Pasadas
dos semanas de las primeras manifestaciones en Benghazi y Trípoli, la campaña de
desinformación sobre Libia siembra la confusión en el mundo.
Antes de continuar, una certeza: las analogías con los acontecimientos de Túnez
y de Egipto no tienen lugar. Esas rebeliones contribuyeron obviamente a desatar
las protestas en las calles del país vecino de ambos, pero el proceso libio
presenta características peculiares, inseparables de la estrategia conspirativa
del imperialismo y de aquello que se puede definir como la metamorfosis del
líder.
Muamar Kadhafi, al contrario de Ben Ali y de Hosni Mubarak, asumió una posición
anti-imperialista cuando tomo el poder en 1969. Abolió una monarquía fantoche y
practicó durante décadas una política de independencia iniciada con la
nacionalización del petróleo. Sus excentricidades y el fanatismo religioso no
impidieron una estrategia que promovió el desarrollo económico y redujo las
desigualdades sociales chocantes. Libia se alió a países y movimientos que
combatían al imperialismo y al sionismo.
Kadhafi fundó universidades e industrias, una agricultura floreciente surgió de
las arenas del desierto y centenas de millares de ciudadanos tuvieron por
primera vez derecho a vivienda digna.
El bombardeo de Trípoli a Benghazi en 1986 por la USAF demostró que Reagan, en
la Casa Blanca, identificaba en el líder libio un enemigo a abatir. Al país
fueron aplicadas duras sanciones.
A partir de la II Guerra del Golfo, Kadhafi dio un giro de 180 grados. Se
sometió a las exigencias del FMI, privatizó decenas de empresas y abrió el país
a las grandes petroleras internacionales. La corrupción y el nepotismo echaron
raíces en Libia.
Washington pasó a ver en Kadhafi un dirigente dialogante. Fue recibido en Europa
con honores especiales. Firmó contratos fabulosos con los gobiernos de Sarkozy,
Berlusconi y Brown. Pero cuando el aumento de precios en las grandes ciudades
libias provocó una ola de descontento, el imperialismo aprovechó la oportunidad.
Concluyó que había llegado el momento de librase de Kadhafi, un líder siempre
incomodo.
Las rebeliones de Túnez y de Egipto, las protestas en Bahrein y en Yemen crearon
condiciones muy favorables a las primeras manifestaciones en Libia.
No fue casualidad que Benghasi surgió como un polo de rebelión. Es en la
Cirenaica que operan las principales trasnacionales petrolíferas; allí se
localizan las terminales de los oleoductos y los gasoductos.
La represión desencadenada por Kadhafi después de las primeras protestas
populares contribuyó para que estas se ampliasen, sobre todo en Benghazi. Se
sabe hoy que en esas manifestaciones desempeñó un papel importante el llamado
Frente Nacional para la Salvación de Libia, organización financiada por la CIA.
Es esclarecedor que en aquella ciudad hayan surgido rápidamente en las calles la
antigua bandera de la monarquía y retratos del fallecido rey Idris, el jefe
tribal Senussi coronado por Inglaterra después de la expulsión de los italianos.
Apareció hasta un “príncipe” Senussi dando entrevistas.
La solidaridad de los grandes media de los EEUU y de la Unión Europea con la
rebelión del pueblo de Libia es, además, obviamente hipócrita. Wall Street
Journal, el portavoz de las grandes finanzas mundiales, no dudó en sugerir en
editorial (23 de febrero) “que los EEUU y Europa deberían ayudar a los libios a
derrocar al régimen de Kadhafi.”
Obama, en la expectativa, mantuvo silencio sobre Libia durante seis días; en el
séptimo condenó la violencia y pidió sanciones. Siguió la reunión de emergencia
del Consejo de Seguridad de la ONU y el esperado paquete de sanciones.
Algunos dirigentes progresistas latinoamericanos admitieron como inminente una
intervención militar de la OTAN. Una hipótesis improbable, porque tal
iniciativa, peligros y estúpida, produciría efecto negativo en el mundo árabe,
reforzando el sentimiento anti-imperialista latente en las masas.
Y seria militarmente innecesaria porque el régimen libio aparentemente agoniza.
Kadhafi, al promover una represión violenta, recurriendo inclusive a mercenarios
tchadianos (extranjeros que ni siquiera hablan árabe), contribuyó a aumentar la
campaña de los grandes medios internacionales que proyectan como héroes a los
organizadores de la rebelión en tanto él es presentado como un asesino y un
paranoico.
Los últimos discursos del líder libio, irresponsables y agresivos, fueron además
hábilmente utilizados por los medios para desacreditarlo y estimular la renuncia
de ministros y diplomáticos, distanciando a Khadafi cada vez más del pueblo que
durante décadas lo respetó y admiró.
En estos días es imprevisible el mañana de Libia, el tercer productor de
petróleo en África, un país cuyas riquezas son ya ampliamente controladas por el
imperialismo.
Traducido para La Haine por Jazmín Padilla
Revisado por La Haine.