Rebelión (**)
De
una manera que recuerda las políticas de la Nueva Guerra Fría de Ronald Reagan,
Obama ha aumentado enormemente el presupuesto militar, el número de tropas de
combate, ha marcado nuevas regiones como objetivo de la intervención militar y
respaldado golpes militares en regiones tradicionalmente controladas por
Estados Unidos. Sin embargo, la estrategia de retroceso de Obama tiene
lugar en un contexto interno e internacional muy diferente. A diferencia de
Reagan, Obama se enfrenta a una profunda y prolongada recesión/depresión, a
déficits fiscales y comerciales generalizados, a un papel cada vez menor en la
economía mundial y a una pérdida de dominio político en América Latina,
Oriente Próximo, este de Asia y otros lugares. Mientras que Reagan se enfrentó
a un decadente régimen comunista soviético, Obama se enfrenta a una creciente
oposición a escala mundial desde una variedad de regímenes electorales
independientes laicos, clericales, nacionalistas, democrático liberales y
socialistas, y de movimientos sociales anclados en luchas locales.
La estrategia de retroceso de Obama es evidente desde sus primeras
declaraciones en las que prometía reafirmar el dominio (‘liderazgo’)
estadounidense en Oriente Próximo, su proyección de potencia militar
generalizada en Afganistán y de expansión militar a Pakistán, y la
desestabilización de regímenes a través una profunda intervención por medio de
terceros, como en Irán y Honduras.
El hecho de que Obama persiga la estrategia de retroceso opera en
una multifacética política de abierta intervención militar, de operaciones
encubiertas a través de la ‘sociedad civil’ , de una retórica
diplomática aparentemente benigna de sutil persuasión que depende en mucho de
la propaganda mediática. Los importantes acontecimientos que se están
desarrollando actualmente ilustran las políticas de retroceso puestas
en marcha.
En Afganistán Obama ha más que duplicado el número de fuerzas militares
estadounidenses que han pasado de 32.000 a 68.000. Durante la primera semana
de julio sus comandantes militares emprendieron la mayor ofensiva militar
única desde hace décadas en la provincia del sur afgano de Helmand para
desplazar a la resistencia y al gobierno indígena.
En Pakistán el régimen Obama-Clinton-Holbrooke ejerció con éxito la máximo
presión sobre el recién instalado régimen cliente de Zedari para emprender una
ofensiva militar masiva y hacer retroceder a las fuerzas de la
resistencia islámica operativas desde hace mucho tiempo en las regiones
fronterizas del noroeste, mientras los drones [aviones teledirigidos] y
los comandos de las fuerzas especiales estadounidenses bombardean y asaltan
rutinariamente los pueblos y a los dirigentes locales pastún sospechosos de
apoyar a la resistencia.
En Iraq, el régimen de Obama emprende el ridículo complot de reconfigurar
el mapa urbano de Bagdad para incluir bases militares y operaciones
estadounidenses, y hacer pasar el resultado por “retirar las tropas a sus
barracas”. La multimilmillonaria inversión a largo plazo de Obama, su
infraestructura militar a larga escala, incluyendo bases, campos de aviación e
instalaciones, habla de una presencia imperial ‘permanente’, no de sus
promesas de campaña de una retirada programada. Mientras que ‘la puesta en
escena’ de elecciones fijas entre candidatos que son clientes certificados
por Estados Unidos es la norma en Iraq y Afganistán, donde la presencia de
tropas estadounidenses garantiza una victoria colonial, en Irán y Honduras
Washington recurre a operaciones encubiertas para desestabilizar o derrocar a
los presidentes en ejercicio que no apoyan las políticas de retroceso
de Obama.
