stas amenazas son fruto del creciente avance de la globalización y son
magnificadas también por ella. La comunicación global instantánea puede hacer
que esas amenazas tengan a veces un impacto sistémico universal. La quiebra de
un banco o la aparición de un virus ya no son, entonces, fenómenos aislados,
sino que tienen la capacidad de hacer sentir sus efectos en todas partes al
mismo tiempo.
¿Qué hacer, entonces, para lidiar con estas situaciones? ¿Hay que construir
instituciones globales centralizadas lo suficientemente fuertes para responder a
amenazas transnacionales? ¿O debemos confiar en diversas comunidades
descentralizadas y en los Estados nacionales?
John Ikenberry, de la Universidad de Princeton, escribió un ensayo a favor de
una respuesta centralizada, en el que argumentaba que Estados Unidos debería
crear una serie de instituciones multinacionales que se ocuparan de los
problemas globales.
Si aplicamos esa lógica al caso de la gripe porcina, podríamos decir que el
mundo debería fortalecer a la Organización Mundial de la Salud (OMS), para
dotarla del poder de organizar una respuesta global.
Si contáramos con un organismo así, no tendríamos que presenciar las
fricciones que está suscitando el abordaje descentralizado actual. Europa ha
ofendido a Estados Unidos al aconsejar a sus ciudadanos que no crucen el
Atlántico. Algunos países han comenzado a restringir sus importaciones de cerdo.
Europa podría acaparar las vacunas y abandonar a su suerte a Estados Unidos, que
cuenta con apenas una planta que fabrica esa vacuna. El miedo a una pandemia
podría disparar una ola de restricciones, donde los países compitan por impedir
los viajes y construir paredes.
Todos esos peligros son reales. Sin embargo, la lección que está dejando esta
crisis no es ésa. La respuesta que se dio a la gripe porcina sugiere que el
abordaje descentralizado es el mejor. Hace apenas unos días que se produjo el
brote y, sin embargo, ya se implementaron medidas muy agresivas y de alto
impacto.
En primer lugar, la respuesta descentralizada es mucho más rápida. México
respondió unilateralmente con fuertes medidas, como la cancelación de eventos
públicos. Estados Unidos ha respondido con asombrosa rapidez. Si la respuesta
estuviera coordinada por un organismo mundial, los funcionarios locales no
tendrían tantas atribuciones. El poder estaría en manos de funcionarios de
países lejanos, emocionalmente ajenos a lo que sucede en la "zona cero".
En segundo lugar, el abordaje descentralizado es mucho más creíble. Es un
hecho de la naturaleza humana que en los momentos críticos la gente se siente
más protegida por los suyos, y sólo deposita su confianza en quienes comparten
su experiencia histórica, entienden sus prejuicios culturales y cuentan con la
legitimidad necesaria para tomar decisiones brutales.
Finalmente, el abordaje descentralizado ha sabido hacer frente a la
incertidumbre con bastante eficiencia. Hasta el momento, la respuesta a la
crisis puso en evidencia que existe una red informal de científicos que se
reúnen desde hace años y que llegaron a ciertos consensos, aunque también hay
mucho que aún no saben.
Una respuesta global única resultaría en un abordaje uniforme del problema.
Una respuesta descentralizada fomenta la experimentación.
La conclusión es que la crisis de gripe porcina entraña dos problemas que se
superponen. Por debajo está la dinámica propia del brote, que se retroalimenta
en un complejo ciclo que incluye al propio virus, a la movilidad de los humanos
que lo transmiten y a factores ambientales que lo hacen cada vez más fuerte. Por
encima de esto, está la psicología del miedo que despierta la enfermedad, que se
alimenta de rumores, partes de noticias y advertencias de expertos.
La respuesta adecuada a estos problemas nuevos, dinámicos y descentralizados,
es la creación de autoridades nuevas, dinámicas y descentralizadas: redes de
funcionarios locales, agencias estatales, gobiernos nacionales y organismos
internacionales que sean tan flexibles como el problema en sí.
La gripe porcina no es sólo una emergencia sanitaria. Es una prueba de cómo
vamos a organizarnos en el siglo XXI. Y la subsidiariedad es la mejor respuesta.