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INTERNACIONAL |
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El G20, el capital mundializado y la actual coyuntura |
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(IAR
Noticias) 20-Enero-2010
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Protestas en Europa durante una reunión del G20. |
Walden Bello es un veterano activista por la justicia global, profesor de
sociología, presidente de la Freedom from Debt Coalition (Coalición para
Liberar de la Deuda – N. del T.) y analista de Focus on the Global South.
Recientemente fue elegido para la Cámara de Representantes de la República
de las Filipinas como parte de la plataforma Akbayan! (Partido de Acción
Ciudadana), y su nuevo libro The Food Wars acaba de ser publicado
por Verso. Ashley Smith, colaboradora de The International Socialist
Review, le entrevistó en la reunión del People’s Summit de Pittsburgh
que se celebró a finales del pasado septiembre y justo antes del encuentro
del G20. Este artículo apareció por primera vez en el número 68 de The
International Socialist Review, de noviembre-diciembre de 2009.
Entrevista a Walden Bello (*) - International Socialist Review
¿Qué
es el G20, por qué se creó y cuál es su función política?
Antes que nada, hay un gran número de preguntas por responder sobre esta
reunión del G20. El G20 es un grupo que se formó cuando se constató la
crisis financiera asiática. El G8, el grupo de potencias económicas
occidentales, eligió a un selecto grupo de países del sur y los incluyó como
miembros. Pero se trata de una entidad totalmente informal y de hecho no
dispone de legitimidad alguna como organismo para formular una respuesta a
la crisis mundial. Obviamente se trató de un intento de subvertir la
autoridad de las Naciones Unidas como institución. Las Naciones Unidas son
la única institución que dispone de alguna legitimidad para enfrentarse a
esta crisis.
Se trata también de una especie de confirmación de que al sistema
multilateral, cuyos principales organismos son la Organización Mundial del
Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional
(FMI), ya le queda muy poca legitimidad, de modo que confiar la salida a la
crisis a estas instituciones sería algo que obtendría muy poco apoyo.
Ese es el motivo de que el G20 apareciese. Es un grupo autoproclamado y
dominado por los EEUU y los países europeos, con algunos países como China,
Brasil o India que se les ha metido dentro para cumplir con las apariencias,
pero que no tienen una autoridad real que vaya a ser respetada.
¿Cuál ha sido la estrategia del G20 durante la actual crisis económica
global?
El G20 está embarcado en una estrategia destinada a estabilizar el sistema
capitalista mundial. Es un intento desesperado para tratar de mantener el
sistema que tan estrepitosamente ha fallado, especialmente en los últimos 2
o 3 años. Su primer y principal mecanismo para detener la caída libre de la
economía ha sido, claro, es estímulo en el gasto que ya se ha llevado a
cabo. Ello podría verse como un fuerte rechazo al neoliberalismo, por la
manera en como tanto el G20 como cada uno de los propios países han confiado
en el estado para tratar de atajar la crisis económica. Pero ese estímulo
fiscal tiene muy poco de progresista más allá de evitar que la crisis vaya a
peor. Sin duda ha puesto algo de dinero en manos de los consumidores, pero
resulta muy humilde en cuanto a su objetivo, que es simplemente estabilizar
las economías capitalistas nacionales.
La segunda cosa de la que han hablado es sobre regular el capital
financiero. Es una cuestión sobre la que todos han dicho estar de acuerdo,
prometiendo retóricamente que iban a poner en marcha una serie de regulación
que tendría bajo control a los bancos, y aseguraría que no se lanzasen de
nuevo a la dinámica de prestar de forma irresponsable e incontrolable que ha
llevado a la actual crisis. Va a haber un montón de parloteo sobre este
tema, pero que logren o no consensuar un conjunto de regulación que vayan
realmente a implementar está por ver. Hace ya un año que colapsó Lehman
Brothers, pero todavía hay muy poco consenso mientras el capital financiero
sigue teniendo una fuerte capacidad de resistencia, a pesar del desastre que
provocó y su falta de legitimidad social.
La tercera cosa que han hecho ha sido que el FMI comprometa un par de
cientos de millones de dólares para supuestamente hacer frente a la crisis y
apoyar los programas de estímulo en algunos países en desarrollo y en las
economías de Europa del este. Pero el principal objetivo de ello es en
realidad salvar a una institución que estaba en camino de convertirse en
irrelevante por haber sido parte integrante de la gestación de la crisis. Y
de hecho ya había sido acusado ampliamente por los países en desarrollo
debido a la crisis financiera asiática.
