o que hacía doler mi corazón era el odio
que sentía contra el personal de AIPAC que desgarró la pancarta y que me
golpeó en la boca cuando traté de gritar: “¿Qué pasa en Gaza?” ¿Qué pasa con
los niños?”
“¡Cierra la puta boca! ¡ Cierra la puta boca!”, gritó uno de los empleados,
con la cara enrojecida y sudada mientras corría a mi lado. “No es un sitio
para decir esa mierda. ¡Vete al diablo ahora mismo!”
Lo que hace doler mi corazón es pensar en los niños traumados que encontré
en mi reciente viaje de Gaza, y cómo su sufrimiento es negado por los 6.000
participantes en la convención de AIPAC que viven en una burbuja dentro de
otra burbuja en la cual Israel es la víctima y todos sus críticos son amantes
antisemitas de terroristas o, como en mi caso, judíos que se odian a sí
mismos.
Me fascinó que el director ejecutivo de AIPAC, Howard Kohr, haya abierto la
conferencia admitiendo que ahora hay una inmensa campaña internacional contra
las políticas de Israel. Describió a 30.000 personas marchando en España, a
sindicalistas italianos pidiendo el boicot de productos israelíes, al Consejo
de Derechos Humanos de la ONU aprobando 26 resoluciones de condena de Israel,
una Semana del Apartheid Israelí que estructura una campaña global de boicot,
desinversión y sanciones.
Este movimiento global, advirtió, emana de Oriente Próximo, tiene su eco en
las salas de Naciones Unidas y en las capitales de Europa, es expresado en
reuniones de organizaciones internacionales por la paz, y se extiende por todo
EE.UU. – desde los medios a reuniones en consejos municipales, desde los
campus a las plazas en las ciudades. “Esta campaña ya no se limita a las
desvaríos de la extrema izquierda o de la extrema derecha políticas,” se
lamentó, “sino entra cada vez más a la corriente dominante estadounidense.”
Pero Kohr no explicó por qué ha habido una semejante explosión en este
movimiento, incluso en la comunidad judía estadounidense. No dijo a los
participantes que el mundo se horrorizó e indignó por el devastador ataque de
Israel contra Gaza durante 22 días, que dejó a más de 1.300 muertos – sobre
todo mujeres y niños. No mencionó las muertes de civiles que huían de sus
casas, el uso de fósforo blanco, el bombardeo de casas, escuelas, mezquitas,
hospitales, edificios de Naciones Unidas, fábricas. No habló del continuo y
cruel bloqueo de la Franja de Gaza que impide que ayuda humanitaria
desesperadamente necesitada llegue a 1,5 millones de personas y que impide la
reconstrucción.
No hubo seminarios en la conferencia por grupos de derechos humanos como
Amnistía Internacional que llaman a una inmediata y exhaustiva suspensión de
las entregas de armas a Israel. En su lugar, uno tras otro, responsables
elegidos de EE.UU., ansiosos de hacer favores a AIPAC, prometieron un continuo
apoyo financiero de EE.UU. a Israel. El senador Kerry, a pesar de que fue uno
del puñado de legisladores que visitaron Gaza, no dijo una palabra sobre la
masiva destrucción que presenció y prometió que como presidente del Comité de
Relaciones Exteriores del Senado haría todo lo posible por asegurar que los
30.000 millones de dólares en ayuda militar a Israel, “sean entregados en su
totalidad.” “EE.UU. continuará su ayuda militar, e Israel mantendrá su poderío
militar,” insistió. En lugar de llamar a conversaciones con el gobierno
democráticamente elegido de Hamas, Kerry dijo: “Hamás ya ha ganado una
elección – no podemos permitir que gane otra.” Terminó su discurso gritando
varias veces en hebrero: "¡Am Yisrael Chai! - ¡Israel vive!"
Incluso el vicepresidente Biden, quien por lo menos dijo a AIPAC que Israel
debería congelar toda nueva actividad de asentamientos, no dijo una palabra
sobre la continua crisis humanitaria causada por la invasión israelí y el
continuo bloqueo de Gaza. Ningún funcionario de EE.UU., y hubo cientos en la
conferencia, se atrevió a hacerse eco del llamado de Naciones Unidas o de la
comunidad mundial a levantar el sitio de Gaza.
El congresista republicano Eric Cantor fue uno de los oradores más
emotivos, al describir a Israel como víctima de un maligno movimiento global
determinado a eliminar a Israel y a todos los judíos. Evocando a “las
temblorosas víctimas desnudas arreadas a las cámaras de gas,” se preguntó
cuándo sería demasiado tarde para proteger a Israel. “¿Cuándo es demasiado
tarde?” repitió una y otra vez.
Me pregunto lo mismo. ¿Cuándo será demasiado tarde?, me pregunto, ¿para
impedir que Israel se destruya a sí mismo? ¿Cuándo será demasiado tarde para
decir a los participantes en AIPAC que más violencia y odio no es la
respuesta? ¿Cuándo será demasiado tarde para abrir los corazones endurecidos
de mi pueblo, otrora víctima de un terrible holocausto, para darse cuenta de
que al ocupar Palestina nos hemos convertido en el mal que deploran? ¿Cuándo
será demasiado tarde para que los judíos del mundo lloren por los niños de
Gaza, reconociendo que ellos, también, son hijos de Dios?
No pude formular mis preguntas en AIPAC. Mi boca fue amordazada por manos
empapadas en sudor de empleados llenos de odio que exigían “¡Cierra la puta
boca!” Pero a pesar de los inmensos fondos e influencia de AIPAC, estoy segura
de que más y más miembros de la comunidad judía se levantarán y se negarán a
guardar silencio. Sólo rezo para que no sea demasiado tarde.