espués del anuncio de la semana pasada para socorrer a los acreedores de los
grandes bancos norteamericanos que se encuentran en una quiebra virtual, Obama
advirtió a General Motors que presente un plan viable si no quiere perder el
sostén financiero del Estado. Las dos movidas, contradictorias en apariencia,
responden a una misma estrategia: forzar a deudores y a acreedores a aceptar
una desvalorización de sus capitales y de sus inversiones. Estos, en cambio,
están buscando el mayor financiamiento posible del Estado para salir ilesos o
semi-ilesos de la crisis.
Lo que Obama exige a GM es imponga una enérgica
reducción del plantel, de los salarios y de las prestaciones sociales de sus
obreros; una rebaja sustancial de los precios de los autopartistas; y una
quita de la deuda con sus acreedores acompañada de propuestas de canje de
préstamos impagos por acciones. Es lo que plantearía un juez de quiebras en el
caso de que GM se viera obligada a declararse en bancarrota. Para Obama, sin
embargo, se juega algo más: se juega la viabilidad de su plan para que un
fondo público-privado compre los activos invendibles de los bancos para pagar
con su resultado a los acreedores. Por ahora no hay señales de que los bancos
quieran malvender esos activos, ni de que los privados quieran comprarlos por
encima del precio de remate al que se cotizan en el mercado. Si no disciplina
a los actores de la crisis de GM, corre el riesgo de que se caiga su plan
bancario.
Lo mismo ha planteado para Chrysler, con el añadido de un acuerdo para que
Fiat ingrese en su capital, en forma minoritaria, y venda autos pequeños en el
mercado norteamericano. La idea es juntar los fondos que ingresen por esta
asociación para apurar un acuerdo con obreros, proveedores y bonistas.
Como también ocurre con los bancos, Obama habría amenazado a GM y a sus
acreedores con la creación de una GM ‘mala', que se haría cargo de liquidar
las deudas con el dinero disponible, y otra ‘buena', que funcionaría con
capital fresco. De concretarse, formalizaría la bancarrota de los acreedores
de los bancos y empresas en bancarrota.
La presión que ejerce Obama para que los capitalistas se repartan
‘equitativamente' las quiebras, están condenadas al fracaso. La razón es que
cosas semejantes solamente se arreglan en función del poder de las fuerzas en
disputa, o sea mediante choques y crisis. Por eso, muchos observadores
adelantan que Obama podría sufrir una crisis en política en su gabinete
económico, a corto plazo, y una crisis política de su gobierno, en un plazo
mayor.
La capacidad de los gobiernos de sustituir a los capitalistas en la
determinación del rescate del capitalismo en crisis, depende de esas
relaciones de fuerza entre los capitalistas en disputa y del régimen político
existente. Un arbitraje de la crisis mediante la sustitución de los
capitalistas por los funcionarios del Estado, obligaría a cambiar el régimen
político. Fue lo que ocurrió con los fascismos europeos en el 30, cuya
estatización fue de todos modos extremadamente parcial. Por eso señalamos en
este periódico, hace varios meses, que luego de una larga campaña mediática de
los gobiernos norteamericanos para promover la democracia en China, una
estatización en Estados Unidos, que siempre será limitada y parcial,
plantearía la instalación de un régimen como el del partido comunista chino en
Washington; es decir, el fascismo.