os
medios de EE.UU. guardan silencio sobre el tópico más importante discutido por
los responsables políticos europeos (y sospecho que lo mismo sucede en Asia):
cómo proteger sus países de tres dinámicas interrelacionadas: (1) el excedente
de dólares que llueve sobre el resto del mundo para aún más especulación
financiera y adquisiciones corporativas; (2) el hecho de que los bancos
centrales se vean obligados a reciclar esa afluencia de dólares comprando
bonos del Tesoro de EE.UU. para financiar el déficit presupuestario federal de
ese país; y lo que es más importante (pero más ocultado por los medios de
EE.UU.): (3) el carácter militar del déficit de pagos de EE.UU. y del déficit
presupuestario federal interior.
Por extraño que parezca – y por irracional que sería en un sistema más
lógico de diplomacia mundial – la superabundancia de dólares es lo que
financia el fortalecimiento militar global de EE.UU. Obliga a los bancos
centrales extranjeros a cargar los costes de la expansión del imperio militar
de EE.UU. – una efectiva “tributación sin representación.” Mantener reservas
internacionales en “dólares” significa reciclar sus entradas en dólares para
comprar valores del Tesoro de EE.UU. – deuda del gobierno de EE.UU. creada en
gran parte para financiar las fuerzas armadas.
Hasta la fecha, los países han sido impotentes para defenderse contra el
hecho de que ese financiamiento obligatorio de los gastos militares de EE.UU.
esté incorporado al sistema financiero global. Economistas neoliberales lo
aplauden como “equilibrio,” como si formara parte de la naturaleza económica y
de los “libres mercados” en lugar de ser una diplomacia implacable utilizada
con creciente agresividad por funcionarios estadounidenses. Los medios de
masas contribuyen, pretendiendo que el reciclaje de la superabundancia de
dólares para financiar los gastos militares de EE.UU. es “mostrar su fe en la
potencia económica de EE.UU.” al enviar “sus” dólares para “invertirlos” en
ese país. Como si fuera cosa de una decisión, no de compulsión financiera y
diplomática para decidir simplemente entre el “Sí” (de China, de mala gana),
“Sí, por favor” (de Japón y la Unión Europea” y “Sí, gracias” (de Gran
Bretaña, Georgia y Australia).
No es la “fe extranjera en la economía de EE.UU.” la que lleva a
extranjeros a “colocar su dinero en nuestro país.” Es una estúpida visión
antropomórfica de una dinámica más siniestra. Los “extranjeros” en cuestión no
son consumidores que compran exportaciones de EE.UU., ni son “inversionistas”
del sector privado que compran acciones y bonos de EE.UU. Las mayores y más
importantes entidades extranjeras que colocan “su dinero” en EE.UU. son bancos
centrales, y no es para nada “su dinero”. Están enviando de vuelta los dólares
que exportadores extranjeros y otros destinatarios entregan a sus bancos
centrales a cambio de moneda nacional.
Cuando el déficit de pagos de EE.UU. bombea dólares a economías
extranjeras, esos bancos tienen poca alternativa fuera de comprar letras y
bonos del Tesoro de EE.UU. – que el Tesoro gasta para financiar un enorme
fortalecimiento militar hostil para cercar a los principales recicladores de
dólares – China, Japón y productores de petróleo árabes de la OPEC. A pesar de
ello esos gobiernos se ven obligados a reciclar los ingresos en dólares de un
modo que financia las políticas militares de EE.UU. en cuya formulación no
tienen parte, y que los amenazan de una manera más y más beligerante. Por eso
China y Rusia tomaron hace algunos años la iniciativa en la formación de la
Organización de Cooperación de Shanghái (SCO). Aquí en Europa existe una clara
conciencia de que el déficit de pagos de EE.UU. es mucho mayor que sólo el
déficit comercial. Basta simplemente una mirada a la Tabla 5 de los datos de
la balanza de pagos de EE.UU. compilada por el Buró de Análisis Económico
(BEA) y publicada por el Departamento de Comercio en su
Survey of Current Business para ver que el déficit no proviene sólo de que
los consumidores compren más bienes importados que los exportados por EE.UU.
ya que el sector financiero desindustrializa su economía. Las importaciones de
EE.UU. ahora caen al contraerse la economía y ahora los consumidores se ven
obligados a pagar las deudas que han hecho.
