l eslogan “Nunca
Más” que era el pensamiento dominante en la psique judía en aquellos años se
relacionaba principalmente con el destino de los judíos europeos. No obstante,
algunos supervivientes encontraron difícil comprender por qué, tras la masacre
científica e industrializada de millones de judíos, así como de otros grupos
étnicos y nacionalidades, junto con el persistente antisemitismo tanto en la
Europa de la posguerra como en América, las grandes potencias estuvieron
entonces dispuestas a acceder al proyecto de una patria judía. ¿Era este
cambio de corazón una mera reacción de culpabilidad por el trato dado a los
judíos europeos o había algún “diseño inteligente” que implicaba el trazado de
una futura arquitectura política internacional a cuyo advenimiento podía
contribuir la formación del nuevo estado?De hecho, con la creación de
Israel parecía tener lugar un cambio en la cultura política de judíos,
gentiles y árabes. En retrospectiva, esta transmutación demostraría ser de
gran trascendencia en la forma del mundo por venir. El pleno alcance de este
fenómeno histórico no se vio en aquel momento. No fue hasta el final de la
Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética cuando se pudo discernir
el contorno del nuevo orden internacional. La verdad es que el mundo no había
llegado a un punto final como sugería la tesis de Francis Fukuyama del “final
de la historia”. En su lugar se propuso una estructura nueva de enfrentamiento
formulada por el experto británico sobre Israel y el Islam, Bernard Lewis, y
propalada más tarde por el científico político estadounidense Samuel
Huntington. Básicamente, la tesis del “Choque de Civilizaciones” implantó un
nuevo paradigma en la agenda de la política internacional que fue rápidamente
adoptado por los neoconservadores de Estados Unidos y el Partido Likud de
Israel.
Teórica e ideológicamente la tesis dibujó una línea divisoria entre
“Occidente y lo demás” En esta proyección, Occidente es considerado
depositario de la civilización judeocristiana y eso incluye al estado judío.
Durante la era de la Guerra Fría Israel se fue desplazando desde su posición
inicial de neutralidad entre las dos superpotencias en la época de su
establecimiento, para convertirse en un bastión occidental en Oriente Medio.
En este contexto a menudo se olvida que la Unión Soviética expresó su
reconocimiento diplomático del nuevo estado a los pocos minutos de su
proclamación – sin apenas considerar las consecuencias para los partidos
comunistas del mundo árabe. El apoyo de la Unión Soviética al estado
emergente, en forma de asistencia militar a la lucha de liberación sionista,
se basaba en la razón lógica de que esto debilitaría el imperialismo británico
en la región. Esta suposición se mostró correcta, pero con mayor perspicacia
podía haberse previsto que Estados Unidos reemplazaría a Gran Bretaña y se
convertiría en el actor principal en la región así como el principal aliado de
Israel.
Las relaciones entre EE.UU. e Israel se han vuelto tan estrechas desde los
años 60 que los intelectuales estadounidenses están empezando a debatir si no
será el lobby israelí de Washington quien determina la política estadounidense
en Oriente Medio a expensas de los intereses nacionales de los EE.UU.1 Desde
el 11-S, esta alianza se ha hecho aún más fuerte. La fidelidad al estado de
Israel se ha convertido en un criterio de corrección política para los
candidatos a la Casa Blanca que debaten qué será lo mejor para proteger los
intereses israelíes. En su discurso conmemorativo del Knesset (Parlamento
israelí) el 15 de mayo de 2008, el presidente Bush declaró que Estados Unidos
estaba orgulloso de ser el “mejor y más íntimo amigo del mundo” de una nación
que era “la patria del pueblo elegido” que “ha trabajado incansablemente por
la paz y… luchado valientemente por la libertad”.2 En lo que respecta a los
palestinos, que conmemoraban la Nakba (“la catástrofe”) –cuando 700.000 de sus
antepasados huyeron o fueron expulsados de sus casas por la violencia militar
que acompañó a la declaración de independencia israelí--el presidente tuvo
palabras “alentadoras”. Cuando Israel celebrase su 120 aniversario, él tenía
la visión de que los palestinos tendrán “la patria que tanto tiempo han soñado
y merecido –un estado democrático gobernado por la ley”. Para 2068,
profetizaba el presidente, Oriente Próximo estará formado por “sociedades
libres e independientes” y Hamás, Hizbulá y al-Qaeda habrían sido derrotadas.
En otras palabras, serán necesarias seis décadas más antes de poder declarar
la “misión cumplida” –la aceptación completa por parte del mundo
musulmán-árabe de un orden regional impuesto por EE.UU e Israel. Incluso en
comparación con los miembros de la administración Bush que creyeron que
podrían crear su propia realidad, esta predicción parece ilusoria.
Aparte de las suposiciones futuristas respecto de la evolución de las
políticas en Oriente Medio, este pronóstico se basa en el supuesto de que los
países de la región aceptarán semejante régimen geopolítico y que los
intereses políticos de EE.UU. e Israel permanecerán fijos en ese objetivo sin
importar el coste que ello acarree. La crisis de hegemonía que actualmente
sufre Estados Unidos no puede sino afectar a las posibilidades futuras de
imponer una “Pax Americana” en el mundo. Ni siquiera hay alguna garantía de
que las contradicciones de la sociedad israelí no influirán en las políticas
del estado o de que la lealtad de la Diáspora judía con los objetivos a largo
plazo del Sionismo vaya a seguir siendo viable. Después de todo, los primeros
sesenta años de existencia de Israel no han logrado, incluso según las
actuales propuestas del Sionismo, cumplir sus promesas de seguridad para los
judíos en general. Esto a pesar del hecho de que el estado de Israel tiene un
arsenal de doscientas bombas atómicas, una de las más fuertes y modernas
maquinarias militares de Oriente Medio, una de las economías más desarrolladas
del mundo, y por último pero no menos importante, una alianza con la primera
superpotencia militar del mundo. A pesar del hecho de que la islamofobia ha
reemplazado al virus de la judeofobia en occidente, los judíos de la Diáspora
se sienten incómodos ante la perspectiva de identificarse con un estado que
viola los derechos humanos de otro pueblo y que sirve a los intereses del
imperialismo de EE.UU. en todo el mundo.
