaban el Departamento de Defensa,
desempeñaron un papel decisivo en el triunfo final de los prusianos, al alejar a
Henry Kissinger y nombrar como director de la CIA a George H. W. Bush, quien
elaboró desde allí un nuevo estimado, más alarmista, de la amenaza soviética,
dando así lugar a la correspondiente explosión de los presupuestos de defensa y
al sabotaje de la política de distensión. Desde entonces, hemos podido observar
en la economía estadounidense una influencia cada vez más importante de lo que
Dwight D. Eisenhower había llamado, en el histórico discurso de fin de mandato
que pronunció el 17 de enero de 1961, el «complejo militaro-industrial».
Hoy en día nos encontramos sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado, y
la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas del Estado profundo
de Estados Unidos se ha hecho casi inexistente. Por ejemplo, la supervisión con
mandato jurídico del Congreso sobre las operaciones secretas de la CIA se ha
evitado con éxito gracias a la creación, en 1981, del Joint Special Operations
Command (JSOC) en el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las
operaciones que dirigió el general Stanley McChrystal antes de su nombramiento
como comandante de las tropas de la OTAN en Afganistán.
Red Voltaire: En su anterior respuesta usted mencionó brevemente el importante
papel de George Bush padre en el sabotaje de la política de distensión que había
implementado Kissinger. Fue sin embargo muy breve el periodo de Bush a la cabeza
de la CIA. ¿El reemplazo de George H. W. Bush por el almirante Stanfield Turner,
más moderado, a la cabeza de esa agencia incrementó el control de las
operaciones secretas de los diferentes elementos del Estado profundo de Estados
Unidos?
Peter Dale Scott: No, en lo absoluto. Sucedió lo contrario ya que ciertos
actores claves de lo que acabo de explicar, ya excluidos de la CIA como
consecuencia de la nominación del almirante Turner, se buscaron una nueva «casa»
trabajando para el llamado Safari Club. El Safari Club era una organización
secreta fuera de todo control que reunía a los directores de los servicios de
inteligencia de numerosos países –como Francia, Egipto, Arabia Saudita e Irán.
Estimulada esencialmente por el entonces director del espionaje francés, el
difunto Alexandre de Marenches, aquella organización tenía como objetivo
completar secretamente las acciones de la CIA mediante la realización de otras
operaciones anticomunistas en África, Asia Central y Medio Oriente –operaciones
que escapaban a todo control del Congreso estadounidense.
Después, en 1978, Zbigniew Brzezinski –que no era miembro del Safari Club–
implementó una forma de escapar al control del almirante Turner mediante la
creación de una unidad especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el actual
secretario de Defensa, que era por aquel entonces un joven agente operacional de
la CIA. Bajo la dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la
agencia de inteligencia de Irán, la SAVAK, para enviar agentes islamistas a
Afganistán, desestabilizando así aquel país de manera tal que aquello condujo a
la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética en 1980.
La siguiente década, que se caracterizó por la implicación secreta de la CIA en
Afganistán, fue determinante en la transformación de aquel país en un vivero de
cultivo de la amapola del opio, del tráfico de heroína y del islamismo yihadista.
Hay muy buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años–uno por Tim
Weiner, el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a oficiales de la CIA
que les mostraron sólo algunos documentos que acababan de ser desclasificados,
esos autores no hablan de la droga en sus libros.
La conexión de los narcóticos es tan profunda que no se menciona en los
documentos de la CIA que se han hecho públicos. Pera la cooperación de la CIA,
dirigida por William Casey desde 1981, con el banco de la droga llamado Bank of
Credit and Commerce International (BCCI) estimuló la creación en Afganistán de
una inmensa narcoeconomía, cuyas consecuencias desestabilizadoras ayudan a
explicar por qué hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes muriendo
diariamente en esos lugares [2].
El BCCI fue un enorme banco de lavado de fondos provenientes de la droga.
