Desde hace más de 20 años, en
América Latina la democracia de mercado made in USA (el "poder blando")
convive con la cadena de bases y el Comando Sur de los Estados Unidos, cuya misión es preservar la
hegemonía militar norteamericana en la región (el "poder duro").
Se trata de una estrategia de
"dos caras" orientada a preservar el dominio geopolítico y militar del imperio
norteamericano en su histórico "patio trasero".
Debajo de ese paraguas de dominio
geopolítico estratégico se
construyó y desarrolló el modelo de capitalismo asistencialista en
democracia extendido en toda América Latina y que permitió que gobiernos con
discurso de izquierda (falsas alternativas al neoliberalismo), sin romper con la estructura política y económica del
capitalismo, se convirtieran en opción electoral en la región.
El "poder blando" (la democracia
imperial) estuvo expresado, mucho antes, en la década del 80, en los documentos
del "Proyecto Democracia" difundidos por el Departamento de Estado en
reemplazo de las dictaduras y golpes de Estado militares (el "poder duro").
Luego de las dictaduras setentistas,
Washington sustituyó el gerenciamiento militar del dominio por el
gerenciamiento civil del mismo, sin alterar para nada el proceso de control
económico, por medio del cual los bancos y empresas transnacionales continuaron
transfiriendo recursos y ganancias a EEUU y a las metrópolis capitalistas.
El sueño
del dominio sin rebelión social, que los bancos y las trasnacionales
imperiales no pudieron concretar con las dictaduras y los golpes militares
diseñados en el Departamento de Estado, empezó a cumplirse con la aceptación
pasiva del sistema capitalista como "única alternativa", modelada
masivamente en los cerebros por los sacerdotes de las grandes corporaciones
mediáticas que sustituyeron a los curas y a los maestros en la orientación de
conducta social.
En los
90, tras la desaparición de la URSS y de la Guerra Fría por áreas de influencia
en América Latina, Washington terminó de implantar el nuevo sistema de
control político y social, el cual se situaba en las antípodas del anterior
(basado en gobiernos y dictaduras represivas), y que explotaba el consenso
masivo que despertaba la apertura de procesos constitucionales después de
largos años de dictaduras militares con supresión de elecciones y parlamentos.
Paralelamente, y en el plano político, en la década del 80 los gobiernos
"democráticos" (el "poder blando") fueron sustituyendo en América Latina a
los viejos y gastados gobiernos militares (el "poder duro") mediante
elecciones, procesos constitucionales, y banderas de defensa de los derechos
humanos.
La nueva
estrategia de dominio -sustitutiva del "viejo orden militar"-, a su vez, impuso
la "guerra contraterrorista" como nueva lógica de control geopolítico y
militar en la región.
La
condición esencial para el funcionamiento del nuevo Estado capitalista
"democrático" (tanto en América Latina como en el resto del mundo) se resume en
tres factores: Estabilidad económica, gobernabilidad política y "paz social".
Esas tres condiciones son básicas para que el "sistema" (la estructura
funcional) de los negocios y la rentabilidad capitalista funcionen sin
interferencia y no se alteren las líneas matrices de la propiedad privada y
concentración de riqueza en pocas manos.
En ese nuevo escenario de poder
geopolítico-estratégico, legitimado por gobiernos satélites elegidos en
elecciones populares, Washington consolidó su dominio regional en un teatro
latinoamericano sin lucha armada, sin estallidos revolucionarios, sin huelgas y
con las organizaciones populares y de izquierda participando como "opción de
gobierno" en los países dependientes.
Los países son "libres y
soberanos" solo como una formalidad jurídica y política: En América
Latina los llamados "Estados" cuentan con una aparente "independencia"
conformada por fronteras geográficas, una bandera y una moneda propias, pero, en
la realidad funcional, sus economías están atadas al dólar y a los "programas
económicos" exportados (nivelados mundialmente) que responden a los
intereses de los grandes pulpos imperiales concentrados que controlan sus
sistemas financieros y económico-productivos, además de sus comercios
exteriores.
En la tramposa democracia burguesa
(que el Departamento de Estado norteamericano estableció para sustituir al
dominio desgastado de las dictaduras militares) la "mayoría" electoral es
el símbolo máximo del poder y la "aceptación popular".