De modo que la gran pregunta que todos deberíamos hacernos es: ¿quién dio a
esta gente la autoridad para enfrentarse a esta crisis? Eso es lo que hay
detrás de la protesta en contra del G20 aquí en Pittsburgh y en el resto del
mundo. La gente entiende que este grupo no tiene legitimidad alguna ni una
visión estratégica real para atajar la crisis. Simplemente están defendiendo
el daño hecho al sistema por la desregulación neoliberal. Pero debemos
darnos cuenta de que esta no es solamente una crisis del neoliberalismo, que
ahora incluso los críticos del propio establishment como Paul Krugman o
Joseph Stiglitz coinciden en que fue el responsable de la crisis. Esta idea
de que el neoliberalismo es el problema está de hecho en mente de muchos de
los líderes del G20.
Pero las raíces de la crisis son más profundas. Solamente están viendo la
parte superficial del problema, ya que en realidad se trata de una crisis
del capitalismo como tal. Es el ejemplo de manual de una crisis de
sobreproducción; ello es lo que causó la financialización de la economía. El
capital excedente se invirtió en el mundo financiero porqué la
sobreproducción había creado una crisis de rentabilidad en la economía real.
Esa crisis de sobreproducción es lo que de nuevo se está larvando en el
sistema ahora mismo. Y el G20 no tiene solución alguna para ello.
¿Qué ha pasado con la deuda del tercer mundo durante la actual crisis
económica, y en qué medida ha cambiado en realidad la política neoliberal de
ajuste estructural del FMI?
Incluso antes de la crisis, el FMI ya se jactaba de sus programas de alivio
de la deuda, que habían tenido un cierto impacto en algunos países. Pero en
su conjunto estos cambios eran en realidad medidas para salvar la cara y han
tenido unos efectos globales mínimos. Estos programas no recortaron tanto el
crecimiento de la deuda, y solamente afectaron a los países más
alarmantemente pobres. Muchos de los países que estaban en realidad muy
endeudados, incluyendo a los más grandes como Filipinas, de hecho vieron
empeorar el estado de su deuda.
En medio de la actual crisis, sería lógica esperar que hubiese algún tipo de
aligeramiento de la deuda de modo que el dinero pudiese ir a parar a las
economías domésticas y así estimular la demanda. Pero en realidad, hasta
ahora eso no ha ocurrido. Los países fuertemente endeudados siguen gastando
una tremenda cantidad de sus recursos en retornar la deuda. Tomemos el caso
de las Filipinas. Entre el 20 y el 25% de su presupuesto se destina a pagar
la deuda, incluso en medio de esta crisis mundial. Esta es la situación
generalizada entre los países endeudados.
Claro está que uno espera que los bancos y las instituciones financieras
internacionales actúen en su propio beneficio incluso en mitad de la crisis.
No van a permitir ninguna reducción importante del déficit. Pero eso es solo
parte del problema. El resto es debido al fracaso de nuestros propios
políticos y sus gobiernos. Este era el momento para que nuestros líderes
políticos hiciesen lo que Argentina ya hizo en 2002 – incumplir el pago o al
menos renegociar los términos de los préstamos. Los países endeudados
deberían repudiar su deuda porqué de hecho ya la han devuelto varias veces.
Debería ser hora de aprovechar la debilidad de las instituciones financieras
internacionales para poner fin a sus exigencias. Desgraciadamente, no
tenemos esa clase de coraje político que exhibió gente como Kirchner en
Argentina hace algunos años.
Así que se trata de una gran oportunidad que se ha perdido. Y es que de
hecho muchos de estos países no necesitarían los paquetes de estímulo del
FMI si simplemente dejasen de pagar la deuda. Al aceptar ese tipo de ayuda
en forma de estímulo al gasto, acabas aún más bajo las garras del FMI. Y
aunque el FMI se haya puesto una nueva careta, sigue imponiendo los mismos
controles macroeconómicos de siempre.
El nuevo director ejecutivo del FMI, Dominic Strauss Kahn, dice que el FMI
ha cambiado. Afirma que ahora somos todos keynesianos y da su apoyo a las
reformas sociales democráticas. No me lo creo lo más mínimo. Los supuestos
macroeconómicos del FMI – que el libre mercado es la mejor forma para que
funcione una economía – siguen estando fuertemente implantados. A pesar de
que acepten la intervención estatal keynesiana en estos momentos de
emergencia, una vez el sistema esté estabilizado no tengo duda alguna de que
el FMI volverá a sus políticas neoliberales. Dirán que hay que dar más y más
importancia al mercado, liberalizar el comercio, y desregular las economías.
