omencemos con el perfil del nuevo regalo, según lo trazó el pasado jueves
el New York Times: “El secretario del Tesoro, Timothy F. Geithner, dijo el
miércoles que la administración está trabajando en un gran plan para
‘reparar el sistema financiero’. (…) las acciones de los bancos subieron en
la esperanza de que el gobierno esté dando pasos hacia la creación de un bad
bank [banco malo] para purgar de activos tóxicos unos balances contables en
rápido deterioro a medida que empeora la economía (…) los funcionarios de la
administración creen que se necesitan unos cuantos billones de dólares más
para comprar el grueso de los activos malos en poder de os bancos…
“El
concepto de ‘bad bank’ ha ido cobrando importancia en el sector financiero a
medida que se deteriora la economía, recortando drásticamente el valor de
los activos de riesgo en los libros de los bancos e incrementando la
necesidad bancaria de capitalización para hacer frente a esas pérdidas. Las
acciones de Citigroup y del Bank of America, que acaban de recibir una
segunda trasfusión vital de dineros del contribuyente, aumentaron el 19 y el
14 por ciento, respectivamente, a caballo del crecido optimismo de un
mercado de valores convencido de que la administración librará a los bancos
de los activos que les hacen perder dinero.” [“Geithner Says Plan for Banks
Is in the Works”, por Stephen Labaton y Edmund L. Andrews, The New York
Times, 29 de enero de 2009.]
Luego
de (1) amenazar durante ocho años con que la perspectiva de un déficit de un
billón de dólares que hipotecaría a toda una generación era razón suficiente
para poner firmes a los recipiendarios de la Seguridad Social y para abolir
las deudas contraídas con los jubilados de la nación; luego de que (2) la
administración Bush haya proporcionado en los pasados tres meses 8 billones
de dólares en buenos y efectivos bonos del Tesoro a cambio de derivados
financieros basura de Wall Street; luego de todo eso, (3) la administración
Obama habla ahora de soltar entre 2 y 4 billones de dólares más la próxima
semana.
Ni un
solo congresista republicano se mostró favorable, análogamente a la negativa
del congresista republicano Boehmer a apoyar el rescate de Bush aquel fatal
viernes en que el señor McCain y el señor Obama debatían entre sí sobre
asuntos completamente marginales en relación con el rescate, que ambos
candidatos apoyaban apasionadamente. El Partido de la Riqueza ya ve las
pintadas en la pared contra una medida por la que dejará en exclusiva la
responsabilidad al Partido del Trabajo. Seguramente es la única ocasión en
que yo preferiría el “bipartidismo”. Por la vara del flujo de contribuciones
financieras a la campaña electoral podrán medirse los beneficios que eso
reportará a los demócratas.
¡Ya
quisieran muchas familias que se les devolviera el importe de todas las
malas inversiones realizadas! Es como un padre del chico que acaba de romper
un juguete y le dice: “Está bien. Iremos a comprar otro”. Y eso lo dicen los
apóstoles de la “responsabilidad” de los pobres respecto de su pobreza, de
la “responsabilidad” de los deudores hipotecarios por endeudarse más allá de
sus posibilidades, de la “responsabilidad” de la gente que enferma y no
puede pagarse la atención médica, de la “responsabilidad” de unos estados y
de unas ciudades fiscalmente desangrados por la “limpieza” de la economía a
que Bush y Obama han procedido. Nada para quien no forme parte del cerca del
centenar de milmillonarios que se han hecho con el dinero bastante como para
convertirse en la elite dominante norteamericana por el resto del siglo XXI.
Luego
de pasarse la vida denunciando la intrínseca injusticia del socialismo, Wall
Street procede ahora a una repugnante parodia del mismo: como si el
“socialismo para ricos” no fuera, por lo pronto, un oxímoron. Se calla por
sabido que los bancos no están “nacionalizados”. Obsequiarles con el mayor
monto de títulos desembolsables de la historia sin exigir a cambio el poder
gestor directo que va con la propiedad es muy otra cosa que
“nacionalizarlos”. Y si no, que venga Lenin y lo vea.
Ahora
que, a tiempo para que pudieran celebrarlos los representantes de Wall
Street en Davos, se han divulgados los detalles de este nuevo y, desde
luego, no mejor obsequio de entre 2 y 4 billones de dólares, podemos
legítimamente preguntarnos si, financieramente hablando, hay que pensar en
la administración Obama como en una administración Bush-3. O si, mejor aún,
se halla todavía en una tendencia pro-acreedor y habría que considerarla
como una administración Clinton-5 o Reagan-8. Desde 1980, el
sector financiero se ha hecho con una fabulosa sisa de dinero a expensas de
los trabajadores y de los “contribuyentes”. Más precisamente: se ha tratado
de una sisa deudora, del otro lado del balance contable de los activos.
