Tal
y como se discutió en otro artículo de Financial Times del mes de abril (“Por
qué el rescate de Grecia no va según lo previsto”), no existe una solución
inmediata a las crecientes dificultades que afronta la nación helena. El país
dispone de una flexibilidad limitada en materia de política, los acreedores
vacilan a la hora de aportar más financiación, y los problemas de coordinación
son inmensos.
Todo ello debería ser algo bien sabido en la actualidad. No lo es. Entretanto,
la situación sobre el terreno empeora a medida que diversos factores técnicos
agravan unos débiles fundamentos.
Parece que catalizador de la reciente caída de los precios de los instrumentos
griegos son las ventas de antiguos tenedores, algo que concuerda con la
observación que hice el 7 de abril de que, frente a la intuición de algunos,
unos márgenes persistentemente altos y volátiles sobre los bonos gubernamentales
llevarían a algunos inversores a vender, y no a comprar/mantener.
Ante la falta de un cambio significativo, este factor técnico ganará fuerza y
velocidad. Todavía hay demasiados inversores ahí fuera con títulos
gubernamentales de países industrializados (como Grecia) a los que consideraban
(erróneamente) exposición al riesgo de tipos de interés en lugar de exposición
al riesgo crediticio.
Teniendo en cuenta la enorme cantidad de bonos ajustados al riesgo, la constante
volatilidad del precio de la deuda soberana obligará a estos inversores a
vender, alimentando aún más el riesgo de contagio asociado a la debacle de la
deuda griega. Esto, a su vez, aumentará las probabilidades de que se produzcan
grandes salidas de depósitos de los bancos griegos.
Si nos atenemos a la historia, resulta muy difícil cambiar esta dinámica técnica
sin una amplia base de compradores de deuda de alto riesgo (los diferenciales
aún no son lo suficientemente amplios) y/o sin una sólida financiación oficial
(que se encuentra en la actualidad con algunos obstáculos de importancia).