El Congreso ha dicho a los inversionistas extranjeros en el mayor poseedor
de dólares, China, que no compren nada que no sean concesiones de coches
usados y tal vez más hipotecas en paquetes y acciones de
Fannie Mae – el equivalente de cómo inversionistas japoneses fueron
llevados a gastar 1.000 millones de dólares en Rockefeller Center, por el cual
sufrieron una pérdida de un 100%, y de la inversión saudí en Citigroup. Es el
tipo de “equilibrio internacional” que adoran los responsables
estadounidenses. “¡CNOOC go home! [Cnooc: compañía petrolera estatal china] es
la consigna cuando se trata de intentos serios de gobiernos extranjeros y sus
fondos soberanos de inversión (departamentos de bancos centrales que tratan de
encontrar qué hacer con su superabundancia de dólares) de hacer inversiones
directas en la industria de EE.UU.
Así que nos quedamos con la medida en la cual el déficit de pagos de EE.UU.
proviene de los gastos militares. El problema no es sólo la guerra en Iraq,
que ahora se extiende a Afganistán y Pakistán. Es el costoso fortalecimiento
de bases militares de EE.UU. en países asiáticos, europeos, post-soviéticos y
del Tercer Mundo. El gobierno de Obama ha prometido que el monto real de los
gastos militares será más transparente. Eso significa presumiblemente que se
publique un conjunto revisado de cifras de la balanza de pagos así como de
estadísticas del presupuesto federal interior.
Los gastos fijos militares son muy parecidos a los gastos fijos de la
deuda: extraen ingresos de la economía. En este caso es para pagar al complejo
militar-industrial, no sólo a los bancos de Wall Street y a otras
instituciones financieras. El déficit del presupuesto federal interior no
proviene sólo de “cebar la bomba” [inversión para el relanzamiento económico]
asignando sumas enormes para crear una nueva oligarquía financiera. Contiene
un inmenso componente militar en rápido crecimiento.
Por lo tanto, europeos y asiáticos ven a compañías estadounidenses que
lanzan más y más dólares hacia sus economías, no sólo para comprar sus
exportaciones, aparte de suministrarles bienes y servicios a cambio, y no sólo
para comprar sus compañías y “puestos de comando” de empresas públicas
privatizadas sin darles derechos recíprocos para comprar importantes compañías
de EE.UU. (hay que recordar el rechazo por EE.UU. del intento chino de
invertir en el negocio de distribución de petróleo de EE.UU.), y no sólo para
comprar acciones, bonos y bienes raíces extranjeros. Los medios de EE.UU. de
alguna manera no mencionan que el gobierno de EE.UU. gasta cientos de miles de
millones de dólares en el extranjero – no sólo en Oriente Próximo para
combates propiamente tales, sino para construir enormes bases militares a fin
de cercar al resto del mundo, para instalar sistemas de radas, sistemas de
misiles teleguiados y otras formas de coerción militar incluyendo las
“revoluciones de colores” que han sido financiadas – y siguen siendo
financiadas en toda la ex Unión Soviéticas. Paletas de billetes de 100
dólares, envueltas en plástico, que suman decenas de millones de dólares de
una vez se han convertido en “efectos visuales” familiares en algunas
emisiones de televisión, pero no se hace el vínculo con los gastos militares y
diplomáticos de EE.UU. y las tenencias de dólares por los bancos centrales
extranjeros, de las que se habla simplemente como “maravillosa fe en la
recuperación económica de EE.UU.” y presumiblemente “la magia monetaria”
operada por Tim Geithner de Wall Street en el Tesoro y por Helicóptero Ben
Bernanke en la Reserva Federal.
Y este es el problema: La compañía Coca Cola trató recientemente de comprar
el mayor productor y distribuidor de jugo de fruta de China. China ya posee
cerca de 2 billones de dólares en valores de EE.UU. – mucho más de lo que
necesita o puede utilizar, mientras el gobierno de EE.UU. se niega a permitir
que compre compañías importantes de EE.UU. Si hubiera permitido la adquisición
por EE.UU., China se habría visto ante un dilema: La alternativa Nº 1 sería
dejar que se realizara la venta y aceptar el pago en dólares, reinvirtiéndolos
en lo que le diga el Tesoro de EE.UU. – bonos del Tesoro de EE.UU. que rinden
cerca de un 1%. China aceptaría una pérdida de capital en estos últimos al
aumentar los tipos de interés en EE.UU. o al bajar el dólar, ya que sólo EE.UU.
mantiene políticas expansionarías keynesianas en su intento por capacitar a la
economía para que sustente los gastos fijos de su deuda.
