Aunque
los casos se parezcan, no son similares. Si en Libia hay milicianos
autoproclamadas con poca disciplina, están lejos de ser los muyaidines del
comandante Masud o los talibanes afganos, combatientes aguerridos y decididos.
Ni siquiera Muamar Kadafi puede compararse con Sadam Husein.
Asimismo, escaldado por los precedentes afgano e iraquí, el triunvirato
franco-estadounidense-británico excluye esta vez desplegar tropas en tierra y
promueve una transición política, sobre lo que se habló el martes en Londres.
El espectro de una victoria pírrica acosa sin embargo los espíritus de los
estrategas. Lo prueba la línea roja trazada el lunes por el presidente Barack
Obama, que excluyó derrocar por la fuerza a Muamar Kadafi, a diferencia de lo
que sucedió hace unos años en Irak con Sadam Husein. En Irak, recordó Obama, "el
cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e
iraquíes y unos 1.000 millones de dólares". Los aliados no pueden "permitir que
eso se reproduzca en Libia", insistió.
Muchos aún recuerdan la inscripción 'Misión cumplida' que se leía detrás de
George W. Bush durante su discurso de victoria a bordo del portaaviones nuclear
estadounidense 'Abraham Lincoln'. Era el 1 de mayo de 2003, 42 días después de
los primeros bombardeos aéreos contra Bagdad. Unos meses después, las bajas
estadounidenses se contaban por decenas, las primeras de una larga lista.
La misma ilusión de victoria sentían los aliados a finales de 2001 en
Afganistán, cuando las ruinas del World Trade Center de Nueva York aún humeaban.
El 7 de diciembre, dos meses después de los primeros bombardeos, los talibanes
evacuaban su bastión de Kandahar. Ya habían dejado Kabul. Diez años después,
132.000 soldados extranjeros, entre ellos 90.000 estadounidenses, siguen
enfrentándose al desafío de unos miles de irreductibles insurgentes y la
estabilidad de Afganistán parece incierta.
"Ganamos la guerra y perdimos la paz", según la fórmula de Dominique Moisi, del
Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
En Estados Unidos, la advertencia quedó grabada. A finales de febrero, Robert
Gates, secretario de Defensa de Barack Obama, cargo que ocupó también con George
W. Bush, y ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pronunció un
discurso en la academia militar de West Point. "Todo futuro secretario de
Defensa que aconseje al presidente enviar nuevamente una amplia fuerza terrestre
estadounidense a Asia, Oriente Medio u África 'debería hacerse examinar el
cerebro', para retomar la delicada expresión del general MacArthur", advirtió.
En el caso libio, sin embargo, el rechazo a desplegar tropas de infantería
aumenta la incertidumbre. Todo es posible, una victoria de los rebeldes, la
escisión del país entre este y oeste o la caída del régimen.
Frente a esta incertidumbre, Dominique Moisi subraya las fragilidades de una
coalición formada con prisa y sin "objetivos políticos claros". Franceses y
británicos, observa, llaman a Kadafi a que deje "inmediatamente" el poder cuando
otros se apegan a lo que dicta la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la
ONU: la protección de la población civil.
Otros riesgos para los aliados, según Francois Heisbourg, de la Fundación para
la Investigación Estratégica, es la de verse obligados a "interferir en el juego
político libio tras haber contruibuido en la caída de Kadafi" o atascarse en una
operación humanitaria incierta.
Hervé Asquin / AFP