El propósito existencial de Israel ha sido cuestionado por muchos israelíes
así como por una cantidad creciente de judíos de la Diáspora. El concepto de
“patria nacional de los judíos” está perdiendo su atractivo. Según Tony Karon,
“el hecho sencillo es que casi dos tercios de nosotros hemos elegido
libremente vivir en otro lugar, y no tenemos intención de establecernos nunca
en Israel”. Es en cierto modo paradójico que 750.000 israelíes vivan en
Estados Unidos o en otros países europeos y que la norma hoy día sea que los
ciudadanos israelíes que pueden adquieran un pasaporte extranjero. Una de las
conclusiones más relevantes de Karon para el análisis de la problemática de
Oriente Medio y en contradicción abierta con los pronósticos de Bush, es que
“Israel puede que sea un hecho histórico inextricable, pero la ideología
Sionista que espoleó su creación y dio forma a su identidad y a su sentido de
propósito nacional se ha colapsado –no bajo la presión exterior, sino
pudriéndose desde dentro. Son los judíos, y no los yihadistas quienes han
enviado el Sionismo a la papelera de la historia”.3 ¿Se reafirmará la cuestión
judía a si misma después del segundo fracaso de los tiempos modernos en hallar
una “solución final”?
Un repaso a las raíces del sionismo
Para comprender lo que ha sucedido, puede ser útil volver a las raíces del
Sionismo e incluir las fuerzas exteriores al movimiento que influyeron en la
evolución de las políticas judías. Es importante tener en cuenta el pasado
para analizar el presente así como los proyectos de futuro. La memoria
colectiva judía está contaminada por el discurso sionista. A este respecto,
tomar el Holocausto como punto de referencia de la rica experiencia del pueblo
judío no es suficiente. De entrada debe quedar claro que el Sionismo es sólo
un intento entre otros, en los tiempos modernos, de resolver la cuestión judía
que causa su situación específica en el contexto europeo. El esfuerzo por
unificar los diferentes elementos del judaísmo tras el proyecto sionista fue
una apuesta hecha a finales del siglo diecinueve que nunca cristalizó hasta
después del Holocausto. El nacionalismo secular entre las poblaciones judías
de Europa apareció paralelamente al surgimiento de ideologías nacionalistas en
el continente después de la década de 1840. Pero las ideas del movimiento
empezaron a recibir el apoyo de una base judía sólo como resultado del
surgimiento del antisemitismo después de 1881. Aunque la población judía pobre
y discriminada de Europa del Este era la más receptiva al mensaje de una nueva
vida en Palestina, la mayoría sin embargo, intentó emigrar a Europa
occidental, las Américas y Australia.
La composición sociológica en la gestación del movimiento sionista se
caracterizó por una gran variedad: judíos religiosos, judíos no religiosos
identificados no obstante con la tradición judía, y hebreos sin interés en el
judaísmo pero aun así considerados como judíos por los gentiles. El
denominador común, además de su ascendencia, era la manera en que eran vistos
por los otros: es decir, el antisemitismo. Los judíos europeos estaban
dispersos y pertenecían (de modo desigual) a ciertas capas sociales en algunos
lugares y a unas diferentes en otros. Algunos estaban más integrados mientras
que otros no lo estaban tanto. Algunos compartían una particularidad cultural,
por ejemplo, los hebreo-hablantes de Europa oriental, y de la misma manera,
los judíos de Europa estaban divididos en muchas corrientes ideológicas.4 Los
vínculos del pueblo llano judío estaban bastante limitados por su entorno
inmediato y situación.
El nacionalismo reclutó sus tropas de apoyo entre los judíos pobres y
perseguidos de Europa del Este. A este respecto es útil recordar que los
judíos integrados en Europa occidental no eran demasiado entusiastas ante la
idea de ver inmigrantes judíos de Europa del Este en sus países. Esto era
debido al desdén que la burguesía judía occidental sentía por estos
trabajadores pobremente cualificados así como a la aprensión porque semejante
influjo pudiese reforzar el antisemitismo latente.5
Bajo estas condiciones, era casi natural que el liderazgo del movimiento
sionista tendiese a ser de intelectuales de clase media de Europa central y
occidental que buscaban el apoyo de la grande bourgeoisie judía de Occidente
la cual, de acuerdo con Maxime Rodinson, era “simplemente demasiado feliz para
desviarse de Europa Occidental y América; una oleada de inmigrantes de clase
inferior con extrañas características étnicas y tendencias revolucionarias
ponían en peligro sus propias posibilidades de integración”.6
En los años de la formación del sionismo, la izquierda política judía
estaba escindida entre partidarios y opositores del nacionalismo judío. Ambas
tendencias reclamaban un marco de clase para dar legitimidad a sus
posiciones.7 En el contexto de los debates, los sionistas de izquierdas
pusieron el énfasis en la fuerza del elemento proletario judío y la ideología
socialista del movimiento sionista, sugiriendo que bajo determinadas
circunstancias la formación de su estado ideal podría contribuir a la lucha
antiimperialista a escala mundial. En cuanto a la izquierda antisionista,
enfatizaba (al igual que algunos oponentes de derechas al sionismo) el
liderazgo burgués y capitalista del movimiento así como sus ataduras
imperialistas.