El Estado trasnacional
Desde la década del 90, y en el marco
estratégico del "poder blando", la extinción del Estado
nacional terminó con las oligarquías, los políticos, los militares y las
sociedades nacionales. Surge así el Estado transnacional que termina con
los proyectos "diferenciales" del capitalismo nacional que convivían desigual y
combinadamente dentro del escenario geopolítico y mundial del sistema
capitalista de la Guerra Fría.
Las oligarquías locales de América
Latina se asociaron con los
bancos y corporaciones trasnacionales que de esa manera nivelaron su control
sobre los recursos naturales, los sistemas económicos productivos,
y el comercio externo e interno de la región.
El viejo "Estado
nacional" instrumento histórico de poder en manos de las oligarquías locales, fue sustituido
por el "Estado trasnacional" controlado por las empresas trasnacionales en
sociedad con los grupos de poder locales, que luego de apoderarse mediante las
privatizaciones de sus empresas y medios productivos, utilizan a los países
como "satélites" (o terminales de mercado) de sus políticas de expansión
y de acumulación capitalista, con las oligarquías locales asimiladas como
socias en el nuevo sistema.
Al no tener el poder
gerenciador nacional sobre los recursos y medios de producción, el Estado (en
manos de gobiernos de derecha o de izquierda) depende de los impuestos
(el presupuesto nacional) en la mayor parte evadidos por las corporaciones que
controlan la economía.
Sin poder gerencial
real sobre sus medios productivos y recursos los Estados y sus gobiernos quedan
reducidos a gerencias de enclave de las corporaciones transnacionales
(bancos y empresas) que deciden los niveles de producción y comercialización
de sus recursos y sistemas económico-productivos.
Sin proyecto
estratégico nacional, sin recursos ni medios productivos para explotar y
comercializar, esos Estados se convierten en instrumentos reguladores
entre los intereses empresariales capitalistas que manejan sus medios de
producción y recursos privatizados.
Las clases políticas dejaron de diseñar
políticas de Estado independientes y se convirtieron en gerenciadoras del Estado
trasnacional funcionalmente diseñado para regular y conciliar los distintos
intereses comerciales intercapitalistas.
El viejo proyecto nacional de los
capitalismos locales fue sustituido por programas monetarios, fiscales y
macroeconómicos exportados y nivelados para todo el planeta y monitoreado por
instituciones hegemónicas del sistema globalizado como el FMI y el Banco
Mundial.
Eximida de pensar proyectos económicos nacionales propios, la clase
política latinoamericana se dedicó a diseñar proyectos de marketing para elecciones, y luego
gerenciar los distintos niveles del Estado (municipal, provincial o nacional)
sobre la base del "modelo universal" de administración y de gobernabilidad
nivelados como un "programa global" (político, económico, militar y social).
En ese contexto, desde
hace más de veinte años la estrategia de dominio "blando" de Washington y del
Departamento de Estado en América Latina consiste en impulsar los regímenes y
gobiernos electos en las urnas, más allá de que asuman o ganen elecciones con
discursos de "izquierda", "progresistas" o "neoliberales".
Está estadísticamente
probado (cualquiera lo puede verificar investigando) que las administraciones de
los estados de América Latina, más allá del discurso de izquierda o de
derecha de sus presidentes, no tienen poder real de decisión sobre sus medios de
producción y recursos naturales, los que se encuentran en manos de corporaciones que hegemonizan las reglas y la formación de precios.
Paralelamente, y potenciado por la democracia del "poder blando", la
misión funcional del aparato mediático, cultural y publicitario consiste en
imponer y legitimar a la sociedad de consumo capitalista basada en la
propiedad privada de los medios de producción, como modelo aceptado y nivelado
universalmente por la "globalización" en América Latina.
Las mismas trasnacionales que
controlan países y sistemas sistemas económico productivos en América
Latina, lo hacen también en Africa, Asia y en el resto del mundo periférico.
Dirigen la producción, el comercio, las finazas y los comercios internos y
externos. El mercado de importación y exportación (así como su regulación)
está en sus manos y las monedas que rigen las transacciones comerciales pertenecen
al polo dominante que las emite: EEUU y la Unión Europea + Japón.
Como contrapartida, y también a
modo de emergente y "producto final" de la explotación capitalista sin
resistencia armada, social o sindical, en América Latina se verifica el
mayor crecimiento estadístico de las ganancias y los activos empresariales y de
las fortunas personales ( por ejemplo, el mexicano Carlos Slim, está
considerado como el tercer hombre más rico del mundo).