Corrompía, con sus presupuestos y sus recursos, a políticos de primer plano en
el mundo entero… presidentes, primeros ministros… Y una parte de ese dinero
sucio –de eso no se habla mucho, pero es la realidad– llegaba a políticos en
Estados Unidos, a políticos de los dos partidos, y esa es una de las principales
razones que explican por qué nunca logramos que el Congreso abriera una
investigación contra el BCCI. Hubo de hecho un informe del Senado, que fue
publicado, firmado por un republicano, Hank Brown, y por un demócrata, John
Kerry. Y Brown felicitó a Kerry por haber tenido el coraje de escribir aquel
informe cuando tantas personas de su partido estaban vinculadas al BCCI.
Este banco fue un factor primordial en la creación de conexiones con gente como
Gulbuddin Hekmatyar, probablemente el principal traficante de heroína del mundo
entero en los años 1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal beneficiario
de la generosidad de la CIA, que se completó con una suma similar de dinero
proveniente de Arabia Saudita. ¡Hay algo terriblemente nefasto en este tipo de
situación!
Red Voltaire: En 1976, Jimmy Carter fue electo en base a un programa
de reducción de los gastos militares y de distensión con la Unión Soviética, lo
que en realidad no se concretó en los 4 años de su mandato. ¿Puede usted
explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew
Brzezinski –a quien usted mencionó en su anterior respuesta– desempeñó algún
papel en aquella política exterior, sensiblemente más agresiva que lo que se
esperaba?
Peter Dale Scott: Los medios de difusión presentaban a Carter como un
candidato populista, como un granjero sureño cultivador de maní. Pero la
realidad profunda era que Carter había sido preparado para la presidencia por
Wall Street, particularmente por la Comisión Trilateral, financiada a su vez por
David Rockefeller y dirigida por Zbigniew Brzezinski.
Brzezinski, un polaco furiosamente antisoviético, se convirtió entonces en el
consejero de Seguridad Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel mandato
[Brzezinski] interfirió continuamente al secretario de Estado Cyrus Vance para
mantener una política una política exterior más vigorosamente antisoviética. En
ese aspecto, Brzezinski actuó en contra de los objetivos planteados de la
Comisión Trilateral, de la que el presidente Carter había sido miembro.
La idea subyacente de la Comisión Trilateral era una imagen más bien atrayente
de un mundo multipolar en el que Estados Unidos hubiese desempeñado un papel de
mediador entre el Segundo Mundo, o sea el bloque soviético, y el Tercer Mundo,
que era lo que en aquel momento se designaba como los países subdesarrollados o
menos desarrollados… Entre paréntesis, yo detesto esa expresión, porque viví en
Tailandia y, en ciertos aspectos, ¡ellos están mucho más desarrollados que
nosotros!
En resumen, al ser electo, Carter nombro como secretario de Estado a un
verdadero trilateralista, Cyrus Vance, y tenía como consejero de Seguridad
Nacional a Zbigniew Brzezinski, quien estaba decidido a utilizar el Estado
profundo para hacerle a la Unión Soviética tanto daño como le fuera posible. Y
la mayor parte de lo que se interpretó como los «éxitos» del régimen de Reagan
claramente se inició en la época de Brzezinski.
Fue una renuncia total de aquello a lo que se había comprometido la Comisión
Trilateral. El pobre Carter fue electo porque había prometido cortes en el
presupuesto de Defensa y, antes de su salida [de la Casa Blanca], había metido
al Departamento de Defensa en masivos aumentos presupuestarios que, una vez más,
fueron asociados a Reagan aunque en realidad habían comenzado antes.
Por consiguiente, una masiva campaña tendiente a un aumento de los presupuestos
de defensa –campaña discretamente realizada por ricos industriales del aparato
militar que actuaban a través del Comité sobre el Peligro Presente– llevó la
opinión pública estadounidense a fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de
una presencia y de una política exterior estadounidenses más militantes, sobre
todo en el Océano Índico.
