Primera constatación: el nuevo Presidente no ha cometido ningún error grave. Lo
cual es primordial si recordamos que John F. Kennedy, por ejemplo, en su primer
semestre, se había dejado arrastrar, el 17 de abril de 1961, a la desastrosa
invasión de Bahía de Cochinos, en Cuba. Tampoco se ha visto Obama enfrentado a
un acontecimiento violento imprevisto, cuando Ronald Reagan, el 30 de marzo de
1981, ya había sido herido en un atentado. Y a Bill Clinton, el 26 de febrero de
1993, o sea 38 días apenas después de su toma de posesión, le tocó afrontar la
tragedia provocada por la explosión, en los sótanos del World Trade Center, en
Nueva York, de un camión repleto de explosivos que mató a seis personas e hirió
a más de mil.
Segunda anotación: la simpatía respecto a Barack Obama se mantiene a un nivel
alto. A pesar de que Estados Unidos atraviesa la peor crisis de su historia
desde la Gran Depresión de los años 1930, una mayoría de estadounidenses -más
del 56%- aprueba su gestión. Y según el barómetro " World Leaders ",
Obama se ha convertido en el "dirigente más apreciado del planeta" (1) en
términos de popularidad y de influencia.
Tercera observación: el nuevo Presidente ha cumplido sus principales promesas.
Sin rechazar en absoluto la economía de mercado, ha vuelto a colocar al Estado
en el corazón de la vida económica y social (como se pudo apreciar cuando
quebró General Motors y el Estado decidió controlar el 72% del capital del
nuevo grupo reestucturado). El plan de ayuda a los bancos alcanzó cerca del
billón de dólares; el penal de Guantánamo se cerrará en enero de 2010 y los
presos serán enviados a países de acogida o juzgados por tribunales
estadounidenses; la tortura se ha prohibido; las tropas se retirarán de Irak
antes de agosto de 2010; cuatro millones de niños pobres disponen ahora de un
seguro de salud financiado por una tasa sobre el tabaco; nueve millones de
propietarios de viviendas tienen por fin la posibilidad de renegociar sus
hipotecas; la investigación médica sobre las células madre se ha autorizado;
el financiamiento público de la planificación familiar se ha restablecido; y
se ha lanzado un amplio programa para el desarrollo de energías renovables.
En oposición a la ideologización fanática de la diplomacia que practicó George
W. Bush, Obama adopta una actitud de no-ideólogo pragmático. Su empeño
principal: transmitir un sentimiento de confianza; el de un hombre que
mantiene su serenidad a pesar de las presiones y que no se deja
desestabilizar. No ha dudado en multiplicar, en diversos frentes diplomáticos,
los gestos de conciliación y de apertura; aunque también a veces -contra los
piratas de Somalia- de firmeza. Empeñándose siempre en rehabilitar la
credibilidad de Estados Unidos y en recuperar la confianza internacional.
Orador fuera de serie, Obama ha ido marcando su amplio programa diplomático
con discursos y declaraciones importantes. Por ejemplo, en abril pasado, en la
Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, cuando admitió que la política de
Washington durante 50 años contra Cuba "no funcionó". Propuso una "nueva era"
en las relaciones con Suramérica; mantuvo entrevistas cordiales con los
mandatarios de los nuevos países progresistas (Venezuela, Bolivia, Ecuador,
Nicaragua, Paraguay). Contrariamente a una larga tradición de intervencionismo
estadounidense en Centroamérica, Obama condenó, el 28 de junio pasado, el
golpe de Estado militar en Honduras contra el Presidente legítimo, Manuel
Zelaya.
Frente a los enrevesados problemas de Oriente Próximo, Barack Obama ha
confirmado la prioridad que él le confiere a la compleja guerra de Afganistán.
Ha aumentado allí el número de efectivos; y ha alcanzado una importante
victoria diplomática al conseguir que Pakistán combatiera por fin a los
talibanes y Al Qaeda en su propio territorio, en particular en el valle de
Swat.
Sobre la cuestión nuclear en Irán, ha tendido la mano a Teherán y propone
negociar directamente con las autoridades iraníes. A pesar de las acusaciones
de fraude en la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad el 12 de junio
pasado, Obama ha mantenido su política de apertura hacia la Revolución
islámica.
A propósito del asunto más intrincado, el israelo-palestino, las cosas se han
complicado después de la formación, en Israel, de un Ejecutivo con elementos
de extrema derecha, dirigido por el ultraconservador Benyamín Netanyahu. Este
Gobierno cometió el error de rechazar, en un primer momento, la teoría de los
dos Estados (palestino e israelí) (2), lo que Barack Obama sancionó poniendo
fin al apoyo incondicional de Washington a Israel. Es un cambio transcendental.
Por otra parte, en su importante discurso del 4 de junio en El Cairo, el
mandatario estadounidense quiso restablecer el contacto con el mundo musulmán.
Y romper así también con la política de su predecesor, no tanto sobre la
"cuestión árabe" sino más bien sobre la "cuestión israelí", lo que, en el
contexto de esta región, es idéntico en el fondo pero causa un impacto muy
diferente en la forma.
Después de recordar los lazos "indestructibles" que
unen Estados Unidos e Israel, Obama ha repetido su apego a la solución de los
dos Estados para acabar con el conflicto israelo-palestino. Y le ha exigido
claramente al Gobierno de Benyamín Netanyahu que cese toda nueva intalación de
colonias. Cosa que éste, presionado por sus aliados ultras, no acepta. En
consecuencia, y a pesar de sus grandes dotes de conciliador, Obama no podrá
evitar un choque contra el Gobierno extremista de Israel.
No todo ha sido exitoso o perfecto en estos primeros seis meses, pero el nuevo
Presidente ha dado muestras de iniciativas imprevistas. Se ha colocado del
lado del movimiento, del cambio, del deseo de justicia; y ha dado la impresión
de querer dirigir a su país hacia la defensa de un Estado de derecho
planetario. Podría tratarse de un cambio copernicano. Los oponentes habituales
de Estados Unidos van a tener que moderar sus "automatismos críticos" contra
Washington (hasta ahora casi siempre justificados). Y empezar a admitir que
algo estaría cambiando, para bien, con Barack Obama.
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Notas
(1) The International Herald Tribune , París, 29 de mayo de 2009.
(2) Benyamín Netanyahu, en su discurso de la Universidad Bar-Ilán, el 15 de
junio pasado, acabó por aceptar la creación de un Estado palestino, pero con
muchas condiciones difícilmente aceptables por los palestinos, entre ellas, la
de que sea un Estado desmilitarizado y que reconozca a Israel como "Estado del
pueblo judío".