Estoy convencido de que estas ideas están muy interiorizadas en el FMI. El
tigre sigue llevando su traje a rayas; puede que ahora te sonría, pero sigue
siendo un tigre. Es el viejo FMI de siempre.
En lugar de de ponernos más y más al alcance de las garras de este tigre,
debemos continuar plantándole cara a él y al G20. Tenemos la capacidad para
enfrentarnos a esta crisis solamente con que nuestros gobiernos se
atreviesen a romper con el FMI, declarar una moratoria de la deuda y
destinar el dinero del pago de la misma a inversiones y reformas sociales
dentro del país.
Hablemos un poco más sobre la crisis. En estos momentos la prensa de los
negocios habla de brotes verdes en los EEUU así como en China. Algunos
incluso sugieren que ambos países se han descolgado del resto del mundo, con
China convirtiéndose en el nuevo motor de la economía de mercado. ¿Qué
piensa de todo ello?
Creo que esto son meras ilusiones. Han estado hablando de los brotes verdes
al menos durante los últimos siete u ocho meses. Es cierto que puede haber
habido algunos efectos positivos debidos a los paquetes de estímulo,
especialmente en China donde inyectaron nada menos que 580.000 millones de
dólares en la economía. Puede que ello cause un cierto impasse, pero será
limitado. En primer lugar, porqué el problema que enfrenta China es que se
trata de una economía que está completamente estructurada en base a las
exportaciones a EEUU. Segundo, han estado manteniendo los salarios bajos
para potenciar las exportaciones baratas, lo que obviamente restringe la
base de consumo de su mercado doméstico. Así que a pesar de lo que digna los
periódicos, y a pesar del renovado crecimiento de China, dudo mucho que ello
vaya a durar demasiado.
La prensa del mundo de los negocios es extremadamente naïve. Aquellos que
creen que China puede convertirse en un motor alternativo para el
crecimiento de la economía mundial, de hecho nos están pidiendo que creamos
que el campesinado chino que ha sufrido privaciones durante tanto tiempo va
a sustituir al consumidor medio estadounidense. Sabemos que el alegre
consumidor estadounidense ahora lo está pasando mal ahogado por las deudas y
ya no puede consumir muchas más exportaciones del resto del mundo. Los
campesinos y los trabajadores pobres de China no van a reemplazar ese
mercado; simplemente no tienen el dinero suficiente para adquirir
exportaciones. En realidad, el único motor de la globalización fueron los
EEUU y su clase media que estuvo consumiendo gracias al crédito respaldado
por fondos extranjeros, especialmente chinos. Pero esa era ha terminado.
La gran pregunta pues que deben responder es la siguiente: ¿Quién va a
ocupar el lugar del consumidor norteamericano? Por el momento no tiene
respuesta para ello. Ese es el planteamiento general que no vemos en los
periódicos, precisamente porqué hay una falta de análisis de las auténticas
causas de la crisis y de la profunda dinámica de funcionamiento del
capitalismo que va más allá de la cuestión de si regular o no el capital
financiero. La falta de regulación del capital financiero es en realidad la
consecuencia de la crisis de sobreproducción en lugar de ser la causa. Hay
una total incapacidad por parte del establishment de intelectuales,
incluyendo aquéllos que son críticos con el libre mercado, para reconocer el
hecho de que la crisis se gestó en la esfera productiva del capitalismo.
Su nuevo libro, Food Wars, establece el vínculo entre la crisis
económica y la crisis alimenticia. ¿Cómo se relacionan estas dos crisis?
La crisis en el precio de los alimentos se aceleró entre 2006 y 2008,
haciendo que fuese imposible para la gente más pobre procurarse el alimento.
Los últimos desarrollos en el mercado capitalista mundial de alimentos
causaron pues hambrunas y protestas en todo el mundo. La causa de esa
crisis, como han puesto de manifiesto muchas investigaciones, ha sido
principalmente la especulación con las mercancías. Es la misma clase de
especulación que afectó al mercado inmobiliario anteriormente. Una segunda
causa fue que la industria agroalimentaria destinó una parte importante de
la superficie y los cultivos de grano para la alimentación a la producción
de biocombustibles como fuente alternativa de energía. Estas son dos causas
importantes, pero hay un problema más serio y profundo. Los programas de
ajuste estructural impuestos a los países endeudados durante las últimas
tres décadas destrozaron la capacidad agrícola de esos países, y minaron
seriamente sus posibilidades de producir comida. Los programas de ajuste
estructural acabaron con los programas gubernamentales que hasta los años
setenta fueron esenciales para mantener la producción de alimentos. Hicieron
a los países deudores dependientes del mercado capitalista internacional de
alimentos.
