Los asesinos esperaron a que el
jeque Abdul Yalil Al-Fehdawi saliera de su domicilio a las 7:30 de la mañana
para acercarse. Debían saber que los guardaespaldas del religioso no iban
armados porque se aproximaron a pie al coche y dispararon contra los tres
ocupantes de forma sucesiva.
Por Javier Espinosa - El Mundo, España
Según
Hassan Yusef, uno de los guardias de la mezquita donde predicaba el clérigo suní
–sita al costado de su vivienda- todo ocurrió muy deprisa. En su opinión, los
pistoleros actuaron como profesionales. Muy poca gente se apercibió de lo
ocurrido porque los homicidas usaron silenciadores. Fehdawi recibió un tiro en
la cabeza, otro en el cuello y un más en el pecho.
“La oración del viernes está dominada por la tristeza por el asesinato del jeque
Abdul Yalil Al-Fehdawi. Despedimos a un héroe y un sabio de la religión
islámica”, se lee en alguna de las múltiples pancartas que aparecen colgadas por
los muros del barrio de Ameriya.
Al igual que Yusef, todos los habitantes del suburbio de Bagdad con los que
habló este medio de comunicación no consiguen explicarse como los homicidas
pudieron eludir los innumerables controles y patrullas militares que jalonan el
enclave. Ni tampoco como consiguieran abandonarlo, ya que se encuentra rodeado
por un muro y sólo se puede entrar o salir por una única carretera controlada
por el ejército.
El empleado del recinto religioso no quiere hacer señalamientos pero sus
palabras son más que explícitas. “Hace 5 días teníamos un puesto militar cerca
de la residencia y de pronto lo quitaron. Dos días después apareció un oficial
haciendo fotos de la mezquita. Le pregunté que por qué lo hacía y me respondió
que por motivos de seguridad. El jeque volvió a Irak hace sólo dos meses porque
había recibido muchas amenazas de muerte”, declara.
Imad Saleh Abuad, un residente de 50 años del mismo arrabal, se muestra menos
reticente al hablar. “Los asesinos quieren que el país vuelva a la guerra
sectaria. Todos estos problemas sólo tienen un origen: Irán”, asegura.
El ataque que acabó con la vida del popular vicepresidente del Consejo de Sabios
Religiosos de Irak el pasado día 5 su suma a la multiplicación de sucesos
similares que se están registrando en los últimos meses en el país árabe y que
se han acentuado tras las elecciones de marzo, recuperando para algunos el
espectro de los años más terribles de la guerra civil (2005-2007).
Un fantasma que se ve alentado también por la multiplicación de atentados
devastadores dirigidos contra la mayoría chía –un comportamiento que ya se
registró a lo largo de todo el año 2004- como los que acaecieron este lunes en
las localidades sureñas de Hilla o Suweirah.
Los primeros signos del posible regreso de los “escuadrones de la muerte” se
remontan ya al mes de enero, cuando un grupo de sicarios ejecutó a cuatro
personas en el barrio suní de Adamiya. Los testigos dijeron que siete personas
vestidas con abrigos negros habían irrumpido en la sede de una ONG local.
También usaron silenciadores. “Los asesinatos organizados regresan a Bagdad”,
titulaba en aquellas fechas el matutino Azzman, el principal diario iraquí.
En la morgue de Bagdad –el mejor enclave para comprobar la situación de la
capital iraquí- un doctor que no quiso ser identificado confirmó la reaparición
de los cadáveres de personas asesinadas “por motivos políticos”. El facultativo
reconoció que todavía no se puede efectuar un paralelismo con los días más
aciagos de la guerra, cuando recibían entre 50 y 100 cuerpos al día. Ahora se
trata de un goteo que según él comenzó antes de las elecciones de marzo. “Son 2
ó 3 cadáveres al día. Lo máximo fueron 12. Justo el día después de que se
anunciaran los resultados de los comicios”, dice.