Sostenidos por Larry Summers, los chicos de Harvard de Boris Yeltsin
transfirieron billones de dólares de riqueza minera y empresas públicas
rusas, poniéndolas en manos de los cleptócratas. Se trató, pura y
simplemente, de una transferencia de activos. En 1997, para colmo, el FMI
concedió a Rusia un préstamo que, absorbido al punto por el sumidero de las
cuentas bancarias de los cleptócratas, tuvo que devolverse con las ganancias
de ulteriores exportaciones de petróleo. Pero el nombre del juego era este,
“activos”. El actual obsequio a los bancos en los EEUU da una nueva vuelta
de tuerca. Se puede establecer una analogía con las “acciones paniaguadas”
[“watered stocks”: una práctica común en la Era de la Codicia
norteamericana, a finales del siglo XIX; T.] y los bonos que los magnates de
los ferrocarriles y los emperadores financieros de Wall Street se otorgaban
a sí propios y a sus voceros políticos [en la Era de la Codicia] mediante el
simple expediente de añadir cupones de intereses y dividendos a los precios
cargados al público, como si de “costes” reales se tratara. La versión
actual –bonos del Tesoro “paniaguados”— nace de los libros contables del
sector público. El “contribuyente” tiene que pagar los cargos de intereses,
lo que va en detrimento de la inversión en infraestructuras que el señor
Obama reputa tan necesaria.
En la
“letra pequeña” del rescate Bush-Obama se abunda en estipulaciones que
ofrecen a Wall Street la perspectiva de una década de vacaciones fiscales,
permitiéndole compensar sus pérdidas financieras por la vía de substraerse a
sus responsabilidades fiscales. De modo que, no sólo ha habido un enorme
obsequio fiscal; ha habido también una redistribución de la carga fiscal a
costa del mundo del trabajo y de la industria. Los estados y los municipios
ya han empezado a anunciar planes de venta de carreteras y aeropuertos, de
suelo y otros activos públicos al sector financiero, a fin de financiar unos
acrecidos déficits presupuestarios que la actual legislación no les permite
gestionar. No se han previsto recursos federales de ningún tipo para
financiar a unas ciudades cuyos ingresos fiscales se desploman a ojos vista.
Se ha ofrecido una cantidad poco más que simbólica para familias de bajos
ingresos agobiadas por las hipotecas basura. Pero eso no significa darles
algo parecido a un “bono” dinerario desembolsable. Cumple simplemente un
papel de exhibición –como solían exhibirse las ayudas a viudas y huérfanos—
para justificar el rescate de los bancos y sus pésimos negocios con divisas,
tasas de interés y derivados financieros. Los deudores insolventes son meros
vehículos pasivos: se les ofrece un alivio hipotecario que el gobierno, en
su nombre, trasladará a sus bancos para mantenerlos a todos a salvo.
A
todos, ¡pero a unos más que a otros! Chris Matthews me acaba de proporcionar
una estadística de hoy (29 de enero de 2009): 18,4 mil millones de dólares
en bonos de Wall Street pagados con dinero procedente del rescate del
gobierno.
A eso
se le llama “salvar la economía”. No es menos oximorónico que hablar de
“socialización de las pérdidas”. Socializar las pérdidas significaría
cancelar las deudas hipotecarias y de otros préstamos bancarios, borrándolas
de la contabilidad bancaria. En cambio, los rescates actuales significan el
mantenimiento de las deudas en la contabilidad bancaria, pero su adquisición
por parte del gobierno a fin de mantener a salvo a los acreedores;
entretanto, una cuarta parte de las hipotecas inmobiliarias han entrado en
quiebra técnica por causa del desplome del precio de la vivienda [deben más
de lo que vale ahora su activo inmobiliario; T.], y sus deudas, lejos de ser
rescatadas, se mantienen en los libros de contabilidad bancaria. La “basura
tóxica” de la economía permanece. Pero se está creando más basura en un
volumen harto respetable y en obsequio de unos pocos centenares de familias.
No resulta, pues, sorprendente que el mercado de valores subiera 200 puntos
el pasado miércoles, ¡aupado por la cotización de las acciones de los
bancos!
En
los diez días de aparente frenesí transcurridos desde que Obama entrara en
posesión de su cargo, diríase que sus acertadas decisiones en lo tocante a
Guantánamo, a Irak o a la restauración de los derechos de los trabajadores
frente a los empresarios no son sino caramelos destinados a endulzar el
obsequio a Wall Street, un quid por quo concebido para evitar la oposición
de las bases sociales del Partido Demócrata. O al menos, tal parece ser su
efecto. Acusar a Obama de haber procedido a un obsequio no se condeciría, a
primera vista, con el impulso de fondo subyacente en sus decisiones: pero
sólo si prescindiéramos del nombramiento de Larry Summers en la Casa Blanca
y del eminente papel en el rescate desempeñado por Barney Frank en la Cámara
Baja y Chuck Schumer en el Senado.