En los últimos años, hemos visto la aparición de varias crisis entrelazadas.
La crisis en los precios de los alimentos ha sido un eslabón más de la
crisis global principal: una crisis financiera, de sobreproducción y
climática. Hemos visto como los movimientos sociales, incluido el movimiento
internacional de granjeros, han adquirido un papel importante en articular
una visión distinta sobre cómo la agricultura de esos países debería
organizarse. Y hemos visto también como el movimiento ambientalista ha
empezado a crear una visión de cómo debemos organizar la economía de una
forma que no destruya nuestro planeta.
Mucha gente ha empezado a darse cuenta de la necesidad de un cambio
fundamental que rompa esas crisis interconectadas. Parece que los
movimientos sociales en este momento no sean demasiado fuertes, ni lo
bastante visibles para aprovechar esta crisis del capitalismo global. Sin
embargo, hay una tremenda crisis de legitimidad del sistema. No es sólo el
convencimiento de que hay que regular el libre mercado, sino que la gente
está también preguntándose: ¿es esta la forma de organizar la producción, la
forma de organizar nuestras sociedades? Tanto si llamamos a esto una
conciencia socialista como una conciencia democrática, en estos momentos la
gente está cuestionándose muy seriamente en qué dirección deben avanzar
nuestras economías.
Y creo que hay espacio para ese tipo de dudas sobre a dónde deben dirigirse
la economía, y para además exigir un mayor control popular de la misma. Los
progresistas deberían ir más allá de la mera crítica al neoliberalismo y
exigir una mayor y más contundente transformación social que ponga a la
gente al frente de la economía. Si no lo hacen, habrá otros que tomen el
mando desde la derecha.
Existe un peligro importante en muchos países, que carecen de un liderazgo
progresista lo bastante fuerte para imaginar un futuro como ese y encabezar
una lucha por alcanzarlo, de modo que la derecha puede aprovecharse de los
miedos creados por el caos generado con la crisis financiera y promover
soluciones excluyentes o sectarias. Esta es exactamente la coyuntura en la
que nos encontramos, donde los progresistas deben tomar el toro por los
cuernos, ofrecer una visión de futuro y soluciones acorde con ella, y así
conjurar los peligros de la derecha. Realmente creo que el momento presente,
en el que bajo el paraguas de la administración Obama el G20 aporta un
liderazgo tecnocrático y de corte generalmente socialdemócrata, no va a
durar. La situación va a polarizarse. Y sino miren Europa. En las últimas
elecciones la izquierda quedó marginada casi en todos los países. Lo que
debería ser una crisis que redundase en reforzar la posición y tradiciones
de la izquierda, de hecho no lo es. Y ello es muy peligroso. Razón de más
pues para esforzarnos en convencer a la gente que el camino a seguir es
promover una transformación social o socialista.
Esa es una de las grandes preguntas que el movimiento por la justicia
global no ha llegado a responder nunca del todo - ¿cuál es la naturaleza de
este otro mundo por el que estamos luchando? ¿Qué piensa usted de la
posibilidad de que esta nueva generación se defina como socialista?
Para mi las etiquetas son poco importantes. Si la palabra socialismo se
convierte en un freno porqué se asocia al socialismo centralizado
burocrático que fracasó en Europa del este, entonces usemos otras palabras
como control democrático o economías democráticas. Pero lo verdaderamente
importante es que seamos capaces de articular una visión alternativa que se
aleje de la actual globalización dirigida por las grandes corporaciones – yo
la llamo “de-globalización”. Significa básicamente el renacimiento de las
economías nacionales y locales, y de la equidad en la distribución de los
activos económicos, no sólo por razones de justicia social, sino también por
razones económicas, como por ejemplo para conseguir un incremento de la
demanda efectiva. Y debemos también impulsar desarrollos de tipo sostenible
que tengan en consideración el medio ambiente y la crisis climática. La
equidad en la distribución del ingreso y los activos económicos es central
para lograr una sensibilidad ecológica sobre la forma en como organizamos
nuestras economías.
