n los días previos a la asunción de Barack Obama, y los zapatazos de los
“globalizados” contra George W. Bush, el “sionismo neocon” estadounidense
apoyó la destrucción de Gaza por interpósita entidad nacional y dio un paso
al costado. Sin embargo, sus ideólogos seguirán dominando el Congreso
imperial y los medios de comunicación, y viendo cómo convertir a Obama en
una suerte de neocon al cuadrado.Es posible que entre la crisis
económica, la necesidad de recomponer el liderazgo mundial y la deteriorada
credibilidad política puertas adentro demoren, por ahora, la atención cuasi
excluyente que los políticos de Washington depararon a Israel en el primer
decenio del siglo.
Con más de 200 bombas nucleares en sus arsenales, Israel demostró una vez
más el carácter virtualmente indestructible de su poder militar. No
obstante, le será imposible revertir el creciente prestigio político de
Hezbolá (Líbano) y Hamas (Gaza). Porque no se requiere ser iniciado o estar
muy informado para entender que la fuerza militar, por mucho que destruya y
condicione, invariable e históricamente acaba estrellándose contra los
pueblos que políticamente la resisten a conciencia.
Israel arrasó con Gaza, mas no consiguió vulnerar el apoyo de su pueblo
al gobierno encabezado por Hamas. Se dice que Israel descartaba tal
posibilidad. ¿Cuál fue, entonces, el objetivo final del matadero? Frente a
la violencia extrema, no es fácil ensayar interpretaciones “racionales”. Lo
único “racional”, y más o menos confirmado, es aceptar que la violencia
extrema se revierte contra sus ejecutores.
En Líbano y Gaza, el Estado de Israel fue el gran perdedor, en un paso
más hacia la autodestrucción. Nadie, en sus cabales, puede desconocer que el
matadero de Gaza tuvo características distintas a otros exterminios
similares.
¿Crueldad? ¿Compasión? ¿Conciencia? En una serie de artículos recopilados
en La anarquía que viene (Ediciones B, 2000), el prolífico politólogo
judeosionista estadounidense Robert D. Kaplan (ideólogo de la “guerra en sí”
y asesor del presidente William Clinton en la destrucción de Yugoslavia)
marcó el rumbo a seguir diciendo que “el genocidio es una patología del
modernismo, y especialmente de Estados modernos muy centralizados”.
Autor clave para entender la “racionalidad” del sionismo neocon, Kaplan
escribe: “El difunto judío de Bagdad Elie Kedourie escribió que los judíos
podían estar gozosamente agradecidos al ‘derecho de conquista’, por parte
del imperio británico y de cualquier otro… porque toda su historia les había
enseñado que allí radica la seguridad”. Kaplan no da vueltas: “por
desgracia… la protección contra el mal es más efectiva cuando se asume que
el ser humano es absoluta e intrínsecamente perverso”.
Tal ha sido la ideología de todos los gobernantes de Israel, donde la
“democracia” se dirime entre partidos fundamentalistas y racistas de
ultraderecha, derecha y derecha “moderada” que, en esencia, lindan con lo
“irracional”.
Por ejemplo, cuando en septiembre de 2007 el ruido mediático mundial
giraba en torno a la sublevación de los monjes budistas en Myanmar (ex
Birmania), la canciller de Israel Tzipi Livni exhortó a que la dictadura
militar “controle su fuerza y se abstenga de dañar a los manifestantes”. Y
el primero de febrero pasado, cuando después de la total destrucción de Gaza
los cohetes artesanales de Hamas seguían cayendo sobre Israel, Livni
advirtió: “somos capaces de volvernos locos”. En tanto, el premier Ehud
Olmert amenazaba con un ataque “desproporcionado” (sic).
El profesor Michael Warschawksi, referente del movimiento antisionista y
ciudadano israelí, declaró a Gara, periódico vasco: “Descubrir cómo hemos
llegado hasta este punto no es complicado. Lo difícil es saber cómo
cambiarlo. La política de la masacre acaba con las posibilidades de existir
para Israel, entendido como Estado o sociedad”.
Paradójicamente, si Israel fuese un país auténticamente democrático y
moderno, el “Estado judío” desaparecería. Y así, el único país del mundo que
carece de una Constitución la tendría, dando lugar a un Estado moderno donde
sus habitantes puedan vivir en paz.