La alternativa Nº 2 es no reciclar los ingresos en dólares. Esto llevaría a
que el renminbi aumente contra el dólar, erosionando así la competitividad de
exportación de China en los mercados mundiales. Por lo tanto China, escogió
una tercera vía, lo que provocó protestas de EE.UU., rechazó la venta de su
compañía tangible por simples dólares “de papel” estadounidenses – que estaba
asociada a la “alternativa” de financiar el aumento del cerco de la SCO por
parte de EE.UU. Los únicos que no parecen hacer esa conexión son los medios de
masa estadounidenses, y por ello el público de ese país. Puedo asegurar por
experiencia personal, que en Europa sí la hacen. (Y un buen tema diplomático
para la discusión: ¿Cuál será el primer país europeo, aparte de Rusia, en
sumarse a la SCO?)
Los libros de texto académicos no dicen nada sobre cómo el “equilibrio” en
los movimientos de capital extranjero – especulativo así como para inversiones
directas – es infinito en lo que concierne a la economía de EE.UU. La economía
de EE.UU. puede crear libremente dólares, ahora que no son convertibles en oro
o siquiera en compras de compañías de EE.UU., ya que EE.UU. sigue siendo la
economía más protegida del mundo. Sólo a EE.UU. se le permite que proteja su
agricultura mediante cuotas de importación, después que dicha posibilidad
fuera introducida hace medio siglo como así llamada “cláusula del abuelo” [Una
‘cláusula del abuelo’ es una excepción que permite que una regla antigua siga
siendo aplicada a ciertas situaciones existentes, N. del. T.] en las reglas
del comercio mundial. El Congreso se niega a permitir que fondos “soberanos de
inversión” inviertan en importantes sectores de EE.UU.
Por lo tanto nos vemos enfrentados al hecho de que el Tesoro de EE.UU.
prefiere que los bancos centrales extranjeros sigan financiando su déficit
presupuestario interior, o sea que financien el coste de la guerra de EE.UU.
en Oriente Próximo y el cerco de países extranjeros con anillos de bases
militares. Mientras más “egresos de capitales” gastan los inversionistas de
EE.UU. para adquirir economías extranjeras – los sectores más lucrativos,
donde los nuevos propietarios estadounidenses pueden extraer las mayores
rentas monopolísticas – más fondos terminan en los bancos centrales
extranjeros para apoyar el refuerzo militar global de EE.UU. Ningún libro de
texto sobre teoría política o relaciones internacionales ha sugerido axiomas
para explicar cómo naciones actúan de un modo tan contrario a sus propios
intereses políticos, militares y económicos. Sin embargo, es precisamente lo
que ha estado ocurriendo durante la generación pasada.
De modo que la pregunta decisiva resulta ser ¿qué pueden hacer los países
para contrarrestar ese ataque financiero? Un sindicalista vasco me preguntó si
yo pensaba que el control de movimientos especulativos de capital aseguraría
que el sistema financiero actúe en el interés público. ¿O se requiere una
nacionalización directa para desarrollar mejor la economía real?
No es simplemente un problema de “regulación” o de “control de movimientos
de capital especulativo.” La cuestión es cómo las naciones pueden actuar como
verdaderas naciones, en su propio interés en lugar de ser maniatadas para que
sirvan cualquier cosa que los diplomáticos de EE.UU. decidan que es de interés
para EE.UU.
Cualquier país que trate de hacer lo que EE.UU. ha hecho durante los
últimos 150 acusado sería acusado de ser “socialista” – y eso por parte de la
economía más anti-socialista del mundo, con la excepción de cuando llama
rescate para sus bancos “socialismo para los ricos,” es decir la oligarquía
financiera. Esa inflación retórica casi no deja otra alternativa que la
nacionalización directa del crédito como servicio público básico.
Desde luego, la palabra “nacionalización” se ha convertido en sinónimo para
rescates de los mayores y más imprudentes bancos de sus préstamos tóxicos, y
rescates de hedge funds y contrapartes no-bancarias de pérdidas en
“capitalismo de casino,” que juega con derivados que AIG y otros aseguradores
o participantes al lado perdedor de esos juegos no pueden pagar. Semejantes
rescates no representan una nacionalización en el sentido tradicional del
término – devolver la creación de crédito y otras funciones financieras
básicas al dominio público. Es lo contrario. Se imprimen más bonos del
gobierno para entregarlos – junto con el poder autorregulador – al sector
financiero, bloqueando la posibilidad de que la ciudadanía recupere esas
funciones.