Y por supuesto, tenemos que lograr mucha más democracia en todos los
aspectos de la vida económica. La gente debería poder decidir qué industrias
deberían quedarse y cuales marcharse, y cuantos recursos deberían destinarse
a la agricultura. Ello no debería dejarse en poder del mercado o de los
tecnócratas sino que debería estar sujeto a procesos de decisión
democrática. La equidad, el ambientalismo y la democratización son los
elementos clave que mucha gente ha estado desarrollando y organizando a lo
largo de los últimos cuarenta años. Necesitamos ponerlos en común y
presentarlos a las masas de gente que está enfadada y pidiendo soluciones.
Nosotros tenemos una alternativa que es muy atractiva. Ese es realmente el
tipo de transformación comprehensiva y sistémica que debería tener en mente
el movimiento por la justicia global. En muchos sentidos, la fuerza de la
anterior etapa vino de la habilidad del movimiento para abordar distintas
luchas; ahora es el momento de juntar esas luchas no sólo en términos
políticos, sino también en un sentido teórico e ideológico. Llamarlo
socialismo, democracia económica, o democracia popular, se trata de
etiquetas que son mucho menos importantes que la esencia que hay detrás de
ello, que no es más que la gente tenga el control sobre sus vidas y su
economía. Ahí es donde de verdad debe encaminarse el movimiento.
En el corazón del movimiento por la justicia global ha estado el proceso
del Foro Social. ¿Qué le parece en estos momentos el Foro Social como
vehículo para articular un movimiento de esas características?
El Foro Social ha sido un mecanismo muy importante para poner en contacto a
la gente, haciendo a los distintos movimientos más conscientes unos de
otros, e integrando las distintas cuestiones en liza. Ese es un papel que ha
jugado muy importante. Pero ahora creo que debe ir más allá de esa
condición. Para mi el Foro Social ya no debería ser solo un lugar para el
debate y la discusión, sino también un movimiento, un movimiento político
para la acción. Eso no significa que todo el mundo debería ponerse de
acuerdo en mil y una cosas, pero hay ciertos principios clave alrededor de
los cuales deberíamos organizarnos globalmente: en contra del
neoliberalismo, en contra de la OMC, en contra de las guerras en Irak y
Afganistán, y en contra de la continua opresión de los palestinos por parte
del estado de Israel. Estas son cuestiones fundamentales que pueden poner de
acuerdo un movimiento global masivo. Hubo reticencias hacia esta idea en el
proceso de desarrollo del Foro Social porqué la gente pensó que debía ser
mantenido como un lugar para la discusión, en vez de ser utilizado como una
oportunidad para movilizar un movimiento político.
No hay duda de que no podemos escapar de tener que abordar la cuestión del
poder. Lo que dijo Hugo Chávez en Caracas en 2006 sigue vigente – ¿qué
vamos a hacer respecto al hecho de que hay cosas que deben ser resueltos en
el ámbito del poder? Uno no puede solamente discutir esas cosas. Y entonces,
¿cuál es la estrategia para reclamar ese poder? Ese problema no va a
desaparecer. Esa es de hecho la gran cuestión que va a jugar el papel clave
en discernir si el foro social continuará siendo uno de los principales
vehículos para el movimiento progresista. ¿Va a empezar a dejar de ser
solamente un sitio para la politización y el intercambio de ideas para
convertirse en un movimiento político? Por supuesto va a haber un cierto
número de actores que no quieran ir en esa dirección. Pero también habrá
gente ilusionada con la idea y que va a decir OK, vamos a dejar de ser una
sociedad que debate y ahora se tratará de verdad de un movimiento político
dispuesto a juntar las fuerzas necesarias para la transformación social.
¿Qué opina de la creciente militarización de los conflictos económicos
en el mundo, especialmente aquellos que implican a los EEUU y China?
Hay un gran peligro de que aumenten los conflictos militares de todo tipo.
En los Estados Unidos, a las elites les resulta muy fácil lanzarse a una
estrategia militar para defender su posición dominante en el mundo, y
especialmente para asegurarse el acceso a los recursos naturales – el
petróleo en particular. Y China es claramente el mayor competidor que van a
encontrar los EEUU. Hay una buena parte de verdad en la idea de que la
política de los EEUU en Oriente Medio está encaminada a contener China. Hay
pues una fuerte tendencia de los conflictos relacionados con los recursos
naturales a tornarse en guerras. Así que creo que deberíamos prestar
especial atención a esta dinámica entre EEUU y China. Hay una parte muy
importante de los dirigentes de EEUU vinculados al complejo militar que
realmente ven a China como el enemigo. Muchos de nuestros estudios en Focus
on the Global South han puesto de manifiesto como todo el planteamiento de
transformación de las bases estadounidenses está concebido como una
contención estratégica de China. Eso es algo realmente muy peligroso en
estos momentos.