El modelo económico trasnacional
Este proceso, en los últimos diez años
en América Latina se nutrió de un modelo de capitalismo trasnacional
globalizado edificado sobre el eje del boom exportador e importador y
la burbuja financiera que derramó dinero y créditos sin respaldo
(apalancamiento) a manos
llenas, y que hoy agoniza de la mano de la crisis financiera recesiva expandida
por todo el planeta.
En la
articulación del "modelo" interactivo de acumulación capitalista
vigente desde más de una década, Latinoamérica y los países "periféricos"
exportadores de materia prima conformaron "la granja barata", China y los países "emergentes" asiáticos
conformaron, a su vez, "la fábrica barata", y juntos alimentaron la
existencia funcional del "gran casino global" del dinero sin
fronteras con sede central en Wall Street.
En estos tres motores se asentó hasta
ahora lo que los expertos (antes de la crisis) señalaban como "formidable
crecimiento mundial de la economía", y que en la realidad sólo se trataba de
un proceso de concentración de la riqueza en pocas manos, con su contrapartida
de pobreza y exclusión social, inédito por sus alcances en la historia del
sistema capitalista.
Este
modelo de economía trasnacional con dominio "blando", en América Latina registró,
en los últimos cinco años, un crecimiento constante (y sin
excepción) de las economías regionales, acompañadas de ganancias siderales para
los bancos y empresas (que hegemonizan el control económico-productivo de los
países), y crecimiento desmesurado de los activos empresariales y fortunas
personales.
Este
proceso (a modo de contradicción) fue acompañado de un crecimiento
sostenido y sin interrupción de la llamada "pobreza estructural" (falta de
trabajo estable, vivienda y seguridad social) que ya afecta a más del 40% de la
población del continente, cuya mayoría permanece sometida a políticas
"asistenciales" y a empleos temporarios y en negro (contratos "basura").
Durante
los últimos cinco años en América Latina hubo un
crecimiento sostenido de las
ganancias y de los activos de la economía capitalista posibilitado por la
"gobernabilidad democrática" sin huelgas ni conflictos sociales.
Esta
situación (de "paz del dominador") permitió
que el sistema de concentración
de riqueza capitalista (posibilitado por la explotación de mano de obra barata
con salarios africanos, apropiación de recursos naturales y control hegemónico
de todo el sistema económico productivo) genere como contrapartida: pobreza,
desocupación y exclusión social en masa en toda América Latina.
Como
resultante social y producto final de este cóctel interactivo" de
dominio "blando" con Estado y economía trasnacional (donde cada eslabón se
retroalimenta con los otros) según la ONU, la CEPAL y otras instituciones del
sistema, en América Latina hay más de 200 millones de "pobres estructurales"
y 100 millones de indigentes que carecen de los elementos esenciales para
sobrevivir.
La política
asistencialista
El salvajismo impune del capitalismo
trasnacionalizado unido a la corrupción entreguista de las clases políticas
latinoamericanas
(tanto "progresistas" como "derechistas") dio como resultante la implementación
del "asistencialismo" como política de Estado, cuya existencia se hace
más visible en períodos electorales.
El
"asistencialismo" consiste en repartir partidas oficiales (mendrugos del
presupuesto) orientadas a paliar algunas necesidades básicas imperiosas, como un
"plato de comida" precario, sin atender a las necesidades estructurales de la
pobreza como el trabajo, la vivienda, la salud, la escolaridad, la seguridad
social, etc.
El "asistencialismo" es algo así como el equivalente de la limosna que le da
el "buen cristiano" al mendigo que pide a las puertas de una iglesia.
En términos prácticos y estadísticos,
la política "asistencialista" de Estado constituye una "institucionalización
de la pobreza" al subordinar los derechos y reinvidicaciones sociales a una
"limosna" que le arroja el capitalismo a los pobres, mientras depreda los
recursos naturales de sus pueblos y somete sus estructuras económico-productivas
con la complicidad de los políticos.
Son precisamente el
empleo en negro (contratos "basura") y el asistencialismo los instrumentos de que
se valen los gobiernos de la región (por derecha y por izquierda) para bajar
falsamente
los indicadores oficiales de la pobreza y la desocupación en América Latina.
Pero este robo
capitalista con exclusión y pobreza masiva no hubiera podido concretarse sin la
complicidad de los gobiernos (de derecha y de izquierda) en la región.
Más allá
de que hablen un lenguaje de derecha o de izquierda, las administraciones de los
34 Estados de América Latina desarrollan niveladamente (salvo Cuba y Venezuela) un solo programa
económico destinado a favorecer, no a las mayorías sino a un sector de
empresas y bancos transnacionales que concentran en sus manos la hegemonía sobre
los recursos naturales y el sistema económico-productivo.