Hay
una forma muy sencilla de pensar en todo lo que ha pasado y que explica por
qué todas las medidas tomadas, lejos de ayudar a la economía, agravarán su
situación. Supóngase que el nuevo bad bank o “banco malo” de 4 billones de
dólares funciona. La cobertura gubernamental dará bonos del Tesoro a cambio
de préstamos y derivados financieros del “banco malo”, sin que el gobierno
se atenga a los valores de mercado (“marking to market”): dicho sea esto a
propósito de la pretensión de que dar crédito a Wall Street es una política
de “libre mercado”; pero la alternativa a los mercados libres no resulta ser
“socialismo”, ni siquiera “socialismo para ricos” (hay peores palabras para
eso y prefiero no emplearlas aquí).
La
verdadera pregunta es ésta: ¿qué hará la elite de Wall Street con el dinero?
Desde Chuck Schumer hasta Barney Frank, pasando por Larry Summers, toda la
administración Obama se halla a la espera de que los bancos presten a los
norteamericanos. Los prestatarios tendrían, pues, que contraer más deuda,
deuda bastante para iniciar un nuevo proceso de inflación de los precios
inmobiliarios, haciendo así la vivienda más inaccesible y obligando a los
compradores a contraer unas deudas hipotecarias todavía más grandes. Mayores
hipotecas y precios inmobiliarios al alza se supone que ayudarían a
reconstruir la contabilidad bancaria, es decir, a ganar lo suficiente como
para compensar sus pérdidas.
Pero
eso pasa por alto el hecho de que la actual depresión en curso está causada
por la deflación de deuda. Familias, empresas y gobierno tienen que gastar
más ingresos salariales, más beneficios y más ingresos fiscales en el
servicio de la deuda, en vez de en la adquisición de bienes y servicios.
¿Qué solución de los problemas del coste de la deuda es ésa que pasa por
endeudarse todavía más? ¿No hay un punto de locura en todo eso?
La
solución promovida por el gobierno, que es la que le han ofrecido los
lobistas financieros, es rescatar a los banqueros de Wall Street dejando a
la economía “real” todavía más endeudada. Toda esa cháchara sobre la
necesidad de “más crédito”, todo ese mendigoneo a los bancos para que
presten más dinero y luego extraigan más interés y amortización de la
economía, no hace sino labrar el camino hacia un sumidero deudor todavía más
profundo. Eso no es ayudar a las familias a pagar sus deudas. Y, a decir
verdad, los propietarios de vivienda cuyas hipotecas ya cuestan más que el
precio de mercado de su propiedad no serán tampoco capaces de conseguir más
préstamos.
Sanar
el problema de la deuda no costaría más de 1 billón de dólares,
aproximadamente: bastaría con que se dejara funcionar la magia del “mercado”
en el contexto de una renovada legislación para las quiebras que se
orientara en favor de los deudores. Pero no es ese, huelga decirlo, el
problema que el gobierno trata de resolver. Lo que pretende, simplemente, es
mantener a salvo a los acreedores, unos acreedores que, después de todo, son
en nuestros días los más influyentes lobistas y los mayores contribuyentes a
las campañas electorales.
Lo
más importante que hay que entender de la presente crisis económica es que
no era necesaria, ni tecnológica, ni política, ni fiscalmente. El gobierno,
en los niveles estatal, local y federal, está sin fondos, pero sólo porque
la fuente natural del fisco, la renta del suelo y la renta monopólica, así
como los gravámenes al usuario del servicio público, ha sido financiarizada.
Es decir, que, mientras los impuestos a la propiedad solían financiar en
los años 30 tres cuartas partes del presupuesto de estados y municipios, hoy
sólo representan una sexta parte. Este encogimiento no ha sido en beneficio
de los propietarios de vivienda, de quienes viven de alquiler o de los que
ocupan locales comerciales. Los precios de las viviendas y de los edificios
de oficinas los fija el mercado inmobiliario. El alza de los precios del
mercado ha ido a parar a los bancos en forma de interés hipotecario. El
sector financiero, pues, ha substituido al Estado como receptor del
excedente económico, lo que ha dejado al sector público seco y sin liquidez.
El
sector financiero también ha substituido al Estado como planificador
económico. Ese papel le ha venido por consecuencia de su monopolio en la
creación de crédito, que resulta clave en la asignación de recursos.
El
crédito bancario se crea libremente. Los gobiernos podrían hacer lo mismo.
En realidad, eso es lo que hizo el Tesoro norteamericano durante la Guerra
Civil emitiendo crédito-papel.
Si la
actual depresión económica en curso es un fenómeno de origen humano (para
ser preciso: financiado por los lobistas), ¿qué política se precisa para
ponerle remedio?