Con frecuencia se expone que
las raíces de la crisis financiera de Grecia se remontan al diseño de la divisa
única europea. En realidad, es aún peor. La crisis griega guarda relación con la
misma base sobre la que se ha edificado la unidad europea en los últimos 60
años. Es una amenaza no sólo para el euro, sino para todo el complejo de la UE.
Por Gideon Rachman - The Financial Times
El
riesgo para Europa ahora es que si la UE no realiza avances en materia de
política como respuesta a la crisis griega, dará un paso atrás –y el largo
proceso de integración europea podría comenzar a derrumbarse–.
El procedimiento de la UE siempre ha sido el de tomar “medidas económicas sobre
la marcha”, para provocar efectos políticos. Desde los años 50, esta estrategia
ha funcionado admirablemente bien: una modesta comunidad de carbón y acero se
convirtió en un mercado común y, finalmente, en una Unión de 27 naciones, con su
propio Parlamento, Tribunal Supremo y política exterior.
Jacques Delors, el presidente de la Comisión Europea que supervisó la creación
de un mercado único en la década de los 80, dijo con total franqueza: “No
estamos aquí para crear un mercado único –eso no me interesa– sino para formar
una unión política”. La creación del mercado único implicaba una inmensa
expansión de la legislación europea y, por lo tanto, una severa erosión de la
soberanía nacional.
El mismo pensamiento político está detrás del diseño de la divisa única en los
años 90. Tal y como escribió recientemente en estas páginas Tommaso Padoa-Schioppa,
ex miembro del consejo del Banco Central Europeo: “Los padres fundadores querían
el euro principalmente como un paso hacia la unión política”.
La campaña a favor de la unión política se intensificó al final de la Guerra
Fría. Francia temía que una Alemania unida pudiera dominar de nuevo Europa. La
respuesta francesa fue la de vincular a Alemania en la construcción europea
mediante la creación de una divisa única. El Gobierno alemán aceptó de buen
grado a cambio de la promesa de un mayor avance hacia la unión política en
Europa, un antiguo objetivo nacional (en el caso de la población alemana, nunca
se le consultó directamente –un descuido que podría volverse contra el euro
ahora–).
Gerhard Schröder, el canciller alemán cuando se acuñaron de los primeros euros,
creía que la unión monetaria requería “avances decisivos hacia la unión
política”. Algunos, como Romano Prodi, el sucesor de Delors como presidente de
la Comisión, deseaban incluso una eventual crisis en la eurozona ya que
consideraban que provocaría esos “avances decisivos”.
La crisis se ha producido –y, claramente, invita a dar los grandes pasos
políticos que anticiparon los padres fundadores–. Una respuesta política lógica
a la insolvencia griega –y a las amenazas de crisis similares en España,
Portugal y, posiblemente, Italia– sería la de crear impuestos europeos comunes y
un mecanismo para realizar grandes transferencias fiscales entre los estados de
la UE. Estas herramientas ayudan a facilitar la unión monetaria en EEUU, pero es
algo que no existe aún en Europa.
Sin embargo, no hay indicios de que vaya a darse semejante paso. Europa está
atascada. ¿Qué ha fallado? El problema es que el método de priorizar la economía
sobre la política se aproxima a las teorías marxistas, al asumir que la economía
dictará inevitablemente una respuesta política concreta. Pero la política
democrática implica la posibilidad de elección.
El método tradicional de la UE sólo podría funcionar cuando los cambios
políticos derivados de anteriores decisiones económicas no parecieran demasiado
polémicos o injustos para los votantes corrientes. Pero el tipo de integración
política que exige el euro afecta a los ciudadanos de forma muy directa –ya que
implica importantes decisiones sobre impuestos y gasto–.
Así, saca a la luz una verdad que los fervientes europeístas se oponen a
reconocer. La mayoría de los ciudadanos de la UE siguen sintiendo más apego por
sus propias naciones que por la Unión. “Los europeos” se muestran menos
dispuestos a rescatarse unos a otros que a salvar a sus propios compatriotas. La
Alemania del Oeste gastó miles de millones de marcos para ayudar a la Alemania
del Este. Pero hay pocos indicios de que los alemanes estén dispuestos a gastar
más miles de millones de euros para sanear Grecia –ante el fantasma de crisis
similares en España e Italia–. Es posible que los alemanes se sientan, en
principio, muy “europeos”. Pero cuando se les pide que comiencen a firmar
cuantiosos cheques para ayudar a un Estado griego en quiebra, aunque parezca
mentira, empiezan a sentirse alemanes de nuevo.
Los griegos, también también son una de las poblaciones más europeístas de la
Unión. Pero es probable que el precio de un rescate de la UE sean severas
medidas de austeridad, supervisadas por las autoridades enviadas por Bruselas.
La sensación que se desprenda de ello posiblemente se aproxime más a la de una
colonización que a la de una “unión política” voluntaria.
Entonces, ¿ahora qué? Es posible que Grecia aún pueda arreglárselas para salir
de esta crisis. Pero, teniendo en cuenta el rápido crecimiento generalizado de
la deuda soberana, puede que la próxima crisis europea diste sólo unos pocos
meses. Entonces, se preguntará nuevamente a los miembros de la moneda única
europea qué están dispuestos a hacer (o cuánto están dispuestos a pagar) para
ayudarse mutuamente. Si la respuesta sigue siendo, “no mucho”, la zona euro
podría comenzar a perder a algunos de sus miembros más débiles.
Pero las consecuencias podrían ir más allá de la divisa única. La UE sufriría
una crisis de confianza, y lo más probable es que se cuestionasen los otros
poderes que ha adquirido en todo tipo de materias, desde inmigración a políticas
sociales. Hay algo más que dinero en juego en la crisis griega.