Las diferentes corrientes que contribuyeron a la aparición del sionismo
hacen difícil considerar el movimiento meramente como el producto de una clase
específica de judíos. Su relación con el judaísmo es igual de complicada. El
Sionismo trató de instrumentalizar la religión para servir a su interés
político. Quiso mantener intacta la función social del judaísmo para unificar
al pueblo judío, eliminando al mismo tiempo su contenido místico. Entre las
corrientes seculares favorables a la reunificación de los judíos hubo
proyectos de patrias en otros lugares distintos de Palestina. Theodor Herzl,
autor de Der Judenstaat (El Estado de los judíos sería mejor traducción que El
Estado judío) manifestó su interés personal acerca de una entidad judía en
Argentina o en África. Los judíos religiosos ortodoxos estaban prevenidos
contra las paradojas contenidas en el proyecto Sionista, el cual por una
parte, abogaba por mantener la identidad religiosa, mientras por otra
amenazaba su existencia sustituyendo la constante del mesianismo judío con la
extraña doctrina del nacionalismo judío. Como formuló Yakov M. Rabkin, el
dilema era que “mientras (el Sionismo) se autodefinía como una fuerza
modernizadora contra el peso muerto de la tradición y la historia, idealizaba
el pasado bíblico, manipulaba los símbolos originales de la religión y
proponía convertir en realidad los sueños milenarios de los judíos. Pero sobre
todo, el Sionismo propuso una nueva definición de lo que significa ser
judío”.8
Aunque el movimiento sionista acompasaba diversas tendencias políticas y
sociales – desde las clases trabajadoras de Europa del Este y Rusia hasta la
integrada clase media y los profesionales de los países occidentales-- el
proyecto no habría sido capaz de fundirse sin los esfuerzos de los elementos
judíos integrados en Occidente que buscaron el apoyo de diversas potencias
imperialistas europeas y americanas, a pesar del postulado del sionismo
político en torno a la incompatibilidad entre los judíos, especialmente los de
Europa del Este, y las poblaciones cristianas. Proyectó la emigración a un
territorio extra-europeo para establecer una nación de corte occidental. Como
hizo notar Nathan Weinstock: “Semejante ideología sólo podía aparecer durante
la época del imperialismo y debe situarse en la continuación de la expansión
colonial europea”.9
Los líderes sionistas de aquellos días estaban muy atentos a que su
movimiento no operase en un vacío geopolítico o en un ambiente cultural
globalizado. Entre las divisiones que había dentro del movimiento, como entre
secularismo y religión, o entre la ideología de la clase trabajadora y el
liberalismo capitalista, es la disonancia entre las identidades occidental y
oriental del pueblo judío la que persiste en la sociedad israelí moderna.
Mientras que el sionista cultural, Martin Buber, consideraba a los judíos de
Palestina como pertenecientes a la esfera de las culturas orientales y
enfatizó los lazos históricos judíos con Oriente por tradiciones culturales y
religiosas, Theodor Herzl, en contraste, se adhirió a una conceptualización
eurocéntrica de la identidad del judaísmo. En esta perspectiva, ¡sólo
importaban los judíos askenazíes! El punto crucial en la visión de Herzl de la
condición judía en el contexto europeo y la visión mundial de una entidad
judía en la era del imperialismo se basa en la suposición de que aunque el
antisemitismo no podía ser derrotado en la sociedad cristiana, ¡el estado
judío podía sin embargo convertirse en parte de la comunidad imperialista!
Como un estratega realista, se dio cuenta de que era necesario considerar el
interés de las grandes potencias en el proyecto de una entidad judía en
Palestina. En su importante documento Der Judenstaat (1886), escrito antes de
la caída del Imperio Otomano, Herzl afirma claramente cómo un estado judío
estaría a favor de la gran potencia que promoviera la causa sionista: “Si Su
Majestad el Sultán nos diera Palestina, tomaríamos la responsabilidad de poner
completamente en orden las finanzas de Turquía. Para Europa podríamos
representar parte de la barrera contra Asia; serviríamos como puesto de
avanzada de la civilización contra la barbarie. Como estado neutral
seguiríamos aliados con toda Europa, que a cambio tendría que garantizar
nuestra existencia”.10
La interesante paradoja de esta postura, que cobró preeminencia en la
Organización Sionista Mundial (WZO), era que asumía que aunque la judeofobia
no podía derrotarse en el mundo occidental, estas mismas potencias podían
movilizarse para resolver su propio problema judío interno aceptando el
establecimiento de una patria para los judíos. Como señalaba Lenni Brenner:
“La acomodación al antisemitismo –y su utilización pragmática con el propósito
de lograr un estado judío-- se convirtió en la principal estratagema del
movimiento, y permaneció fiel a su concepción primigenia antes de y durante el
Holocausto”.11 En consecuencia, mientras una corriente del Sionismo,
representada por Martin Buber, esperaba que los judíos asimilasen sus raíces y
se convirtieran en parte de Oriente Medio, la corriente principal del
Sionismo, en contraste, adoptó una postura colonialista ante la población
árabe de Palestina. En la visión mundial de Theodor Herzl, la solución a la
cuestión judía en Europa solo podía comprenderse comprometiéndose con las
potencias imperialistas y presentando el proyecto sionista como concordante
con sus intereses. Con lo que más tarde se llamaría solidaridad con el tercer
mundo, Buber se opuso al eurocentrismo de esta postura, y puede decirse que su
comprensión de la problemática fue uno de los primeros ejemplos de políticas
de identidad étnica.12
La aparición del nacionalismo judío estaba teniendo lugar durante un
periodo dramático de la historia europea. E. J. Hobsbawm etiquetó la evolución
del capitalismo durante el siglo diecinueve tanto de Era de la Revolución como
de Era del Imperio. Es en este contexto de disrupción sociopolítica que
acompañaba al proceso de modernidad, en el que las poblaciones judías se
vieron inmersas en el torbellino de las políticas europeas. El antisemitismo
era parte de la xenofobia general que se hizo patente en tiempos difíciles. En
países como Francia y Alemania donde los judíos representaban una pequeña
parte de la población, el antisemitismo se dirigió contra los banqueros,
empresarios, y otros a quienes la gente sencilla identificaba con los estragos
del capitalismo. Hobsbawm hace notar que el antagonismo contra los judíos
adquirió una nueva dimensión con el aumento de la xenofobia en la ideología de
la derecha nacionalista: “El antisemitismo, dijo entonces el líder socialista
alemán Bebel, era ‘el socialismo de los idiotas’. Aun así lo que nos choca
acerca del ascenso del antisemitismo político de finales de siglo no es tanto
la ecuación ‘judío ≈ capitalista’, lo que no era inverosímil en gran parte de
Europa oriental y central, sino su asociación con el nacionalismo del ala
derecha”.13
El siglo veinte abrió una ventana de oportunidad para el Sionismo, y el
compromiso de la WZO con las grandes potencias le dio una influencia
sustancial hacia el final de la inter-imperialista Primera Guerra Mundial.