La operación encubierta y no tan visible en Irán encontró su expresión en
un fracasado desafío electoral seguido de ‘manifestaciones masivas en las
calles’ centradas en la afirmación de que la victoria electoral del anti-imperialista
presidente en ejercicio Mahmoud Ahmadinejad fue el resultado de un ‘fraude
electoral’. Los medios de comunicación de masas occidentales desempeñaron
un papel fundamental durante la campaña electoral al proporcionar una
cobertura favorable exclusivamente de la oposición y aspectos negativos del
régimen en ejercicio. Los medios de comunicación de masas recubrieron las
‘noticias’ con propaganda a favor de los manifestantes al presentar
selectivamente la cobertura para deslegitimar las elecciones y a los altos
cargos electos, y hacerse eco de las acusaciones de ‘fraude’. El éxito
de propaganda de la campaña de desestabilización orquestada por Estados Unidos
incluso encontró un eco entre amplias secciones de lo que pasa por la
‘izquierda’ estadounidense la cual ignora la enorme financiación
coordinada por Estados Unidos de grupos y políticos iraníes clave involucrados
en las protestas en las calles. ‘Periodistas free-lance’
neo-conservadores, liberales e izquierdistas itinerantes, como Reese Erlich,
defendieron la campaña de desestabilización desde su propio punto de vistas
estratégico particular como ‘un movimiento democrático popular contra el
fraude electoral’.
Los animadores de derecha/izquierda de los proyectos de desestabilización
estadounidenses no consideraron varios factores explicativos clave:
1. Por ejemplo, ninguno de ellos habló del hecho de que varias semanas
antes de las elecciones un riguroso estudio dirigido por dos encuestadores
estadounidenses había revelado unos resultados electorales muy cercanos al
resultado real de las elecciones, incluidas las provincias étnicas en las que
la oposición afirmó que había habido fraude.
2. Ninguno de los críticos habló de los 400 millones de dólares concedidos
por la administración Bush para financiar el cambio de régimen, la
desestabilización interna y las operaciones terroristas transfronterizas.
Muchos de los estudiantes y de las ONG de la ‘sociedad civil’ en las
manifestaciones recibieron fondos de fundaciones y ONG extranjeras,
financiadas a su vez por el gobierno estadounidense.
3. Las acusaciones de fraude electoral se elaboraron después de que
se anunciaran los resultados de las elecciones. Durante todo el periodo previo
a las elecciones, especialmente cuando las oposición creían que iba a
ganarlas, ni los estudiantes que luego se manifestaron ni los medios de
comunicación de masas occidentales ni los periodistas freelance
hablaron de un fraude inminente. Durante todo el día de las elecciones, con
observadores de la oposición en cada colegio electoral, ni los medios de
comunicación ni los observadores internacionales y los izquierdistas que
apoyaban a la oposición señalaron que se hubiera intimidado a los votantes o
hubiera habido fraude. Los observadores de los partidos de la oposición
estuvieron presentes para controlar todo el proceso de recuento de votos y,
sin embargo, sólo con raras excepciones, no hubo entonces afirmaciones de
pucherazo. De hecho, excepto una dudosa afirmación del periodista free-lance
Reese Erlich, ninguno de los medios de comunicación del mundo afirmó que
hubiera habido más votos de los censados. E incluso se admitió que las
afirmaciones de Erlich se basaban en ‘relatos anecdóticos’ de fuentes
anónimas entre sus contactos en la oposición.
4. Durante la primera semana de protestas en Teherán los dirigentes
estadounidenses, los de la Unión Europea y los israelíes no cuestionaron la
validez del resultado de las elecciones. En cambio condenaron la represión
de los manifestantes por parte del régimen. Evidentemente, sus bien informados
operativos de inteligencia y embajadas proporcionaron una valoración más
acertada y sistemática de las preferencias de los votantes iraníes que la
propaganda urdida por los medios de comunicación de masas occidentales y los
tontos útiles entre la izquierda anglo-estadounidense.
La oposición electoral y en las calles respaldada por Estados Unidos en
Irán fue diseñada para llevar al límite una campaña de desestabilización, con
la intención de hacer retroceder la influencia iraní en Oriente
Próximo, minar la oposición de Teherán a la intervención militar
estadounidense en el Golfo, a su ocupación de Iraq y, sobre todo, el desafío
por parte de Irán a la proyección de poder militar de Israel en la región.
Durante años la política y la propaganda anti-iraní ha estado fuertemente
influenciada a diario por toda la configuración de poder en favor de Israel
existente en Estados Unidos. Esto incluye a 51 presidentes de las principales
organizaciones judías de Estados Unidos con más de un millón de miembros y
varios miles de funcionarios a tiempo completo, multitud de escritores y
comentaristas que dominan las páginas de opinión tanto de los influyentes
Washington Post, Wall Street Journal, New York Times como de
la prensa amarilla.
