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26-Marzo-09
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La crisis y la consolidación del poder de las clases
dominantes : No creo que las ONG y las organizaciones de la sociedad civil
están en vías de transformar el mundo.
Por David Harvey
(*) -
Counterpunch
¿M arca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que
se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido
un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad
individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el
libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y
consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha
sido todo un éxito.
Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el
poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo
que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de
mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera
cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría
destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro
estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al
hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras
palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la
práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo
cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.
Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3
páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de
dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero
contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no
se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de
ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5
grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están
ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y
adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema,
pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon
–banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32, dejó estupendamente
dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus
legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que
es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un
nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una
reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal,
políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en
otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan
fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y
no han nacionalizado los bancos.
Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se
percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este
lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por
ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave
en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración
Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al
capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso
no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque
saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la
rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de
Obama; también el grueso de la prensa.
Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban
abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco
Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo
creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse
radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su
arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en
que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso,
porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que
entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.
Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado
Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de
la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el
conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el
sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha
pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido
prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los
últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases
trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El
capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por
completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y
de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de
funcionamiento de la economía.
Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación
continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo.
Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del
trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una
de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era:
¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos
y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración.
En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les
permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se
favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el
gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes
traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su
imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de
lidiar con el problema.
Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y
si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para
aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la
deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente.
Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los
sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese
período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles
en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En
segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización
más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del
espacio global.
Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la
escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener
problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares,
pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo
colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China
vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global
en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no
representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del
trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero
cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en
represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó
a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.
La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los
trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las
tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así,
en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares
rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000
dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los
hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con
unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de
gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la
respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a
encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De
modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por
deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría
con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y
se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.
Las crisis de los valores de los activos
Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada
vez más ricos a causa de la represión salarial. La historia que se nos contó es
que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los
ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa.
Así se generaron las burbujas en los mercados de valores. Es un sistema análogo
al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff. Los ricos
pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y
propiedades de ocio, así como en el mercado de arte. Esas inversiones traen
consigo financiarización. Pero, a medida que pujas por valores de activos, eso
repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a
ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el
mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas
las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen. Y lo que tenemos ahora es un
colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado,
el mercado de valores se ha desplomado.
Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad.
La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y
servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos
20 o 30 años. Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se
refleja en la tasa de interés, descontada a futuro. Este crecimiento del área
financiera luego de los 70 tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema
clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista.
Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente
del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla
en expansión. Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que
expandirse.
En un artículo que escribí para la New Left Review, “El derecho a la
ciudad”, señalaba yo que en los últimos 30 años un inmenso volumen de excedente
de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la
expansión y la especulación urbanas. Todas y cada una de las ciudades que he
visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la
absorción de excedente capitalista. Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos
proyectos han quedado a medio hacer.
Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más
problemático con el tiempo. En 1750, el valor del total de bienes y servicios
producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes). Hacia 1950, era
de 4 billones de dólares. En 2000, se acercaba a los 40 billones. Ahora ronda
los 50 billones. Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos 20 años,
hasta alcanzar los 100 billones en 2030.
A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de
crecimiento ha rondado el 2,5% anual, sobre base compuesta. Eso significaría que
en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares. Es
un orden de magnitud muy elevado. Yo creo que ha habido un serio problema,
particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más
grandes de excedente en la producción real. Sólo una parte cada vez más pequeña
va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la
especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la
profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975,
más o menos. Son todas crisis de valores de activos.
Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una
acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos
encontraríamos con un montón de problemas endemoniados. El capitalismo se
enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de
mercado y de rentabilidad. El reciente giro hacia la financiarización es un giro
forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un
problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones
periódicas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios
billones de dólares de valores de activos.
El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están
salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los
bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones. Y sólo
les están salvando a ellos. El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias
que están siendo hipotecariamente ejecutadas, lo que está comenzado a provocar
cólera. Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para
comprar otros bancos. Están consolidando su poder de clase.
El colapso del crédito
El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la
financiarización como solución de la crisis del mercado. Por consecuencia,
veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas
industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de
las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el
regreso a un modelo económico keynesiano. El programa económico de Obama
consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías
verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal. Yo soy
escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.
Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre
en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo
de relaciones en torno al Estado y las finanzas. Necesitamos comprender el modo
en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo,
vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo
acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción).
En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido
revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, de
consuno con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital
financiero, a fin de reconstruir París. Eso generó pleno empleo y los bulevares,
los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de
residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de
mecanismos se construyó también el Canal de Suez. Una buena parte de todo eso se
financió con deuda. Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una
enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a
todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los
mercados especulativos, etc. Se ha creado una nueva arquitectura financiera.
Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que ellos están buscando una
nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el
pueblo trabajador, sino para la clase capitalista. En mi opinión, están en vías
de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros
sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer! La única cosa que les
preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión. Y mientras esperamos a
rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses
de clase. Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera.
Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York,
se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué
hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, pieza
aquí, pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron
con una construcción de nueva planta. Mas, cualquiera sea la solución a la que
lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos
a decir que queremos algo a nuestra medida. Las gentes como nosotros podemos
desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la
legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo. También, claro
está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del
problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.
Alternativas
Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad. Tenemos
que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la
humanidad. El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la
gente. Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la
ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente
capitalista. Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para
siempre al problema del 3% de acumulación. Nos hallamos ahora en un punto en el
que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar
unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones
sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.