Aunque muchos sionistas habían sido pro-alemanes, la organización había hecho
esfuerzos principalmente en Gran Bretaña. Aunque no directamente relacionado
con estos esfuerzos, el curso de la Guerra y los acontecimientos en Rusia, con
la caída del Zar, cambió las fortunas del proyecto sionista. Las fuerzas
socialistas entre los judíos de las clases trabajadoras de Rusia y de otras
naciones europeas inclinaban sus simpatías hacia la Revolución Soviética y una
cantidad de judíos vinieron a jugar un papel influyente en el nuevo régimen.
Visto desde Londres, la WZO apareció como una herramienta útil en su
estrategia diplomática para debilitar el impacto de la Revolución Soviética
así como, de acuerdo con Lenni Brenner, en influir para que los judíos de
EE.UU presionasen a Washington para que tomara parte en la guerra de Europa.14
La relación de mutuo interés entre la WZO y el imperialismo británico dio
como resultado la notoria Declaración Balfour. Esta fue una carta que el
Secretario de Exterior Arthur James Balfour escribió a su amigo Lord Lionel
Walter Rotschild. En ese documento Balfour prometía que el gobierno británico
se esforzaría en facilitar la consecución de un “hogar nacional para el pueblo
judío” con el complicado anexo de que “no se hará nada que pueda perjudicar
los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en
Palestina, o los derechos y el estatus político disfrutados por judíos en
cualquier otro país”.15 La ambivalencia del documento puede explicarse como el
resultado de la insistencia del ministro judío, Edwin Montagu, quien acusó al
gobierno de antisemitismo por convertir implícitamente a los judíos británicos
en “extraños y ajenos”. De hecho, la comunidad anglojudía se encontraba
dividida en la época del proyecto sionista. Mientras los Samuel y los
Rotschild estaban a favor del apoyo británico a la creación de una patria
judía, las familias Cohen, Magnus, Montefiore y Montagu estaban en contra.
El argumento de los opositores integrados a la conceptualización sionista
de la condición judía se basaba en la suposición de que la integración era
posible y que los judíos debían esforzarse en lograrla. En mayo de 1917, un
comité publicó una carta en el London Times, en nombre de las principales
organizaciones anglojudías, diciendo explícitamente que los judíos emancipados
no tenían otra aspiración nacional distinta que la de ser británicos. Además
el comité consideraba que el establecimiento de una nación judía en Palestina
basado en la presunción del desamparo judío “tendría el efecto de mostrar a
los judíos como extraños en sus países de nacimiento”.
Pero, la disputa sobre el caso no se quedó en un mero asunto entre las
facciones sionista y no sionista dentro de la comunidad judía británica. De no
haber participado otros actores hay pocas dudas acerca de que los judíos
antisionistas hubieran podido ganar. Pero como afirmó Chaim Bermant “Había que
tener en cuenta a los gentiles sionistas y ellos fueron los ganadores”.16
Sin embargo aplacar las presiones sionistas no era el interés primario del
imperialismo británico en aquel tiempo. La ocasión de la Declaración Balfour
es interesante desde el momento en que tuvo lugar hacia el final de la Primera
Guerra Mundial y la disolución del Imperio Otomano. En ese momento Inglaterra
estaba en proceso de posicionarse y redefinir con Francia el mapa de Oriente
Medio. Estas dos potencias acabaron definiendo las fronteras de Palestina. Sin
embargo, la élite política británica tenía que conciliar su compromiso en el
establecimiento de un estado judío con su conocimiento de los intereses del
movimiento nacionalista árabe para no defraudar las expectativas árabes en
cuanto a Palestina en la nueva geopolítica de la región.