La política de Obama de hacer retroceder la influencia iraní se basó
en un proceso en dos etapas: apoyar a una coalición de disidentes del
clero, liberales pro-occidentales, disidentes demócratas y derechistas
vicarios de Estados Unidos. Una vez que llegaran el poder, Washington
empujaría a los clérigos disidentes a alianzas con sus aliados estratégicos
entre los liberales y derechistas pro-occidentales, que entonces cambiarían la
política de acuerdo con los intereses imperialistas estadounidenses y
coloniales israelíes cortando el apoyo a Siria, Hizbola, Hamás, Venezuela, la
resistencia iraquí y abrazando a los clientes saudí-iraquí-jordanos
pro-estadounidenses. En otras palabras, la política de retroceso de
Obama está diseñada para volver a situar a Irán en su alineamiento político
anterior a 1979.
La [estrategia] por parte de Obama de hacer retroceder a regímenes
electos críticos para imponer clientes acomodaticios encuentra otra expresión
en el reciente golpe militar en Honduras. El uso del alto mando del
ejército de Honduras y de los viejos vínculos de Washington con la oligarquía
local, que controla el Congreso y el Tribunal Supremo, facilitó el proceso y
obvió la necesidad de una intervención directa estadounidense —como fue el
caso en otras recientes campañas golpistas. A diferencia de Haití donde hace
sólo una década intervinieron los marines estadounidenses para derrocar al
democráticamente elegido Bertrand Aristide y respaldaron abiertamente el
fallido golpe contra el presidente Chávez en 2002 y, más recientemente,
financiaron el chapucero golpe contra el presidente electo Evo Morales en
septiembre de 2008, las circunstancias de la implicación estadounidense en
Honduras fueron más discretas para posibilitar un ‘desmentido creíble’.
La ‘presencia estructural’ y los motivos de Estados Unidos en relación al
derrocado presidente Zelaya son fácilmente identificables. Históricamente
Estados Unidos ha adiestrado y ha tratado con prácticamente todo el cuerpo de
oficiales de Honduras y ha mantenido una profunda penetración en todos los
altos niveles gracias a consultas diarias y a una planificación estratégica
común. A través de su base militar en Honduras los agentes de la inteligencia
militar del Pentágono mantienen estrechos contactos tanto para llevar a cabo
las políticas como para seguir la pista de todos los movimientos políticos por
parte de todos los actores políticos. Como Honduras está tan fuertemente
militarizada ha servido de importante base para la intervención militar
estadounidense en la región: en 1954 se lanzó desde Honduras el golpe con
éxito respaldado por Estados Unidos contra el presidente guatemalteco elegido
democráticamente. En 1960 se lanzó desde Honduras la invasión del exilio
cubano orquestada por Estados Unidos. Desde 1981 a 1989 Estados Unidos
financió y adiestró a más de 20.000 mercenarios de la ‘contra’ en Honduras que
integraban el ejército de escuadrones de la muerte para atacar al gobierno
sandinista nicaragüense elegido democráticamente. Durante los primeros siete
años del gobierno de Chávez los regímenes hondureños se aliaron
incondicionalmente a Washington en contra del regimen popular de Caracas.
Obviamente, nunca ha habido o podría haber un golpe militar contra ningún
régimen títere de Estados Unidos en Honduras. La clave del cambio de la
política estadounidense en relación a Honduras se produjo en 2007-2008 cuando
el presidente liberal Zelaya decidió mejorara las relaciones con Venezuela
para asegurar el generoso subsidio de petróleo y la ayuda exterior de Caracas.
Posteriormente Zelaya entró en ‘Petro-Caribe’, una asociación del
Caribe y Centroamérica organizada por Venezuela para suministrar petróleo y
gas a largo plazo y bajo coste para satisfacer las necesidades de los países
miembro. Más recientemente, Zelaya se unió al ALBA, una organización de
integración regional patrocinada por el presidente Chávez para promocionar más
intercambios comerciales e inversiones entre sus países miembro en oposición
al pacto de libre mercado promovido por Estados Unidos conocido como el ALCA.
