Los principales indicadores bursátiles estadounidenses han borrado casi todas
las pérdidas de este año, los rendimientos de la deuda de largo plazo han
retornado a niveles considerados normales y los precios de las materias primas
han repuntado. Todo esto apunta a que lo peor de la crisis económica podría
haber quedado atrás.
Sin embargo, el camino de la recuperación tiene muchos baches. En momentos en
que el nerviosismo sigue vigente en los mercados, las buenas noticias en un
frente pueden tener efectos sorpresivamente negativos en otro. En juego está la
frágil confianza que se ha restaurado en el sistema financiero.
El viernes pasado, por ejemplo, el anuncio del gobierno estadounidense sobre
la menor pérdida de empleos desde septiembre no provocó una gran reacción en las
bolsas, pero la deuda del Tesoro estadounidense tuvo su peor día en nueve meses
ante los temores de un rebrote inflacionario y un alza de las tasas de interés.
Muchos estrategas y economistas mantienen una visión relativamente optimista:
el paquete de estímulo fiscal llegará a tiempo para impulsar la demanda de las
personas y las empresas, sin disparar la inflación. Tal desenlace, una
recuperación en forma de V marcada por un rápido colapso y un repunte duradero,
permitiría que las acciones y otros activos sigan subiendo en el segundo
semestre.
Sin embargo, los riesgos son grandes. Es posible que el estímulo
gubernamental sobrecaliente la economía, alimentando la inflación que, a su vez,
obligaría al gobierno a pisar el freno, generando un segundo colapso. Es decir
la recuperación en forma de V pasa a ser una recuperación en forma de W.
También es posible que el estímulo fiscal resulte ineficiente en momentos en
que las familias estadounidenses sienten el peso acumulado de su deuda y la
pérdida de billones de dólares en su patrimonio. En ese caso, una recuperación
tenue sería más probable. Eso impediría un disparo de la inflación, pero
agravaría el desempleo, lo que, a su vez haría que más personas se atrasen en
los pagos de sus créditos hipotecarios, vapuleando el mercado inmobiliario y
causando una nueva ronda de pérdidas en los bancos. A continuación, una mirada
más detallada a estos tres escenarios, que ciertamente no son los únicos
posibles.
La temperatura perfecta
El voluminoso estímulo gubernamental, una política monetaria sumamente
relajada por parte de la Reserva Federal (Fed) y US$787.000 millones en
gasto fiscal, incentivos tributarios y otros beneficios, logra que los
consumidores gasten y las empresas contraten. Eso estimula el crecimiento
económico, mantiene el desempleo bajo control y pone fin a la crisis
inmobiliaria.
Al mismo tiempo, los enormes problemas estructurales de la economía
estadounidense, como el alto endeudamiento de las personas y el gobierno,
sirven de freno para mantener la inflación a raya.
En este escenario, las ganancias de las empresas y el crecimiento
económico avanzan con dificultad rumbo a la recuperación durante el segundo
semestre, sentando las bases para un 2010 más saludable. Las acciones suben,
aunque no mucho. La visión de consenso entre muchos estrategas es que el
índice Standard & Poor's 500 se ubicaría entre los 1.000 y los 1.200 puntos
a finales de año. Ayer cerró en 939,14 unidades.
Una recuperación floja le permitiría a la Fed mantener bajas las tasas de
interés de corto plazo por más tiempo sin temer presiones inflacionarias,
aunque los precios de las materias primas sigan subiendo. El banco central
incluso puede mirar con buenos ojos el reciente aumento de las de largo
plazo. El rendimiento en los bonos del Tesoro a 10 años cerró ayer a 3,8%.
En este escenario, no subiría mucho más.
Muy caliente
La gigantesca liquidez que la Fed y otros bancos centrales le han
inyectado al mercado le agrega combustible al reciente repunte de las
acciones, los bonos corporativos, las materias primas y otros activos de
riesgo. El S&P 500 ya registra un alza de 39% desde 9 de marzo y los bonos
de alto rendimiento han subido 31%. El precio del petróleo se ha duplicado
desde febrero. "Los mercados son muy proclives a las oleadas de liquidez,
cuando el dinero que estaba afuera vuelve al sistema a raudales", dice James
Swanson, estratega jefe de inversión de MFS Investment Management. "Eso no
es un buen comienzo de un mercado alcista sostenible".
En este escenario, el alza de los precios de los activos provoca temores
de inflación, perjudicando el dólar y llevando a aumentos en las tasas de
interés de largo plazo. Tal desenlace ha preocupado a los inversionistas
últimamente. Al alza en las tasas de largo plazo hay que agregar una caída
de 9% en el valor del dólar respecto a una canasta de divisas desde el nueve
de marzo.
Muy frío
Los altos niveles de deuda y la debilidad de los bancos y el mercado
laboral apabullan el estímulo del gobierno y la recuperación es anémica.
"Ya he visto esta película, en 2002", dice David Rosenberg, economista
jefe y estratega de Gluskin Sheff, una consultora de Toronto. En ese
entonces, el desempleo subió bruscamente, la recuperación fue muy débil y
las bolsas se desplomaron. El mercado sólo inició una recuperación duradera
en marzo de 2003.
Hoy, los fundamentos de la economía están mucho más deteriorados. El
desempleo, que ya alcanza 9,4%, podría superar la barrera del 10% y las
empresas cautelosas tal vez esperen antes de reponer sus inventarios. Los
precios de los inmuebles podrían caer aún más. Eso mantendría la presión
sobre las finanzas de los bancos y el crédito.
Los indicadores bursátiles, en tanto, podrían regresar a sus mínimos de
marzo. En el largo plazo, también podría haber deflación, en la que los
precios caen amientras los consumidores mantienen las billeteras cerradas.
La deflación puede ser duradera y tener efectos escalofriantes sobre las
bolsas.