Red Voltaire: Después de haber sido un hombre muy influyente con el
presidente Gerald Ford, Dick Cheney –junto a su mentor Donald Rumsfeld y junto
al vicepresidente George H. W. Bush– fue, a partir de la presidencia de Reagan,
uno de los hombres claves del programa ultrasecreto de «Continuidad del
Gobierno» (Continuity of Government, COG). ¿Puede usted explicarnos en qué
consiste ese programa? ¿Ya se ha aplicado, aunque sea parcialmente?
Peter Dale Scott: Desde el comienzo de la presidencia de Reagan, en 1981,
se creó un grupo secreto, fuera del gobierno regular, para trabajar sobre la
llamada Continuidad del Gobierno («Continuity of Government» o COG) o, dicho de
otra manera, en planes de la COG destinados a organizar la gestión del Estado en
caso de urgencia nacional. Ese programa era inicialmente una extensión de planes
preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear que decapitara la
dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del mandato de Reagan, su orden
ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los términos [de dichos planes] para que
cubrieran cualquier tipo de urgencia.
La COG es otra de las cosas que se asocian a Reagan, pero aquellos planes en
realidad comenzaron en la época de Carter, aunque es posible que este último
nunca haya estado al corriente de ello. En efecto, Carter creó la FEMA [la
Agencia Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia, siglas en inglés.], que
históricamente siempre fue la estructura de planificación de la COG.
Lo que resulta bastante chocante es que aunque los planes de la COG son planes
extremos, el Congreso no estaba al corriente de ellos en los años 1980. Sólo un
pequeño grupo –en el que se encontraban Oliver North, Dick Cheney y Donald
Rumsfeld– estaba encargado de trabajar en esos planes en virtud de una orden
ejecutiva altamente secreta de Reagan emitida en 1981, como ya expliqué
anteriormente.
La cuestión de la COG se mencionó públicamente por primera vez en 1987, durante
las audiencias sobre el escándalo Irán-Contras, cuando un miembro del Congreso
nombrado Jack Brooks le preguntó a Oliver North: «Coronel North, en el marco de
su trabajo en el Consejo de Seguridad Nacional, ¿no le asignaron a usted en un
momento dado la planificación de la continuidad del gobierno en caso de un
desastre de envergadura?» Agregó el congresista Brooks: «Yo estaba
particularmente preocupado, señor presidente, porque leí en varios diarios de
Miami y en algunos más que había un plan elaborado, por esta misma agencia, un
plan de contingencia en caso de urgencia que suspendería la Constitución de los
Estados Unidos. Aquello me inquietó mucho y me pregunté si era un aspecto en el
cual había trabajado él. Yo creo que así es y quería tener esa confirmación.»
El senador Inouye, director de aquella comisión investigadora del Congreso, le
respondió con un poco de nerviosismo: «Con todo respeto, ¿puedo pedirle que no
se toque ese tema en este momento? Si queremos abordarlo, estoy seguro que
pueden hacerse arreglos para una sesión ejecutiva.» Está claro que las preguntas
del congresista Brooks eran sobre la «Continuidad del Gobierno», y aquellos
arreglos para la realización de una sesión ejecutiva nunca tuvieron lugar.
Cheney y Rumsfeld –dos figuras claves del programa de la COG– siguieron
participando en esos planes y ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos
décadas sucesivas, incluso en momentos en que, hacia fines de los años 1990, los
dos eran directores de empresas privadas que nada tenían que ver con el
gobierno. Se ha dicho que el nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue
el terrorismo, pero algunos periodistas han mencionado que desde principios de
los años 1980 había importantes planes destinados a hacer frente al tipo de
manifestaciones que, según la mentalidad de Oliver North y de otros como él,
habían llevado a la derrota de Estados Unidos en Vietnam.
