(IAR
Noticias)
23-Septiembre-09
Plantea Bourdieu “Eso que me gusta y eso que encuentro bueno es, de hecho, eso
a lo que estoy acostumbrado a comer; eso que consume mi clase social de
origen”. La gastronomía es entonces reenviada a un proceso de distinción, a
partir del cual las élites afirman su diferencia con relación a las otras
clases”.
Por
Miguel Ángel Pérez Pirela -
perezpirela.blogspot.com
Es innegable que uno de los signos de diferenciación entre las clases está
determinado no solamente por eso que se come, sino también por cómo y dónde se
come. Es erróneo por ello pensar que se pueden realizar elecciones culinarias
y dietéticas sólo a partir de una supuesta autonomía contemporánea. Eso que
comemos depende de fuertes determinaciones sociales, no sólo a nivel cultural,
sino también a nivel económico y social: “En los años de 1940, en Estados
Unidos, Lewin mostró que la consumición de un producto, y de forma más general
las elecciones alimentarias, no dependen de decisiones individuales, sino del
resultado de una serie de interacciones sociales. Para que un alimento sea
consumido por un individuo, es necesario que el mismo llegue a él”.
Ese punto es esencial para el análisis filosófico-político, sociológico o
incluso moral de la alimentación. El proceso que permite a un alimento llegar
hasta la mesa de quien lo come es arduo y complicado. El mismo depende de una
serie pasos, pero también de muchos intereses.
Según Poulain “Los análisis de los movimientos que atraviesan el espacio
social alimentario (deslocalización y relocalización, de la alimentación,
transformación de las prácticas, desarrollo de la obesidad, exacerbación de
los sentimientos de crisis…) muestran cómo la necesidad biológica de comer y
la expresión del hambre son socialmente modeladas” […] La alimentación… es
siempre a la vez socialmente construida y biológicamente determinada. Los
modelos alimentarios aparecen como el resultado de una larga serie de
interacciones entre lo social y lo biológico, como la agregación compleja de
conocimientos empíricos.
Desde la siembra, cosecha o producción de un alimento, pasando por su
distribución y, más tarde su venta, servir un plato de arroz en una mesa
cualquiera implica un sistema que no puede ser pasado por alto. Sistema a
partir del cual pueden, por una parte satisfacerse las necesidades de un
pueblo o sociedad o, por otra, hacerlo dependiente de normas de producción y
distribución impuestas. De hecho, es innegable que fenómenos alimentarios
acaso inexplicables, a nivel de desigualdad de la distribución de los
alimentos y de la calidad de los mismos, son en ocasiones producto de dicho
sistema.
A la luz de lo antedicho, cómo explicar, por ejemplo, el hambre en ciertas
regiones del planeta. El hambre es, claro está, un hecho biológico, pero
también un fenómeno social, político y sobre todo moral. Audrey Richards
“considera que el hambre es el principal factor determinante en las relaciones
humanas, primero que todo en el seno de la familia, y más tarde en los grupos
sociales más amplios, el pueblo, un grupo de edad o estados políticos”.
Todo ello nos permite entonces comprender la importancia y el rol que posee la
alimentación en las relaciones humanas. La misma estructura al individuo en
ámbitos tan trascendentales que tocan, por ejemplo, la alimentación que la
madre ofrenda al hijo que –de hecho educa y forma en él una identidad– hasta
la utilización de la misma como un arma mortal de guerra en conflictos entre
pueblos.
Hoy día nos encontramos delante de una postura capitalista y neoliberal que
reduce el alimento a mera mercancía.
De hecho, notamos una actividad alimentaria que, cada vez más, es acaparada
por la industria agroalimentaria y que coloca la sociedad en una posición de
pasividad en relación a las modalidades que han de ponerse en práctica y
vivirse en el mundo de la alimentación.
Como afirma Poulain, en su obra "Sociologies de l’alimentation", las
cada vez más grandes cadenas de alimentación con sus enormes ciclos de
distribución, aunados a una concentración y monopolización de las actividades
que realizan, “separan los consumidores del origen natural de los productos,
los cortan de su ambiente social tradicional”.A partir de 1930 a nivel
planetario cambios sociológicos sin precedentes modificaron los modos de vida
y sobre todo trastocaron fundamentalmente los lazos que unían los consumidores
a los alimentos: producción, transformación y comercialización alimentaria
organizaron definitivamente, estructuraron y dieron ritmo a la sociedad rural;
los paisajes mismos de los países se transformaron a lo largo de los ciclos de
producción; el alimento se convirtió poco a poco en simple mercancía, y la
gran distribución dio nacimiento al consumidor; al inicio de los años 1960,
los supermercados hacen su aparición y toman, en una generación, una posición
dominante.
Como consecuencia de la pérdida de contacto con la filial de producción, el
alimento se transforma en un simple objeto de consumo sobre el cual reinan los
‘jefes de productos’ y los ‘especialistas en marketing’.
De todo ello surge un fenómeno tan sintomático como el de el hambre:
“Comida en abundancia, pero de menos en menos identificada, conocida y sobre
todo de más en más angustiante".
Se deja de un lado el hecho que comer es también un acto que une al hombre con
la naturaleza, con lo real. La cocina y las costumbres de mesa de una sociedad
son una manera original de organizar las relaciones entre la naturaleza y la
cultura. Industrializada, la comida suscita interrogantes, que pueden
rápidamente transformarse en angustias. ¿De dónde proviene ésta? ¿De cuáles
transformaciones fue objeto? ¿Por quién fue manipulada?
Estamos hablando entonces de una separación cada vez más neta entre el
hombre y su alimento que se ve reflejada en un desconocimiento de eso que se
está comiendo. Dicho desconocimiento afecta de forma directa la percepción del
consumidor en relación con eso que come, dando como resultado natural una
desconfianza en los productos alimentarios.
Ello se radicaliza a la luz de los escándalos que a partir de los años setenta
se han ido dando: en 1968, los movimientos ecologistas ya criticaban la
“comida industrial”; en 1970 el ternero y el pollo con hormonas están en el
tapete; en 1996 la crisis de la vaca loca y en 2006 los temores de la gripe
aviar.
En fin, Como comenta Fischler en su libro El omnívoro, “Si no
sabemos eso que comemos, no sabremos en qué nos transformaremos y no sabremos
quiénes somos”.
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