ás que expresar las justificadas palabras de indignación que tanto se
escuchan en estos tiempos por la matanza perpetrada por el gobierno del Estado
de Israel en Gaza, quisiera hacer público un sincero sentimiento de indignidad.
Es más fácil indignarse que declararse indigno. Es más ligera la postura
moralista (acusadora) que la moral (voces de mea culpa). No creo ser la
única judía que sienta vergüenza en estos días y por eso, luego de haber
sopesado mucho el derecho de –en el contexto del extenso debate público– agregar
“a la infinita serie que en lo eterno se devana, otra causa, otro efecto y otra
cuita”1, he decidido balbucear.
Ehud Olmert afirmó el 9 de febrero de 2009: “El Estado de Israel no ha
aceptado nunca que ningún organismo externo determine su derecho a defender la
seguridad de sus ciudadanos”. No me representan sus sordas palabras: me
avergüenzan. El dirigente político señalado por su corrupción elige qué
decisiones de Naciones Unidas respetar (la mitad de 1947 que es sobre la que se
apoya su “autoridad” para incendiar la esperanza, nada de 2009 ni de los últimos
tiempos…). ¿Dónde está la voz profética2 que lo enfrente con la
sangre que chorrea de su venenosa soberbia?
La vergüenza me embarga (literalmente: me confiscó las palabras) y la palabra
“condena” me suena demasiado fácil. No basta con condenar a un gobierno asesino.
Al menos para mí no basta.
En mayo de 1948 Martin Buber dijo: “En lugar de aspirar a volverse un grupo
con iniciativa que actúe en el marco de una Federación del Cercano Oriente, se
puso como objetivo la fundación de un pequeño Estado en peligro, en perpetua
oposición a su entorno geopolítico, que estará obligado a destinar sus mejores
fuerzas para actividades militares en lugar de canalizarlas en emprendimientos
sociales y culturales. (…) Hace medio siglo, cuando me uní al movimiento
sionista en favor del renacimiento de Israel, mi corazón estaba íntegro. Hoy se
ha roto. Ya que una guerra por una estructura política en todo momento puede
volverse una guerra por la existencia de la nación. Por ello participo en ella
en contra de mi voluntad, con mi existencia, y mi corazón tiembla hoy como el de
cada hombre israelí. No obstante, ni siquiera podré alegrarme ante un triunfo:
porque me temo que la victoria de los judíos signifique la derrota del
sionismo.”
El himno nacional israelí todavía se llama Hatikvah (la esperanza),
se refiere a la esperanza de ser un pueblo libre en la tierra de Sión y de
Jerusalén. Pero como dio a entender Buber en 1948 (en ocasión de aquello que en
hebreo se llama Miljemet hashijrur –guerra de liberación– y que en
árabe se conoce como Nakba –en hebreo Shoá, que en español
sería “destrucción”– este pequeño Estado en peligro terminaría preso en las
redes de la tan mentada seguridad. Una ecuación nefasta que se escucha como
“seguridad mata libertad”. Sí, la tierra-refugio de las persecuciones sufridas
en Europa se revela como trampa. Pero no nos confundamos: no siempre fue así.
Los numerosísimos y constantes testimonios del filósofo Martin Buber lo
demuestran.
Aguzo los oídos en busca de esa palabra lúcida (que no “lucida”), profética
(y a la vez poética, con efecto aleccionador), y la encuentro en los escritos
políticos de Martin Buber (así como en algunos poemas de un lado y del otro), la
hallé en el músico –Barenboim, El País 31/12/08– que dijo sabiamente
que la solución no es militar pero tampoco diplomática. Y tiene razón, la
palabra diplomática es venenosa, en ella la guerra afila sus colmillos, sólo la
palabra vulnerable hará asomar un cabo de esta maraña de miedo y odio. Una
palabra apenas audible, se me ocurre que la voz hebrea –bíblica– shacul
que denomina a un padre o una madre “huérfano de hijo” puede ayudar a escuchar
el dolor del otro lado. Las fuentes judías me enseñaron a escuchar antes de
hablar. Sé que hay quien espera de mí palabras de condena: ni siquiera me siento
digna de pronunciar la indignación, apenas puedo balbucear mi vergüenza.
Inmediatamente después del atentado perpetrado por la guerrilla de derecha
Etzel al hotel King David de Jerusalén, en julio de 1946, Buber escribía: “No
basta con expresar nuestro aborrecimiento. Debemos decir, que tenemos parte de
esta culpa que despierta nuestra repugnancia”.
Pido perdón por no estar a la altura de las circunstancias.3
1 El Golem (como es sabido la cita es palabra poética de
Borges) llena los periódicos.
2 En la Biblia hebrea el profeta más que alguien que predice el
futuro es un objetor de conciencia. Presta su boca para que el poder político y
económico escuche la exigencia divina de justicia social.
3 No tengo nada claro: no puedo creer que la religión sea el
origen de este mal (Buber era un religioso sui generis, Olmert se
considera ilustrado); todo depende de cómo se lee y si se escucha cuando se lee.
Apenas soy agnóstica.