La unidad de cuidados intensivos de la economía mundial tiene
menos pacientes.
Por Max Seitz -
BBC
Japón, Alemania y Francia han desocupado sus camas allí porque lograron
escapar de la recesión y regresar a la senda del crecimiento. También Estados
Unidos y la zona del euro, en general, tienen pronóstico de recuperación.
En todos estos sitios parece haber surtido efecto la vacuna de la ayuda
estatal inyectada en cuantiosas dosis al sector financiero, aunque continúa la
lucha contra secuelas como el desempleo y la escasez de crédito.
En cambio, numerosos países en desarrollo de África, Asia y América Latina
han visto su salud económica agravarse y probablemente continuarán en estado
delicado por más tiempo.
Y esto tiene que ver, por una parte, con su propia vulnerabilidad a los
factores externos y, por otra, con la actitud de "primero me cuido yo" que,
según los críticos, han adoptado gobiernos e inversionistas en varias de las
economías más aventajadas del mundo en medio de la "pandemia" financiera global.
Síntomas sobre síntomas
Los analistas coinciden en que la actual crisis es muy diferente de las
anteriores.
El llamado "Efecto Tequila" en México (1995) y el colapso en el sudeste
asiático (1997-1998) se originaron en economías emergentes y, al estar
vinculados a factores y dinámicas regionales, tuvieron un impacto limitado en el
mundo desarrollado.
Esta vez, en contraste, la crisis surgió en los países ricos y contagió al
resto del planeta, dejando a las zonas más desamparadas del globo con
convulsiones que no cesan.
El mundo entero ha sufrido en mayor o menor medida -y salvo raras
excepciones- el desplome de las bolsas, la sequía crediticia, la disminución del
comercio y la desaceleración del crecimiento económico.
Pero en el caso particular de los países en desarrollo -sobre todo los más
pobres- las lesiones han sido más amplias y profundas, porque a los
padecimientos ya enumerados se ha sumado la múltiple caída de las inversiones
directas, de los flujos de capital en general y de las remesas.
Y como si fuera poco, los fondos de ayuda de los que dependen muchas de estas
naciones están en riesgo de disminuir.
Así, millones de personas que no contribuyeron a la crisis financiera han
resultado las más golpeadas por ella. En otras palabras, el contagiado sufre más
que aquel que produjo el contagio.
"No obstante, ha habido impactos diferentes dentro del mundo en desarrollo",
aclara a BBC Mundo Sergio Jellinek, especialista en desarrollo sostenible del
Banco Mundial.
"Economías emergentes como Brasil, India y China se han mostrado más
resistentes a la turbulencia global y hasta han impulsado la recuperación de
países más desfavorecidos. Pero también hay naciones pobres que, por estar
desvinculadas de los mercados financieros internacionales, han sufrido menos los
efectos de la crisis".
Menos capitales
Aun así, el diagnóstico es preocupante para los países más frágiles, a juzgar
por las cifras de varios organismos internacionales.
Según la Agencia Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA, por sus
siglas en inglés), el flujo de inversiones directas a las naciones en desarrollo
se desplomará un 30% en 2009, para quedar en tan sólo US$385.000 millones.
Por su parte, el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) estima que los
flujos de capitales hacia esos países caerán un 35% durante el año en curso,
para acabar en apenas US$165.000 millones.
Todo esto repercute negativamente en los balances y en las cuentas públicas
del mundo en desarrollo, así como en el progreso de la infraestructura y de
actividades productivas como la agricultura.
"Los países pobres tienen la enorme desventaja de que, si ya representaban un
riesgo para los inversores, ahora, con la crisis, son considerados aún más
riesgosos. Esto los coloca en una situación muy difícil", explica a BBC Mundo el
economista argentino Aldo Abram, que es experto en flujos de capitales.