La amenaza de la Revolución de Octubre
Pero había otro desafío importante enfrentándose al imperialismo británico
que afectó a su estrategia hacia el Sionismo durante este periodo. En 1917
estaba teniendo lugar una importante transformación política en Rusia. La
Revolución de Febrero terminó con la abdicación del Zar Nicolás II, el colapso
de la Rusia Imperial, la exigencia popular de paz con Alemania, y el fin de la
dinastía Romanov. El gobierno provisional de Alexander Kerensky era una
alianza entre fuerzas liberales y socialistas que esperaba reformar el
sistema. Su fracaso, que condujo a la Revolución de Octubre, significó un
cambio en la estructura sociopolítica de Rusia y supuso una amenaza para el
sistema capitalista mundial. Esta era al menos la percepción en los círculos
políticos de Londres. La elite política británica se opuso a la intención de
los bolcheviques de sacara a Rusia de la guerra, lo que podría haber reforzado
a los alemanes en el frente occidental. Pero aún más importante era el temor
de que triunfase una revolución socialista que se extendiera por Europa debido
en parte a la impopularidad del baño de sangre interimperialista. De hecho, la
Primera Guerra Mundial terminó en 1918 a la sombra de la Revolución Rusa. La
paz sin embargo no impidió una intervención militar aliada en la subsiguiente
guerra civil rusa del lado de los Blancos contra los Rojos. El coordinador de
este esfuerzo fue el joven Winston S. Churchill, entonces ministro de defensa
del gobierno británico.17
La carta Balfour debe ser vista en este contexto. La población judía de
Europa estaba dividida entre diferentes clases y diferentes filiaciones
ideológicas y aspiraciones. Pero el intento del Sionismo de imponer límites
nacionalistas a la identidad judía no era fácilmente aceptado. El Yiddishe
Arbeiter Bund, el partido socialista judío más popular, era militantemente
antisionista.18 Generalmente, la clase trabajadora judía se sentía atraída por
las ideas del socialismo y algunos judíos jugaron un papel influyente en la
Revolución Bolchevique. Bajo estas condiciones, el apoyo británico al Sionismo
en aquel tiempo podría ser interpretado como un intento de debilitar el
experimento soviético desde el principio desligando a los judíos del
socialismo universalista. La proyección de una “conspiración judeocomunista”
se convirtió en el elemento justificativo tras la estrategia británica así
como de la posterior visión Nazi del mundo. Ambas posturas estaban basadas en
un antisemitismo político implícito ¡y paradójicamente no en oposición a los
principios fundadores del Sionismo!
En un interesante artículo publicado en el Illustrated Sunday Herald en
1920, Winston Churchill aclaraba la estrategia británica de ayudar al Sionismo
al tiempo que surgía el espectro de la judeofobia. Bajo el título “Sionismo
versus Bolchevismo – La lucha por el espíritu del pueblo judío”, el artículo
distinguía entre “judíos buenos y malos". Los judíos buenos eran los “judíos
nacionales” que estaban integrados en su país, practicantes de la fe judía,
como era el caso en Inglaterra. Los judíos nacionales rusos que promovieron el
desarrollo del capitalismo durante el régimen zarista también pertenecían a la
categoría de “judíos buenos”. Los malvados son los “judíos internacionales”
que pertenecen a una siniestra confederación atea y “han abandonado la fe de
sus antepasados, y apartado de su mente toda esperanza espiritual en el otro
mundo”. De acuerdo con Churchill, esta corriente incluía a Karl Marx, Leon
Trotsky, Bela Kun, Rosa Luxemburgo, y Emma Goldman. Se decía que algunos de
estos judíos internacionales malos habían jugado una parte importante en la
creación del Bolchevismo y el advenimiento de la Revolución Rusa. En
consecuencia, lo importante para el Sionismo era “promover y desarrollar
cualquier movimiento marcadamente judío que conduzca directamente lejos de
estas fatales asociaciones”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, el
Sionismo ofrecía así una tercera concepción política de “la raza judía”. En
palabras de Churchill: “En claro contraste con el comunismo internacional, le
muestra al judío una idea eminentemente de carácter nacional”. Incluso aunque
no pudiese dar cabida a toda la población judía, la creación de un estado
judío bajo la protección de la corona británica sería un evento que podría ser
beneficioso y estaría en armonía con “los intereses más genuinos del Imperio
Británico”.19
El anticomunismo de Churchill y la instrumentalización del Sionismo
político para debilitar las aspiraciones socialistas de los judíos eran
esfuerzos que no estaban libres de contradicciones. En la cuestión judía, el
Bolchevismo de aquel tiempo se había opuesto al Sionismo en el frente
ideológico y al antisemitismo a nivel político. En contraste, el imperialismo
británico promovía el Sionismo en contra del Bolchevismo a la vez que apoyaba
a los elementos de los Guardias Blancos en la guerra civil rusa, que tenían
una larga tradición de antisemitismo y pogromes. Durante la guerra civil, las
fuerzas antibolcheviques mataron a al menos 60.000 judíos.20 Otra dificultad
para el imperialismo británico en Oriente Medio era que no podía actuar
abiertamente en favor de la creación de un estado judío sin despertar la
oposición árabe a los intereses del imperio.
Lo que logró este discurso prosionista fue sin embargo hacer
ideológicamente aceptable el antisemitismo en términos sociales y políticos.
Más sofisticado que los “Protocolos de los Mayores de Zion”, cuya inspiración
retrocedía a los tiempos de la Revolución Francesa a finales del siglo
dieciocho cuando los círculos reaccionarios franceses denunciaron una mano
judía en aquel suceso histórico, Churchill repetía no obstante el bulo de una
conspiración judía internacional. Semejante mito había seguido vivo en la
Europa del siglo diecinueve, en países como Alemania y Polonia. La
sofisticación tras el enfoque de Churchill era que su antisemitismo se basaba
en un análisis clasista de la cuestión judía, ¡como muestra la diferenciación
entre los “judíos buenos” (capitalistas integrados y sionistas) y los “judíos
malos” (socialistas)!
En consecuencia, lejos de devolver a su lámpara al genio del antisemitismo
moderno, el fenómeno se movilizaba ahora en la cruzada contra el socialismo y
a favor del sionismo político. En lo que concierne al antisemitismo de aquel
tiempo, acabó basándose en la noción de que los judíos ¡habían inventado el
socialismo y el Bolchevismo con la intención de asumir el poder sobre los
desamparados goyim (gentiles)! En el caso del antisemitismo continental, el
postulado de un conglomerado judeosocialista coexistía con la visión de que
los banqueros judíos controlaban el mundo. Mientras la postura de Churchill
sobre la cuestión judía estaba basada en el odio de clase hacia los judíos
socialistas, el antisemitismo de Adolf Hitler era más patológico. Como dijo en
una frase del Mein Kampf citada a menudo: “Si, con la ayuda de su credo
marxista, los judíos triunfan sobre los pueblos del mundo, entonces su corona
será la corona funeraria de la humanidad”.