La crisis actual hace que la militarización de los conflictos económicos sea
mucho más probable. Si estos intentos socialdemócratas de cebar la economía
para estabilizar el capitalismo global no surten efecto, existe una
posibilidad real de que las potencias imperiales se lancen a una solución
militar. Hay que recordar que, durante la década de 1930, la Alemania nazi
impulso la militarización en parte para activar los excedentes de capital y
mantener el empleo a niveles altos. No digo que eso vaya a pasar de nuevo,
pero ciertamente una vez empiecen a fallar los pacíficos métodos keynesianos
puede existir una fuerte tentación para países como los EEUU y otras
sociedades capitalistas.
La guerra y la militarización son un auténtico peligro debido a la actual
crisis. Creo que la lucha por la transformación de la economía está muy
vinculada a la lucha por la paz. Por ello el movimiento debe trabajar por
una transformación económica progresista de verdad y a la vez oponerse a las
continuas aventuras imperiales de los EEUU. En este sentido Afganistán es
ahora la clave. Muy en el centro de las exigencias del movimiento debería
estar la retirada de los EEUU de Afganistán. Creo que esto va a ser muy
importante, porque sería muy difícil para el movimiento pensar que podemos
avanzar hacia un cambio en las estructuras y relaciones económicas sin
enfrentar y desmantelar el poder militar de los EEUU. Y eso debemos hacerlo
ahora. Es por ello por lo que Irak y Afganistán son esenciales para
asegurarse de que los EEUU no sean capaces de seguir ejerciendo este tipo de
hegemonía política y económica en el futuro.
¿Cuáles son las principales tareas para la izquierda en este momento?
Si vemos a la izquierda como un amplio movimiento por la justicia social,
económica y ecológica, entonces tiene varias fortalezas. Especialmente
cuando se trate de la cuestión del cambio climático, tenemos una fuerza que
puede tener un impacto progresista positivo. Respecto a la transformación
social y económica, somos más débiles. Y cuando se trata de la cuestión de
la seguridad, la paz y el antiimperialismo, es un ámbito en el que el
movimiento contra la guerra se ha debilitado. Pero al mismo tiempo, es
importante darse cuenta que el miedo a levantar ese movimiento de nuevo está
tornando a los EEUU mucho más cautos.
Creo pues que ahora mismo tenemos que hacer 3 cosas. Primero deberíamos
articular una posición muy sólida sobre la crisis climática y apuntar a EEUU
como el principal criminal ambiental. Debemos exigir fuertes compromisos
para la reducción de gases de efecto invernadero. Eso es a lo que los EEUU
deberían ser obligados en la cumbre de Copenhagen. Segundo, debemos agarrar
esta crisis económica y llamarla por su nombre – una crisis del capitalismo
– y movilizar a la gente alrededor de una visión de futuro socialista,
democrática o de economía popular. Y tercero, debemos movilizarnos para
sacar a los EEUU de Irak y Afganistán. Estas son tres grandes tareas para
llevar a cabo.
Debemos ponernos en marcha de nuevo para reconstituir y llevar al movimiento
por la justicia global a donde estaba a finales de los noventa, e impulsarlo
más allá. Creo que ello es posible. Mi impresión es que hay mucha confusión
y miedo y una cierta constatación de que algunas cosas están fracasando.
Debemos tener el coraje de nuestras convicciones así como ejercitar nuestra
imaginación política para articular la clase de visión comprehensiva que en
estos momentos va a movilizar a la gente, especialmente a los jóvenes, a lo
largo de todo el mundo. Ahí es donde reside la fuerza para revitalizar una
amplia izquierda. En términos globales, hay una gran masa de gente, joven y
vieja, de distintas clases, que espera ser movilizada. Mejor que contemos
con ellos, porqué de lo contrario otras indeseables fuerzas de la derecha sí
van a hacerlo. Así como la naturaleza aborrece el vacío, lo mismo hacen la
historia y la política. Debemos tener esa sensación de urgencia y compromiso
que nos permita llenar ese vacío.
(*) Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de
Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y
presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus
on the Global South.
Traducción para www.sinpermiso.info: Xavier Fontcuberta i Estrada.
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