El estallido del modelo
La crisis hipotecaria en EEUU,
primero, la irradiación de la crisis a los mercados financieros globales,
después, y la crisis recesiva con desocupación luego, terminaron de
configurar un proceso financiero-recesivo que hoy amenaza con arrasar los
cimientos del modelo de explotación capitalista vigente a escala global.
Proyectado al escenario de América
Latina ese modelo de acumulación capitalista trasnacional, basamentado en el
asistencialismo social y en el dominio con el "poder blando" del proyecto
democracia made in USA, comienza a resquebrajarse y a colapsar en toda la
región.
El modelo del "boom exportador" se
está cayendo: China y las potencias "emergentes" asiáticas (las mayores
compradoras de materias primas) están en recesión y en consecuencia baja los
precios de las materias primas y del petróleo.
Los indicadores de esta depresión
del mercado de las exportaciones ya impactaron en las principales economías de
América Latina que han desarrollado su crecimiento (sin distribución social de
la riqueza) sobre la base del "boom exportador" y del alto precio internacional
de las materias primas.
Como emergente más inmediato, las
grandes economías regionales han ingresado en un proceso recesivo, con
achicamiento del consumo y extinción del crédito, que revierte el
crecimiento del último quinquenio, que se apoyó en una significativa mejora de
los términos de intercambio (33% en comparación al promedio de la década
precedente).
El PBI del 2008 se desaceleró a 3,3% y todas las estimaciones del
2009 se están ajustando hacia abajo.
A causa de la recesión mundial que
impulsa a la baja los precios de las
materias primas y del petróleo, la estrategia de poder "blando" con asistencialismo
sin distribución social de la riqueza recibió una estocada de muerte en América
Latina.
La reducción y la baja de los precios de las materias primas y del petróleo
impacta directamente en
las políticas asistencialistas de países como Venezuela, Brasil, México y
Argentina.
En consecuencia estos países venden menos y a menor precio y sus recaudaciones
por exportación
han caído a niveles estrepitosos.
Por lo tanto tienen que eliminar parte de los subsidios a las empresas
capitalistas para que no aumenten precios, y ven comprometidas sus políticas
asistencialistas diseñadas para contener los desbordes sociales y sindicales.
La depreciación de las materias primas
activa la
recesión, y la recesión potencia la baja del consumo y el desempleo,
terminando con el crecimiento con desigualdad social
que predominó en los últimos cinco años.
A este cuadro hay que sumar la crisis
financiera con contracción del crédito y fuga de fondos por vía de las filiales
de los mega bancos que tienen sus matrices en EEUU y Europa.
El impacto
social
Así como
las potencias centrales (con EEUU y la UE a la cabeza) son las grandes
exportadoras de crisis mundial, los bancos y empresas transnacionales imperiales
son los grandes exportadores de desocupación masiva a escala global. Ambos, son
los principales generadores del colapso financiero recesivo con crisis social
que hoy ya se proyecta por toda la geografía de América Latina.
De la
misma manera como se
"globaliza" en estos grandes pulpos toda la actividad económica a escala
planetaria, también en ellos se concentra todo el peso de la crisis recesiva
con desocupación masiva que hoy se extiende por toda la geografía
estadounidense y europea, con parálisis de la economía y el consumo y conflictos
sociales que comienzan a expandirse por Europa, sobre todo en las zonas más
"vulnerables" y desprotegidas de Europa del Este.
Esta
centralización y nivelación multinacional de la economía capitalista hace que
tanto los procesos de bonanza (crecimiento con alta rentabilidad) como los
procesos de crisis (recesión con baja de la rentabilidad) repercutan
simultáneamente en todos los países donde actúan esos pulpos concentradores de
la economía mundial.
Dentro
del actual diseño de economía trasnacional en América Latina los consorcios
empresariales, con casa matriz en EEUU y Europa (que desarrollan la totalidad de
la actividad productiva, comercial y financiera a escala global), concentran
la mayoría de la mano de obra ocupada en la región.
Eso
convierte a esos grandes pulpos concentradores de la "economía global" en
actores centrales del proceso económico recesivo que hoy se extiende
desigual y combinadamente por
toda la geografía de América Latina.