El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de
un modo productivo y rentable. En mi opinión, los movimientos sociales tienen
que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto
excedente. Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que
teníamos en los 60, me parece fuera de duda que entonces había un control social
y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del
excedente. El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de
escuelas, hospitales e infraestructura. Eso es lo que sacó de sus casillas a la
clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los 60: no tenían control
bastante sobre el excedente. Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles,
se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho
desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior
socialización del excedente. También lograron transformar la palabra “gobierno”
en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y
empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde
contratistas privados muñeron implacablemente las ubres del beneficio fácil.
Creo que estamos aproados a una crisis de legitimación. En los pasados
treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher,
según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo
privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra. Yo creo
que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones
hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las
personas que pierden su vivienda. Puedes acusar a los desahuciados de
irresponsabilidad, y en los EEUU no deja de haber un componente fuertemente
racista en esa acusación. Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias
golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades
negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta: “¿pues qué
esperabais? Los negros son gente irresponsable”.
Las explicaciones de la crisis dilectas de la derecha son en términos de
codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la
gente que pidió prestado para comprarse una vivienda. Lo que tratan es de cargar
la culpa de la crisis a sus víctimas. Una de nuestras tareas consiste en decir:
“no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una
explicación cogente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada
estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por
otra estructura aún más profunda de explotación. Es muy importante que esta
explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.
Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse
tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de
la vivienda, una vez comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena
parte del parque de viviendas, puesto que desde los años 30 hemos tenido enormes
presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los
derechos y la posición de la gente. Tenemos que socializar y recapitalizar la
educación y la asistencia sanitaria públicas, a demás de la provisión de
vivienda. Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno
con la banca.
Una política radical, más allá de las divisiones de clase
Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el
trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y
sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo. Y eso por una razón muy
sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la
cosa. Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente
crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos
preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas
formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en
primera línea de esta lucha. El trabajo ha estado en primera línea en el mercado
de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso
de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al
vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que le trabajo sólo
parcialmente ha estado presente.
Por ejemplo, en los EEUU de los años 30 hubo un montón de populistas que
apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde. Y actualmente, muchas de
las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que
obrera. El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante a jugar, pero no
creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión
convencional de proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda,
cuando la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central
de la acumulación de capital) es el asunto fundamental. Puede haber épocas y
lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por
ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en
cambio, no veo en nuestro país.
Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías
automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo
que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no del
mismo modo. Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto,
de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver
estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.
También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la
conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las
transformaciones políticas. Yo creo que están locos. En el Estado radica un
poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de
importancia. Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual
las ONG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar
el mundo; no porque las ONG no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro
tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la
crisis principal que está en curso. En los EEUU, el instinto político es muy
anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista
anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse
con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.
No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán
los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es palmario que serán
distintos en las distintas partes del mundo. Ahora mismo, en los EEUU, hay
signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han
vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años,
están enojados y pueden radicalizarse un poco. Mucha gente ha sido despedida de
los servicios financieros, y en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus
hipotecas. Los productores culturales están tomando consciencia de la naturaleza
de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años 60 las
escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que
descartar la reaparición de algo análogo. Podríamos ver el auge de
organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de
dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.
Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas
quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el
papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es
entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.
Dicho esto, me gustaría proponeros algunas ideas. Una idea interesante en los
EEUU ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas anti-desahucio.
Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos
montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera
al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos
han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no
lo hacen.
Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos. Yo creo que los
derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de
qué ciudadanía o nacionalidad tengáis. Actualmente, se está negando a la gente
todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía. Si eres
inmigrante, careces de derechos. Creo que hay que lanzar luchas en torno a los
derechos a la ciudad. En la Constitución brasileña tienen una cláusula de
“derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y
procedimientos presupuestarios. Creo que de todo eso podría resultar una
política.
Reconfiguración de la urbanización
Hay en los EEUU posibilidades de actuación a escala local, con una larga
tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años
los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno
federal. Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y
verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a
recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de
estímulos). Obama ha dejado dicho que ésta es una de las cosas que más le
preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a
nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime. Como vengo
sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desahucios han de entenderse
como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la
urbanización.
Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir
en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el
mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad.
Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico. Por ejemplo: yo no
veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas
productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más
descentralizados de empleo.
Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los
EEUU deberíamos crear un banco nacional de re-desarrollo y, de los 700 mil
millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabajara con los
municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desahucios. Porque
los desahucios han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos:
han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o
hispánicas. Pues bien; entras en esos vecindarios y les devuelves a la gente que
vivía allí y les reubicas sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y
con un tipo distinto de financiación. Y hay que hacer verdes esos barrios,
creando allí oportunidades de empleo local.
Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización. Para hacer algo
en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el
funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente
nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar. Hay un montón
de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos
oportunidades reales. Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos
marxistas que parecen pensar: “¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones
del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”. No es
éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse
problemas. Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no
está exento de dificultades. Los marxistas no comprenden muy bien el complejo
Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de
entender eso. Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y
nuestras posibilidades políticas.
Así que, tanto como la acción
práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.
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(*)Kate Ferguson y Mary Livingstone transcribieron y editaron esta
conferencia del reconocido geógrafo, historiador y urbanista marxista
anglo-norteamericano David Harvey.
Traducción para sinpermiso.info: Minima Estrella
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