Dado que Washington considera a Venezuela una amenaza y una alternativa a
su hegemonía en América Latina, el alineamiento de Zelaya con Chávez en
cuestiones económicas y su postura crítica respecto a la intervención
estadounidense lo convirtieron en un objetivo probable de los planificadores
de golpes estadounidenses deseosos de convertir a Zelaya en un ejemplo y
preocupados por su acceso a las bases militares hondureñas, tradicional punto
de lanzamiento de su intervención en la región.
Washington asumió equivocadamente que un golpe en una pequeña ‘república
bananera’ (de hecho, la república bananera original) en
Centroamérica no provocaría ninguna protesta importante. Creyeron que el
‘retroceso’ centroamericano serviría de advertencia a otros regímenes con
mentalidad independiente en la región del Caribe y Centroamérica de lo que les
espera si se alienan con Venezuela.
La mecánica del golpe es bien conocida y pública: el ejército hondureño
secuestró al presidente Zelaya y lo “exilió” a Costa Rica, los oligarcas
nombraron “presidente” a uno de los suyos en el Congreso, mientras sus colegas
del Tribunal Superior de Justicia proporcionaban un falaz argumento legal.
Los gobiernos de América Latina, desde la izquierda a la derecha,
condenaron el golpe y reclamaron el restablecimiento del presidente legalmente
elegido. El presidente Obama y la secretaria de Estado Clinton, que no estaban
dispuestos a renegar de sus clientes, condenaron la violencia sin más
especificaciones y pidieron negociaciones entre los poderosos
usurpadores y el debilitado presidente en el exilio —un claro reconocimiento
del papel legítimo de los generales hondureños como interlocutores.
Una vez que la Asamblea General de Naciones Unidas condenó el golpe y que
la Organización de Estados Americanos (OEA) exigió la restitución de Zelaya,
Obama y la secretaria Clinton condenaron finalmente el derrocamiento de
Zelaya, aunque se negaron a llamarlo “golpe”, lo que de acuerdo con la
legislación de EEUU habría dado lugar automáticamente a una suspensión total
de su paquete anual de ayuda militar y económica (80 millones de dólares) a
Honduras. Mientras que Zelaya se reunió con todos los jefes de Estado
latinoamericanos, el presidente Obama y la secretaria Clinton le remitieron a
un funcionario de rango menor a fin de no debilitar a sus aliados de la Junta
de Honduras. Todos los países de la OEA retiraron a sus embajadores, salvo
Estados Unidos, cuya embajada comenzó a negociar con la Junta para ver cómo se
podría salvar la situación en la que ambos se encontraban cada vez más
aislados —especialmente ante el hecho de la expulsión de Honduras de la OEA.
Que Zelaya regrese finalmente a su puesto o que la Junta respaldada por
Estados Unidos continúe en el cargo durante un periodo prolongado de tiempo
mientras Obama y Clinton sabotean su regreso inmediato a través de prolongadas
negociaciones, la cuestión clave de la estrategia de retroceso promovida por
Estados Unidos ha sido extremadamente costosa desde el punto de vista
diplomático y político.
El golpe en Honduras respaldado por Estados Unidos demuestra que, a
diferencia de la década de 1980, cuando el presidente Ronald Reagan invadió
Granada y el presidente George Bush (padre) invadió Panamá, la situación y el
perfil político de América Latina (y del resto del mundo) han cambiado
drásticamente. Entonces los militares y los regímenes pro-estadounidenses de
la región aprobaron en general las intervenciones de Estados Unidos y
colaboraron; algunos protestaron ligeramente. Hoy en día, el centro-izquierda,
e incluso los regímenes electorales de la derecha, se oponen a los golpes
militares en cualquier parte [porque los ven] como una amenaza potencial para
su propio futuro.
Es igualmente importante que, habida cuenta de la grave crisis económica y
del aumento de la polarización social, lo último que quieren los
correspondientes regímenes es un sangrante malestar interno estimulado por
crudas intervenciones imperiales de Estados Unidos. Por último, las clases
capitalistas de los países latinoamericanos de centro-izquierda quieren
estabilidad porque pueden cambiar el equilibrio de poder a través de las
elecciones (como en los recientes casos de Panamá y Argentina) y los regímenes
militares favorables a Estados Unidos pueden alterar sus crecientes lazos
comerciales con China, Oriente Próximo y Venezuela/Bolivia.