Nadie duda que los planes de la COG se hayan aplicado parcialmente durante el 11
de septiembre, paralelamente a un estado de urgencia proclamado oficialmente.
Este último sigue aún en vigor al cabo de 9 años, a pesar de una ley posterior
al Watergate que exige ya sea una aprobación o un cese de una urgencia nacional
por parte del Congreso cada 6 meses. Los planes de la COG son un secreto
celosamente guardado, pero en los años 1980 hubo informes que señalan que esos
planes implicaban medidas de vigilancia y detenciones sin mandato, así como una
militarización permanente del gobierno. En cierta medida, esos cambios
claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.
No hay manera de determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos desde del
11 de septiembre pueden tener su origen en la planificación de la COG.
Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG fueron
instauradas nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la National
Security Presidential Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad
Nacionale, o NSPD-51/HSPD-20). Esa directiva estipulaba lo que la FEMA
posteriormente llamó «una nueva visión para garantizar la continuidad de nuestro
gobierno», y fue seguida posteriormente por un nuevo National Continuity Policy
Implementation Plan (Plan de Implementación de la Política de Continuidad
Nacionale).
La NSPD-51 invalidó también la PDD 67, que era la directiva de la COG del
decenio anterior elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel entonces el
«zar» del contraterrorismo en Estados Unidos desde la época de Clinton. En fin,
la NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos clasificados sobre la continuidad»,
señalando que deben «ser protegidos contra toda divulgación no autorizada».
Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor de
la apertura de una verdadera investigación sobre el 11 de septiembre, el
congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre la Seguridad Interior,
presentó dos pedidos para consultar esos anexos.
Su primer pedido fue rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo pedido,
mediante una carta firmada por el presidente de su Comisión. El pedido fue
rechazado de nuevo. Una vez más, como ya dije en mi respuesta a la segunda
pregunta de esta entrevista, esto parece indicar que el sistema constitucional
de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos y que los decretos secretos
están ahora por encima de la legislación pública.
Red Voltaire: En La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, usted
afirma que la Comisión Nacional Investigadora sobre el 11 de septiembre –cuyos
miembros fueron nombrados por el gabinete de George W. Bush y cuyo Informe Final
fue redactado por el equipo del director ejecutivo Philip Zelikov– incurrió en
repetidos engaños sobre el tema del 11 de septiembre, sobre todo en lo tocante a
las actividades de Dick Cheney en aquella mañana. ¿Puede usted explicar a
nuestros lectores ese aspecto en particular?
Peter Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se resistió a toda
investigación sobre el 11 de septiembre, hasta que el Congreso impuso una
Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las familias de las
victimas [3] Thomas Kean y Lee Hamilton, los dos directores de la Comisión,
prometieron públicamente guiarse por las preguntas sin respuestas de las
familias de las víctimas, como por ejemplo: saber quiénes eran realmente los
presuntos secuestradores de los aviones y cómo fue que se derrumbaron 3
edificios del World Trade Center, cuando uno de ellos ni siquiera llegó a
recibir el impacto de un avión.
Finalmente, esas preguntas, al igual que otras muchas interrogantes, ni siquiera
llegaron a mencionarse. Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad de
testimonios contradictorios y, en muchas ocasiones, reescribió ciertos relatos.
Bajo la estrecha supervisión de Philip Zelikow, el director de aquella Comisión
quien por mucho tiempo había sido empleado del gobierno en cuestiones de
seguridad nacional, el Informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre ignoró
ciertas contradicciones y corrigió otras de una forma que fue cuestionada por
numerosos críticos.
El Informe atribuyó la ausencia de respuestas [de la defensa estadounidense] de
aquel día a un caos y a una ruptura sistémica, ignorando así otros testimonios
de Cheney, según los cuales él desempeñó aquel día un papel preponderante. La
Comisión ignoró igualmente importantes contradicciones y dudas sobre el
testimonio que había prestado Cheney. Un tema crucial que la Comisión no
investigó de manera explícita fue la aplicación de los planes de la COG [durante
los hechos] el 11 de septiembre (p.555, nota 9).