Al enmarcar el tema en una elección entre democracia y oligarquía el
problema pasa a ser quién controla el gobierno que hace la regulación y
“nacionaliza.” Si el que decide es un gobierno cuyo banco central y los
principales comités del Congreso que se ocupan de las finanzas son dirigidos
por Wall Street, no se ayudará a dirigir el crédito hacia usos productivos.
Simplemente continuará la era Greenspan-Paulson-Geithner de más y mayores
obsequios para sus electores financieros.
La idea de “regulación” que tiene la oligarquía financiera es asegurar que
los desreguladores estén instalados en posiciones clave y que reciban sólo un
personal mínimo y poco financiamiento. A pesar del anuncio del señor Greenspan
de que finalmente ha visto la luz y que se da cuenta que la auto-regulación no
funciona, el Tesoro sigue dirigido por un funcionario de Wall Street y la
Reserva Federal por un lobista de Wall Street. Para los lobistas la verdadera
preocupación no es la ideología en sí – es el puro interés propio de sus
clientes. Pueden escoger a tontos de buena voluntad, especialmente
personalidades prestigiosas del mundo académico. Pero son sólo testaferros, ya
que están dirigidos por seguidores de Milton Friedman en la Universidad de
Chicago. Tales individuos son colocados para que sirvan de “guardabarreras” en
las principales revistas académicas para excluir ideas que no sirvan a los
lobistas financieros.
Esta excusa para excluir al gobierno de una regulación que tenga sentido
pretende que las finanzas son tan técnicas que sólo alguien de la “industria”
financiera es capaz de regularla. Para empeorar las cosas, se hace la
afirmación adicional contra-intuitiva de que una característica de la
democracia es que el banco central sea “independiente” del gobierno elegido.
En realidad, claro está, es todo lo contrario de democracia. Las finanzas son
el punto crucial del sistema económico. Si no son reguladas democráticamente
en función del interés público, son “libres” para ser capturadas por intereses
especiales. De modo que esto se convierte en la definición oligárquica de
“libertad de mercado.”
El peligro es que los gobiernos permitan que el sector financiero determine
cómo se aplicará la “regulación”. Los intereses especiales quieren ganar
dinero en la economía, y el sector financiero lo hace de un modo extractivo.
Es su plan de marketing. Las finanzas actuales actúan de manera que
desindustrializa las economías, no las fortalece. El “plan” es: austeridad
para la mano de obra, la industria y todos los sectores con la excepción de
las finanzas, como en los programas del FMI impuestos a desventurados países
deudores del Tercer Mundo. La experiencia de Islandia, Letonia y otras
economías “financializadas” debería ser examinada, como lección objetiva,
aunque sólo sea porque están en los primeros lugares de la lista del Banco
Mundial en términos de “facilidad para hacer negocios.”
La única regulación que tenga sentido puede provenir desde fuera del sector
financiero. De otra manera, los países sufrirán lo que los japoneses llaman
“caída del cielo”: reguladores seleccionados de las filas de los banqueros y
sus “idiotas útiles.” Al retirarse del gobierno vuelven al sector financiero
para recibir puestos lucrativos, “compromisos para conferencias” y
remuneraciones afines. Como cuentan con ello, regulan a favor de intereses
financieros especiales, no del público en general.
El problema de los movimientos del capital especulativo va más allá de la
elaboración de un conjunto de regulaciones específicas. Concierne el alcance
del poder del gobierno nacional. Los Artículos de Acuerdo del Fondo Monetario
Internacional impiden que los países restauren los sistemas “de tipos dobles
de cambio” que muchos retuvieron durante los años cincuenta e incluso en los
sesenta. Era una práctica generalizada que los países tuvieran una tasa de
cambio para bienes y servicios (a veces varias tasas de cambio para diferentes
categorías de importación y exportación) y otra para “movimientos de capital.”
Bajo presión estadounidense, el FMI impuso la ficción de que existe una tasa
de “equilibrio” que por casualidad es la misma para bienes y servicios como
para movimientos de capital. Los gobiernos que no aceptaron esa ideología
fueron excluidos de la calidad de miembro en el FMI y el Banco Mundial – o
fueron derrocados.
La implicación para nuestros días es que la única manera como una nación
puede bloquear movimientos de capital es retirarse del FMI, del Banco Mundial
y de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por primera vez desde los años
cincuenta esto parece una verdadera posibilidad, gracias a la conciencia
mundial de que la economía de EE.UU. está inundando la economía mundial con un
excedente de dólares de “papel” – y de la negativa de EE.UU. a dejar de viajar
gratis. Desde el punto de vista de EE.UU., no sería otra cosa que un intento
de limitar su programa militar internacional.