La estrategia de retroceso global de Obama incluye la construcción
de bases de misiles en Polonia y la República Checa, no muy lejos de la
frontera con Rusia. Obama está empujando fuerte para incorporar a Ucrania y a
Georgia en la OTAN, lo que aumentará la presión militar de Estados Unidos en
el flanco sur de Rusia. Aprovechando la “plasticidad” del presidente ruso
Dimitry Medvedev (siguiendo las huellas de Mikail Gorbechov), Washington se ha
asegurado el libre paso de tropas y armamento estadounidenses a través de
Rusia hasta el frente afgano; la aprobación de Moscú de nuevas sanciones
contra Irán, y reconocimiento y apoyo al régimen tutelado de EEUU en Bagdad.
Los responsables de Defensa rusos cuestionarán probablemente el obsequioso
comportamiento de Medvedev en cuanto Obama avance en su proyecto de estacionar
misiles nucleares a cinco minutos de Moscú.
Hacer retroceder: fallos predecibles y efecto boomerang
La estrategia de retroceso de Obama cuenta con un renacimiento de
políticas derechistas de masas para legitimar la reafirmación del dominio
estadounidense. A lo largo de 2008 en Argentina cientos de miles de
manifestantes de clase media y baja salieron a las calles en el interior del
país bajo la dirección de las asociaciones de grandes terratenientes
pro-estadounidenses para desestabilizar el régimen de centro-izquierda de
Fernández. En Bolivia, cientos de miles de estudiantes de clase media,
empresarios, propietarios y afiliados a ONG, tomaron Santa Cruz y otras cuatro
provincias ricas y, bien financiados por el embajador Goldberg, por la Agencia
para el Desarrollo Internacional y la Donación Nacional para la Democracia se
lanzaron a las calles, generando el caos y asesinando a 30 indígenas
seguidores del presidente Morales en un intento de expulsarle del poder.
Similares manifestaciones masivas de derechas han tenido lugar en el pasado en
Venezuela y más recientemente en Honduras y en Irán.
La idea de que las manifestaciones masivas de sectores acomodados gritando
“democracia” da legitimidad a los intentos deslegitimadores de EEUU contra sus
adversarios democráticamente elegidos es una idea promulgada por cínicos
propagandistas en los medios de comunicación y repetida como loros por
crédulos y “progresistas” periodistas free-lance que nunca han entendido los
fundamentos de clase en la política de masas.
El golpe hondureño de Obama y el esfuerzo de desestabilización financiado
por Estados Unidos en Irán tienen mucho en común. Ambos tienen lugar en contra
de los procesos electorales en los que los críticos de las políticas de
Estados Unidos derrotaron a las fuerzas sociales favorables a Washington.
Habiendo perdido la “opción electoral”, la estrategia de retroceso de
Obama trata de que la política extraparlamentaria de masas legitime los
intentos de la elite para hacerse con el poder: en Irán a través de clérigos
disidentes, y en Honduras por los generales y oligarcas.
Tanto en Honduras como en Irán, los objetivos de la política exterior de
Washington eran los mismos: hacer retroceder a los regímenes cuyos dirigentes
rechazaron la tutela de Estados Unidos. En Honduras, el golpe sirve de
“lección” para intimidar a otros países centroamericanos y del Caribe que se
han salido de la órbita de Estados Unidos y se han unido a los programas de
integración económica encabezados por Venezuela. El mensaje de Obama es claro:
esos movimientos tendrán como resultado el sabotaje orquestado de Estados
Unidos y sus represalias.
A través de su apoyo al golpe militar, Washington recuerda a todos los
países de América Latina que Estados Unidos todavía tiene capacidad para
aplicar sus políticas a través de las elites militares latinoamericanas, a
pesar de que sus propias fuerzas armadas están atadas de pies y manos en
guerras y ocupaciones en Asia y Oriente Próximo, y de que su presencia
económica esté disminuyendo. Del mismo modo, en Oriente Próximo, la
desestabilización del régimen iraní por parte de Obama está destinada a
intimidar a Siria y a otros críticos de la política imperial de Estados
Unidos, y a tranquilizar a Israel (y a quienes configuran el poder sionista en
Estados Unidos) respecto a que Irán sigue ocupando un lugar importante en su
agenda de retrocesos.