A pesar del antisemitismo primordial de Adolf Hitler y el proyecto de
aniquilación de los judíos europeos, una faceta menos conocida del Holocausto
es que había una implícita simpatía nazi por el proyecto sionista y
paradójicamente un acuerdo con el axioma del sionismo en cuanto a la
incompatibilidad de judaísmo y ciudadanía alemana. El eslogan “Juden raus!” y
“¡Kikes a Palestina!” que estaban en boga en Europa en aquel tiempo reforzaban
el mensaje sionista. Lenni Brenner en un capítulo de la relación
nazismo-sionismo hace referencia a un dirigente político nazi de Bavaria que
apostilló “que la mejor solución a la cuestión judía, para judíos y gentiles
por igual, era la patria nacional palestina”.21 El objetivo original del
nazismo había sido hacer a Alemania “Judenfrei“ lo que se extrapoló al resto
de Europa. En principio ello no suponía el exterminio del pueblo judío. Los
nazis habían planeado el proyecto de un “principado judío” en el centro de
Polonia como una forma de reserva para los judíos alemanes. Tras la derrota de
Francia, Adolf Eichmann trabajó un año entero en un proyecto para convertir la
colonia francesa de Madagascar en un “principado judío” para los judíos
europeos.22
En la recién nacida Unión Soviética--con la mayor concentración de judíos
del mundo en aquel tiempo (cinco millones) --la cuestión judía requirió la
atención inmediata del nuevo régimen por las condiciones específicas de los
judíos en Rusia por una parte, y de otra por las presiones del Sionismo. En
tiempos del Zarismo, la actividad económica tradicional de la mayoría de
judíos se había concentrado en el comercio y la pequeña artesanía.
Políticamente, y al contrario que otras minorías, los judíos no reclamaban una
nacionalidad. Estaban dispersos entre las entidades nacionales y hablaban en yiddish. Como si se tratase de un principio de doctrina, el régimen soviético
desde el principio combatió las manifestaciones de antisemitismo en una
sociedad ya infectada por el virus, atrayendo así a los intelectuales judíos
hacia el Partido Comunista. Mientras la Nueva Política Económica estuvo
vigente, tras las penurias de las intervenciones extranjeras y la política
económica del “comunismo de guerra”, la pequeña burguesía política se
aprovechó de la reaparición del sector privado y consolidó su posición
económica.
No obstante, esto junto con el empleo de judíos en la administración, avivó
el antisemitismo entre los rusos de todas las nacionalidades. El nuevo régimen
se encontró a sí mismo rodeado por el antisemitismo residual, y a veces
virulento, de la sociedad rusa, por la necesidad de encontrar una solución
socioeconómica y política a la situación de los judíos, la necesidad de
desarrollo de las regiones remotas y económicamente atrasadas, la presión del
Sionismo, y por último y no menos importante por su propia comprensión teórica
de la cuestión nacional. En El Marxismo y la Cuestión Nacional (1913), Stalin,
que tras la revolución se había convertido en Comisario Popular de Asuntos
Nacionales, formuló la idea de que para ser calificada de nación, una minoría
nacional debía estar caracterizada por una cultura específica, un idioma, y un
territorio común. Por supuesto la última característica no se correspondía con
los judíos de Rusia ya que vivían dispersos a lo largo del territorio. No
obstante, eran identificados como una nacionalidad. Para desarrollar las
regiones del Lejano Oriente y para paliar la ofensiva del Sionismo político
por una patria, se lanzó una alternativa soviética al proyecto sionista en
1928, cuando Birobidzhan fue apartado de la colonización judía. En 1934, la
región autónoma era proclamada como patria judía con una floreciente cultura
yiddish. Como dijo Nathan Weinstock, este sustituto de Palestina tenía
probablemente la intención de apartar a los judíos soviéticos de Palestina y
de su lealtad al Sionismo político. Pero de hecho elevar la identidad de los
judíos al estatus de nacionalidad no podía sino ser beneficioso para la
construcción ideológica y el proyecto político sionistas. Contrarestar el
sueño de un “Eretz Israel” (Tierra de Israel) con un “Ersatz Israel”
(Sustituto de Israel),23 aunque una solución defensiva y pragmática a la
cuestión judía rusa, supuso en última instancia reforzar los fundamentos
ideológicos del nacionalismo judío.
Mucho se ha escrito sobre la persistencia del antisemitismo en la sociedad
soviética así como en las luchas políticas internas del Partido Comunista de
la Unión Soviética, pero el judaísmo occidental no ha prestado atención al
hecho de que en los años 1935-43, fue el “Imperio del Mal” quien vino a dar
cobijo a la mayoría de los judíos europeos que huían del genocidio nazi.