Mohannad Maaruf ha pasado todos estos años al costado del funesto edificio
enfrascado en la estremecedora tarea de lavar los despojos humanos que llegaban
hasta el depósito de cadáveres, siguiendo la tradición musulmana. Por eso él
también es un “experto” a la hora de interpretar la situación en las calles de
la capital iraquí. “Hacía casi un año que no veíamos este tipo de asesinatos,
pero ahora están llegando más muertos. La mayoría asesinados con pistolas con
silenciadores”, observa.
En febrero, a pocos días de las elecciones parlamentarias de marzo, Azzaman
alertaba sobre este “nuevo tipo de violencia que el país no había visto antes”
en referencia al recurso a las armas con silenciadores. “Los silenciadores han
inculcado el terror y el miedo en Bagdad”, escribía el periódico.
La psicosis que se está extendiendo principalmente por los barrios suníes de la
capital se ha visto acentuada ante la incipiente reaparición de los “camisas
negras” del clérigo chía Muktada al-Sadr, que tan triste fama adquirieron
durante las razzias sectarias de los últimos años. Los integrantes del llamado
Ejército del Mehdi volvieron a las calles tras el brutal atentado del 23 de
abril en Ciudad Sadr, el principal bastión del movimiento sadarista en Bagdad,
que dejó decenas de muertos. Esa misma jornada el propio Muktada al Sadr –que se
encuentra completando sus estudios religiosos en Irán- emitió un comunicado en
el que pedía a los “creyentes” que se unieran a las fuerzas de seguridad “para
defender las mezquitas, los mercados, las casas y las ciudades”.
El principal portavoz de Al-Sadr, Saleh al Obeidi, confirmó la reactivación del
Ejército del Mehdi que según él ha experimentado una profunda remodelación desde
que se apartó de la atención pública tras el último alzamiento del 2008. Ahora,
dice, sus militantes más selectos se agrupan en lo que llama “Brigada del Día
Prometido”. “Nuestro proyecto no es sectario. Sólo queremos ayudar a las fuerzas
de seguridad, porque están infiltradas por baazistas (alusión al Partido Baaz
del antiguo régimen) y debilitadas por la corrupción. No han sido capaces de
defender al pueblo y por eso pretendemos asistir en esta tarea”, manifestó.
El viernes pasado los acólitos del Mehdi embutidos en sus característicos
uniformes oscuros –pero sin portar armas- eran los encargados de controlar los
accesos al rezo de esa simbólica jornada para los musulmanes. La policía
vigilaba en las inmediaciones. Algunos de los seguidores de Al Sadr aparecieron
cubiertos con sábanas blancas en la espalda, un gesto que pretende recordar algo
que ya hizo el padre de Muktada –Mohamed Sadeq al-Sadr- en las jornadas previas
a su asesinatos a manos de los sicarios de Sadam Hussein. “Quiere decir que
estamos listos para morir”, reconoció Ali Abdul Rahman. “El Ejército del Mehdi
ha vuelto porque la policía está llena de ‘wahabíes’ (extremistas suníes)”,
añadió.
Para Abu Adel Attabi, otro feligrés de 70 años presente en la prédica, tras las
explosiones de abril “la gente del Mehdi está en todas partes. Es el ejército
del pueblo y no como los policías, que están controlados por los partidos y
algunos son terroristas”.
El escenario iraquí dista mucho de ser el mismo que sumió al país en una orgía
de sangre a partir del 2005. Pero la dialéctica a la que recurren sus habitantes
sigue siendo la misma. También en el 2005 unas elecciones, las primeras de la
supuesta democracia, azuzaron el odio sectario. Ahora, la incertidumbre generada
por los últimos comicios está resucitando la memoria más lúgubre de esta
atribulada nación. “Si (Nuri) Al-Maliki (el actual primer ministro) se aferra a
su cargo y no deja que gobierne (Iyad) Allawi (el líder del bloque que obtuvo
más escaños en los recientes sufragios) volveremos a la guerra sectaria”,
concluye Imad Saleh Abuad en Ameriya.