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El presidente de EE.UU. intenta un orden mundial sin potencia dominante.
¿Sus propósitos podrán hacerse efectivos? |
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(IAR
Noticias)
28-Abril-09
La amplia agenda que adoptó el gobierno de Obama pondrá a prueba ante todo su
capacidad para armonizar los intereses nacionales con las preocupaciones
globales y multilaterales.
Por Henry Kissinger (*) - Clarín / Tribune Media Services
E l primer viaje al exterior de un nuevo presidente siempre tiene una
importancia que excede su itinerario. El presidente tiene una oportunidad de
poner a prueba el impacto de su política, mientras que sus interlocutores
empiezan a evaluar al líder con el que tendrán que tratar durante por lo menos
cuatro años.
El presidente Obama aprovechó la ocasión de su primer viaje a la Unión Europea
para esbozar su posición en política exterior: multilateralismo; insistencia en
diferenciarse públicamente de su predecesor; amplias negociaciones en una serie
de frentes al mismo tiempo; hincapié en la construcción de relaciones personales
con sus interlocutores. Ningún mandatario estadounidense concitaba
demostraciones comparables de apoyo público desde la visita que John Kennedy
hizo a Europa en 1961.
El desafío de Obama pasa ahora por traducir sus iniciativas en una estrategia
coherente de política exterior.
Hizo falta valor para lanzar negociaciones en tal espectro de temas. Algunos,
como el diálogo estratégico con China, representan la elevación a un nivel
superior de conversaciones que ya se llevaban a cabo; otros, como las
negociaciones sobre control de armas con Rusia, pasaron más de diez años sin
actividad; la iniciativa en relación con Irán no tiene precedentes. Las
negociaciones palestinas tienen una larga historia en la que nuevas
complejidades daban por tierra con toda nueva iniciativa.
Cada una de esas negociaciones tiene un componente político además de uno
estratégico. Cada una de esas negociaciones se relaciona con temas específicos.
Cada una corre el riesgo de que los obstáculos inherentes a la misma puedan
oscurecer los objetivos o de que las tácticas negociadoras puedan afectar la
sustancia. Todas se interrelacionan.
Las negociaciones con Rusia sobre control de armas modificarán el papel de Rusia
en los esfuerzos de no proliferación con Irán. El diálogo estratégico con China
contribuirá a conformar las negociaciones coreanas. Las negociaciones también se
verán afectadas como consecuencia de la percepción de los equilibrios
regionales: en lo que respecta a los principales participantes, para Rusia eso
se aplica sobre todo al ex espacio soviético en Asia central; para China y los
Estados Unidos, a la estructura política del noreste asiático y la cuenca del
Pacífico. Las negociaciones con Irán se verán muy influidas según si continúan
los avances hacia la estabilidad en Irak o si un vacío emergente alienta el
aventurerismo iraní.
La amplia agenda que adoptó el gobierno de Obama pondrá a prueba ante todo su
capacidad para armonizar los intereses nacionales con las preocupaciones
globales y multilaterales.
Este gobierno entró en funciones en un momento que supone una oportunidad
extraordinaria. La crisis económica absorbe las energías de todas las grandes
potencias. Cualesquiera sean sus diferencias, todas necesitan un respiro de la
confrontación internacional. Abordar desafíos como el medio ambiente, el clima y
la proliferación nuclear es algo que tiene para todas una importancia
considerable y que reviste una forma cada vez más similar. Las soluciones
abarcadoras, por lo tanto, tienen más posibilidades que nunca.
Eso, sin embargo, debe traducirse en un concepto operativo de orden mundial. Eso
depende de la perspectiva del gobierno norteamericano. Su abordaje parece
apuntar a una suerte de estilo de diplomacia concertada posterior a 1815. Según
esa posición, el liderazgo estadounidense deriva de la disposición a escuchar y
de afirmaciones inspiradoras. La acción común surge de convicciones compartidas.
El poder emerge de un sentido de comunidad, no de la acción unilateral, y se
ejerce mediante la asignación de responsabilidades según los recursos de un
país. Es una especie de orden mundial sin una potencia dominante o en el que la
potencia que puede dominar dirige a través de la automoderación.
La crisis económica favorece ese abordaje, si bien hay algunos ejemplos de
operación sostenida de semejante concierto en la historia. Lo habitual es que
los miembros de cualquier agrupación reflejen una distribución desigual de la
disposición a correr riesgos, lo que lleva a una disposición desigual a asignar
esfuerzos en aras del orden internacional, y por lo tanto al posible veto de los
más indecisos.
El gobierno de Obama aún no tiene que elegir entre sus principales opciones
sobre las percepciones del orden mundial: basarse en el consenso o en el
equilibrio. Pero debe organizar una estructura nacional de seguridad para
analizar el entorno y calibrar su estrategia en consecuencia.
La próxima tarea del gobierno será conseguir que las audaces negociaciones que
lideran personalidades estratégicas mantengan el rumbo hacia un objetivo
acordado. En el proceso, el gobierno debe navegar entre presiones públicas
respecto de la diplomacia que son endémicas en la actitud estadounidense.
Tales presiones reflejan una aversión a negociar con sociedades que no comparten
nuestros valores y lineamientos generales. Rechazan el intento de modificar la
conducta de la otra parte mediante negociaciones. Consideran que los acuerdos
son concesiones apaciguadoras y buscan la conversión del adversario o su
derrota. Quienes critican esas posiciones -que ahora son mayoría- hacen hincapié
en la psicología. Consideran que la apertura de negociaciones ya es una
transformación. Para ellos, el simbolismo y los gestos representan sustancia.
La diplomacia tiene que intentar que lo que está en un punto muerto pase a ser
negociable. Sin embargo, la capacidad de hacerlo exige circunstancias objetivas.
Los cambios de posición deben guiarse por objetivos definidos con claridad y no
por simples técnicas de negociación.
*****
(*) Ex secretario de Estado de los EEUU.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2009. Traducción: Joaquín Ibarburu.
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