(IAR
Noticias)
27-Marzo-09
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Luego de realizar el sábado 21 de marzo un recorrido en autobuses por las casas de algunos
altos ejecutivos de AIG que recibieron abultados bonos, organizado por grupos
sindicales y comunitarios, manifestantes expresan su molestia por el abuso con
fondos federales, frente al edificio central de la división de productos
financieros, en Wilton, Connecticut. (Foto Reuters)
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El dinero puede recuperarse. Eso es precisamente lo que el Sr. Schumer, el
Sr. Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso distraen a la
gente fingiendo escandalizarse con trivialidades.
Por
Michel Hudson (*) - Revista Sin Permiso
P arecerá extraño, pero lo cierto es que la
indignación pública levantada por los 135 millones de dólares de bonificaciones
para altos ejecutivos de la aseguradora AIG es una bendición divina para Wall
Street, incluidos los canallas de la propia AIG. ¿Por qué habrían de preocuparse
tanto los medios de comunicación con el descubrimiento de una codicia al
servicio de sí propia en el sector financiero?
Todos y cada uno de los canales de TV, todos y cada uno de los periódicos de
este país, de derecha a izquierda, han convertido esas bonificaciones en
cabecera titular de sus informaciones de los dos o tres últimos días.
¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus
expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista
Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado
año?¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de
tanto tiempo mudo,algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el Wall Street
Journal se ha metido en harina.
La toma de control de AIG por parte del gobierno, dice, "se sirve de la empresa
como instrumento para rescatar otras instituciones". Hay mucha más codicia que
la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros
jugadores –por doquiera, y también en Wall Street— que el valor de los activosen
su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la
oposición al modo en que Obama y McCain actuaron de consuno para apoyar un
rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero.
No realmente al sumidero, claro está, sino transferido a especuladores
financieros situados en el triunfante lado "listo" de las malas apuestas
financieras de AIG.
La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca
desencadenar la cólera pública contra los actores privados", decía
acusatoriamente el editorial del Wall Street Journal del pasado 17 de marzo.
Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra distractora para pasar por
alto las exacciones de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las
bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la
vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del
blanco al que dirigir la indignación pública!
He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las
bonificaciones de 135 millones de dólares para los ejecutivos de AIG: esta suma
es menos del 0,1% --una milésima— de los 183 mil millones de dólares que el
Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus
acreedores.
Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que
los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se
quedó en AIG. Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los
congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El
periódico económico] Bloomberg inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un
muro de silencio.
Hasta que, finalmente, el domingo 15 de marzo, por la noche, el gobierno soltó
la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario
resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos
tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman
Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13 mil millones de
dólares.
He aquí el perfil que va dibujándose. El pasado septiembre, el secretario del
Tesoro, Paulson, de Goldman Sachs, compuso un terso memorándum de apenas 3
páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo
que hicieran él mismo u otros funcionarios del Tesoro (incluidos sus
subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían
recurrirse legalmente, ni ellos mismos podrían se ser llevados a tribunales, y
mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus
casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.
Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula
legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a
los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.
En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la
legislación del rescate –junto con Obama, quien en su debate final con McCain
del viernes por la noche llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la
terrible versión "corta" del plan de rescate de Paulson— organizan ahora una
escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los
acreedores de la compañía aseguradora.
Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación
política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora?
Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para
averiguar la dinámica operante.
En lo tocante al qui bono:¿qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank,
el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera
pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector
bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un
obsequio tras otro.
Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera
naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán
confundente, y así, posar como "honrados intermediarios" la próxima vez que
tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de
dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias
campañas políticas.
En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con
las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los
acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183 mil millones de dólares
de obsequio del Tesoro. La suma "final" que tendrá que ir a parar a esos
acreedores se rumorea que ronda los 250 mil millones, de modo que el senador
Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo
que hacer para Wall Street en el próximo año.
Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública
creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los
gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.
Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las
bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen
estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo
de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más
distraerán la atención de la opinión pública respecto del obsequio de 183 mil
millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando
obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva
Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.
Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183 mil millones de dólares!
Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo
devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan,
George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un
abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un
abismo en materia de balanza de pagos, abismos, todos, que venían a confluir en
la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO,
por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido
lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos
públicos claves para que pudieran servirles mejor.
Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los
recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la I.R.S. [la agencia tributaria
estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero.
En realidad, también puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil
millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales
impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos
al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.
El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que el señor Schumer, el
señor Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la
atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy
propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo
verdaderamente importante.
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(*) Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de
pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase &
Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el
establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder
Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich
en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los
gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de
Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor
investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de
numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of
American Empire.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Tim
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