El
aroma extático de la "revolución del jazmín" del paradigma tunecino ha
impregnado con diferente intensidad a los 22 países de la Liga Árabe sin
excepción y ha puesto ominosamente en jaque a sus jeques petroleros, lo cual ha
reverberado en el disparo del crudo (ver Bajo la Lupa, 27/2/11).
Desde el océano Atlántico, pasando
por el mar Mediterráneo, hasta los golfos Pérsico y de Adén, se entona
revolucionariamente el mismo estribillo libertario que ha resultado altamente
subversivo: "El pueblo quiere el derrocamiento del régimen". Este es el canto de
la libertad del siglo XXI.
Yemen, uno de los países más pobres
del mundo árabe (donde no todos son ricos, con excepción de los petroleros) y la
única república de toda la península arábiga –donde imperan las seis
petromonarquías del CCG (Consejo de Cooperación del Golfo)–, sufre los embates
de manifestaciones y contramanifestaciones que han puesto en alto riesgo de ser
eyectado a Ali Abdalá Saleh, otro aliado de Estados Unidos, longevo de 32 años
en el poder.
Tres petromonarquías del CCG –Kuwait,
Bahrein y Omán– han sido impregnadas por el aroma del jazmín revolucionario
tunecino, mientras a Kadafi, cada vez más aislado (interna e
internacionalmente), agazapado en su reducto de Tripolitania, lo ha abandonado
hasta su enfermera ucraniana –una "voluminosa güera" (Wikileaks dixit), Galyna
Kolotnytska (The Wall Street Journal, 1/3/11)–, lo cual (en)marca la aceleración
de una desbandada centrífuga.
En Yemen, Obama libra su primera
guerra oficiosa contra Al Qaeda, cuando las otras tres fueron iniciadas por Baby
Bush con resultados cataclísmicos, tanto para Washington como para los
invadidos: Irak, Afganistán y Pakistán.
La revolución demográfica juvenil en
Yemen (65.4 por ciento menor a los 25 años, según The Economist; es decir, el
mayor porcentaje de jóvenes de todo el mundo árabe, antes de los territorios
palestinos ocupados y Somalia), donde proliferan los desempleados, ha reavivado
sus rescoldos balcanizadores y vulcanizadores, como su mismo presidente Ali
Abdalá Saleh ha advertido sobre la probable "fractura" del país en caso de la
caída de su régimen (Afp, 28/2/11): "Yemen será dividido no solamente en dos,
sino en cuatro (sic) partes".
Ali Abdalá Saleh considera que sus
opositores "no serán capaces (sic) de gobernar Yemen una sola semana". Entonces,
¿cómo lo pudo gobernar él –quien no es necesariamente un superdotado cerebral–
durante 32 años, naturalmente con la bendición de Estados Unidos y Gran Bretaña,
quienes ahora parecen haberlo soltado a las fieras balcanizadoras?
El sátrapa yemení, de 65 años de
edad, no especificó cuáles serían las cuatro partes balcanizadas, pero, a
reserva de que alguien que sepa más nos corrija, seguramente se refiere a: 1) el
norte, predominante de los huthis (de rito zaydita-chiíta): 50 por ciento de la
población y quienes desde 2004 han librado seis guerras contra Ali Abdalá Saleh
hasta la reciente tregua de febrero de 2010; 2) en el sur, los secesionistas de
Adén; 3) un emirato de Al Qaeda, que combate todavía Ali Abdalá Saleh con el
apoyo militar de Obama, y 4) lo que quede de territorio a los sunitas (del rito
shafii) en el norte carcomido (capital Saná).
Ya lo decíamos: las balcanizaciones
son mucho más peligrosas que los " cambios de régimen" que exigen legítimamente
los contestatarios juveniles.
La historia de Yemen a lo largo del
siglo XX ha sido un acordeón de uniones y desuniones entre el norte (capital
Saná) y el sur (capital Adén) cuando aún no aparecía el despertar chiíta en
ciertas regiones específicas del mundo árabe (la "Media Luna Chiíta" y Yemen).
El sur, a partir del estratégico
puerto de Adén, se independizó en 1967 y se unió al norte en 1990, para luego
arrepentirse cuatro años más tarde en una corta guerra civil, cuando fueron
aplastadas sus veleidades secesionistas por el más poderoso ejército del norte
(capital Saná).