Tampoco mencionó la comisión de estudios sobre el terrorismo de Cheney –reunida
por decreto de Bush en mayo de 2001– que fue citada como fuente de origen de una
orden del Comité de Jefes del Estado Mayor Conjunto [el JCS, según sus siglas en
inglés] que databa del 1º de junio de 2001. Aquella orden modificó [u
obstaculizó, haciéndolas inoperantes] las condiciones de intercepción de los
aviones secuestrados por parte de la fuerzas aérea.
Para lograr su recuento restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en lo
sucedido] aquel día, la Comisión también restó importancia –y de manera
flagrante– a varios recuentos de testigos oculares [que estaban] en completo
desacuerdo con la cronología de la propia Comisión, particularmente los del
director del contraterrorismo Richard Clarke y del secretario de Transportes
Norman Norman Mineta.
Red Voltaire: Gran parte de La Route vers le Nouveau Désordre Mondial
–un libro verdaderamente muy rico debido a la cantidad e importancia de los
temas que aborda– trata sobre la geopolítica del petróleo, de la droga y del
armamento y la manera como el Estado profundo estadounidense la maneja en Asia
Central y en el Medio Oriente desde la época del presidente Carter. Sabiendo que
la «guerra contra el terrorismo» perdura y se extiende hoy en más de 60 países
–principalmente a través de operaciones secretas–, ¿cuáles son en su opinión los
verdaderos orígenes y objetivos de esta?
Peter Dale Scott: Al principio de la «guerra contra el terrorismo» estaba
muy claro que los consejeros estratégicos de los dos partidos, al igual que los
grupos de reflexión (think tanks, en español tanques pensantes, son centros o
institutos de propaganda y/o difusión de ideas políticas ) como el Council on
Foreign Relations, estaban preocupados por la necesidad que según ellos tenía
Estados Unidos de preservar su dominio histórico sobre los mercados petroleros
mundiales. Produjeron documentos que apoyaban la idea de un incremento de la
fuerza militar de Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico, así como la
idea de adoptar planes militares destinados, en particular, a ocuparse de Sadam
Husein.
Hoy en día, la «guerra contra el terrorismo» ha seguido extendiéndose, y nos
dicen que los militantes salafistas se han desplazado –como era de esperar–
hacia nuevas regiones del mundo, sobre todo hacia Somalia y Yemen, para preparar
sus represalias. La «guerra contra el terrorismo» se ha convertido por lo tanto
en un ensayo para la actual doctrina estratégica de Estados Unidos tendiente a
implantar un «dominio total» [«Full-spectrum dominance»], como fue definida en
el importante informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020, llamando
entonces a garantizar «la capacidad de las fuerzas estadounidenses, operando
solas o con el apoyo de los aliados, para derrotar a cualquier enemigo y
controlar cualquier situación mediante la gama de operaciones militares
[disponibles]».
Desde la Segunda Guerra Mundial cada una de esas escaladas ha sido conducida por
un lobby de la Defensa financiado originalmente por el complejo militaro-industrial
y actualmente por media docena de fundaciones de derecha que disponen de fondos
ilimitados. Con el tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo –el
American Security Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto para
el Nuevo Siglo Americano y, actualmente, el Center for Security Policy (CSP)
[4]. Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso de los años yendo así de
maximizar la presencia estadounidense hasta restringir las libertades
individuales para impedir la reaparición de cualquier tipo de movimiento
antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo la expansión de esta facción del sector
de la defensa en mi más reciente libro, American War Machine.
Esa agenda incluye cada vez más el maccarthysmo, por no decir el fascismo.