Con un
detalle siniestro: Los planes de reducción de planteles de obreros y
empleados que hoy manejan esos grandes consorcios depredadores de la
economía mundial se concentran prioritariamente, no en sus casa matrices de EEUU
y Europa, sino en sus filiales de mundo periférico "emergente" o
"subdesarrollado", principalmente en América Latina.
De la
misma manera, la crisis recesiva con desocupación que hoy se proyecta
por las economías de América Latina llega de la mano de los grandes gigantes
bancarios, de las empresas automotrices o de servicios, que han ingresado en un
proceso de quiebra o de cierre a causa del colapso financiero recesivo que azota
a EEUU y Europa, las cabezas de la red capitalista global.
En ese
contexto, las empresas y bancos trasnacionales que han contagiado la
crisis global en América Latina han recibido en países como México,
Brasil y la Argentina,
subsidios estatales, bajas de impuestos y reducción de salarios a cambio de
no cerrar sus plantas y no reducir personal.
La
estrategia de los gobiernos centrales, parece orientarse a "salvar" a las
matrices operativas de las megacorporaciones situadas en las cabeceras
imperiales de Europa y EEUU, y obligar a los gobiernos de América Latina a
realizar la misma operación (salvataje de megaempresas privadas con dinero
público) dentro de sus países.
Esta
realidad, además de agravar la crisis recesiva en la región, torna inevitable la
escalada de desocupación masiva que las transnacionales van a lanzar sobre
América Latina cuando la crisis recesiva se convierta en crisis social,
con despidos en masa de trabajadores para mantener el nivel de rentabilidad
de las empresas, produciendo y vendiendo menos.
La "democracia
blindada"
En
resumen, el modelo de
capitalismo trasnacional asistencialista en América Latina, con gobiernos
convertidos en satélites de un modelo económico "único" nivelado para todo el
planeta, con bancos centrales atestados de dólares y sin distribución social de
la riqueza, con pobreza y desocupación estructural, con contratos
laborales basura, con subsidios al capitalismo para contener la inflación
y los conflictos sindicales, está en un proceso de colapso generalizado a causa de la recesión que achica la recaudación y los presupuestos de los
gobiernos de la región.
A su
vez, el achicamiento del consumo y la desocupación, van a actuar a corto plazo
como detonante central de las revueltas sindicales y estallidos sociales
que se van a multiplicar y expandir como un virus por toda la región terminando
con el proceso de "paz" social y sindical y poniendo en riesgo la
"gobernabilidad" del sistema, principalmente en los países más vulnerables al
contagio de la crisis, como es el caso de Argentina, Brasil y México, las tres
principales economías de la región.
La amenaza de desocupación masiva es
el núcleo esencial, el detonante central de los conflictos sociales y
sindicales que van a comenzar a extenderse por vía de los bancos y empresas
transnacionales que hoy ya están despidiendo masa laboral en América Latina.
Este proceso a su vez, y a medida que
avancen los conflictos sociales y sindicales, va a impulsar una profunda
reestructuración en la estrategia y en los métodos del control político y social
"sin represión" que los gobiernos de la región venían implementando de la
mano de las políticas asistencialistas y el poder "blando" de la
democracia imperial.
Los ejércitos y las policías
regionales, que fueron relegados a un segundo plano por la estrategia de dominio
con el "poder blando", van a adquirir un nuevo rol represivo para
contener a las protestas violentas causadas por los despidos, las bajas de
salarios y la imposibilidad de acceder al consumo elemental para la
supervivencia por parte de las mayorías que van a ser desplazadas del mercado
laboral y del consumo.
Ya no se va a tratar de la
represión militar a la usanza de las viejas dictaduras militares setentistas,
sino de un proceso que va a combinar simultáneamente la acción represiva militar
con estrategias mediáticas de control social y sin romper el molde del orden
constitucional.
"Mano dura" y democracia, con
las fuerzas armadas bajo el mando de un gobierno civil desarrollando operaciones
de "contrainsurgencia" (como en la favelas de Brasil), y medios de comunicación
clasificando y valorizando los conflictos y protestas, situando a los "violentos" de un
lado, y a los "pacíficos" del otro.
En otras palabras, la implementación
de la "democracia
blindada", que viene a realizar una síntesis operativa entre el poder
"blando" y el poder "duro" para preservar la gobernabilidad regional, como
condición básica para que EEUU y la potencias centrales rediseñen un nuevo
proyecto de dominio trasnacional capitalista en América Latina.
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(*) Manuel
Freytas es periodista, investigador y analista, especialista en inteligencia y
comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados
en la Web.
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