Sin contar a los convulsionados
países ribereños del mar Rojo (Egipto y Sudán y, por extensión, Yibuti y
Somalia), con el que colinda Arabia Saudita, llama poderosamente la atención el
incendio periférico del reino wahabita en sus cinco fronteras puramente
terrestres: Jordania (744 kilómetros de transfrontera), Irak (814), Kuwait
(222), Omán (676) y Yemen (la mayor: mil 458 kilómetros), incluso Bahrein –con
el que Arabia Saudita está umbilicalmente conectado con un puente estratégico de
24 kilómetros–, que puede sufrir el "efecto dominó chiíta". Tales "seis
fronteras" de Arabia Saudita se encuentran en plena convulsión "pro democracia".
Solamente falta que el jazmín revolucionario alcance a Qatar (60 kilómetros) y
los Emiratos Árabes Unidos (457 kilómetros), para que Arabia Saudita, el mayor
productor de petróleo del mundo, se encuentre totalmente cercado.
Si descontamos las exiguas
transfronteras de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos con Arabia Saudita, en
comparación con las demás, se pudiera aducir ominosamente que la mayor
producción de petróleo del planeta se encuentra ya en estado de sitio, lo que
presagia una explosión del barril entre 200 y 300 dólares (si es que no es
todavía mayor) en caso de un "efecto dominó chiíta" y del cierre del estrecho de
Bab al-Mandab ("la puerta de las lágrimas"), de nombre inigualable, con el que
colinda Yemen, entre el mar Rojo y el golfo de Adén, tránsito de un buen
porcentaje del "oro negro".
¿Hasta dónde llegaría el precio del crudo en caso del cierre del estrecho de
Ormuz en el golfo Pérsico?
Yemen tiene como vecino ribereño a
Somalia (por extensión, al inestable Cuerno de África) en el golfo de Adén que
la Oficina Marítima Internacional define de "alto riesgo por la piratería".
Por ahora, dejemos en el tintero el
estado de sitio (un jaque de facto a los jeques) a la producción petrolera de
Arabia Saudita, para confinarnos a su mayor transfrontera terrestre: Yemen, en
plena vulcanización prebalcanizadora.
Yemen (población de casi 24 millones,
con un promedio de 19 años de edad, en un territorio de casi 528 mil kilómetros
cuadrados) ostenta un PIB de 61 mil 880 millones de dólares y uno de los PIB per
cápita más bajos del mundo (2 mil 600 dólares: lugar 173 en el ranking mundial),
que depende básicamente de su declinante producción petrolera, que no es nada
del otro mundo (alrededor de 270 mil barriles al día), la cual le genera 25 por
ciento de su PIB y 70 por ciento de los ingresos.
Ali Abdalá Saleh no ha de estar
actualizado y repite las mismas estériles promesas de otros dos sátrapas
defenestrados (el tunecino Ben Ali y el egipcio Mubarak): no relegirse en los
comicios de 2013 y no legar el poder a su hijo. Muy poco y demasiado tarde para
los aguerridos contestatarios del país con el mayor número de armas per cápita
del planeta, superior a Estados Unidos, que ya es mucho decir ("Yemen: la tierra
con más armas que gente", The Independent, 21/3/10).
Las cifras "oficiales" son
desgarradoras para un país sediento, hambriento, desocupado y armado hasta los
molares: 35 por ciento de desempleo (datos de 2003 de la CIA, que se han de
haber disparado); 45.6 por ciento, por debajo del umbral de la pobreza, y 40 por
ciento que vive con menos de dos dólares al día.
Yemen, con una costa estratégica de
casi 2 mil kilómetros, representa la tormenta perfecta que puede desembocar en
su balcanización y en la diseminación de sus turbulencias tóxicas al Cuerno de
África (bidireccionalmente), a la todavía inexpugnable Arabia Saudita (pese a la
muralla de concreto erigida en su transfrontera) y, exquisitamente, al
superestratégico estrecho de Bab al-Mandab, que afectaría uno de los mayores
tránsitos de mercancías del mundo (incluyendo el sagrado "oro negro").