Mientras Estados Unidos e Inglaterra permitieron sólo el 6,6 por ciento y el
1,9 por ciento de inmigrantes judíos respectivamente, el 75,3 por ciento de
los refugiados judíos de Europa, que se acercan a los dos millones,
encontraron refugio en la Unión Soviética.24
La tarea del nacionalismo judío como una construcción ideológica y política
del Sionismo implicaba la remodelación de la psique de los judíos europeos en
una (¿falsa?) conciencia de singularidad. Para hacer esto, la diversidad de
experiencias de los judíos en la Diáspora se consideró de menor importancia
que la presunta permanencia de la judeofobia, la cual llegó a su culmen en
Europa con el Holocausto. El Sionismo era por supuesto un proyecto de los
judíos europeos que para legitimar su reconocimiento debía aplicarse a la
situación de judíos con experiencias históricas diversas. Incluso en el estado
sionista, la dominación Askenazí ha sido evidente desde el principio. Como
afirmó Ella Shohat: “Dentro de Israel, y en el escenario de la opinión
mundial, la voz hegemónica de Israel ha sido casi invariablemente la de los
judíos europeos, los Askenazíes, mientras que la voz Sefardí/Mizrahí (judíos
orientales/árabes) ha sido en gran medida velada o silenciada”.25 Merece la
pena señalar que aunque la situación de los judíos árabes no fuera idílica,
los Sefardíes vivían, en términos generales, cómodamente dentro de la sociedad
árabe-musulmana. Según Ella Shohat durante el año de la formación del Sionismo
político, los judíos Sefardíes eran bastante indiferentes al respecto. En
algunos casos, los líderes religiosos judeoárabes denunciaron el Sionismo
protestando contra la Declaración Balfour. En su fase temprana, el movimiento
árabe en Palestina y Siria distinguió cuidadosamente entre los inmigrantes
sionistas y la población judía local (mayoritariamente Sefardí) que vivía
pacíficamente con sus vecinos.26
En medio de la descolonización y del recrudecimiento de las luchas de
liberación nacionales, la aparición en Oriente Medio de la nueva nación
euro-israelí--cuya elite política se identificaba con Occidente--no podía dejar
de influir en las políticas árabes. Las luchas antiimperialistas en estos
países fueron desviadas en la dirección de hacer política en función de la
relación o antagonismo hacia Israel. Como dijo Paul Sweezy tras la guerra de
1967 entre Israel y sus vecinos árabes: “El resultado de concentrar la lucha
contra los actores locales en la alianza imperialista Israelí resulta ser lo
contrario de lo que se pretendía: mantiene dividido al mundo árabe y lo
debilita, a la vez que refuerza la garra del imperialismo”.
Implícitamente venía a decir que era una trampa que los árabes debían
evitar.27 Esta reflexión es interesante hasta el punto de que muestra la
comprensión del conflicto árabe-israelí que existía entre las fuerzas
progresistas de Occidente en aquel tiempo. El consejo de que los progresistas
árabes deberían tratar de acentuar las divisiones en la sociedad israelí
buscando campos comunes con elementos del proletariado israelí, que comprende
a la mayoría de los judíos provenientes de Asia y África, asignaba la
responsabilidad de la madurez política a la parte árabe. Los judíos
socialistas en la Diáspora mantuvieron una unilateralidad aún más acentuada.
Esto se ejemplifica en un segundo comentario editorial del mismo ejemplar de
Monthly Review, cuando Leo Huberman fue un paso más allá al escribir que: “Los
socialistas árabes deberían mirar a su objetivo real--si van a tomar parte en
una ‘guerra santa’ deberían dirigir esa guerra contra el enemigo número uno
que no es Israel sino el feudalismo y el imperialismo”.28
El proto-fascismo de Israel
No fue hasta décadas después de la guerra preventiva del ejército israelí
en 1967 que la Nakba (“catástrofe”) palestina recibió la atención o la
simpatía del mundo occidental. Con la derrota de los ejércitos árabes y la
conquista de Cisjordania y Gaza, la cultura política dominante de Israel tomó
la forma de un proto-fascismo. Desconocida hasta el momento, una sensación de
invencibilidad vino a permear los fundamentos ideológicos de la sociedad
israelí y a hacer que la Diáspora prosionista pasara a considerar al Sionismo
“real” como un derecho político. Como afirmaba un académico israelí: “Con la
victoria aérea de 1967 y la ocupación de Cisjordania y Gaza, la expansión
repentina de las fronteras de Israel dio lugar a una erosión más rápida de los
valores socialistas y humanistas que fueron una vez el distintivo del Sionismo
obrero”. Con la euforia hubo poca resistencia a “el nuevo y dinámico
movimiento de un Gran Israel, que buscó convertir la conquista más reciente de
Israel en una parte integral del país”.29 En este clima político la empatía
con los palestinos entre los israelíes y los judíos de la Diáspora estaba a su
nivel mínimo.
A pesar de lo cual, surgió una crítica radical desde el interior de la
sociedad israelí. Un grupo de intelectuales y académicos empezó a
reinterpretar el nacimiento de Israel reconociendo la limpieza étnica que
acompañó a la imposición del estado judío sobre la población árabe-palestina.
Esto sacó a la luz el aspecto más desagradable del Sionismo--el pecado original
de Israel. Estos historiadores revisionistas y sociólogos críticos
encapsulados bajo la denominación de “postsionistas” cuestionaron la narración
oficial acerca de la formación del estado y desafiaron la comprensión aceptada
de los orígenes del conflicto árabe-israelí. Al hacer esto se puso en tela de
juicio el monopolio sionista sobre la historiografía y las suposiciones
ideológicas.30 Rehabilitando a la identidad palestina como un pueblo y como
víctimas históricas, el “postsionismo” hizo posible analizar la estrategia
israelí en términos de un “politicidio” perpetrado sobre las poblaciones
árabes con la intención de disolver al pueblo palestino como “entidad
económica, social y política”.31 El eslogan sionista de “una tierra sin pueblo
para un pueblo sin tierra”, que había reducido a los árabes palestinos a un
estatus de no existencia, demostraba ahora haber sido un mito, haciendo
visible la “miopía moral” del Sionismo.32
La Intifada en los territorios ocupados contra las fuerzas armadas
israelíes hizo más concreta la presencia del pueblo palestino. En consonancia
con la cuestión judía en general y con el conflicto palestino-israelí en
particular ha habido y hay aún un dilema para la opinión progresista en
Occidente. Al tiempo que se reconoce que las políticas árabes y su cultura
política se vieron afectadas por la intrusión del estado judío en la región y
su alianza con los Estados Unidos, no se dio la misma consideración a la
transformación de la cultura política judía, tanto en Israel como en la
Diáspora, como resultado de la creación del estado sionista y su relación de
patrón-cliente con los Estados Unidos. Los judíos proisraelíes de todas las
corrientes políticas han sido embaucados por el discurso ideológico del
Sionismo, que ha saludado la existencia del estado judío como garante de la
seguridad de los judíos en todo el mundo.
