l camino que saque a las automotrices de esta cuneta no será fácil de
recorrer, y las estrategias que están diseñando los líderes de la industria y la
Casa Blanca enfrentan riesgos por parte de la economía general, los consumidores
y la falta de consistencia de las políticas del gobierno en temas energéticos y
medioambientales.
No obstante, existe una posibilidad de recuperación. Esta sería la ruta hasta
ella:
Sin sacrificio no hay recompensa.Todos en la industria
sabían desde hace años que los modelos de negocios de las tres grandes
automotrices de EE.UU. (General Motors Corp., Ford Motor Co. y Chrysler) estaban
destinados al desastre. La crisis financiera está obligando a estos fabricantes
—especialmente a GM— a tragarse la medicina que evitaron durante los últimos 10
años.
Pese a lo desagradable que le resultará a GM la supervisión gubernamental y
la posible reorganización dentro de una corte de bancarrota, podría emerger
libre de deudas, sin fábricas innecesarias, y sin costosas obligaciones con sus
jubilados ni la responsabilidad de mantener marcas y concesionarios redundantes.
Una GM reestructurada podría concentrarse en diseñar menos pero mejores autos y
camionetas.
Estos cambios en GM y Chrysler podrían impulsar el esfuerzo del líder de Ford,
Alan Mulally, para reestructurar la segunda mayor automotriz del país sin ayuda
del gobierno ni pasar por la corte de bancarrotas. Sus rivales dejarían de
inundar el mercado de vehículos no deseados y rebajas desesperadas que aniquilan
los ingresos.
Recortes de producción hoy, auge mañana. Este año, las tres
automotrices de Detroit han despedido a miles de empleados y han recortado
drásticamente su producción. Eso ha hecho mella en la acumulación de autos sin
vender que está hundiendo los precios. GM, Ford y Chrysler tenían cerca de 1,5
millones de vehículos estacionados a fines de marzo, frente a 2,1 millones en
marzo de 2007, según Autodata Corp. Si las ventas repuntan a fines de año o el
próximo, las automotrices podrían tener que operar horas extra para satisfacer
la demanda, y eso suele significar grandes ganancias.
El gobierno está dispuesto a ayudar. Los ejecutivos de
Detroit han envidiado silenciosamente la atención que sus rivales de Alemania,
Japón y China han recibido de sus gobiernos. Ahora, EE.UU. cuenta con su propio
Ministerio Automotriz en la forma del grupo de trabajo que Obama designó para la
industria. Si el gobierno acaba con participaciones en una Chrysler o GM
reestructuradas, Washington tendrá grandes incentivos para adoptar políticas que
las ayuden a salir adelante.
¿Qué podría salir mal? Muchas cosas.
La economía. Si la macroeconomía no despega al menos un poco
en 2010, toda la industria —dentro y fuera de EE.UU.— estará en apuros. Los
planes actuales de reestructuración de la meca automotriz de EE.UU. dependen de
que las ventas recuperen su ritmo y pasen de los menos de 10 millones de
vehículos al año de hoy en día a 12 millones o 13 millones anuales como mínimo.
Es por eso que los fabricantes están tan ansiosos de que el Congreso siga el
ejemplo de Alemania y conceda fondos para programas de intercambio de vehículos
viejos por nuevos y así estimular la demanda.
La historia sin fin. Los procesos de bancarrota expeditos de
los que están hablando GM, Chrysler y el gobierno podrían convertirse en
embrollos interminables, ahuyentando a consumidores e incapacitando a
proveedores. Las referencias a las posibles bancarrotas han minado las ventas en
los concesionarios de GM y Chrysler, y afectado los precios de reventa de marcas
como Chevrolet y Dodge, dicen los concesionarios.
El gobierno, un socio problemático. El Congreso y el
gobierno exigen que las automotrices produzcan para 2020 flotas de vehículos que
sean tan eficientes en el consumo de combustible como los autos europeos de hoy
en día. Pero los europeos compran autos pequeños con costosas tecnologías de
ahorro de combustible porque sus gobiernos imponen altos impuestos a la
gasolina, independientemente de cuáles sean los precios del petróleo en el resto
del mundo.
Obama y los líderes del Congreso se han opuesto a una mayor gravación de los
combustibles. Esto preocupa a los ejecutivos de la industria porque temen que si
producen los autos modernos y eficientes que Washington pide, los consumidores
los rechacen. Si eso sucede, la rápida reestructuración podría complicarse y
hasta repetirse.