Cierto número de grupos están alimentando una histeria islamófoba que recuerda
la histeria anticomunista de los años 1950, llamando a una guerra aparentemente
sin fin contra el Islam. Por ejemplo, el CSP [Centro para la Política de
Seguridad, siglas en inglés. Ndt.] publicó recientemente un documento titulado
Shariah, The Threat to America [5], en el que proclama que la sharia es «la
amenaza totalitaria de nuestra época», con advertencias alarmistas sobre una «yihad
infiltrada» y una «yihad demográfica».
Red Voltaire: Esa «guerra contra el terrorismo», cuyos verdaderos
fundamentos y objetivos están lejos de ser expuestos explícitamente por los
gobiernos de los países miembros de la OTAN, comenzó en Afganistán, en 2001. En
ese Estado, poderosos señores de la guerra aliados a Estados Unidos en los años
1980 –en la época en que los muyahidines combatían a las tropas soviéticas– son
actualmente destacados actores del conflicto en «AfPak», la entidad geopolítica
que abarca Afganistán y Pakistán. Tomemos como ejemplo simbólico el caso de
Gulbuddin Hekmatyar. La opinión pública de los diferentes países de la OTAN no
parece darse realmente cuenta de quién es este señor Hekmatyar. ¿Puede usted
proporcionarnos información sobre él? En su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar]
el peligro que representa una política exterior estadounidense que, por falta de
control legislativo y de visibilidad pública, ha provocado la explosión del
tráfico de droga a nivel global?
Peter Dale Scott: Al disponer de pocos agentes leales en Afganistán,
Estados Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a través de los que estaban
a la disposición de la Inter-Services Intelligence (ISI, los servicios secretos
pakistaníes). Pakistán, temiendo a su vez a los reclamos de los verdaderos
nacionalistas afganos que reivindican sus propios territorios fronterizos,
dirigió el volumen de las ayudas provenientes de Estados Unidos y de Arabia
Saudita hacia dos extremistas cuya base de apoyo en Afganistán era muy
restringida: Abdul Rasul Sayyaf y Gulbuddin Hekmatyar.
Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Ghilzai, originario de
norte no pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta bajo
la dirección de los pakistaníes. Fue al parecer el único líder afgano que
reconoció explícitamente la línea Durand que define la frontera entre Afganistán
y Pakistán. Para compensar el apoyo que no tenían entre la población local,
Sayyaf y Hekmatyar cultivaron y exportaron opiáceos de forma masiva en los años
1980, también con apoyo del ISI.
Fue por esa misma razón que los dos colaboraron con los muyahidines extranjeros
–o sea, con los iniciadores de lo que hoy se ha dado en llamar al-Qaeda– que por
entonces afluían hacia Afganistán, y Hekmatyar en particular parece haber
desarrollado una estrecha relación con Osama Ben Laden. Aquella afluencia de
fundamentalistas wahabitas y deobanditas trajo como importante consecuencia el
debilitamiento de la versión tradicional sufista del Islam local.
Durante la campaña antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar mataron cierta
cantidad de personas que apoyaban a Ahmed Shah Masud, la principal amenaza para
los planes de Hekmatyar –planes que contaban además con el apoyo del ISI– que
consistían en dominar el Afganistán postsoviético. Después de la retirada de
estos últimos, la CIA –actuando en contra de las recomendaciones del
Departamento de Estado– utilizó también a Hekmatyar para impedir la constitución
de un gobierno de reconciliación nacional, lo cual condujo a una guerra civil
que provocó la muerte de miles de personas en los años 1990.
Desde la invasión de Estados Unidos contra Afganistán en 2001, Hekmatyar ha
dirigido su propia facción de combatientes para obtener una retirada de las
tropas de la OTAN, aunque parece más abierto que los talibanes en cuanto a
integrarse a un gobierno de coalición dirigido por el actual presidente Hamid
Karzai. En Washington, importantes funcionarios de la defensa –como Michael
Vickers– todavía se refieren a la Operación Ciclón como «la acción clandestina
más exitosa» en la historia de la CIA.