La política de Obama de hacer retroceder sigue los pasos, en muchos
sentidos cruciales, del presidente Ronald Reagan (1981-1989). Al igual que
Reagan, la presidencia de Obama tiene lugar en un momento de retirada
estadounidense, de disminución de poder y de avance de la política anti-imperialista.
Reagan hizo frente a las secuelas de la derrota de Estados Unidos en
Indochina, al éxito de la difusión de las revoluciones anti-coloniales en el
sur de África (especialmente Angola y Mozambique), al éxito de la rebelión
democrática en Afganistán, a una victoriosa revolución social en Nicaragua y a
grandes movimientos revolucionarios en El Salvador y Guatemala. Al igual que
hoy Obama, Reagan puso en marcha una estrategia militar asesina para hacer
retroceder estos cambios a fin de socavar, desestabilizar y destruir a los
adversarios del imperio de Estados Unidos.
Obama se enfrenta a un conjunto similar de condiciones adversas en la
actual era post-Bush: avances democráticos en toda América Latina con nuevos
proyectos de integración regional que excluyen a Estados Unidos; derrotas y
estancamientos en Oriente Próximo y en Asia meridional; una proyección de
poder ruso reactivado y fortalecido en las repúblicas ex–soviéticas; la
disminución de la influencia de Estados Unidos en los compromisos militares de
la OTAN; una pérdida de credibilidad política, económica, militar y
diplomática como resultado de la depresión económica mundial inducida por Wall
Street y la prolongación sin éxito de guerras regionales.
Al contrario que la de Obama, la estrategia de retroceso de Ronald
Reagan tuvo lugar bajo circunstancias favorables. En Afganistán, Reagan
consiguió el apoyo de todo el mundo musulmán conservador y operó a través de
los feudales dirigentes tribales afganos, que resultaron ser clave, contra un
régimen reformista, de base urbana y respaldado por los soviéticos en Kabul.
Obama está en la posición inversa en Afganistán. La vasta mayoría de los
afganos y la inmensa mayoría de la población musulmana en Asia se oponen a su
ocupación militar.
La estrategia de retroceso de Reagan en Centroamérica, especialmente
su invasión mercenaria de la Contra en Nicaragua, contó con el apoyo de
Honduras y de todas las dictaduras militares pro-estadounidenses en Argentina,
Chile, Bolivia y Brasil, así como de los gobiernos civiles de derechas de la
región. En contraste, el golpe de reversión de Obama en Honduras y en
el exterior se enfrenta con regímenes electorales democráticos en toda la
región, una alianza de regímenes nacionalistas de izquierda encabezada por
Venezuela y organizaciones regionales económicas y diplomáticas firmemente
opuestas a cualquier retroceso a la dominación y a la intervención de Estados
Unidos. La estrategia de retroceso de Obama se halla ante un absoluto
aislamiento político en toda la región.
La política de hacer retroceder de Obama no puede ejercer la “mano
dura” económica para obligar a los regímenes en Oriente Próximo y Asia a que
apoyen sus políticas. Ahora existen mercados asiáticos alternativos,
inversiones extranjeras de China, la profundización de la depresión
estadounidense y la desinversión en el exterior de bancos y multinacionales de
Estados Unidos. A diferencia de Reagan, Obama no puede combinar la zanahoria
económica con el palo militar. Obama tiene que recurrir a la opción militar
menos eficaz y menos costosa en un momento en que el resto del mundo no tiene
ningún interés ni voluntad de proyectar poder militar en regiones de escasa
importancia económica o a cuyos mercados se puede acceder a través de acuerdos
económicos.