Habiendo capturado las “alturas superiores” de la moralidad usurpando el
manto del victimismo del judaísmo europeo, el estado sionista, en un raro
ejemplo de chutzpah (“audacia” o también “insolencia”) transformó la
experiencia del Holocausto en capital político. En este contexto es
interesante observar que el Holocausto no se convirtió en un punto universal
de referencia hasta pasada la década de 1960. El motivo de la demora tiene que
ver con la convergencia de corrientes estratégicas e ideológicas en el periodo
de posguerra. Tras la derrota de la Alemania nazi, la coalición antifascista
dio lugar a la Guerra Fría entre el Este y el Oeste. La cuestión alemana jugó
un papel central en el establecimiento del sistema de alianzas occidentales
bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Bajo estas condiciones había poco
interés por parte de la política exterior de EE.UU y del mismo gobierno de
EE.UU de alejar a Alemania de la responsabilidad Nazi en el exterminio de los
judíos europeos. Además, mirar de cerca el Holocausto nos revela el provecho
de las industrias de EE.UU al armar la maquinaria de guerra de Hitler. En lo
que concierne a la élite judía americana, dio su aquiescencia al silencio
público sobre este crimen monstruoso y aceptó la política de EE.UU de rearmar
a una Alemania apenas desnazificada. Motivado tal vez por el interés en no
reactivar el antisemitismo americano poniendo en riesgo su mejorada situación,
el judaísmo de EE.UU siguió una estrategia oportunista.33
En el caso de Israel, la cuestión del Shoah (“el Holocausto”) reflejó la
compleja relación de la ideología sionista hacia los judíos no israelíes. El
exterminio de los judíos europeos legitimó la causa del Sionismo, hasta el
punto de que el Holocausto confirmó que los judíos no podían sobrevivir y
prosperar en la Diáspora y que la integración y la asimilación en estas
naciones era una ilusión. Al mismo tiempo, había un sentimiento ampliamente
extendido entre los israelíes tras la Segunda Guerra Mundial de que los judíos
europeos eran culpables de su destino, por no haber recurrido a la resistencia
armada. En contraste, los israelíes se vieron a sí mismos rechazando el pasado
y creando una nueva clase de judío, capaz de defender a su pueblo y al estado
judío.34 A medida que evolucionó el enfoque sobre el Holocausto, se hizo
visible la transformación de la lucha por un Israel seguro en una de expansión
y de Estado conquistador. El paradigma del Shoah se hizo útil para recordar a
la opinión pública lo justificable de la creación de un estado judío y para
desviar las críticas hacia las políticas israelíes, especialmente en los
territorios ocupados de Palestina.
El discurso del Holocausto, sin embargo, era más importante en la Diáspora
que en el propio Israel e introdujo un elemento de confusión en las filas de
los políticos progresistas. Los sesenta habían sido una década de activismo
juvenil en Occidente que había incluido la dirección de algunos participantes
judíos. Muchos activistas antiimperialistas judíos en la Diáspora se vieron
desequilibrados por el descubrimiento de que Israel, como encarnación del
victimismo del pueblo judío, podía ser capaz de victimizar a otro pueblo y de
seguir una política exterior a favor del imperialismo de EE.UU. En los
términos de Churchill, los “judíos malos” (internacionalistas y
antiimperialistas) se acabaron convirtiendo en “judíos buenos” (prosionistas y
bien establecidos en Occidente). ¡Algunos de ellos se convirtieron en figuras
clave del neoconservadurismo!
La desesperación con la que el paradigma del Holocausto es proyectado por
los dirigentes políticos del Sionismo moderno y de Occidente (en especial
EE.UU) no es kosher. El intento de adelantarse a las críticas a la política y
estrategia de Israel y EE.UU en Oriente Medio difícilmente será viable a largo
plazo. Además de la disidencia hacia la ideología dominante en Israel, el
éxito del Sionismo en establecer un estado capitalista judío moderno contiene
la semilla de su propio “post-Sionismo” social. Desde una proyección inicial
de social-nacionalismo pionero, en los últimos años la sociedad israelí parece
estar afectada por una crisis de identidad y material acentuada por la
implementación del neoliberalismo. De haber sido inicialmente una de las
sociedades occidentales más igualitarias, la sociedad israelí se ha convertido
desde los años 80 en una de las más desiguales. El índice de pobreza en Israel
es uno de los más elevados de los países capitalistas avanzados con
aproximadamente el 22 por ciento de la población viviendo por debajo del
umbral de pobreza.35 Los pronósticos socioeconómicos son sombríos para un
número considerable de israelíes y esta crisis que se filtra se traduce en una
crisis de identidad para la generación nacida en Israel que no sintoniza con
el judaísmo. “Es ideológicamente indiferente, secular, pequeñoburguesa en su
estilo de vida y en su visión general, apática respecto del mundo judío, e
interesada solamente en su autosatisfacción”.36
El disidente político israelí Avraham Burg, antiguo portavoz del Knesset
(Parlamento israelí), teme que el experimento sionista lleve al estado judío a
la tragedia. Sin haberse convertido en antisionista, siente sin embargo que
los principios originales del Sionismo y los valores de la declaración de
independencia han sido traicionados y que Israel se ha transformado en un
estado colonialista liderado por una camarilla corrupta de forajidos. En una
entrevista en el periódico israelí Yediot Aharonot en 2003, prevé un futuro
sombrío para el proyecto sionista: “El fin del Sionismo está a las puertas… es
posible que sobreviva el estado judío, pero será otra clase de estado,
alarmante por ser ajeno a nuestros valores”.37