No parecen preocupados por el hecho que ese programa de la CIA haya contribuido
a generar y a desencadenar algo como al-Qaeda –la nueva justificación
postsoviética para los aumentos sin precedentes de los presupuestos de defensa–
ni tampoco por haber conferido a Afganistán su actual papel de principal fuente
mundial de heroína y hachís.
Red Voltaire: En conclusión, ante la situación financiera, económica,
política, social e incluso moral existente en Estados Unidos, así como en
numerosos países a través del mundo, ¿tiene usted confianza en el futuro? ¿Ve
usted indicios estimulantes de una mayor influencia de lo que usted llama la
«voluntad prevaleciente de los pueblos» en la toma de decisiones políticas, un
proceso que es hoy por hoy más oligárquico que nunca?
Peter Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada crisis como una
oportunidad. La crisis de Estados Unidos, que es también la del mundo, pudiera
ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran envergadura en los
procesos del capitalismo de mercado que engendraron diferencias tan grandes
entre los muy ricos y los muy pobres. Desgraciadamente, debido a esos procesos,
las políticas tradicionales y los métodos de movilización se han hecho más
ineficaces aún de lo que ya eran anteriormente.
En mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial», yo defiendo el hecho
que importantes cambios sociales son posibles cuando la opresión da lugar a la
formación de una opinión pública unida –o de lo que yo llamo «la voluntad
prevaleciente de los pueblos»– en oposición a esa opresión. Hago referencia a
ejemplos como el movimiento por los derechos cívicos en el sur de Estados
Unidos, o el movimiento polaco Solidarnosc.
Desarrollos tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la unión de
las personas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la
tecnología ha perfeccionado también los instrumentos autoritarios de vigilancia
y represión, haciendo la movilización activista más difícil que antes. Por
consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global
actual está más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba de
fuerza logre cambiarlo.
En todo caso, yo estoy convencido de que estamos viviendo un periodo
particularmente estimulante. La juventud debe continuar uniéndose como siempre
lo ha hecho a movimientos que aspiran al cambio social, y a crear nuevos
espacios propicios al intercambio global. Y, por sobre todo, no hay ninguna
excusa para la desesperación.
Red Voltaire: Le agradecemos sus esclarecedoras respuestas, profesor
Scott. Le deseamos que su primer libro traducido al francés encuentre entre el
público francófono el gran éxito que merece.
(*)
Peter Dale Scott: Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex diplomático, poeta y
autor canadiense. Es también profesor emérito de Literatura Inglesa en la
Universidad de Berkeley, estado de California. Es conocido por sus posiciones
contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior de Estados
Unidos. Peter Dale Scott es además un autor y analista político reconocido tanto
por la crítica como por sus colegas, entre los que se encuentra su amigo Daniel
Ellsberg, reconocido a su vez como «el hombre que hizo caer a Nixon».
Entrevista realizada por Maxime Chaix y
Anthony Spaggiari, quiénes son los
traductores del libro «La Route vers le Nouveau Desordre Mondial» (que se puede
traducir al castellano como: La ruta que lleva al Nuevo desorden mundial) y que
está publicado en francés.
[1] «Los ejércitos secretos de la OTAN» (I), por Danièle Ganser, éditions Demi-Lune,
2007.
[2] «El opio, la CIA y la administración Karzai», por Peter Dale Scott, Red
Voltaire, 10 décembre 2010.
[3] Ver el documental Press for Truth –En busca de la verdad NdT.
[4] Os Senhores da Guerra, por Thierry Meyssan, ediciones Frenesi (Lisboa),
2002. Versión francesa simplificada: «Los manipuladores de Washington», red
Voltaire, 13 de noviembre 2002.
[5] «Le Center for Security Policy relance la «guerre des civilisations», Réseau
Voltaire, 5 janvier 2011.
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