"Los inversores del mundo desarrollado piensan, desde luego, en sus bolsillos
y prefieren colocar su dinero allí donde les resulta más seguro hacerlo", añade
Abram. "Esto lamentablemente asfixia a naciones que de por sí ya tenían
problemas de financiamiento".
Según Abram, el regreso de las inversiones directas y del capital a los
países en desarrollo dependerá de la recuperación de la confianza en las propias
naciones ricas, la cual -en su opinión- se restablecerá a mediados de 2010.
"Habrá que esperar a que eso ocurra para que los inversores se animen a tomar
más riesgos", completa.
Pero no sólo la caída de las inversiones directas y de los flujos de
capitales mantienen postrados a numerosos países en desarrollo. También complica
su cuadro el desplome de las remesas, que en no pocos casos representan una
parte sustancial del Producto Interno Bruto (PIB).
El Banco Mundial estima que, durante 2009, el flujo de dinero enviado por
trabajadores expatriados a sus países de origen se reducirá hasta un 10%.
¿Ayuda en riesgo?
Pero, al parecer, la lista de síntomas no se detiene ahí.
En crisis anteriores, las economías más aventajadas recortaron sus
presupuestos de ayuda bilateral al mundo en desarrollo y muchos temen que ello
se repita en la situación actual, ya que las naciones ricas se han visto
obligadas a gastar cuantiosas sumas del erario público en paquetes de rescate
financiero.
Aún no hay cifras precisas sobre el impacto que la actual crisis ha tenido en
los fondos de asistencia para países pobres, pero el tema de todos modos
preocupa, ya que -por ejemplo- África es altamente dependiente de la ayuda
externa, que representa el 9% del producto bruto del continente.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que
incluye a varias naciones ricas, ha advertido sobre el riesgo de que sus
miembros destinen menos fondos a las regiones más desfavorecidas del planeta por
la posibilidad de que se concentren más en solucionar los problemas propios que
los ajenos.
El presidente del Comité de Asistencia para el Desarrollo del organismo,
Eckhard Deutscher, dijo recientemente que "debe evitarse cometer el error de la
década de los años 90, cuando los países desarrollados recortaron drásticamente
sus presupuestos de ayuda por causa de la recesión".
Las declaraciones de Deutscher no son caprichosas. Economías industrializadas
como Francia, Italia e Irlanda anunciaron a comienzos de este año reducciones en
sus programas de ayuda bilateral.
"Hacer más"
El optimismo renació cuando los países en desarrollo obtuvieron recientemente
del G-20 y del G-8 la promesa de una ayuda extra de US$120.000 para sobrevivir a
la "pandemia" global.
No obstante, algunos críticos han dicho que se trata de un compromiso
insuficiente frente a una serie de indicadores alarmantes.
El Banco Mundial estima que entre 30.000 y 50.000 bebés más morirán tan sólo
en África este año como consecuencia del deterioro de la situación económica en
los países pobres.
Y según la Organización de las Naciones Unidas, el número de personas con
malnutrición en el mundo supera actualmente los mil millones, es decir, un 10%
más que en 2008.
"Nosotros reconocemos que hace falta hacer más y pronto", dice a BBC Mundo
Sergio Jellinek, del Banco Mundial.
"Como organización multilateral, vamos a destinar este año una ayuda de US$30.000
millones a las naciones en desarrollo y esperamos aumentar esa cifra en nuestra
reunión anual que se realizará en octubre en Estambul. Allí vamos a discutir
formas de capitalizar el banco para poder hace una contribución mayor".
En cuanto al papel que deben jugar los países ricos, Jellinek afirma: "Creo
que en la actual situación tienen la responsabilidad de liberar más fondos de
asistencia, por más que tengan problemas en sus propios mercados como el
desempleo, porque fue en su seno donde se generó la crisis mundial".
En otras palabras, muchas naciones pobres que sufren de la "pandemia"
económica esperan no quedarse solas en su convalecencia y, en cambio, contar con
el apoyo, junto a su lecho, del mundo desarrollado en recuperación.