El lanzamiento de la estrategia global de retroceso de Obama ha
tenido un efecto boomerang incluso en su fase inicial. En Afganistán, la gran
acumulación de tropas y la ofensiva masiva contra las plazas fuertes de los
“talibán” no ha dado lugar a grandes victorias militares, ni siquiera a
enfrentamientos. La resistencia se ha retirado, mezclada con la población
local, y probablemente recurra a una guerra de desgaste prolongada,
descentralizada y a pequeña escala, diseñada para comprometer a varios miles
de efectivos militares en un mar hostil de afganos, sangrando la economía de
Estados Unidos, aumentando sus bajas sin resolver nada y, eventualmente,
probando la paciencia de la opinión pública estadounidense profundamente
inmersa en la actualidad en las pérdidas de puestos de trabajo y en la rápida
disminución del nivel de vida.
El golpe llevado a cabo por los militares hondureños y respaldado por
Estados Unidos ya ha reafirmado el aislamiento político y diplomático
estadounidense en el Hemisferio. El régimen de Obama es el único de los países
importantes que ha mantenido a su embajador en Honduras, el único país que se
niega a considerar el golpe militar como un “golpe”, y el único que mantiene
la ayuda económica y militar. Más que establecer un ejemplo del poder de
Estados Unidos para intimidar a los países vecinos, el golpe ha reforzado la
convicción entre todos los países de Sudamérica y Centroamérica de que
Washington está tratando de volver a los “viejos malos tiempos” de regímenes
militares pro-estadounidenses, al saqueo económico y a los mercados
monopolizados.
Lo que los asesores de política exterior de Obama no han logrado entender
es que no pueden poner a sus “Humpty Dumpty”(2) juntos de nuevo; que no pueden
volver a la época de [la estrategia de] retroceso de Reagan, de los
bombardeos unilaterales contra Iraq, Yugoslavia y Somalia, de Clinton, ni a su
saqueo de América Latina.
Ninguna región, país o alianza de importancia seguirá a Estados Unidos en
su ocupación colonial armada en países de la periferia (Afganistán/Pakistán) o
incluso centrales (Irán) aunque se unan a Estados Unidos en las sanciones
económicas, las guerras y los esfuerzos de desestabilización electoral en
contra de Irán.
Ningún país latinoamericano tolerará otro golpe militar de Estados Unidos
contra un presidente democráticamente elegido, incluso los regímenes
nacionales populistas que divergen de la política económica y diplomática
estadounidense. El gran temor y el horror ante el golpe respaldado por Estados
Unidos se deriva del recuerdo por parte de toda la clase política
latinoamericana de la pesadilla de los años de dictaduras militares apoyadas
por Estados Unidos.
La ofensiva militar de Obama, su estrategia de hacer retroceder para
recuperar el poder imperial, está acelerando el declive de la República
Estadounidense. El aislamiento de su administración se pone cada vez más de
manifiesto por su dependencia de los “Israel primero” que ocupan su
administración y el Congreso, así como los influyentes expertos pro-israelíes
en los medios de comunicación que identifican el retroceso con la
propia confiscación de tierras palestinas por parte de Israel y las amenazas
militares a Irán.
El retroceso tiene efecto boomerang. En vez de recuperar la
presencia imperial, Obama ha sumergido la República y, con ella, al pueblo
estadounidense en una mayor miseria e inestabilidad.
*****
.(*)James Petras es especialista de la política sionista estadounidense y
analista de la prensa judía israelí y estadounidense. Es también autor de Zionism, Militarism and the Decline of US Power, Clarity Press 2008.
Los libros más recientes de lames Petras son
Whats Left in Latin America,
del que es co-autor junto con Henry Veltmeyer (Ashgate press 2009) y
Global Depression and Regional Wars (Clarity press 2009 –agosto)
(**)Traducido para
Rebelión por Beatriz
Morales Bastos y Loles Oliván.
(1) N de las t.: El título en ingles reza: “Obama's Rollback Strategy:
Honduras, Iran, Pakistan, Afghanistan (and the Boomerang Effect)” en el que
‘rollback’ se utiliza con el significado que adquirió durante el periodo de la
Guerra Fría y, según el autor, “en el sentido de hacer retroceder, revertir o
volver a una situación previa para recuperar espacios políticos perdidos a
partir de la derrota de los que previamente ganaron”.
(2) N. de las t.: Humpty Dumpty es una famosa canción infantil en el mundo
anglosajón. La cita hace referencia a lo que el autor dice a continuación, que
Obama no puede reconstruir el pasado.