ace ocho meses, durante el momento más álgido del Gran Pánico de 2008, el
entonces secretario estadounidense del Tesoro, Henry Paulson, convenció al
Congreso para que otorgara US$700.000 millones para financiar lo que calificó
como la tarea crítica de comprar créditos hipotecarios y valores de baja
calificación, los llamados "activos tóxicos", en poder de los bancos del país.
Hace cuatro meses, el actual secretario del Tesoro, Timothy Geithner, propuso
una alianza entre entidades privadas y el gobierno para comprar hasta US$1
billón (millón de millones) de lo que delicadamente llamó "activos de legado" de
los bancos para sanear sus balances y conseguir que vuelvan a prestar. El
gobierno todavía no ha comprado ninguno de estos activos. En su lugar, invirtió
unos US$200.000 millones en acciones de los bancos y esta semana permitió que 10
de las mayores entidades financieras de Estados Unidos devolvieran US$68.300
millones facilitados por los contribuyentes. La clave: los grandes bancos han
recaudado unos US$65.000 millones en los mercados de capital en las últimas
semanas, un logro que parecía inconcebible hace apenas unos meses.
Entonces, ¿sigue siendo necesario que el gobierno retire los activos tóxicos
de los los libros de los bancos para conseguir que el crédito vuelva a fluir a
la economía? ¿Reforzar el capital bancario puede sustituir la eliminación de los
préstamos y valores incobrables?
Estamos a punto de descubrirlo. Hasta este episodio histórico, la fórmula
internacionalmente aceptada para corregir una crisis bancaria tenía tres
elementos: eliminar los activos tóxicos de los balances, garantizar la deuda y
depósitos temporalmente y recapitalizar los bancos. La idea era que eliminar los
activos tóxicos normalmente era un paso necesario antes de que un banco pudiera
captar capital o atraer a un comprador.
Los bancos necesitan capital para absorber las pérdidas que se producen
cuando los deudores no pagan sus préstamos. Si el capital de un banco es lo
suficientemente robusto, puede absorber todas las pérdidas y permanecer
solvente.
Las pruebas de resistencia llevadas a cabo por los reguladores tenían como
objetivo determinar cuánto capital los grandes bancos necesitarían para
sobrevivir en una economía muy deteriorada, aunque no el peor de los escenarios.
Si los bancos recaudan suficiente capital, entonces no existe la necesidad de
que el gobierno compre los activos tóxicos y el cuento tiene un final feliz.
Tal vez. Pero eliminar activos tóxicos también consigue otras dos cosas.
Primero, elimina cualquier duda sobre pérdidas no reportadas. Mientras los
activos tóxicos sigan en los balances, existe incertidumbre sobre si han sido lo
suficientemente rebajados como para reflejar la realidad. Si no están, eso
pierde importancia.
Segundo, elimina una gran distracción para la gerencia, algo que podría ser
un requisito previo para centrarse en realizar nuevos préstamos, el objetivo
final de todos estos esfuerzos. Michael Bleier, que pasó 14 años como abogado
principal de Mellon Bank, dice que esta cuestión es de suma importancia. En
1988, Mellon creó un "banco tóxico" para tener y vender US$1.400 millones de
préstamos incobrables a la industria energética y de bienes raíces que valían en
esos momentos 47 centavos sobre el dólar. "Una de las principales razones por
las que lo hicimos era que el tiempo y atención de la gerencia estaban siendo
acaparados por cuestiones como qué hacer con estos activos", dijo Bleier. "No
desprenderse de estos activos hace que la atención de la gerencia se desvíe
hasta cierto punto".
El banco tóxico fue un éxito. Vendió los activos y cerró sus puertas en 1995.
Y el banco saludable, Mellon, fue lo suficientemente fortalecido para realizar
compras a fines de 1989. Más tarde fue adquirido por Bank of New York.
El Programa Público-Privado de Geithner para comprar préstamos tóxicos no
está dando resultado, pero en algún momento podría materializarse. Si los
mercados y los bancos consideran que ya no es necesario porque el sistema
financiero se aleja del abismo y los bancos han recaudado más capital del
esperado, eso es positivo.
Sin embargo, no es la única explicación posible. Los banqueros siempre se
rehusarán a vender si tienen que rebajar el valor de sus préstamos; preferirían
esperar a que las cosas mejoren. Pero el Tesoro le extendió una buena oferta a
los inversionistas y encontró pocos interesados, debido a la ansiedad sobre si
participar en el programa sometería a los inversionistas al escrutinio del
Congreso y a límites en los salarios a los ejecutivos. Si la falta de apetito
por esta oferta refleja la preocupación de Wall Street sobre el riesgo político
de hacer negocios con el gobierno de EE.UU., eso es menos positivo.
En una audiencia en el Senado esta semana, Geithner manifestó que la falta de
interés en los activos tóxicos refleja elementos de ambas explicaciones. Y no
está dispuesto a abandonar el esfuerzo. Si la economía se deteriora o las
actitudes hacia los bancos cambian, particularmente hacia los bancos no
considerados lo suficientemente fuertes como para devolver los fondos del
gobierno, un mecanismo para eliminar activos tóxicos aún podría ser esencial
para lograr el final feliz.