Por encima del
poder político se sitúa un supra poder (de naturaleza oculta) fundamentado en un trípode: Las grandes cámaras empresariales, las embajadas extranjeras y
los monopolios de medios de comunicación. El político es sólo la expresión
gerencial de ese poder.
Por
Manuel Freytas
(*)
manuefreytas@iarnoticias.com
Las
mayorías, alienadas y embrutecidas por el descerebramiento mediático, creen
habitualmente que "el poder" son los presidentes y los gobiernos de turno.
En esta concepción masificada,
alimentada por los propios analistas de la prensa convencional, un
"Presidente" es algo así como una entidad supra independiente que toma
decisiones autónomas por encima de la trama estructural del poder
económico y empresarial.
En sus análisis (y así como hacen
desaparecer la dinámica de las relaciones capitalistas) los comunicadores del
sistema presentan un escenario de conflictos cuyo eje sólo pasa por las
competencias y las guerras entre políticos y partidos.
Este enfrentamiento, entre políticos
con otros políticos por el posicionamiento electoral, por un lado, y las
peleas del gobierno de turno con la "oposición", por otro, nunca se asocia con
el establishment económico (el poder detrás del trono) y marca la
dinámica de la "información" que a diario consumen las mayorías.
Por lo tanto, para el nivel promedio
estadístico masivo (incluido los intelectuales) el poder de decisión es una área
de exclusiva competencia de la "clase política" y del gobierno de turno, en
perpetua lucha por el sillón presidencial y por el resto de los gobiernos
provinciales y comunales y sus áreas legislativas.
Y aquí, se produce la primera
distorsión reduccionista: La estructura gerencial (los políticos) es
confundida con los patrones (el poder empresarial que controla el Estado
capitalista y todo el sistema económico productivo).
Lo que la prensa (tanto en los países
centrales como dependientes) presenta como guerra de los políticos por el poder,
es en realidad una guerra de los grupos económicos por los mercados y por
un mayor posicionamiento en las áreas de decisiones del Estado capitalista.
En este juego, los políticos son sólo
intermediarios institucionales de esta guerra, tomando posiciones según
su vinculación dentro de la red empresarial para la cual prestan servicios como "lobbystas"
en los niveles gubernamentales, legislativos y judiciales.
En el Ejecutivo nacional, en los
gobiernos provinciales y comunales, en las cámaras del Congreso, los políticos
son sólo la polea de transmisión (y de ejecución) de los intereses de los
grandes grupos económicos que se reparten el comercio interior, el comercio
exterior, y toda la estructura económica productiva del país.
O sea que, la función especifica de
la "clase política" no es la de detentar el poder de decisión económica (el
poder real del Estado capitalista), sino la de cumplir funciones gerenciales
(cuando están en puestos gubernamentales) o de hacer lobbys (impulsar
leyes favorables a sus representados) cuando están en la cámaras legislativas.
Para que esto se entienda mejor: Todo
el desarrollo de la carrera
de un político (sin excepción a la regla) está
marcado por su condición de lobbysta de algún grupo económico.
La relación empieza cuando inicia su carrera en el escalón más bajo de la pirámide política,
pasando por distintos puestos, desde concejal, diputado, intendente, gobernador
hasta Presidente, según la suerte que le toque en el negocio.
Las empresas y bancos pagan de dos
maneras por los "servicios" institucionales de un político:
Financian sus campañas y lo habilitan con un porcentaje de los contratos que
consiguen con el Estado.
Si llegan a los puestos más altos
(presidente, gobernador o alcalde), sirven al poder colocando a los operadores
de los grupos económicos como funcionarios o asesores claves en los gabinetes
gubernamentales.
Esta dinámica es la que le permite a
los políticos transformar el gerenciamiento de "cosa pública" en una empresa
comercial paralela realizada con el control del Estado. Esta actividad
capitalista privada (ejecutada con el Estado como herramienta) es lo que le
permite al político convertirse en un próspero millonario y manejar
cuentas secretas en los paraísos fiscales.
O sea que, al amparo de la
representatividad institucional que le otorga el "voto popular", el político
construye su propio negocio capitalista haciendo lobby y gerenciando "cosa
pública" para los pulpos económicos y financieros que controlan y se
reparten áreas de influencia en el Estado capitalista.
Si las mayorías tomaran conciencia de
esta macroestafa con el Estado dejarían de legitimar a los políticos con su voto
en la urna.
Y eso no sucede por una sencilla
razón: Los medios de comunicación (guardianes y protectores del sistema) imponen
y nivelan la idea de que si la gente no vota se puede ingresar al caos y al
"vacío" de poder.
Lo que no tiene ningún sustento
lógico, dado que el Estado de las corporaciones económicas funciona al margen
del formalismo de las instituciones que le otorgan barniz "democrática" al
macro-robo capitalista de trabajo social y de recursos naturales.
Donde el "voto popular" solo cumple
el papel de legitimación social de la estafa institucionalizada con las
elecciones y la participación masiva.
El poder oculto
Los que toman las decisiones
estratégicas (a través de los políticos) son los factores del poder económico
que hacen lobby de presión e influencia sobre el gobierno y los parlamentos.
Esta estrategia (de presentar al
gerente como si fuera el patrón) está orientada a hacer desaparecer la
estructura del poder real que controla los hilos del Estado por encima de
los gobiernos y los sistemas parlamentarios y jurídicos.
Por encima del poder político se
sitúa un supra poder (de naturaleza oculta) fundamentado en un
trípode: Las grandes cámaras empresariales, las embajadas extranjeras y
los monopolios de medios de comunicación..
Las embajadas extranjeras
(principalmente las de EEUU y la UE) cumplen función de "lobbystas" de sus
bancos y empresas en el país en que se encuentren.
Las grandes cámaras empresariales, su
vez, nuclean a los grandes bancos y empresas multinacionales que mantienen
la hegemonía y el control de toda la actividad económico productiva, y a su vez
manejan el mercado interno y el comercio exterior (las áreas clave de la
economía).
Los grandes consorcios mediáticos
(aparte de integrar el sistema como una corporación más) son ultradependientes
de los grandes bancos y empresas que pautan el grueso de sus facturación con la
publicidad comercial.
A su vez, presionan al gobierno
nacional y a los provinciales para el otorgamiento de la publicidad
institucional de Estado, que complementa su facturación y su rentabilidad por
ingresos publicitarios.
Este trípode estratégico constituido
por las embajadas (el poder imperial trasnacional), las grandes
cámaras empresariales (el poder económico) y los consorcios de la
comunicación (el poder mediático) constituye el centro del poder estratégico
que controla el Estado capitalista, tanto en los países centrales como en los de
la periferia dependiente.
Cuando la prensa otorga (a través de
la información) el poder de decisión a los políticos y a los gobiernos de
turno, lo que hace es diluir la comprensión y sacar el poder real de la vista
de las mayorías.
Y hay una explicación de fondo: Los
políticos no son nada más que un fusible.
Además de su función gerencial al
servicio de los grandes grupos económicos, están para preservar el anonimato de
los centros de decisión que controlan el poder real.
(*) Manuel Freytas es periodista, investigador,
analista de estructuras del poder, especialista en inteligencia y comunicación
estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.
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